‘Milagros’ supervivientes del horror de Durango

Se cumplen ochenta años desde el día en que dos hermanas sobrevivieron al ataque de un caza italiano que mató a su tía

Un reportaje de Iban Gorriti

La tía de las niñas, Tere Minchero; el padre, Manuel Muñoz, y la madre, Victorina Minchero. La tía de las niñas, Tere Minchero; el padre, Manuel Muñoz, y la madre, Victorina Minchero. Foto: Familia Muñoz Minchero

Son dos hermanas vivas, es decir, dos corazones, dos cerebros, cuatro ojos, pero… tres manos. La cuarta quedó colgando de los tendones el 31 de marzo de 1937 cuando ellas dos sobrevivieron a un ametrallamiento de un caza fascista italiano junto al cementerio de Durango. Sobre ellas, murió acribillada su tía, que trataba de ser parapeto para las niñas ante aquellos pilotos que sonreían. Planeaban tan bajo que veían los rostros risueños de sus verdugos, aquellos 45 aviadores que Gerediaga Elkartea ha ratificado que ejecutaron el crimen de guerra que acabó, sin distinciones ideológicas, con el 5% de la población de la villa.

Conocieron aquel dantesco genocidio Milagros (Pasaia, 20 noviembre de 1928) y Teresa (Altza, 3 de septiembre de 1935), refugiadas aquellos días en Durango. La primera, residente a día de hoy en Hernani, fue quien perdió su mano derecha cuando sumaba 8 años. La segunda apuraba dos primaveras y en la actualidad vive en Saubion, en Las Landas.

Las biografías de las dos Muñoz Minchero son entregas que viajan no solo a su pasado sino a lugares de refugio hasta el punto de convertirse en desplazados continuos, nómadas, para sobrevivir. El rebobinado fugaz las sitúa en Durango, en días en que su padre, Manuel Muñoz El Niño (Villanueva de Tapia, Málaga, 1902) era miliciano del batallón Karl Liebnecht del PCE y luchaba en el frente contra los golpistas y sus aliados.

Llegó el 31 de marzo a Durango. Con los toques de alarma, quienes estaban en misa se sintieron protegidos y, aconteció todo lo contrario, los bombarderos fueron a por sacerdotes, monjas y fieles de la jesuítica San José, la agustina Santa Susana, y la parroquia Santa María de Uribarri. Morirían durante todo el día más de 336 personas indefensas.

Por la tarde, regresó la muerte de los murciélagos bombarderos y la escuadra Cucaracha de Mussolini. Milagros y Teresa se escondían en el “monte Furumbullas, estoy segura de que se llamaba así”, cerca del cementerio, y cuando huían de la mano y arropada la bebé en el seno de su tía Tere Minchero Rubio, la adulta decidió tirarse al suelo y escudar a las menores. Resultó muerta por las balas. “Mi tía estaba hecha trizas. Lo recuerdo todo como si lo estuviera viendo ahora. Fue algo tan duro…”, da testimonio Milagros, nombre de pila que parece un alias por su significado.

Milagros Muñoz y Teresa Muñoz, a día de hoy. Milagros Muñoz y Teresa Muñoz, a día de hoy.

“¡Yo ahí renací!”, enfatiza aquella niña que de pronto se vio sin mano, sin tía, al lado de su hermana de dos años y mientras los caza empecinados continuaban acabando con vidas. “Viéndote en esa tesitura no sientes el dolor”, subraya quien fue llevada por un camión de milicianos a un hospital donde le cortaron la mano derecha y la enviaron en un coche particular a un hospital de sangre militar a la entrada de Bilbao.

“Yo era la única entre hombres”, detalla, y narra un episodio más de escalofrío. “Me dejaron entre todo muertos y tuve que gritar que no me olvidaran, que yo estaba viva”. En ese momento reconoció a uno que no iba vestido de militar. “Era un mendigoizale que yo conocía. Le dije, tú eres Alejandro, panadero de Aretxabaleta. Y también a otro, Juan Peña, de la frutería de Pasajes. ¡Ya fue casualidad! Desde ese momento, fui la primera para todo”.

Y allí le amputaron el brazo. “Decidieron cortármelo desde el codo y así he vivido toda mi vida, con ocho hijos que he sacado adelante”, enfatiza. Tres semanas después de aquel 31 de marzo, el 23 de abril mataron a su padre en los últimos días de resistencia antes los facciosos en Elorrio. El fallecido de 34 años y su esposa Victorina pertenecían a “una familia muy orgullosa” de la Segunda República que se había casado únicamente por lo civil en Pasaia.

Sin conocer este hecho, el Gobierno vasco quiso que Milagros fuera evacuada a la URSS en el histórico barco Habana. “¡Pero no!”, sorprende la hernaniarra. “Me bajaron del barco porque con la herida fresca no podía hacer aquel viaje de días. Me dijeron que el mar no era bueno para mi brazo”, rememora.

Teresa no recuerda nada del bombardeo de Durango, pero reconoce el gesto de su tía. “Hay un libro en el que pone que mi tía, a la que llaman Muichero en vez de Minchero, murió en Durango fusilada, pero no es cierto, murió a nuestro lado. Milagros y yo estamos vivas por el instinto de ella, que murió al tirarse al suelo para protegernos con su cuerpo”, narra quien fue evacuada a Bretaña y contrajo matrimonio en París con un hombre “torturado de guerra” que desapareció y de quien nunca supo su verdadera identidad.

Habla Manu Muñoz, hijo de Teresa: “Casi no le conocimos. Mi madre no tiene claro cómo se llamaba. Dice que Javier, pero sus amigos le llamaban Mario y también aparece como Gabino. Es triste, pero sé poquísimo de mi padre”, lamenta este republicano que retiene escasos instantes de su progenitor en la mente. “Tengo el recuerdo de estar comiendo todos en la mesa en Hernani junto a un señor que era mi padre, un torturado en la guerra al que le habían arrancado las uñas de los pies”.

barco interceptado Rebobinando al día del bombardeo de Durango, curada Milagros en un hospital de campaña, las mujeres de la familia viajaron en un barco carbonero inglés a la Bretaña francesa que fue interceptado por el franquista Cervera. “Al ser barco inglés, neutral, nos dejaron seguir nuestro rumbo”, argumenta Teresa. Estando allí, a pesar de la paz, murió otro bebé de Victorina “por una insolación”. Aquella mujer, acabada la guerra, no quería volver porque “los alemanes son asesinos, bandidos”, y los mal autodenominados nacionales “decían que los rojos habían quemado Durango y es mentira”, repetía.

En su regreso, los franquistas las dejaron en Irun. Victorina se afincó con los suyos en Hernani. Teresa, tras viajar a París a servir, anidó residencia entre Saubion y Tosse, en Las Landas. Ella es una de las mujeres que componen la exposición fotográfica Emeek Emana de Intxorta 1937 con retratos de Mauro Saravia abierta al público en el Palacio de Aiete de Donostia hasta el 7 de mayo. Milagros acompañó a Teresa al estreno: “¡Estamos agradecidísimas por la exposición! Está bien que se recuerden casos como el nuestro, como el mío, que para colmo nací un 20 de noviembre. Toda mi vida han sido casualidades”, redondea Milagros.

La mayor incógnita del bombardeo de Durango

Una zona verde no tocada en 80 años puede acoger la fosa común con más esqueletos por un único suceso en la CAV

Un reportaje de Iban Gorriti

Jimi Jiménez, en el lugar donde estaría la fosa común; a la derecha, el libro de enterramientos con páginas arrancadas y la capilla en 1939. Jimi Jiménez, en el lugar donde estaría la fosa común; a la derecha, el libro de enterramientos con páginas arrancadas y la capilla en 1939. Foto: Iban Gorriti/Archivo Municipal de Durango

DURANGO guarda en su cementerio municipal una incógnita aún sin despejar desde hace 80 años, desde el 31 de marzo de 1937. Aquel día de la Guerra Civil, la villa vizcaina fue bombardeada por la aviación legionaria italiana en un ataque aéreo planificado por la Legión Cóndor nazi y con el beneplácito de los militares golpistas Mola, Vigón y Franco, que llegaron a firmar un documento en el que escribían “sin contemplación con la población civil”.

El próximo viernes, por lo tanto, se cumplirán ocho décadas de aquel genocidio en el que las bombas facciosas acabaron con la vida de al menos 336 víctimas sin distinciones, de todas las ideologías, el 5% de la población del municipio. Por este motivo, ese día un acto del Ayuntamiento de Durango en el camposanto conmemorará la tragedia y recordará a los fallecidos. A escasos metros del homenaje, en el corazón del cementerio, existe, de pronto, entre tumbas, nichos y panteones, una zona verde de las dimensiones de un campo de fútbol sala que permanece sin tocar desde hace 80 años. El lugar es un espacio vacío sin sepulturas en propiedad y que es cuidado por el enterrador con mimo.

DEIA consulta el misterioso hecho al antropólogo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Jimi Jiménez. “Si no se ha tocado en este tiempo ha sido por algo. Habría que ver si es un cuadrante destinado a los enterramientos infantiles, porque en la parte alta hay algunas tumbas de niños, pero todo lleva a pensar que aquí abajo puedan estar las dos zanjas comunes que se estima que se hicieron para enterrar aquellos cuerpos no identificados en el bombardeo y los que no fueron reclamados por nadie”, valora.

Recuerda además que los franquistas arrancaron del libro de enterramiento las páginas con los muertos en el bombardeo, como ha verificado este periódico en el Archivo Municipal. Los facciosos dejaron impresos los nombres de los derechistas fusilados por los republicanos el 26 de julio de 1936 en Durango y no volvieron a dejar rastro hasta el 28 de abril de 1937, día en que dicho bando tomó el pueblo de Durango.

El técnico sopesa que pueda haber inhumadas más de un centenar de personas, lo que la convertiría en la fosa común de la CAV con mayor número de víctimas resultante de un solo acontecimiento. “El historiador Jon Irazabal hizo una lista de víctimas que pasa de 300 y muchas de ellas podrían estar en estas zanjas”, agrega.

El Ayuntamiento de Durango tiene constancia del enigma y en varias ocasiones ha consultado a Aranzadi sobre esta curiosidad. “La intervención en el cementerio sería muy fácil. No hay que remover ni conciencias ni a personas inhumadas. Hay mucho sitio para que pueda entrar una excavadora”, analiza Jiménez. Resume que, en caso de que alguna familia lo solicitara o alguna institución lo impulsara, se comenzaría delimitando la zona y haciendo catas y prospecciones para saber si era una sola fosa o dos zanjas, por ejemplo.

Mapa de fosas En la actualidad no existe un trabajo exhaustivo sobre la presencia de fosas en cada pueblo de la CAV. Hay un mapa de zanjas del Gobierno vasco que Aranzadi va actualizando. Son alrededor de 54 las intervenciones realizadas por esta sociedad en la CAV y Nafarroa, en las que han recuperado 350 esqueletos. “Durango sigue siendo un interrogante. ¿Dónde se enterraron esas filas de muertos resultantes del bombardeo matinal y del vespertino del 31 de marzo?”, lanza la pregunta el experto consultado. En caso de que se solicitara el estudio de ese prado de la nada en el corazón del populoso cementerio municipal, lo primero sería “recabar información oral y documentarla sobre el terreno”.

Hasta la fecha, la Sociedad de Ciencias Aranzadi ha llegado a exhumar una treintena de cuerpos en una misma fosa. De ser verdad que en el camposanto de Durango hay un centenar de personas enterradas en una fosa común triplicaría ese dato, dejando constancia de la magnitud del hallazgo.

La anarquista de Sestao que intentó matar a Franco

La miliciana Julia Hermosilla -’Paquita’ en la resistencia- se ha convertido en un referente de mujer que combatió contra el fascismo en plena Guerra civil

Un reportaje de Iban Gorriti

Hermosilla, en su domicilio de Angelu en 2005 y en su época joven. Foto: Aitor Azurki/CNT Hermosilla, en su domicilio de Angelu en 2005 y en su época joven. Foto: Aitor Azurki/CNT

EL 30 de marzo de 2017 cumpliría 101 años, pero falleció en 2009 en Baiona. Ella, Julia Hermosilla, hija de cenetistas, pareja de cenetista, madre cenetista… En otras palabras, Paquita o Eugenia en la resistencia, la Revolucionaria para su círculo de amistades, participó en dos intentos de atentado contra el dictador español Franco. El primero aconteció, según ella, en 1948 “en Madrid” -aunque todo lleva a que fuera en la bahía de La Concha- y el segundo también en Donostia, en el palacio de Aiete.

El libro ‘Matar a Franco: los atentados contra el dictador’, de Antoni Batista, dice lo siguiente sobre el segundo. Que el anarquista Ángel Aransaez, pareja de Julia Hermosilla, conoció en la cárcel a uno de los fundadores de ETA, Julen Kerman de Madariaga y contactó con él para proponerle el pase de explosivos. Mientras tanto, Julia Hermosilla actuaba en Donostia como observadora del terreno y decidió ubicar el operativo del mando a distancia de explosión en la ladera del monte Ulia, “según fuentes anarquistas”, matiza el autor quien comprobado que no había visibilidad en ese lugar, estima que “el lugar debió ser el monte Urgull, y concretamente el Paso de los Curas, cercano con perfecta visibilidad sobre Aldapeta y línea sin interferencias para las ondas electromagnéticas”.

El libro Maizales bajo la lluvia, del periodista donostiarra Aitor Azurki, recoge el testimonio de Julia Hermosilla y su hijo Naiarin. Habla Julia: “Pues mira, pusimos la bomba debajo del puente, me parece que allí hay un hotel”. Su hijo le corrige: “No, no. Era en el palacio de Aiete, subiendo”.

Fuera como fuera, el intento “no salió bien porque se gastaron las pilas. El mando a distancia no funcionó”, agregaba Naiarin, quien iba más allá: “Entonces mandaron a mi madre a por ella, no fuera a explotar y hacer víctimas inocentes”. Otras fuentes consultadas estiman que el intento fue al traste “porque la lluvia mojó el explosivo”.

La libertaria vizcaina había tomado también parte en otro atentado -”uno aéreo en 1948 en Madrid”, valoraba – aunque todo apunta que se refiera al del 12 de septiembre de aquel año en La Concha de Donostia. Un avión proveniente de Iparralde sobrevoló la bahía. El plan no funcionó por la presencia de un hidroavión y cazas del Ejército del Aire. Los anarquistas decidieron posponer el ataque y conservar los explosivos que pudieron ser los que se utilizaron en Aiete.

De lo que no cabe ninguna duda es que Julia Hermosilla fue como ella decía “rebelde” siempre, de la CNT siempre, de Aransaez siempre… “Nuestra vida ha sido siempre de aventuras”, concluía en el libro Maizales bajo la lluvia , quien conoció a históricas personalidades como Isaac Puente, Ramón Rubial, los lehendakaris Aguirre y Leizaola, y era amiga de Telesforo Monzón, entre otros, y quien como miliciana perdió casi el sentido el oído en el bombardeo histórico de Otxandio donde al estallar la guerra no dudó en ir a defender la villa y Villarreal (Legutio).

Aitor Azurki trató de conocerle en 2006 porque “tenía todos los elementos para entrevistarla: mujer feminista, antifascista, miliciana, herida en la guerra y exiliada y luchadora antifranquista. No lo dudé. Era ese tipo de personas que te cambia la visión de la vida, ese tipo de personas que todo el mundo debería conocer al menos una vez en la vida porque, a través de sus palabras, de su vida se reconstruía el devenir de nuestro pueblo, la lucha de la sociedad por la libertad”.

Le costó reiteradas llamadas poder entrevistarle por su salud, pero llegó el día y acudió a su casa de Angelu, Lapurdi, y hablaron largo y tendido. “De su lucha por la libertad e igualdad como mujer -feminismo, diríamos hoy, por supuesto-, de anticonceptivos, de la visión machista de aquella sociedad, de su lucha anarquista, de su amor Aransáez, de la lucha en la Guerra, de la ‘derrota’ y el exilio, de formar una familia fuera del odio y siempre a favor de la cultura, del amor por Euskal Herria y el euskera, de su activa lucha antifranquista desde Iparralde…”

Hermosilla fue aquella niña de 14 años que no dudó en ser de la CNT con solo 14 y a la que sus compañeros le llamaron “mocosa” con 18 primaveras cuando quiso salir pitando a luchar en la revolución de Asturias de 1934 con su buzo y pistola de Eibar. Regresó junto a su pareja Ángel Aransaez -hijo del histórico riojano Saturnino Aransaez- y se plantó en julio de 1936 en Otxandio a batallar contra los golpistas. “En Julia y su familia se puede ver nítidamente el sacrificio, la humanidad, tenacidad y compromiso por un ideal, una mujer, un pueblo por su libertad tanto individual como colectiva. Julia -concluye Azurki- fue, en muchísimos aspectos, auténtica vanguardia revolucionaria”.

De monedas vascas y ‘eliodoros’ bilbainos

El ministro de Hacienda del Gobierno Provisional de Euzkadi, Eliodoro de la Torre, decretó emitir monedas en Bélgica, y billetes por el Banco de España en Bilbao.

Un reportaje de Iban Gorriti

El Gobierno Provisional de Euzkadi contó con moneda propia en 1937, cuando la Guerra Civil avanzaba derivada de un intento de golpe de estado militar. Bien lo sabe Juan Zorrilla (Durango, 1976), amante de la numismática que se presenta como “guardián de la historia”, por su amplia colección de monedas y billetes. “Tengo desde romana, a medieval, contemporánea, pero las de 1 y 2 pesetas de Euzkadi o los billetes del Banco de Bilbao con esa calidad de reversos dibujados por Nicolás Martínez Ortiz tienen para mí algo especial por lo que ocurrió y no hace tanto tiempo”, valora quien el domingo pasado impartió uno de sus talleres numismáticos en Getxo para la asociación Adimac (Asociación para el Desarrollo Integral de Menores con Altas Capacidades).

Zorrilla consulta la obra de la licenciada en Historia Carolina Corporales para contextualizar cómo se acuñó aquel dinero vasco. El 16 de enero de 1937, el Gobierno Provisional de Euzkadi acuñó moneda metálica por valor de 1 y 2 pesetas y retiró de la circulación los talones prohibidos por el Gobierno español, que fueron canjeados por talones emitidos también contra cuentas corrientes abiertas en el Banco de España.

En esta segunda serie, emitieron billetes de 5 a 1.000 pesetas. Estos mostraban, y siguen haciéndolo a día de hoy, motivos de la cultura y la economía vascas, como la Universidad Pontificia de Oñate, la ría de Bilbao, los Altos Hornos o escenas de pesca y laboreo.

Las monedas, acuñadas en Bélgica, mostraban en el anverso a una matrona con gorro frigio -que recuerda a la marsellesa francesa y que “otros países como Argentina también exhibían en sus monedas”-, flanqueada por la leyenda Gobierno de Euzkadi. Tras la toma de Bilbao por el bando faccioso el 19 de mayo de 1937, Corporales ilustra que los billetes de Euskadi circularon por Catalunya, adonde fueron a parar muchos refugiados vascos y se instaló el Gobierno vasco en el exilio. La Generalitat autorizó su uso, habilitados con sellos de caucho que contenían el escudo de Euskadi y la leyenda Delegación de Hacienda del Gobierno de Euzkadi en Cataluña, en euskera y castellano.

Los billetes vascos se conocieron con el nombre de eliodoros en aquelos tiempos de contienda, porque fue el Consejero de Hacienda del Gobierno Provisional de Euzkadi, Heliodoro de la Torre (PNV), quien mandó emitirlos a través de un decreto. “Las monedas se hicieron en Bélgica y solo muestran leyendas del Gobierno de Euzkadi, sin embargo los billetes estaban avalados por el Banco de España y expedidos en Bilbao”, subraya Zorrilla.

Los motivos de los reversos de los billetes se encargaron a uno de los mejores pintores, cartelistas, muralistas y grabadores vascos de la época como fue Nicolás Martínez Ortiz (Bilbao, 1907 – 1991). “Son de una belleza absoluta. A mí me flipan. En diseño también son excepcionales los históricos alemanes o austriacos”, compara.

En el caso de los eliodoros bilbainos estaban adornados con motivos tradicionales vascos, como el pastor con perro, la fachada de la Universidad de Oñate, remeros vascos, el puente levadizo de Deusto, o el baserritarra arando con la pareja de bueyes. “Durante aquel tiempo la escasez monetaria fue muy común”, enfatiza el coleccionista durangarra quien en su colección también custodia monedas y medallas curiosas que se emitieron en las provincias vascas. “Tengo dos del Café Oriental de Donostia que se emitieron con leyendas en francés, la propia ciudad se escribe como St. Sébastien. También unas anteriores a la Guerra Civil de una cooperativa de Azkoitia e, incluso, una de cartón con un sello sobre ella. A estas hay que sumar medallas de conmemoraciones como una de la línea del tren Bilbao-Durango. Eran habituales”, agrega Zorrilla.

El vizcaino remite a un trabajo de Miguel Martorell para poner fecha a la emisión de los billetes bilbainos del Banco de España. Hubo dos entregas: la primera de ellas en agosto-septiembre de 1936 y la segunda en el mes de enero de 1937. Estos talones contaban con un sello que incluía la leyenda Tiene fondos. En 1937 el Gobierno vasco también acuñó monedas de 1 y 2 pesetas en níquel, antes de que en el mes de junio de 1937 las tropas de los generales golpistas y aliados tomasen Bilbao el 19 de junio de aquel año.

Zorrilla completa esta colección sobre la Guerra Civil relacionada con los billetes de la Segunda República. “El Ministerio de Hacienda, emitió monedas y billetes que cuentan con la inscripción de República que para mí también tienen algo especial”, valora quien en sus 15 años de coleccionista ha recopilado curiosidades del carlismo, un dinero medieval de Enrique III de 1390 o moneda romana. Por cierto, las monedas no hay que limpiarlas, nada de sumergirlas en refresco de cola. “No, limpiarlas nunca”, concluye.

Protagonistas ‘invisibles’: el papel de la mujer en la Zamakolada (1804)

La amenaza de que los jóvenes vizcainos fueran reclutados a la fuerza para combatir en el Ejército español llevó en 1804 a miles de hombres y mujeres del Señorío a arremeter contra las autoridades por la ‘traición’ cometida contra su pueblo

Un reportaje de Luis de Guezala

QUE nos los llevan! ¡Que nos los llevan!”. Dicen que este grito se extendió por Madrid al suponerse el traslado de parte de la familia real por las tropas francesas el 2 de mayo de 1808. Mucho menos recordado es que cuatro años antes, en agosto de 1804, el mismo grito había sido lanzado por miles de vizcainas y vizcainos, pero no para referirse a ninguna distinguida familia coronada, sino a sus propios hijos, temiendo que fueran reclutados forzosamente para combatir en las guerras en Europa.

La noticia de esa posibilidad la fueron trayendo a todas las localidades de Bizkaia sus respectivos apoderados en las Juntas Generales -celebradas en Gernika entre el 23 de julio y el 1 de agosto de 1804- según fueron regresando a ellas. La reacción popular fue prácticamente unánime en todo el Señorío. Se extendió así la noticia de que “los solteros tenían que ir a servir al Rey en sus ejércitos, y que podían dejar de sembrar sus tierras”.

Aquello se consideró una traición de las autoridades vizcainas hacia su propio pueblo. Al lugar donde tenían residencia, Bilbao, comenzaron a dirigirse desde muchas anteiglesias hombres y mujeres, los primeros bajando desde Begoña, al grito de “¡Muera don Simón de Zamacola! ¡Muera el corregidor! ¡Muera el consultor! ¡Mueran los diputados generales! ¡Y mueran todos los zamacolistas!”.

Las asambleas de muchas localidades decidieron mandar a Bilbao destacamentos de ese ejército popular al que se pretendía eliminar para obtener una copia del nuevo plan militar, conocerlo y apresar a las autoridades que lo habían permitido, como de hecho hicieron, “no para maltratarlos sino para entregarlos a la Justicia”. Un antiguo diputado general, Pedro Francisco de Abendaño, fue también detenido y obligado a firmar un documento en el que se declaraba “buen patriense” y decidido a defender los fueros.

En toda la revuelta, afortunadamente, no hubo una sola víctima mortal. Esto posiblemente se debió, en gran parte, a que las anteiglesias vizcainas utilizaron su propio ejército local, organizado y disciplinado, con sus propios mandos. También pudo colaborar la rápida fuga de Bizkaia de Zamacola y sus más destacados partidarios, al llegarles rumores como el de que los jóvenes de Abando habían comprado cuchillos “para matar a cualquiera que les fuese a atar para llevarles soldados”.

Las cargueras que trabajaban en el Arenal resumieron muy bien el sentir popular gritando “que sus hijos no irían soldados; que fueran a servir al Rey los que los habían ofrecido”.

La mujer en la Zamakolada Coinciden muchos relatos sobre la Zamakolada en señalar como la primera de sus expresiones estos gritos de las mujeres que trabajaban en la carga y descarga de los buques que atracaban en El Arenal bilbaino. Actividad que, por su dureza, solía sorprender que fuera realizada por mujeres a muchos de nuestros visitantes, quienes dejaron constancia del hecho en sus testimonios, así como de su participación en duras tareas agrícolas que en otros países quedaban reservadas para los hombres.

Podemos, por tanto, concluir, en que el protagonismo de las mujeres en la Zamakolada fue primordial, desde su principio, originándolo incluso de una manera que recuerda a otra actividad también tradicionalmente desempañada por mujeres, las llamadoras que en las localidades costeras despertaban con sus gritos a los arrantzales al amanecer.

La alarma de perder a los hombres, a sus maridos y, más específicamente, a sus hijos, la dieron, así, las mujeres con los referidos gritos de “que sus hijos no irían soldados; que fueran a servir al Rey los que los habían ofrecido”.

Puede considerarse que fue protagonista de la Zamakolada el propio ejército de Bizkaia, que era popular y estaba organizado en cada localidad, con sus propios mandos y estructura, y con sus propias armas. La principal excepción que cabría hacer a esta interpretación del ejército popular vizcaino movilizado, distinguible de su actuación en guerras o conflictos armados sería, precisamente, la participación de las mujeres.

Los relatos y testimonios que consulté durante mi investigación sobre la Zamakolada, con motivo de mi tesis sobre este acontecimiento, prácticamente invisibilizaban la participación femenina o apenas hacían referencia a ella.

Posteriormente a la lectura de mi tesis he podido conocer otro testimonio sobre aquel acontecimiento, importante entre otras razones porque sí destacaba su papel. Se trata del relato de Mariano Luis de Urquijo, rescatado del pasado por el historiador Aleix Romero Peña en el curso de su investigación sobre este interesante personaje histórico.

Urquijo mencionó a las mujeres que participaron en la Zamakolada de forma poco elegante pero muy descriptiva al relatar los problemas que tuvieron él y otros destacados notables vizcainos en sus intentos de rescatar a las autoridades apresadas. Que habiendo sido detenidas en Bilbao habían sido trasladadas, cruzando la ría, a lo que entonces era la anteiglesia de Abando, quedando encarceladas en el cepo de su edificio municipal, junto a la iglesia de San Vicente que todavía se conserva, estando ocupados los terrenos que rodeaban al edificio, hoy Jardines de Albia, por cerca de dos mil vizcainos puestos en armas con sus bayonetas caladas.

La comitiva de rescate, encabezada por el propio Urquijo, su padre, Francisco, y el almirante José de Mazarredo, acompañados por algunos miembros del Ayuntamiento de Bilbao, como José María de Murga, tuvo grandes dificultades y corrió riesgos no solo para liberar a los detenidos garantizando personalmente su custodia sino incluso para atravesar la multitud y llegar al Ayuntamiento de Abando y, sobre todo, después para regresar con ellos sanos y salvos a Bilbao.

En la memoria que Murga escribió, muy detallada, solo hay referencias a hombres. Las mujeres que estuvieron en Jardines de Albia habrían permanecido invisibles para la Historia si solo hubiera sido por su testimonio. Afortunadamente el relato de Urquijo nos ha permitido conocer su presencia y protagonismo, con pocas palabras que dicen mucho:

“Apenas nos vimos en el campo con ellos, cuando las mujeres, que son las peores en todas las conmociones, principiaron a insultar a los hombres porque los dejaban llevar, y entonces ellos, agolpándose en torno sobre nosotros, nos los arrancaron [los presos] de los brazos; y por dos veces, a no haber hurtado el cuerpo, me hubieran traspasado con las bayonetas.”

Las bayonetas las usaban los hombres, pero parece, por este relato, que atendiendo a razonamientos de mujeres que se daban cuenta las primeras de lo que estaba pasando al liberarse a los apresados por “traidores a la Patria”. “Las peores” en opinión de Urquijo, pudieran ser “las mejores” según como interpretemos los hechos.

Protagonizando el rescate, y junto a Urquijo, destacó el almirante Mazarredo. Gracias a su relato podemos tener una idea del importante porcentaje de mujeres que había entre los vizcainos protagonistas de la Zamakolada: “Había más de dos mil personas, un quinto de las cuales serían mujeres”.

Junto a estos testimonios, escasos pero muy reveladores a pesar de su parquedad, han pasado también a la Historia algunas mujeres por ser reconocida su participación en la Zamakolada, lamentablemente, por las condenas que sufrieron.

Fueron estas, en proporción muy menor respecto a los cientos de hombres condenados, en general a penas mucho más graves:

La pena mayor le correspondió a María Manuela de Sarraga, de Erandio, condenada a seis años de prisión en la casa galera de Zaragoza. Teresa de Hurtado, de Abando, y Juana de Aresti, de Tres Concejos, fueron castigadas con cuatro años de destierro. María Antonia de Gana, María Martín de Rivera, Catalina de Sarria, María Luisa de Arriola y María Ángela de Basáñez, de Abando; María Catalina de Larrazabal y Francisca de Egurrola, de Bilbao, dos años de destierro. Concepción de Landaluce (relacionada como mujer de José de Aretxaga) fue condenada a una multa de 400 ducados o cuatro años de destierro.

Finalmente fueron apercibidas “para que en lo sucesivo se abstengan de cometer los excesos que contra ellas resultan, pena que si reincidiesen, serán tratadas con el rigor que previenen las leyes”: Josefa de Urizar, de Begoña; Brígida de Usabel, María Vicenta Palacio, Xaviera de Arbide, Asensia de Olascoaga, Úrsula de Barroeta y Francisca Paula de Basterrechea, de Bilbao, y Juana Aguirre, de Erandio.

En total, once mujeres condenadas y siete apercibidas desde Aranjuez un 23 de mayo de 1805. Como comenté en el Symposium sobre Mujeres en la Historia de Bilbao, celebrado recientemente en Bidebarrieta, aquellas mujeres fueron solo visibles para la justicia impartida en nombre del rey de España por José Antonio Caballero, e invisibles para la Historia. Hasta hoy.