Mitxelena elogio del héroe

El pasado miércoles 11 de octubre, se conmemoró el trigésimo aniversario del fallecimiento de Koldo Mitxelena. Lingüista, intelectual, impulsor de la UPV/EHU, gudari, encarcelado ocho años, autor de una ingente y variada obra… Fue clave en el proceso de unificación del euskera

Un reportaje de Eugenio Ibarzabal

Koldo Mitxelena, en el centro, durante una de las reuniones de Euskaltzaileen Biltzarra en Arantzazu. Foto: Sabino Arana Fundazioa
Koldo Mitxelena, en el centro, durante una de las reuniones de Euskaltzaileen Biltzarra en Arantzazu. Foto: Sabino Arana Fundazioa

Acudo a la exposición sobre héroes de Baselitz en el Guggenheim, y desde que observo el primer cuadro, no sé muy bien porqué, me acuerdo de Mitxelena… y de otros. Luego lo sé. No son las figuras típicas de héroes: figuras esbeltas que miran al futuro con confianza, incluso con descaro, sino más bien cuerpos desgarrados, mal parecidos, sufrientes, y, al mismo tiempo, precisamente por eso, aún más humanos. Mitxelena tenía mucho de esto, aunque estoy seguro de que si me escuchara ahora decir lo de héroe me contestaría sonriendo, con la eterna carpeta en uno de sus brazos, la mano levantada y desviando la mirada: tampoco es eso, hombre. Pero, al tiempo, contento de ser reconocido.

Al menos para mí, fue un héroe. No voy a traer hasta aquí los datos que lo demostrarían, pues son conocidos, pero sí diría que, de todos ellos, el que más me sigue emocionando es el momento en el que, una vez salido de la cárcel, a los veintisiete años, deseando estudiar, renuncia, y se vuelve a comprometer en la clandestinidad en Madrid, lo que le hará volver a la cárcel a los treinta. Es necesario compromiso y valor para hacer eso, pues había entrado en combate a los veintiuno y condenado a muerte a los veintidós. Digamos, así, que, a su salida por segunda vez de la cárcel, a los treinta y dos, se matricula por libre en la Facultad de Filosofía y Letras. Consigue el doctorado a los 44, y a los 52, veinte años después de entrar en la Universidad, es nombrado catedrático en Salamanca. Mientras tanto, mucho sufrimiento, nuevos riesgos de cárcel, trabajos varios, profesor de casi todo, problemas graves de salud, enfrentamientos diversos y precariedad laboral absoluta.

Cuando algunos jóvenes hablan ahora de precariedad y se quejan, y no sin razón, tendrían que haber conocido también la de Mitxelena a lo largo de treinta años.

Lo mejor fue su propia vida. Zweig subtituló la biografía de Balzac como Una vida de novela. La de Mitxelena no lo es menos. Lo que más me interesa de Mitxelena es su capacidad para sobrevivir. Por eso es para mí un héroe. Subyace, pues, a lo largo de toda su vida un mensaje de optimismo. Se puede. Incluso en los peores momentos. Admiro a Mitxelena por la misma razón que admiro a Viktor Frankl, el autor de El hombre en busca de sentido, o a Ernest Shackleton. Solo me inspiran cosas buenas.

Minusvalorar al héroe

En las sociedades anglosajonas se reconoce a los héroes; aquí no. Es más, se trata de minusvalorarlos. No será para tanto, nos dicen algunos. O por algo será, comentan otros, tratando de inmediato de encontrar algún agujero por el que drenar su valor, no vaya a resultar que la contemplación de los héroes y de las heroínas vaya a poner al descubierto nuestras propias y no reconocidas miserias. Otros lo hicieron y nosotros no. Ya se sabe el porqué: debe de ser que ellos recibieron apoyo externo, tuvieron suerte o su éxito convenía a otros, abriendo así paso a la más miserable de las explicaciones humanas: la teoría de la conspiración, detrás de todos y de todo.

Pero no, detrás de Mitxelena, de Frankl o de Shackleton no hubo apoyo externo, ni tuvieron suerte, ni su éxito convenía a otros. Vamos, que no hubo asomo de conspiración alguna. Más bien dosis ingentes de miseria, sufrimiento, soledad y la circunstancia de haberles tocado lo malo en el peor de los momentos.

Un pueblo se hace de referencias buenas a las que acudir en los momentos malos. Por eso son tan importantes los patriotas y los héroes, por eso los necesitamos tanto. Sí, los patriotas y los héroes, por muy poco de moda que decirlo pueda estar. Para mí patriota es una de las caras que presenta la solidaridad humana. Porque es lo que se hace, no lo que se dice.

En esta época de influencers, cuya influencia dura tres días, hay que recordar la influencia que algunos han tenido de por vida. Y es bueno observar que esa influencia está basada, con mucha frecuencia, no tanto en grandes aciertos, victorias o éxitos, sino en su comportamiento como derrotados y marginados. Y sin embargo… La historia no es cómo empieza, sino más bien cómo acaba. La cuestión fundamental es la hora en la que decidimos hacer el balance. Mitxelena era un condenado a muerte a los 22, un hombre sin oficio ni beneficio a los 32, y una referencia intelectual para todo un pueblo a los 60. Como para advertir dicha tendencia en los años 40. El propio Mitxelena solía repetir a menudo que si políticamente estaba donde estaba era debido al ejemplo dado en el peor de los momentos por gentes como Juan Ajuriagerra y Joseba Rezola. No se podía decir que Mitxelena se apuntara entonces a un caballo ganador.

Koldo nos dejó un legado conocido de todos, pero lo más importante hoy para mí es su manera de enfrentarse a la vida, su ir a por todas, su compromiso vital, su valentía y su incapacidad para rehuir lo que tenía delante, por difícil que fuera. Ahí estaba él, siempre, acertada o equivocadamente. Recordamos sus aciertos, olvidamos sus errores y admiramos su comportamiento, su actitud.

Héroe y heroína

Lo observo sufriendo las embestidas de lo que fueron aquellos terribles años finales de los 70 y comienzos de los 80, que hoy ya ni recordamos, pero en los que nos pareció que todo, absolutamente todo, otra vez, estaba en juego. Y un hombre que amaba tanto a su país como Koldo no estaba dispuesto a que las nuevas generaciones sufrieran de nuevo lo que él había sufrido. No, nunca más, pensaba. Si algo le dolía especialmente era observar la soberbia de algunos jóvenes de las nuevas generaciones al obstinarse en partir de cero.

Volver a empezar está muy bien, pero nunca desde cero. Ahí radica a veces la diferencia entre la soberbia y la humildad. Hablamos de Koldo, pero creo que tendríamos que hablar de Koldo y de Matilde, sin la cual no se entiende absolutamente nada de la trayectoria de Koldo. No quiero ni pensar en la desazón de alguno de los momentos vividos juntos. Héroe y heroína.

Si historias como la de Koldo nos hicieran al menos ayudar a saber que la vida no empieza con nosotros, que somos lo que somos en gran parte a lo que en su momento hicieron otros, y que lo nuestro, con ser grave, puede ser mínimo con lo que a otros les tocó sufrir… Y a la vez, servir para constatar que, si otros lo hicieron, también nosotros podemos, de la misma manera, sobrevivir. Otros lo tuvieron mucho peor y salieron. A veces lo único que se puede hacer es aguantar, mantener la calma y continuar. Es decir, a veces lo único que se puede hacer es convertirse en un héroe.

Me he preguntado qué pensaría Mitxelena a propósito de los acontecimientos que estamos viviendo en estos días. Tal vez juzgaría de modo diferente. Cada cual está anclado en su época y proyecta el futuro en función de su presente y, en muchas ocasiones, de su pasado. A Mitxelena la guerra le marcó definitivamente. Era, lo sabía bien, un perdedor, que lo que más aborrecía y trataba de evitar era eso: una nueva derrota.

Pero, al tiempo, cuando orientó su solución con respecto a la unificación de la lengua vasca, se dejó llevar, lo dijo muchas veces, por la tendencia dominante que observaba entre los sectores más dinámicos de la literatura vasca. Estaba, pues, abierto a los signos de los tiempos.

Si, además, el héroe mantiene en el peor de los momentos el sentido del humor, es para elevarlo a los altares. Siento decirlo, no era el caso de Koldo, que, de verdad, tenía muy mal genio. Podía convertirse en alguien muy desagradable. A cada uno lo suyo. Y es verdad. ¡Pero es que algo malo tenía que tener el bueno de Koldo…! Alguien, en el fondo, tan humano. La palabra entrañable parecía haber sido creada para él. Muy a pesar suyo en algunos momentos.

Me alegro que la figura de Koldo Mitxelena sea recuperada y acogida nuevamente por los que él siempre consideró que eran los suyos, incluso en momentos de enfrentamiento. Porque algunos de los más graves errores de los suyos en aquella época tuvieron mucho que ver con el escaso aprecio que manifestaron a propósito de la apertura de Mitxelena hacia las opiniones de las nuevas generaciones, así como su visión y conocimiento de la lengua vasca.

Si algo me apena es no haber profundizado más en los sentimientos religiosos de Mitxelena en Días de ilusión y vértigo. 1977-1987. Pero no pude. ¿Cómo evolucionó a este respecto aquel niño de los luises de Renteria, que se escandaliza por la actuación de la jerarquía española en la guerra y en las cárceles, y que luego apenas habla de ello cuando se trata de conocer sus convicciones más íntimas? Era autoridad moral, pero no la ejercía; dejaba a los demás que obraran en consecuencia. Me hubiera gustado saberlo, pero algunos de los suyos no me lo permitieron.

No me negarán que nos dejó una maravillosa historia: érase una vez un pobre gudari, flaco, tímido y enfermizo, que comenzó a estudiar griego en la trinchera y lingüística en la cárcel de Burgos, y que terminó siendo catedrático en Salamanca.

¿Hay quien tenga una historia mejor?

Un vasco, precursor de los kamikazes japoneses

La aviación republicana considera al teniente elorriarra Félix Urtubi Ercilla como el primer piloto que derribó a un avión enemigo mediante la técnica del espolonazo

Un reportaje de Iban Gorriti

El avión Breguet que Félix Urtubi pilotaba cuando asesinó a su escolta con una pistola. Foto: DEIA
El avión Breguet que Félix Urtubi pilotaba cuando asesinó a su escolta con una pistola. Foto: DEIA

LA poco conocida biografía del aviador republicano Félix Urtubi Ercilla ha sido heredada con tono grandilocuente y laudatorio como personaje histórico, mítico. Hay quien se aventura a calificarle como el primer piloto kamikaze de la historia porque murió en combate cuando, tras ser tocado, decidió mediante la acción del espolonazo derribar al aeroplano fascista contrario. Tenía 32 años. Ocurrió tan solo un mes después de estallar la Guerra Civil. Al de pocos años, Japón llevaría a cabo esa práctica de forma habitual contra los estadounidenses en días de la Segunda Guerra Mundial.

Félix Alejandro nació en Elorrio en 1904 y fue vecino de Arrasate y de Aretxabaleta, municipio del que su abuelo fue, además de filósofo licenciado y boticario, alcalde. De hecho, se le reivindica como el regidor que proclamó la Primera República en la localidad guipuzcoana en el siglo XIX. De su abuelo heredó no solo el apellido, sino también el nombre de pila.

Urtubi era descendiente de una saga de farmacéuticos atxabaltarras, ése fue el caso de su padre Pablo Urtubi Errazquin. Su madre, Matilde, sin embargo, era de Udala. Ya a una edad temprana, quiso ser aviador. El matrimonio vivía en Arrasate, en la calle Iturriotz. El miembro de Intxorta 1937 Kultur Taldea, José Ramón Intxauspe, estudió su figura y ha publicado el resultado en el libro Gerra Zibila Aretxabaletan. Ezin ahaztu! En el mismo recoge que Urtubi ingresó en “el Arma de Aviación, destacando desde sus inicios por su arrojo y determinación. Durante su periodo de instrucción como cabo piloto ya dejó entrever su espíritu luchador”, valora.

Con motivo de un concurso de patrullas y encuadrado en el Grupo 33 de Burgos se vio obligado a tomar tierra por avería del radiador. “Ni corto ni perezoso se echó el radiador al hombro y recorrió los kilómetros que le separaban de la localidad más cercana. Allí soldó el radiador y volvió de igual forma para montarlo y salir nuevamente en vuelo”, relata el historiador. Tras numerosas hazañas, su carácter le llevó a que le abrieran un expediente al considerar que “no cumplió correctamente con un servicio ordenado”, analiza Intxauspe. Por este motivo, le enviaron a Marruecos. De Getafe debió trasladar al general Cabanellas.

El 18 de agosto de 1936, día del golpe de Estado de militares españoles contra la Segunda República, Urtubi estaba en la base de Tetuán. “La guerra le coge en el escenario menos deseado para él -republicano como era-, dentro de la zona rebelde”, agrega Intxauspe.

Al guipuzcoano le envían a Sevilla, pero por su posicionamiento republicano le ponen un escolta en la parte trasera. Urtubi llevó oculta una pistola y al sobrevolar el Estrecho de Gibraltar disparó contra su guardián Juan Miguel de Castro Gutiérrez, dejándole sin vida. “Sin perder tiempo y con mucha sangre fría pone rumbo a su aparato hacia zona republicana”, tras lo que aterrizó en Getafe.

El 18 agosto su avioneta fue derribada en Extremadura por un piloto nazi. Le dieron por muerto cuando Urtubi había saltado en paracaídas y se internó en los montes donde por poco lo fusilan. Llegado a zona gubernamental, con el avance faccioso del general Yagüe para conquistar Madrid efectuó un vuelo de reconocimiento sobre Toledo. Le salió al encuentro una patrulla de tres aviones fascistas italianos. “Urtubi -relata Intxauspe-, en tan desigual lucha, logró derribar a uno de sus oponentes pero finalmente, viéndose perdido sin municiones, se abalanzó sobre uno de los aparatos italianos logrando embestirlo y precipitándose los dos aviones en llamas al suelo”.

Ascendido a capitán “Su final estaba escrito, ya que lo había anunciado con anterioridad a sus camaradas: “El día que no pueda hacer otra cosa perderé la vida; pero no se me escapará el avión enemigo”, agrega el de Intxorta 1937. Intxauspe también le reconoce como el primer kamikaze por llevar a la práctica el llamado espolonazo. “Fue el precursor de los kamikazes. No pasó inadvertida esta proeza heroica para los corresponsales de la prensa republicana madrileña, titulando sus artículos con frases como Gloriosa muerte de un caballero del aire. El teniente aviador Urtubi ha muerto como mueren los héroes”.

Murió a los 32 inviernos con graduación de teniente y ascendido con carácter póstumo a capitán. Estaba casado con María Cruz Robla Román y tenían una hija de tres años, Matilde (1933), nombre de su madre. El también componente de la asociación Intxorta 1937 considera a Urtubi “uno más entre tantas personas que han quedado ocultas por el paso del tiempo”.

El 80º aniversario del bombardeo de Gernika, entre la historia y el cine

El bombardeo de Gernika ha protagonizado numerosas películas que han venido a suplir la falta de imágenes de aquellos hechos, más allá de los pocos fotogramas que se salvaron del trabajo del operador amateur Agustín Ugartechea

Un reportaje de Igor Barrenetxea Marañón

Algunos edificios quedaron en pie tras el bombardeo que padeció la villa foral. Foto: Sabino Arana Fundazioa
Algunos edificios quedaron en pie tras el bombardeo que padeció la villa foral. Foto: Sabino Arana Fundazioa

EL 26 de abril de 1937, la Legión Cóndor alemana y aparatos de la Aviación Legionaria italiana bombardeaban la villa de Gernika. La Guerra Civil española, tristemente, se iba a convertir, además, en el prólogo de la Segunda Guerra Mundial.

El efecto del bombardeo aéreo masivo sobre la población civil cobraría una gran repercusión. Por un lado, los aviones germanos e italianos encontraron en Gernika un perfecto banco de pruebas, igual que lo habían hecho antes en Durango y en otras localidades vascas, para las nuevas estrategias de terror aéreo. Sus bombas incendiarias arrasaron el casco histórico de la villa. Su objetivo, aunque sigue sin saberse con exactitud, parecía ser, principalmente, desmoralizar a la población, más que por cuestiones militares.

De hecho, las tropas franquistas estaban a pocos días de marcha ya de un frente roto de la urbe (entraron el 29 de abril), y la destrucción de ciertos puntos estratégicos no solo podía ser negativa para las tropas republicanas y nacionalistas que se retiraban, sino para el ejército sublevado, cuyo objetivo era avanzar sobre Bilbao, que caería dos meses más tarde (19 de junio). Quién dio la orden concreta todavía sigue siendo un misterio. Si la hubo por escrito se destruiría, pero el máximo responsable fue, sin duda, el general Francisco Franco, a la sazón caudillo de los ejércitos de la España sublevada.

La prensa fue el altavoz de la tragedia de Gernika. Especialmente el periodista británico nacido en Sudáfrica George Steer, que iba a escribir la crónica más determinante sobre lo ocurrido. A la mañana siguiente de la incursión aérea, los diarios vascos (como Euzkadi o El Liberal) informaron sobre el amargo suceso. El Gobierno vasco pretendió evitar el pánico, siendo cauto a la hora de dar a conocer lo ocurrido. Pero lo que se podía haber presentado como una acción de guerra, de efectos, eso sí, terribles, explotó en las manos del bando sublevado, quien negó los hechos. Radio Requeté y Radio Nacional, sus medios oficiales de difusión en las ondas, optaron por acusar a los “dinamiteros asturianos” y a los rojos separatistas (o sea, nacionalistas vascos, en el argot sublevado) de haber sido ellos los que habían provocado el incendio de la urbe guerniquesa en su retirada. Ante tal distorsión, coincidiendo con la publicación del reportaje de Steer en varios medios influyentes a nivel internacional como el Times o The New York Times, el bombardeo se rodeó de una intensa polémica.

El bando sublevado temió las posibles repercusiones negativas que el bombardeo podía tener en su imagen en el exterior, que implicaba la no injerencia de Francia e Inglaterra. Mientras que para el bando republicano y el Gobierno vasco era la demostración del horror e, incluso, la perversidad de cómo el fascismo distorsionaba los acontecimientos.

En cuanto al cine, lamentablemente no se dieron imágenes del bombardeo. Aunque el séptimo arte estaba cobrando una gran importancia, las únicas tomas que recogería un operador amateur, Agustín Ugartechea, al poco de finalizar el raid y antes de caer la villa en manos de los franquistas, tuvieron la mala suerte de acabar en manos germanas (aliados de Franco), cuando envió el negativo para ser revelado a los laboratorios de la casa Agfa, en Alemania (únicamente allí podía hacerse). Solo gracias a la casualidad de que algunos de los planos estaban en otra bobina, fue posible que sobrevivieran algunos fotogramas (los más conocidos).

Tras la entrada de las tropas franquistas en la villa se rodaron, de manera controlada, algunas imágenes por operadores extranjeros y españoles de las ruinas. Si bien estas fueron presentadas en los noticiarios cinematográficos occidentales con lecturas muy distintas entre sí. Por su parte, el franquismo prosiguió con su política de negar el bombardeo, tal y como se recoge en el documental de propaganda Vizcaya y el 18 de julio (1937), producido por Falange, y otros, insistiendo en que fue un incendio provocado por los nacionalistas.

Lo que iba a venir Mientras el Gobierno republicano se preocupaba de reconducir una guerra adversa para sus armas, el Gobierno vasco del lehendakari Aguirre ya en el exilio (tras la caída del frente norte), producía el documental Guernika (1937), de Nemesio Sobrevila, en el que expresaba su convencimiento de que los franquistas la habían destruido porque encarnaba el símbolo de las libertades vascas. Lo anecdótico es que milagrosamente fue el Árbol y la Casa de Juntas lo único que sobrevivió intacto. Pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el 1 de septiembre de 1939, aparcó la cuestión del bombardeo ante los brutales hechos que se iban a suceder en estos años, con la destrucción de las grandes urbes europeas y asiáticas, en donde la experiencia de Gernika, tristemente, había servido para su perfeccionamiento del bombardeo de terror.

Así, otras ciudades se convirtieron en funesto recuerdo, como Róterdam, Londres, Coventry, por parte alemana, o Berlín, Hamburgo y Dresde, y otras, además de las dos bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki… por parte de los propios aliados, que también utilizaron las mismas tácticas.

El franquismo, incapaz ya de negar lo evidente, se dedicó a omitir y hacer desaparecer de la memoria visual su referencia. Ello se mostrará en el documental Morir en España (1965), de Mariano Ozores, que recrea la contienda desde el punto de vista franquista sin mencionarlo, pero, sobre todo, en el terreno de la ficción. Así sucede en El otro árbol de Guernica (1969), de Pedro Lazaga, que, aunque retrate la vida de los niños de la guerra en Bélgica y en su título menciona la villa, no hay alusión alguna a los hechos.

Habría que aguardar hasta 1975 para visionar otro filme de ficción, El árbol de Guernica (1975), de Fernando Arrabal, que sería calificado de “esperpéntica y burda”, y en el que las referencias a Euskadi y el bombardeo son más simbólicas que reales. El nombre de Gernika aparecería en otras producciones extranjeras menores, convertido en icono de la lucha contra el horror fascista, gracias a la influencia iconográfica del cuadro de Picasso. La ingente labor historiográfica a partir del fin de la dictadura vino acompañada, a la vez, de un interés enorme, sobre el bombardeo desde el panorama audiovisual, con documentales como Gernika (1979), de Pedro Olea, de la serie Ikuska, con testimonios de protagonistas, Gernika, el espíritu del árbol (1987) o Gernika Filma (1987), de Enrique Atxa.

Sin embargo, sería Lauxeta. A los cuatro vientos (1987), de José Antonio Zorrilla, el primer film de ficción de producción vasca que tratara sobre este acontecimiento. El historiador Santiago De Pablo lo califica como un filme “honesto”, que pretende huir de “descalificaciones y mitificaciones exageradas”. Le seguirán diversos documentales para el cine y la televisión, en los que cabrían destacarse La Guerra Civil en Euskadi (1996), de Koldo San Sebastián y Juan Carlos Jiménez de Aberasturi; Gernika: el bombardeo (2007), de Alberto Rojo, o Zerutik sua dator! (2011), que recoge nuevos testimonios de mujeres (entonces niñas) que padecieron el bombardeo. A esto hay que añadir otros trabajos documentales sobre los niños exiliados como La generación de Guernica (2003), The Guernica Children (2005) y la televisiva Los niños de Gernika tienen memoria (2008), además de otros proyectos.

Sin embargo, la escasez de largometrajes de ficción es, en este sentido, muy llamativo, comparada con la ingente cantidad de trabajos documentales.

Es cierto que el bombardeo de Gernika aparece mencionado como icono en filmes como Los amantes de Círculo Polar (1998), de Julio Medem, La buena nueva (2008), de Helena Taberna, o en la chabacana No le llames amor… llámalo X (2011), de Oriol Capel.

Así, llegamos a la gran producción de ficción Gernika (2016), de Koldo Serra. La película contó con el apoyo de diversas entidades públicas y privadas, ya que coincidió con la conmemoración del 80 aniversario de la tragedia. La propuesta de Serra tiene algunos buenos ingredientes, pero, en conjunto, hemos de decir que se malogra al no hacer una trama más acabada y creíble. Aunque se destaca una buena fotografía y realización y se recrea un Bilbao de los años 30 realmente espléndido, le falta una mayor contundencia a la historia entre los dos protagonistas, Henry (James D’Arcy), inspirado en Steer, y Teresa (María Valverde).

En la trama él es un corresponsal de guerra quemado por la visión de otra tragedia más, aunque acaba por entender que no es un conflicto más, que este es mucho más inhumano, mientras que ella es una joven idealista que trabaja en la Oficina de prensa del Gobierno vasco.

Aunque retrata un universo lleno de interés, el del periodismo informativo de la época, los personajes resultan planos y esquemáticos y no aborda con la suficiente entidad y complejidad el marco histórico. Así, por la pantalla pululan milicianos anarquistas, nacionalistas y militares, pero sin identificarlos debidamente ni comprender la naturaleza de su guerra.

Del otro bando, se muestran los jóvenes aviadores alemanes de la Legión Cóndor y su comandante el coronel Richthofen, encarnados con los consabidos clichés históricos, aunque con cierta neutralidad, pero sin abordar con profundidad su papel en el drama.

Lejos del icono Sí se ofrece una panorámica de Euskadi y la cultura vasca de interés. Pero, a la vez, se dan algunas graves incongruencias: una de ellas se percibe cuando un comisario político comunista (más que los alemanes) será el encargado de poner el contrapunto del malo de turno. O, la más irreal, cuando la protagonista es detenida y llevada a una checa en la villa guerniquesa, donde es torturada, momento que aprovechará el director para mostrar el punto estelar, el devastador bombardeo a ras de suelo. Tal vez, esto sea lo más logrado del filme.

Aun así, Gernika no alcanza convertirse en la película definitiva sobre el bombardeo. Su mensaje final queda un tanto desdibujado y se aleja de ser un icono de referencia representativo sobre el pacifismo frente a la guerra o contra los fanatismos de cualquier clase, como representa, el nombre de la villa. Por ello, frente a los más interesantes intentos, desde el cine documental, de mantener viva la memoria y el símbolo del bombardeo, el cine de ficción no ha sido tan contundente. Si bien, como indica De Pablo, Gernika ha quedado codificado ya en el imaginario como el “símbolo de la libertad en Euskadi, del antifascismo y, cada vez más, de la paz entre las personas y los pueblos”, a lo que ha contribuido la constitución en ella del Museo de la Paz, el mítico cuadro de Picasso y, por supuesto, el Gobierno vasco que (siguiendo el camino abierto en Gernika, donde se constituyó el primer ejecutivo autónomo en octubre de 1936), ha seguido impulsando desde las instituciones un mensaje de conciliación, entendimiento y concordia.

El coronel que alabó la República en Garellano

Fernández Piñerua contribuyó a que Bilbao fuera la única capital de la CAV en la que fracasó el golpe de Estado del 36

Un reportaje de Iban Gorriti

Imagen histórica del cuartel de Garellano. Foto: DEIA
Imagen histórica del cuartel de Garellano. Foto: DEIA

Hay biografías que debieran ser labradas por la importancia que han tenido esas personas en un determinado momento histórico. La actuación firme del coronel republicano Andrés Fernández Piñerua hacia el general Mola durante la jornada golpista del 18 de julio de 1936 debiera ser una de ellas. Sin embargo, se conoce su periplo vital con pinzas, con detalles que han publicado varios investigadores en sus trabajos y algún documento que ha llegado a nuestros días, 80 años después de aquel día en el que generales militares trataron de tomar el poder político vulnerando la legitimidad institucional establecida en el Estado.

Con todo, si con el estallido de la Guerra Civil la villa de Bilbao fue plaza republicana fue en parte gracias a Fernández Piñerua, quien al cargo del cuartel de Garellano acabó gritando a Mola un “¡Viva la República!” antes de colgarle el teléfono en el intento del general golpista de que se sublevaran. El periodista y corresponsal de guerra valenciano Vicente Talón Ortiz resume este episodio. “El drama de las guerras civiles es que, hablo genéricamente, se conocen todos. Por ejemplo, en Bizkaia, el coronel Andrés Fernández Piñerua Iraola se negó a declarar el estado de guerra en Bilbao pese a que Mola le había amenazado con fusilarle en la plaza de Zabalburu si no daba ese paso. Había tratado a Franco en África y mucho más el teniente coronel Vidal Munarriz, jefe del regimiento Garellano, pues fue su profesor de trigonometría”, cita.

Gracias a otro autor, Andoni Astigarraga, conocemos que al producirse el golpe de Estado no hubo unanimidad en el Regimiento de Garellano. Su comandante en jefe, el teniente coronel Joaquín Vidal Munárriz -acabó fusilado por los franquistas en 1939- era partidario de la legalidad republicana. La mayoría de sus oficiales, sin embargo, estaba influido por el UME (Unión Militar Española), de tendencia claramente totalitaria. “Por esta razón, cuando el gobernador militar interino, coronel Fernández Piñerua, formó a la oficialidad en el cuarto de banderas e invitó a los oficiales dispuestos a respaldar al gobierno de la República a dar un paso al frente, fueron muy pocos los que lo hicieron”. El resto fue detenido, entre ellos Fernández Ichaso, el capitán Ramos, el teniente Del Oslo y algunos oficiales más, siendo condenados a muerte y fusilados los tres primeros.

El grueso del Regimiento participó en el desfile militar del día siguiente y “en la fracasada expedición que al día siguiente partió a la reconquista de Vitoria”, agregaba Astigarraga y valoraba en la enciclopedia Auñamendi que “la adhesión final de la mayoría de los oficiales de Garellano a la República fue de gran importancia para Bizkaia, que contaba con muy pocos militares profesionales”. Mola, sin embargo, había pensado que se sublevarían. “Saldría bien si ciertos generales se levantaban porque acto seguido sus subordinados, coroneles y comandantes, les obedecerían según el canon y la jerarquía castrense, tomando primero el control de plazas como Bilbao, Donostia y Gasteiz, y después el resto de las respectivas provincias. A este núcleo militar debían sumarse las unidades de la Falange y de los Requetés, aparte de las organizaciones políticas como Renovación Española o los Tradicionalistas”, expone en el libro Al infierno o a la Gloria el autor Ingo Niebel.

Pero en Bilbao la rebelión no cuajó por una conversación telefónica entre Mola y Fernández Piñerua. El investigador Germán Cortabarría aporta lo que se dijo en aquella conferencia y que aparece en Historia Documental de la Guerra en Euzkadi, de Astigarraga. Piñerua era coronel y comandante militar de Bizkaia al producirse el golpe de Estado. Fue conminado a sumarse a lo que los facciosos llamaron “alzamiento nacional”. La conversación también fue recogida por el corresponsal George Lowther Steer en su libro El árbol de Gernika, aunque utilizó como interlocutor al gobernador civil Novoa Echevarría.

“-¿Es el gobierno militar de Bilbao?

-Sí. señor.

-De parte del general Mola que se ponga el coronel Piñerua.

-Hola.

-¿El coronel Piñerua?

-Sí, soy Piñerua. (No oíamos, manifiesta el testigo, quien llamaba desde Pamplona. Unos supusieron era el general Mola y otros que fue el general García Escámez, pero por lo que contestaba el coronel Piñerua se deducía que le conminaban apremiantemente para sumarse a la rebelión).

-…

-Yo no he dado mi palabra de honor.

-…

-Yo no me comprometí a sublevarme… (y balbuceaba), yo no corro con la responsabilidad…

Al llegar a este punto del diálogo, uno de los presentes, nervioso y exasperado por la conferencia, gritó:

-A cuadrarse los militares. ¡Piñerua, hay que ser leal!

-Sí, sí. Yo soy leal.

-No queremos sublevaciones. ¡Viva la República!

-¡Viva!, y el que había interrumpido la conversación, acercándose al teléfono, gritó:

-Aquí con los traidores no queremos nada.

Así finalizó aquella conferencia en que se solicitaba a las fuerzas de Bilbao su aporte a la rebelión militar”.

Por ello, Mola -según el libro de Talón Memoria de la Guerra de Euzkadi– “su actitud mereció que a las diez de la noche el general Batet le llamase desde Burgos felicitándole por permanecer leal, mientras que corrió el rumor de que Mola le había telefoneado a su vez para decirle que apenas tomase Bilbao le haría fusilar en la plaza de Zabalburu”, según el investigador Ritxi Zarate. Algunas informaciones apuntan que era bilbaino, pero otras -más fidedignas- aseguran que era de Gasteiz y residente en la capital vizcaina, en Garellano. Según un documento del régimen franquista, aportado por la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Fernández Piñerua falleció a los 64 años tras un juicio en la salmantina Ciudad Rodrigo.

Adiós a la leyenda del euskera como arma de los aliados

Un estudio desmonta la versión de que fue utilizado en 1942 por marines contra Japón como idioma encriptado durante la segunda guerra mundial

Un reportaje de Iban Gorriti

El Batallón Gernika desfila ante el Teatro de Burdeos, tras la victoria de Point Grave. Foto: Memorial Front du Médoc
El Batallón Gernika desfila ante el Teatro de Burdeos, tras la victoria de Point Grave. Foto: Memorial Front du Médoc

un extenso estudio publicado por la Asociación Sancho de Beurko deconstruye el mito del euskera utilizado como idioma codificado por alguna supuesta unidad de marines de origen vasco durante la Segunda Guerra Mundial, y de forma particular en el desembarco de la Batalla de Guadalcanal en verano de 1942. Los autores del laborioso trabajo surgido en Reno (Estados Unidos) hace más de quince años son los historiadores Pedro J. Oiarzabal, de la Universidad de Deusto, y Guillermo Tabernilla, de Sancho de Beurko Elkartea.

La investigación, con visitas a los archivos estadounidenses, británicos y estatales, desmonta uno de los mitos más arraigados de la historiografía vasca que, a su juicio, se repite “de forma cíclica” en los diferentes medios de comunicación desde hace setenta años. Tabernilla y Oiarzabal fundamentan esta creencia en “las muy complejas relaciones” entre los medios secretos del Gobierno vasco en el exilio y el servicio de inteligencia OSS norteamericano, precedente de la actual CIA.

El estudio de 156 páginas ha visto la luz en la revista digital Saibigain de Sancho de Beurko Elkartea. Lleva por título El enigma del mito y la historia: Basque codetalkers en la Segunda Guerra Mundial. El origen de la creencia heredada tiene su origen en dos publicaciones del año 1952. Primero en la edición mexicana del periódico nacionalista vasco Euzko Deya y, a continuación, una réplica de la armada franquista en La revista de Marina. Editan la misma nota “como reacción a una acción”.

Oiarzabal y Tabernilla ponen de manifiesto en su libro la “falsedad histórica” de tal hecho, enfatizando el obligado papel jugado por el enigmático capitán Frank D. (o Ernesto) Carranza, “hijo de inmigrantes vascos” -según un texto de la época-, artífice del supuesto uso militar del euskera en la última contienda mundial. “Diferentes fuentes citan a Carranza, pero no hay ninguna prueba que demuestre que se llamara así. Creemos que sí existió pero bajo otro nombre real”, subraya Tabernilla.

Es más, se cita que esta enigmática figura murió atropellada cuando salía de casa en abril de 1979 en la Quinta Avenida de Nueva York, vía en la que la OSS tenía su sede. También existe una entrevista en la que la histórica Marichu Anatol -de la Red Cométe- aseguraba en una entrevista publicada en DEIA que vio a Carranza en la muga en Bidasoa.

“A Marichu no se le puede cuestionar. Le vio sin duda. Pero no existe en los fondos militares esa persona con ese nombre. Salen en las bases de datos varios Carranza… pero ninguno con ese perfil. Ha pasado lo difícil de estar en el Pacífico con los marines a la muga del Bidasoa. Solo alguien se puede mover tanto si está trabajando para la inteligencia norteamericana “, agrega Tabernilla.

En aquella guerra sí se utilizaron lenguas como el de la comunidad nativa navajo para encriptar mensajes de radio como un método seguro de comunicación. Tanto es así que el código nunca fue descifrado por las fuerzas imperiales japonesas. Con relación a la lengua vasca, en 2008 el Gobierno vasco también hizo suyo el discurso de que se había usado el euskera como el navajo, pero nunca se había demostrado. “El navajo o el iroqués eran lenguas minoritarias que podían utilizarse, pero el euskera era ya un idioma estudiado y de alguna forma internacionalizado. Dos marines de la OSS de entonces ya declararon que no era posible. El euskera no era una lengua aislada, tenía presencia en muchas partes del mundo”, precisa Tabernilla.

‘capitán carranza’ Oiarzabal también aboga por que el mito surge de las extremadas complejas relaciones entre los servicios de información, y hay libros que lo citan. “Personas con cierta autoridad académica lo creyeron y lo difundieron. Empiezas a dudar que fuera cierto cuando buscas fuentes testimoniales. Tendría que aparecer alguna información real”, enfatiza Oiarzabal quien consultó a los mayores expertos en criptología de Estados Unidos. “Y me aportaron con pelos y señales por qué no se utilizó el euskera. Además, no aparece el capitán Carranza con esas credenciales ni los 60 marines vascoamericanos del cuerpo de transmisiones en Guadalcanal de la Organización Airedale”. A su juicio, resulta imposible demostrar que se diese la utilización de la lengua vasca a partir de esta investigación “con argumentos de peso y con documentos originales”.

El trabajo que se puede consultar de forma gratuita tiene una dedicatoria especial: “A todas aquellas personas que desde el anonimato sirvieron con su esfuerzo y sacrificio al Servicio Vasco de Información y a los servicios secretos de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial, contribuyendo a la victoria final contra el totalitarismo”.