‘James Masterton’, la voz vasca de la BBC

Alberto Onaindia, un sacerdote abertzale que continuó su lucha por la libertad en la Inglaterra asediada por el fascismo

Iñaki Goiogana . Lekeitio

EL 25 de junio de 1940 fue un día afortunado para Alberto Onaindia. Al igual que lo fue el 11 del mismo mes. Aquel día, ante la inminente entrada de los alemanes en la capital francesa, cuando casi todos los que tenían posibilidades de huir se habían marchado, logró un coche que lo sacara de París y lo transportara hasta Burdeos. El coche pertenecía a la embajada chilena y entre los que evacuaron en el mismo viaje se hallaba otro vasco, el dirigente comunista navarro Jesús Monzón. De la ciudad girondina pasó a Iparralde, donde se desesperó buscando una salida al atolladero en el que se encontraba: no podía cruzar la frontera hispano-francesa pues los méritos contraídos contra el franquismo eran numerosos y no deseaba quedarse en territorio francés colaboracionista con Alemania.

La solución se dio esa mañana del 25 de junio. El puerto de San Juan de Luz había sido el elegido para embarcar a las tropas polacas en retirada y en eso se hallaban sabedores de que quedaban pocas horas antes de que llegaran los alemanes al País Vasco. En esa tesitura, el puerto de San Juan de Luz se hallaba abarrotado de soldados polacos, además de numerosos refugiados que también deseaban embarcar y huir de la ocupación. Don Alberto, haciendo uso de arrojo e imaginación, pudo llegar hasta el general polaco que dirigía las operaciones, de quien logró una tarjeta de visita. Armado de este documento, no dudó en saltar a una canoa que hacía el servicio entre el muelle y un destructor y se presentó ante el comandante de éste. El destructor, poco después de que embarcara Onaindia, recibió orden de zarpar y, aunque lo hubiese deseado, don Alberto ya no habría podido desembarcar. El 26 de junio, junto a otros muchos refugiados de diferente procedencia llegados a Inglaterra, se hallaba ya en un centro de internamiento.

Amistad con el lehendakari

Don Alberto tenía motivos para no traspasar la muga y, en efecto, así era. Nacido tal día como hoy, festividad de San Andrés, en Markina en 1902, se licenció en Teología en la Gregoriana y se doctoró en el Angelicum, universidades eclesiásticas romanas del máximo prestigio. En 1928 obtuvo por oposición una canonjía en la catedral de Valladolid y en esta ciudad castellana se inició en labores de acción católica. En 1932, una vez establecida la República, reclamado por el obispo de Vitoria Mateo Múgica, se estableció en Las Arenas, en la parroquia de Las Mercedes, dedicado también a labores de pastoral de acción católica, especialmente con jóvenes y obreros. En estos años republicanos trabó estrecha relación con el que sería lehendakari José Antonio Aguirre, no solo porque Aguirre fuera feligrés de Las Mercedes, sino también porque Sigue leyendo ‘James Masterton’, la voz vasca de la BBC

El valor de los símbolos en la construcción de la nación vasca

Una idea moderna de nación impulsó a Sabino Arana a dotar al pueblo vasco de los símbolos básicos: nombre, bandera, himno e impulso del euskera

José Ramón Blázquez

Bilbao. La construcción de una nación es un proyecto largo, complejo y hasta cierto punto inacabable, porque la evolución histórica somete a los pueblos diferenciados a fuertes tensiones en su relación con los demás países y en su cohesión y convivencia interna. Un pueblo nace y se hace. Tiene un origen y unas raíces, pero constituirse como nación propia implica, entre otros esfuerzos, dotarse de elementos esenciales que la hagan reconocible hacia dentro y hacia fuera, una conceptualización política, cultural, económica y social que se plasma en instituciones y elementos simbólicos que visualizan su existencia y devenir. Así como las personas poseemos identidad (nombre, rostro, carácter, huellas…) también las sociedades precisan de una identidad comunitaria. Y tiene una enorme importancia, por mucho que se frivolice el valor de los símbolos comunes.

HOMENAJE A LA IKURRIÑA EN GORBEA

 

Euskadi es una nación tardía y todavía en construcción. Es gracias a la visión -muy avanzada en términos históricos- de Sabino Arana a lo largo de su trayectoria política que hoy los vascos tenemos un potente sentimiento nacional que actúa como criterio positivo frente a la sangría del provincialismo y la dispersión en España. Contra esa desestructuración de los territorios y la disgregación de la identidad vasca, Sabino va construyendo la idea de una nación que, aún reuniendo todos los factores que definen un pueblo diferenciado (lengua, cultura, territorio, historia, mitos e incluso ciertos factores étnicos), no disponía de los elementos simbólicos elementales. A esa tarea consagrará buena parte de su joven vida y no se puede decir que fracasara, pues hoy la nación vasca dispone del nombre, la bandera y el himno creados por él, junto a una mayor conciencia por la pervivencia del euskera.

Sabino no solo fundó el Partido Nacionalista Vasco, sino que puso los cimientos de la nación vasca moderna, un proyecto que con el tiempo trascendería de los límites partidistas para ser asimilado por otras corrientes políticas, incluso, en parte, por quienes niegan la existencia de la nación vasca. La esencia de la aportación sabiniana al propósito nacional es la unificación frente a la dispersión de lo vasco y su preocupación por fijar la identidad del país, más allá de lo cultural, dotándole en primer lugar de nombre. ¿Qué clase de país puede construirse sin una denominación común? Sabino tuvo que aventurarse con propuestas que algunos discuten hoy sacándolas de su contexto histórico. No se puede dejar pasar que la dotación simbólica de un pueblo no solo es una necesidad de pura operatividad política, un instrumento, sino que también responde a un impulso emocional, pues emocional es también la idea de nación.

El activismo de Sabino Arana fue empujado a la política por tres grandes motivos: su propia circunstancia familiar tras la derrota carlista, la realidad histórica que le tocó vivir (la abolición foral) y su particular sensibilidad hacia la cultura vasca y el euskera. Sabino fue carlista per accidens hasta los 17 años Sin embargo, el sentimiento de derrota, lejos de ahogarse en la frustración, le llevó a un gran activismo propagandístico como método de movilización del espíritu de la sociedad de su tiempo para definir para el pueblo vasco un proyecto similar al de otras naciones europeas, surgidas a lo largo del siglo XIX.

El activismo sabiniano para sacar del desencanto a sus coetáneos se concretó en un enorme esfuerzo como editor y articulista. El periódico Bizkaitarra fue su primera herramienta de lucha en prensa, desde junio 1893 hasta su suspensión gubernativa en 1895. Le siguió el semanario dominical Baserritarra, en 1897. Ya en 1989 se bregó en El Correo Vasco, primer diario nacionalista; y posteriormente, en 1901, en la revista Euzkadi y ese mismo año en el semanario La Patria. Hay que subrayar que el intenso trabajo editorial y propagandístico de Sabino supuso no solo un gran sacrificio personal y familiar, sino que también le ocasionó varios procesamientos judiciales y su ingreso en prisión. La tenacidad de Sabino le llevó, más allá de los excesos verbales, tan corrientes en su tiempo, a ser un incansable publicista y un polemista nato.

A lo largo de sus numerosos escritos va quedando constancia de la necesidad de unificar política e institucionalmente el vasquismo, que abarcaba tanto a aquellos que se sentían motivados por la supervivencia de los rasgos de identidad cultural, como a quienes (los fueristas) se pertrechaban en la defensa de las antiguas leyes como residuo de la soberanía original de los vascos. Desde su obsesión por la grafía, toponimia y gramática euskericas a la «implantación del patriotismo» -presente en el Discurso de Larrazabal- fue dando paso sucesivamente a sus aportaciones simbólicas para vertebrar el proyecto nacional, inicialmente vizcaíno.

Euskadi Los símbolos (lingüísticos, icónicos y sonoros) no crecen los árboles, ni se extraen como el mineral de las minas, ni tampoco provienen del cielo o del cosmos finito. Son construcciones humanas, generalmente derivadas de otras precedentes o combinaciones de distintos orígenes y evoluciones. Los símbolos son esencialmente artificiales, con mayor o menor carga de arbitrariedad. En este sentido, resulta bastante ridículo que, por purismo académico o afán partidista, se trate de menoscabar las aportaciones simbólicas de Sabino. No existen los símbolos puros, como tampoco las ideas y las biografías humanas. Todo es creación o recreación. ¿Se entiende el mundo y su mosaico de naciones sin los mitos, esas invenciones o manipulaciones de lo acontecido?

¿Es el nombre de la nación vasca, Euzkadi, un neologismo? ¿Y qué importancia tiene eso, más allá del debate filológico o de las aviesas intenciones ideológicas con que se examinan las creaciones simbólicas del nacionalismo vasco? Para unos, Euzkadi es una construcción lingüística original de Arana a partir de la raíz «euzk» con el añadido de sufijo «di», que significaría abundancia de algo, con lo que Euzkadi equivaldría a ser «lugar de los vascos», mejor o peor elaborada al aplicar dicho sufijo a un grupo humano. Para otros, Euzkadi tiene su precedente en las palabras «Euskari» o «Euskaria», o al término «Euzkadia» aparecida en una poesía de 1862, incluso como deformación de la palabra «Vizcaya».

Comprendo la preocupación etimológica de unos y los ardores antinacionalistas de otros; pero a efectos de la construcción nacional efectiva y del valor simbólico de los elementos que la identifican el debate sobre la palabra Euzkadi carece de relevancia. Insisto en el ridículo intelectual del purismo, algo que también podría aplicarse a quienes no aceptan que finalmente se haya impuesto la grafía Euskadi, con s. Los símbolos no son estáticos y están a merced del desgaste y evolución en su uso. Lo de menos es que la nación vasca se denomine Euskadi o, como también se pretende por ciertos sectores, Euskalherria, que Sabino rechazaba porque solo se podría aplicar a las zonas vascófonas. La aportación cualitativa de Arana es haber dotado a este pueblo de una denominación fija y con ella un enorme caudal de confianza en sí misma para su configuración como país diferenciado e independiente. «Euskotarren Aberria Euzkadi da», Euzkadi es la Patria de los vascos, es sobre todo una declaración de autoestima.

La obsesión por el euskera Escribía Sabino: «El euskara es, pues, elemento esencial de la nación euskalduna; sin él las instituciones de esta son imposibles. La desaparición del euskara causaría irremisiblemente la ruina de aquella nación, que moriría como muere la hoja en otoño al ser privada por la naturaleza de la savia nutritiva…». La preocupación casi obsesiva de Arana por el euskera fue una de las constantes de su vida, consciente del valor de la lengua como elemento identificador de un país. Se podrán discutir algunos de sus enfoques lingüísticos, pero es innegable que su labor de proyección del euskera fueron determinantes para que la sociedad vasca tomara conciencia sobre la preservación de su lengua. Sus numerosos trabajos en torno a las etimologías, los nombres, la toponimia y la ortografía euskerica dan prueban de que su interés era más práctico que teórico.

En su actitud hacia el euskera, Sabino Arana es la contrafigura de su coetáneo y paisano Miguel de Unamuno, quien previera y aceptase la muerte del euskera como un hecho inevitable. Sabino no solo creyó que tal desaparición era remediable, sino que ese hecho se llevaría consigo a todo un pueblo. El fatalismo nacional de Unamuno, como la de otras personalidades de su tiempo, motivó a Sabino a redoblar sus esfuerzos por ofrecer un proyecto moderno de nación, que conservara sus señas de identidad tradicionales y asumiera otras, renovadas.

Nación, bandera, himno Probablemente, la ikurriña es el símbolo nacional vasco -creada por Arana junto a su hermano Luis- que mayor solidez mantiene en la Euskadi actual. La bandera se izó por primera vez en el Euskeldun Batzoki el 14 de julio de 1894. Mucho antes, Sabino ya había manifestado su preocupación heráldica al defender en su etapa de la Diputación de Bizkaia el mantenimiento de la cruz en su escudo. ¿Y por qué creyó que la nación vasca necesitaba una enseña? Porque la de Bizkaia era prácticamente inexistente y porque ante un proyecto de independencia era fundamental otorgarle un signo con mayor carga significativa.

Como las banderas no nacen por generación espontánea, sino que son diseñadas por alguien en un momento dado a partir de elementos simbólicos previos, también la ikurriña fue el resultado de una combinación de elementos: el fondo rojo el del escudo de Bizkaia, la cruz blanca simboliza a Dios y la cruz verde es la de San Andrés, con lo que se visualiza el árbol de Gernika y se hace real el lema «Jaungoikoa eta Lege Zarra», Dios y las leyes viejas. Sabino consigue así concretar lo que anteriormente no se había conseguido, en la Gamazada o las tentativas de Irurac bat (las tres en una), estrictamente vascongada, o Laurac bat (las cuatro en una) de 1859.

En una obra de teatro, La bandera fenicia, Sabino dice por medio de uno de sus personajes: «No todas las naciones han tenido bandera hasta los tiempos modernos. Todas si tuvieron escudos desde los tiempos de la Edad Media. Casi todos ellos lo han sido primitivamente de individuos particulares, de señores feudales. El de Bizkaya, en cambio, no es el escudo de sus Señores: es el de la República Bizkaina. No hay en él más que los dos lobos que representan a los Señores, y de ellos haremos caso omiso los nacionalistas cuando nos parezca oportuno, porque no somos partidarios de la forma señorial, la cual se puede abolir porque es accidental en las instituciones bizkainas, y se debe abolir porque es perjudicial para la nación».

El himno nacional fue otra de las aportaciones simbólicas de Arana. La música de Eusko Abendaren Ereserkia, himno de la patria vasca, ya existía y se trataba de una melodía popular y anónima que antiguamente sonaba como saludo a la bandera y al comienzo de los bailes. Sabino compuso una letra en la que se resaltaba la identificación religiosa de Euskadi. Hoy este himno es el oficial de la CAV, pero sin letra en razón de la aconfesionalidad de las instituciones democráticas. Este símbolo musical, originalmente del PNV, representa la intensa emoción de la patria vasca y queda como legado de Sabino Arana al proyecto de nación al que dotó de razón y de símbolos.

Por mucho que la sociedad actual parezca diluirse en una cierta iconoclastia, no hay duda de que la fortaleza de los símbolos comunes (nombre, bandera, himnos y el euskera) son un valor reconocido por la mayoría de los ciudadanos vascos y contribuyen con su sentido emocional a la consolidación de Euskadi como nación.

Los niños de la guerra: libros escondidos y voces extrañas

La casa de la familia Lopezortega en la bilbaina calle Buenos Aires guardó durante el franquismo los recuerdos en ruso de un niño evacuado en la guerra

Joseba Lopezortega. Amorebieta-Etxano

EN la madrugada (en realidad noche cerrada) del 14 de junio de 1937, tres días antes de la caída de Bilbao en manos de las tropas fascistas, centenares de niños vascos escucharon el inolvidable sonido de un tren avanzando camino a Santur-tzi, puerto en el que iban a embarcar en el Habana: al sonido del tren sucedió el de la bocina de un enorme buque. Demasiados sonidos para aquellos niños y niñas. Entre ambos, y antes y después de ambos, se hace doloroso pensar en los llantos y frases y caricias que debieron intercambiarse, llenos de urgencia y desgarro. Mi aita, Fidel Lopezortega Tellaetxe, era uno de aquellos niños. Pertenecía a un grupo que pocos días después, en el puerto de Pauillac, una pequeña localidad celebérrima por sus vinos situada en la orilla oeste de la desembocadura del Garona, trasbordó al Sontay, un mercante a bordo del cual navegó hasta el puerto de Leningrado, actual San Petersburgo. Al puerto ruso llegaron unos quinientos niños vascos.

Fidel, que había cumplido diez años veintidós días antes de embarcarse, fue operado de urgencia a su llegada a la ciudad del Neva. Fue una cirugía muy seria para la época, que precisaba de una trepanación. Salió con bien, y tras la convalecencia viajó de nuevo en tren, esta vez hasta Kiev, actual capital de Ucrania, donde se reencontró con numerosos niños vascos en la Casa de Niños número 13. Allí, en Kiev, estaban los niños y niñas cuando la ciudad fue copada por las tropas alemanas cuatro años después.

Aquel niño, ya un adolescente, sobrevivió en el Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial no sin pasar por terribles vicisitudes, y al concluir la guerra continuó recibiendo formación y se desenvolvió en la Rusia de Stalin. El gobierno de Franco no mantenía relaciones diplomáticas con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y regresar era sencillamente imposible por distintas razones. Pero Stalin murió en 1953, en 1955 España fue admitida en las Naciones Unidas, y a finales de los años cincuenta una parte de los niños de la guerra emigrados a Rusia regresó a sus países de origen. Fidel Lopezortega estaba entre ellos.

El regreso

Fidel llegó a Bilbao en 1957, tras atravesar el Mediterráneo desde Odesa hasta el puerto de Castellón en uno de los viajes de repatriación acordados entre ambos países. Llevaba en una maleta algunos enseres personales, y en otra una cámara fotográfica Kiev, para negativo de 35 mm., y una ampliadora. Sabía que su padre era fotógrafo y él deseaba reencontrar a su familia y sumarse a ese oficio. Pero el regreso no era fácil. En un marco global, las autoridades franquistas acogieron a los repatriados con una duplicidad repugnante. Por un lado, premiaron a quienes accedieron a participar en la propaganda del régimen, que tenía interés en mostrarse como el país que volvía a abrazar a unos niños y niñas que llegaban desde el infierno comunista, pero por otro lado sospechaban de ellos: temían que fueran prosoviéticos, y que pudieran dedicarse a actividades de espionaje. En el caso de Fidel las sospechas fueron particularmente intensas. Tras sus estudios, él había sido asignado en la URSS al cuerpo de ferrocarriles, y en esa actividad transportaba tanques desde una fábrica siberiana a un emplazamiento en los Urales. Cuando supieron a qué se había dedicado, las autoridades franquistas lo pusieron en conocimiento de los norteamericanos, con quienes a partir de 1953 el franquismo fue tejiendo una relación de devoto alineamiento. La inteligencia norteamericana, que tenía gran interés en saber todo lo posible del armamento soviético, no dudó en trasladarle a Madrid para someterle a interrogatorios. Pero Fidel no sabía nada de tanques, solo veía sobre los trenes unas enormes y pesadas moles cubiertas de lonas. Hay que recordar que no existían los satélites, y que de hecho el primero fue lanzado el 4 de octubre de 1957, cuando Fidel ya había regresado a Bilbao. Era el Sputnik I. La URSS y los Estados Unidos estaban por tanto ciegos, sin satélites, y ambos deseaban ver a través de los ojos de posibles testigos. Fidel fue uno de ellos, aunque completamente insatisfactorio para los norteamericanos.

En el hogar

Como consecuencia de un suceso bélico, concretamente una bomba que cayó de pleno en un refugio mientras él estaba fuera, Fidel fue el único superviviente de un gran contingente de niños de la guerra y profesores que se dirigía hacia el Este desde Kiev, huyendo de los panzers y los aviones alemanes. En el caos de la guerra, nadie supo que Fidel había sido rescatado de entre los cascotes con vida, y se comunicó a las autoridades internacionales que todo el contingente había perecido. De este modo, su familia recibió en Bilbao la noticia de su fallecimiento, y se le dio por muerto. Sin comunicaciones, sin correspondencia ni posibilidad de contacto, el hombre maduro y educado en otros valores y en otra cultura que llamó a la puerta de su hogar infantil veinte años después de abandonarlo, fue una auténtica aparición, e inevitablemente vino a trastocar el paisaje ya acomodado a su pérdida que había construido su familia. Comenzó a trabajar en la fotografía homónima, Fidel, que regentaba su padre y que ocupaba la primera planta del número 21 de la calle Buenos Aires de Bilbao, actual número 15. Allí, en un piso enorme, mitad vivienda, mitad negocio, en una tarde cualquiera de finales de los 60, o quizá muy a inicios de los años 70, tuve yo un primer conocimiento de la vida de mi aita en Rusia. Mis abuelos paternos ya habían fallecido. Hablar de aquella tarde es, tras este extenso prólogo, el objeto de este texto.

Libros escondidos, voces extrañas

Había en aquella casa distintas zonas con libros, pero entre todas destacaba un mueble de madera en la sala de estar, sesentón, de aquellos que ocultaban un pequeño mueble bar esférico tras una puerta y tenían un par de estanterías sobre unas patas redondeadas que se iban estrechando al llegar al suelo. En alguno de mis juegos descubrí que, escondidos tras los libros visibles, había otros ocultos, cuyas letras no entendía. Eran caracteres cirílicos, y me resultaban tan incomprensibles que pronto los olvidé, porque ni siquiera llegaron a atraer mi curiosidad. Pasó el tiempo. El hogar de mi infancia era alargado, dominado por un pasillo muy largo y ancho, y mi hermano Aitor y yo teníamos prohibido acceder a la zona de la fotografía en los horarios en que se atendía a la clientela, un mandato que no siempre cumplíamos, pero que en general respetábamos. Ambas zonas de la casa estaban divididas por una gran puerta batiente de dos hojas, y aquella zona donde aita y ama trabajaban nos imponía mucho respeto. La zona de trabajo constaba de un recibidor, un taller con el secadero de papel fotográfico y el retocador, un laboratorio con tiradora, ampliadoras y cubetas con químicos (revelador y fijador) y agua, un cuarto oscuro para la carga de placas y negativos y la galería, con sus grandes focos y una enorme cámara de madera y fuelle, para placas de hasta 24×30 cm. Era una zona realmente excitante para un niño, y explorarla tenía cierto componente de aventura. Allí, en el taller, descubrí por vez primera a mi aita hablando en una lengua ininteligible: el ruso. Le acompañaban Elo y Ramón, dos niños de la guerra que también habían decidido regresar de la URSS. No les entendía, pero me quedé escuchándoles. La situación ejercía cierta fascinación: era como descubrir que tenía dos aitas. De hecho los tenía: uno el padre de familia trabajador, otro el que escondía de la curiosidad ajena su otra lengua y sus otros libros. Resultó que aquel grupo se reunía para hablar en ruso con alguna frecuencia, y consideraban sensato ocultarlo a los niños. Franquismo. Y durante el franquismo no sólo era posible tener dos aitas, también había dos Bilbao. Al menos dos.

Bilbao antes de brillar

El Bilbao oficial era franquista y afecto al régimen. Celebraba sus fiestas y desfiles muy cerca de mi casa, desde donde tras las cortinas de uno de los balcones recuerdo haber visto desfilar tanques y tropas por la Gran Vía y la plaza Circular. Era el desfile de la Victoria, y desde Bailén se tiraban fuegos artificiales. Bajo el balcón había una mercería, que regentaba una mujer llamada Jesusa, que vivía sola en un pequeño hogar entre su lonja y mi casa, al que se accedía desde la puerta que se ve en la fotografía de la escalera, bajo el cartel indicador. En aquella ciudad triste y dura Jesusa murió sola en su casa, y la policía precintó la puerta. Tenía un perrito que estuvo en mi casa unos días, hasta que se lo llevaron algunos familiares de la difunta. Piso y lonja permanecieron cerrados mucho tiempo, porque aunque capital dinámica y de hecho destacada, Bilbao era una ciudad inmersa en la tristeza y la bruma del franquismo, y una lonja céntrica podía dormir inactiva durante meses y meses.

El otro Bilbao soltó un burro en la Gran Vía en pleno desfile de la Victoria, y comenzó a pintar y liberar las calles con sus lemas. Fijémonos en la fotografía de la fachada de la casa. A la izquierda se percibe parte del escaparate de una conocida librería desaparecida, Miñambres. A la izquierda del portal está el local abandonado de la mercería citada, y a la derecha unas oficinas del Banco de Santander. En los muros del Santander, una pintada: Ikurriña bai. Esta pintada permite situar la fotografía en los años 70 y avanzados, de hecho diría que en el periodo de la Transición. Luego la mercería estuvo cerrada durante bastantes años. Franquismo.

Recuerdo el franquismo como una etapa de mi vida en que las fachadas estaban sucias, y los cristales rotos, y el idioma ruso señalaba. Pero incluso en esto había otro Bilbao. Una mañana de un domingo, la radio hizo un llamamiento. Había ingresado en el hospital de Basurto un enfermo que hablaba una lengua eslava, y era urgente traducir su conversación con los médicos. Mi aita cogió un taxi y se acercó al hospital en cuestión de minutos. Cuando llegó, el enfermo ya tenía traductor (resultó que hablaba polaco) y otros voluntarios regresaban a sus casas. Muy pocos, claro, pero para mí fue una sorpresa.

Y así, lentamente, fui creciendo mientras la ciudad se limpiaba y liberaba.

Voto para las mujeres: papeletas con género

ASIER MADARIETA JUARISTI

EN nuestra sociedad actual gozamos de una serie de derechos de los que nos creemos dotados desde siglos, cuando no desde milenios atrás. Sin embargo, algunos de esos derechos de los que disponemos tienen todavía un corto recorrido, cortísimo, si hemos de compararlo con la Historia de la humanidad.

El derecho de la mujer al voto es uno de esos casos: la pionera, Nueva Zelanda, en 1893; o Noruega, que lo había aprobado en 1913, muestran que la aprobación del voto femenino es un caso de este siglo pasado, de apenas hace 100 años.

En el Estado español, las mujeres votaron por primera vez en abril de 1933, si bien estas elecciones solo afectaron a un pequeño número de municipios, en concreto unos 2.500, en los que debía elegirse a los miembros del consistorio una vez se había modificado la ley electoral. Es por ello que tiende a considerarse que en el Estado español el voto femenino de forma generalizada no se ejerció hasta el 19 de noviembre de 1933.

En cuanto a las mujeres vascas, salvo en el caso de Araba, en alguno de cuyos municipios también se había votado en abril, el derecho se ejerció de forma generalizada el 5 de noviembre de 1933, cuando pudieron votar por vez primera en parte de los territorios vascos del sur de los Pirineos. Este martes se cumplirán 80 años de esta efeméride.

«puñalada a la República» El reconocimiento del derecho al voto femenino en el Estado español se va a dar en el contexto de la 2ª República. Esto no quiere decir que anteriormente no hubiera intentos e incluso avances hacia el voto femenino, pero estos fueron de poca entidad y siempre muy mediatizados por un mayoritario funcionamiento machista de la política que llevaba a Cánovas del Castillo a afirmar: «Contentémonos los varones por haber regido el mundo por tantos siglos, sin otras que cortísimas excepciones de reinas, y con frecuencia desdichadas por cierto».

La dictadura de Primo de Rivera posibilitó el voto para viudas y solteras que acreditaran ser cabezas de familia, pero la efectividad de esta medida fue más bien nula. Se avanzó más tarde en la posibilidad de que las mujeres fueran elegibles pero no electoras. De este modo accedieron al poder algunas concejalas, como por ejemplo, Rene Castellón en Bilbao en 1926, o Concha Pérez y Carmen Resines en Donostia, en 1928.

Es cierto también que las reivindicaciones femeninas en cuestiones de derecho a voto estuvieron en un segundo orden de prioridades, frente a las reivindicaciones sociales y el cuestionamiento de la separación rígida entre la esfera privada y la pública que sufrían las mujeres y que tan desafortunadas consecuencias traía, principalmente, la invisibilidad pública de la mujer. Quizá por esto, las asociaciones como la decana conservadora Asociación Nacional de Mujeres de España, creada en 1918, o la organización femenina de la UGT, apenas movilizaron al ámbito femenino, a diferencia de lo que sucedía en otros países europeos.

En este contexto republicano es donde se resolverá finalmente a nivel del Estado español el debate del voto femenino, pero lo hará también con dificultades, incluso a pesar de las mayorías políticas de izquierda imperantes.

En concreto en las Cortes constituyentes de 1931, de un total de 465 diputados sólo tres eran mujeres: Victoria Kent, del Partido Radical Socialista; Clara Campoamor, del Partido Republicano Radical; y Margarita Nelken, del Partido Socialista. Las dos primeras protagonizarían los debates en las sesiones de las Cortes que discutieron el derecho a voto para la mujer. En estos debates, mientras Clara Campoamor defendía sin ambages el voto para la mujer, sin embargo, Victoria Kent, también desde postulados progresistas, se oponía al mismo, pidiendo su aplazamiento por no considerar a las mujeres en ese momento suficientemente maduras e independientes para huir de los corsés conservadores, sobre todo impuestos por la Iglesia católica mayoritaria. «No es el momento de otorgar el voto a la mujer española. (…) es necesario aplazar el voto femenino», decía la diputada en su intervención del 30 de septiembre de 1931.

Otros diputados, como el gallego catedrático de patología de la Universidad de Madrid y diputado por la Federación Republicana Gallega Roberto Novoa Santos, afirmaban: «¿Por qué hemos de conceder a la mujer los mismos títulos y los mismos derechos políticos que al hombre? (…) La mujer es toda pasión, toda figura de emoción, es toda sensibilidad; no es, en cambio, reflexión, no es espíritu crítico, no es ponderación», por lo que abogaba porque la mujer «fuese siempre elegible por los hombres; pero en cambio, que la mujer no fuese electora».

Mientras los partidos de centro y derecha veían con buenos ojos la generalización del voto femenino, los partidos de izquierda se mostraban pesimistas ante los resultados de la incorporación de las nuevas electoras. La mayoría de los republicanos de izquierdas del País Vasco votaron en contra. No así los socialistas, quienes, si bien con fuertes divisiones internas, votaron a favor cumpliendo el compromiso que habían adquirido con la Internacional de Mujeres Socialistas. Valga como ejemplo de estas divisiones la postura de la agrupación socialista de Bilbao, que por boca de uno de sus más significativos dirigentes, Indalecio Prieto, consideró la aprobación de este derecho como «una puñalada trapera a la República».

Finalmente, tras una primera votación en comisión, el 1 de octubre de 1931, y otro intento de aplazamiento del voto femenino formulado por Victoria Kent, que se rechazó por un escaso margen de 4 votos, el 9 de diciembre de 1931 el Congreso de los Diputados aprobaba la Constitución que reconocía a las mujeres el derecho a ejercer el voto, todo ello gracias, sobre todo, a la ausencia en la Cámara de los diputados de tendencia conservadora que, meses antes, habían anunciado su boicot al legislativo por el tratamiento que la Constitución prestaba a las órdenes religiosas católicas.

El voto de las vascas Ante la nueva situación, los partidos políticos vascos mostraron la necesidad de aglutinar mecanismos para favorecer la participación de las mujeres en los diferentes partidos políticos si bien desde esferas y con competencias muy diversas.

Como decíamos anteriormente, las mujeres vascas de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa tuvieron oportunidad de votar por vez primera y de forma masiva el 5 de noviembre de 1933. Ese día amaneció lloviendo y no fue nada propicio para ejercer el voto y animar a hacerlo. Sin embargo, los partidos políticos vascos se movilizaron para que el referéndum por el Estatuto Vasco tuviera el mayor apoyo posible. Algunas de las personas que acudieron a votar, especialmente las mujeres, recordarían durante mucho tiempo el coche que las vino a buscar para facilitar el ejercicio a voto. Para muchas de estas mujeres del ámbito rural, este acontecimiento supondría el bautismo de voto y también su bautismo automovilístico.

El PNV, uno de los partidos mayoritarios, había apoyado el sufragio femenino, viendo en él una bolsa para la captación de votos. Pero hemos de añadir también que esta primera decisión táctica, por así llamarla, fue producto de una serie de cambios que el propio PNV conocería durante los años 20 y sobre todo durante la época de la República. En concreto, y en cuanto a la presencia femenina dentro de este partido, obedece a la eclosión de Emakume Abertzale Batza, que significó para el PNV responder a una nueva capa de la sociedad con sus propias inquietudes y reivindicaciones, aunque estas se hicieran desde el más absoluto de los respetos a la situación y legalidad del propio partido. De este modo, es de destacar entre otras la figura de Julia Fernández Zabaleta, creadora e impulsora de EAB en Navarra quien, en palabras de Ana Urkiza, «creía que el problema no radicaba en el feminismo, sino en la dignidad de la mujer. Tenía claro que las mujeres eran capaces de hacer los mismos trabajos que hacían los hombres, y además sostenía que podía estudiar e incluso llegar a desarrollar labores intelectuales; por tanto, llegaba a la conclusión de que también podía participar en la política». Ya en su primer discurso, que pronunció bajo el título Emakumien etorkizuna en el año 1924, Julia Fernández defendió todo este ideario.

En el caso de Acción Nacionalista Vasca, escisión del PNV creada en 1930 y con cierta presencia en los ámbitos más urbanos del entorno de Bilbao, la presencia de mujeres no fue relevante por cuanto muchas de ellas, atraídas por el ideal nacionalista, se integraron en EAB, una organización con mayor potencial e implantación en el territorio vasco.

Otra asociación en avance durante estos años fue la Asociación de Margaritas, referenciada en la Comunión Tradicionalista, de ideología carlista. Se trataba de una organización con cada vez menor implantación en el Estado español, pero que en los territorios vascos de este lado de la muga resurgió con fuerza en la década de los años treinta.

Entre los partidos de ideología de izquierda, el Partido Comunista tenía entre sus filas a la conocida Dolores Ibarruri, claramente favorable al voto femenino (de hecho era la única vasca que figuraba como candidata en las elecciones de 1931 aunque no lograra el acta de diputada) y que intentó atraer a las mujeres a través incluso de la creación de diversos grupos satélite, como por ejemplo Mujeres Antifascistas, semejantes a los que destacábamos en la Comunión tradicionalista y el PNV, pero cuyo éxito fue muy relativo.

Finalmente, el bloque republicano socialista, vivió las elecciones y el derecho del voto a la mujer como un elemento de fuerte división interna y ello se trasladó también a esta parte de Euskal Herria, como lo muestra el ejemplo de la agrupación socialista de Bilbao antes expuesto. Una vez aprobado el voto femenino, ante el temor de que dicho voto fuera mayoritariamente hacia las entidades católicas ya creadas anteriormente, por ejemplo la potente Acción Católica, o el voto nacionalista, estos grupos crearon asociaciones como la Unión Femenina Republicana o Fraternidad de Mujeres Modernas pero apenas tuvieron mayor eco.

En cuanto a las consecuencias del voto femenino en estas primeras elecciones en las que la mujer pudo acudir a votar, la repercusión fue mínima por cuanto los resultados del referéndum del Estatuto fueron mayoritariamente favorables a este, por lo que no es posible deducir la incidencia de dicho voto femenino. En las siguientes elecciones a las que las vascas tuvieron que acudir, en concreto el 19 de noviembre, eran cuatro las candidatas existentes, si bien ninguna de ellas accedió al escaño. Finalmente, no sería hasta 1936, cuando dos mujeres vascas obtuvieron acta de diputadas: la vizcaina Dolores Ibarruri y la navarra Julia Álvarez Resano, si bien elegidas por Oviedo y Madrid, respectivamente.

Flores en porcelana de Conchita Laca, arte con pasión y talento

La artista vasca Conchita Laca supo hacerse un sitio en el mundo del diseño y producción de obras en porcelana , dominado por los hombres, en el que brilló con estilo propio

Por Maite Jiménez

Bilbao. La porcelana es admitida y reconocida como la más noble de las arcillas. Su exquisitez viene avalada por las cualidades intrínsecas de esta pasta cerámica: blancura inmaculada, translucidez, dureza y resistencia al choque y las temperaturas extremas.

La porcelana la inventaron los chinos y con ella crearon vasijas y objetos diversos. Desde finales del Medievo, comerciantes europeos (venecianos, portugueses, españoles y más tarde holandeses y británicos) trasegaron con esta singular cacharrería que tenía como destinatarios a príncipes, reyes, nobles y poderosos de Occidente. Los artesanos de estos lares comenzaron una larga carrera por reproducir aquella pasta cerámica; tenían que descubrir los componentes y dominar su manipulación. Ensayos, pruebas, errores y más pruebas culminaron en 1709, eureka, cuando el alemán Johann Friedrich Böttger dio con la fórmula.

Un año después, Böttger fundaba la fábrica de Meissen bajo los auspicios del Elector de Sajonia, Federico Augusto I. A pesar de los esfuerzos por mantener la fórmula en secreto, algunos empleados de Meissen que tenían acceso a ella, se trasladaron a otros lugares y, con el patrocinio de las casas reales, fueron abriendo nuevos establecimientos. Es el caso de la Real Fábrica de Capodimonte en Sicilia, que se fundó en 1743 bajo los auspicios de Carlos III y su esposa Mª Amalia de Sajonia. En 1760, ese mismo rey será el promotor de la Real Fábrica de porcelana del Buen Retiro en Madrid. La corte francesa, con Luis XV a la cabeza, estableció la Real Factoría de Sèvres, cerca de París, en 1756.

1851, en Pasaia

En el País de los Vascos tuvieron que pasar casi 100 años para que se abriera una industria de este tipo. La porcelana encontró su hueco en el tejido industrial vasco del siglo XIX y pervivió durante el XX. En efecto, fue en 1851 cuando en la villa marinera de Pasai Donibane los hermanos Baignol, oriundos de Limoges, en Francia, establecieron la Fábrica de Porcelana de Pasages, sin las prebendas reales del siglo XVIII sino como un negocio capitalista a la sazón. El testigo de Pasages, ya en el siglo XX, lo recogió la irundarra Porcelanas del Bidasoa que, fundada en 1935 como Sociedad Anónima Mercantil, cerró sus puertas traspasado el siglo XXI, en el año 2009.

Sirva este resumidísimo preámbulo para introducir a Conchita Laca. ¿Quién es esta mujer? Pues, haciendo flores en porcelana, oficio y vocación, arte puro y duro.

Conchita Laca Ugaldebere nació el 21 de marzo de 1925, el primer día de la primavera de aquel año. De padre marquinés, Doroteo Laca, y madre bilbaina, Soledad Ugaldebere, vio la luz en Madrid, contingencia imputable a sus padres; él era mecánico de formación y chofer de Eduardo Aznar, marqués de Berriz, teniendo a su cargo seis automóviles y la condición de vivir 7-8 meses en Madrid y 4-5 en Berriz, Bizkaia, y ella era la cocinera de la marquesa, Rosario González. El hecho de que la familia Laca Ugaldebere tuviera esta doble residencia condicionó sus vidas y la formación educativa de esta artista.

En una entrevista concedida a la revista Garaian, Conchita resaltaba su imposibilidad de coincidir con los plazos académicos y como consecuencia de ello tuvo que recibir clases particulares. Recuerda con cariño y admiración a Salus Sánchez, navarra de Lerin, maestra de la escuela pública de Berriz con quien aprendió tanto, y la Academia Safos de Madrid, especializada en la preparación para estudios superiores. Quiso opositar para el Ministerio de Industria y Comercio pero era demasiado joven. Además, aquellos derroteros no le gustaban. Algo se movía en su interior.

Y Conchita decidió plantear a sus padres su vocación. «Quiero ser artista», les dijo. A su padre aquello le pareció un disparate, y recuerda sus palabras, «¡Antes te pongo una mercería!», y que solo fueron eso, palabras. Sin embargo encontró apoyo en su madre. Tras un pacto con ellos y la condición de que los doctos en la materia se pronunciaran sobre su valía, madre e hija fueron a la escuela de Bellas Artes pero como allí no podía ser, se dirigieron a la Escuela de Cerámica Francisco de Alcántara donde, tras unos meses de prueba, superó los exámenes de ingreso con creces. Finalizó sus estudios y permaneció allí hasta 1952 como profesora auxiliar; continuó formándose, dando clases y trabajando en los encargos que la escuela recibía. En su lista de haberes cabe destacar el honor de haber reproducido en porcelana, algunas de las obras del escultor valenciano Mariano Benlliure (1862-1947). Ganó varias becas, de la propia escuela y de la Obra Sindical de Artesanía. Lo aprendió todo de la pasta cerámica en general, de la porcelana en particular y de la acuarela, su gran aliada. En su promoción comenzaron 147 estudiantes y, tras 6 cursos de común y 2 de especialización, acabaron 6. Ella era la única mujer. Esto hizo que viviera en primera persona la feroz discriminación laboral por razones de género: «Me costó más tiempo que a mis compañeros de promoción encontrar un trabajo fijo». Ya se lo advirtió el propio director de la Escuela de Cerámica cuando en 1952 se despidió definitivamente de aquella institución: «Para que te reconozcan la misma categoría que a un hombre tendrás que demostrar que vales mucho más y aún así nunca te pondrán en su categoría. No lo olvides». Conchita se grabó esa máxima en la memoria y fue consciente de que su esfuerzo debería ser gigante.

Trabajo en Irun

A finales de 1952 dejó Madrid. Porcelanas del Bidasoa había solicitado un profesional y a Conchita Laca le pareció interesante optar a la plaza; la proximidad entre Irun y su Markina querida era un aliciente a añadir. El 3 de enero de 1953 firmó contrato en Bidasoa ingresando en la sección de decoración donde trabajaban exclusivamente hombres. Esta sección estaba bajo la supervisión del director de arte de la firma, el pintor valenciano Manuel Benedito (1875-1963), quien le hizo las pruebas de ingreso y le dijo que había hecho el mejor examen de cuantos habían pasado por allí. El trabajo de los decoradores era el mismo pero el salario diferente; que Conchita fuera mujer suponía cobrar unas 5.000 pesetas mensuales, menos que un oficial de primera, cuando su titulación era de maestra industrial. Para compensar sus bajos ingresos, trabajaba por horas en la empresa irundarra de artes gráficas Carbisa, preparando dibujos para fotolitos. Conchita no se resignó ante esa discriminación y expuso su situación salarial al director de fábrica, el señor Jeuthe, un alemán que, mal hablándole en castellano, revisó sus condiciones y le subió el sueldo hasta 14.000 pesetas. Un triunfo.

A partir de 1957, el trabajo de Conchita Laca en Bidasoa tomó un nuevo rumbo. Había quedado vacante un puesto de escultor en la empresa. Benedito quería a alguien que modelara flores en porcelana pues el director general, Jose María Urquijo, ansiaba recuperar las producciones clásicas de espuma de mar que hicieran las fábricas de Buen Retiro y Capodimonte. Le preguntó a nuestra artista si conocía a alguien capaz de realizar este trabajo. Conchita no lo dudó, se ofreció ella misma.

Para crear las flores de porcelana, las hojas, los tallos, los pétalos, las corolas, los estambres o las espinas, casi como si fueran realmente naturales, hace falta mucho talento, creatividad, ingenio y pasión, y éstos se nutren de vocación. Conchita comenzó a hacer pruebas. La porcelana es materia complicada, poco maleable por lo que su modelado resulta muy dificultoso. Conseguir una pasta plástica le llevó su tiempo. Después de la jornada laboral, probó y experimentó en la pensión donde residía; para las flores no servían los moldes ni las matrices.

Recuerda el miedo a que le descubrieran porque los materiales desprendían un olor pésimo. Para secar las pruebas contó con la colaboración de su tío que tenía en Hondarribia una caldera antigua de calefacción central. Luego había que aplicar el gran fuego y la mu-fla para obtener los colores y los matices apropiados. Así nacieron sus primeras flores, una rosa y un clavel. Con este ramo tan especial, cuidadosamente empaquetado en una caja de zapatos, marchó a Madrid para que Benedito valorara sus resultados. Los directivos de Bidasoa quedaron fascinados, ¡eso era lo que querían! Posteriormente nacieron los crisantemos, las orquídeas, los muguetes, las margaritas, los jacintos… todo un jardín botánico. A partir de ese momento, Conchita Laca tuvo su propia sección y contó con sus propios ayudantes. Se independizó del resto y comenzó a forjarse un nombre. Una fantástica colección de flores, más de 3.000 ejemplares, salieron de sus manos; piezas únicas que Bidasoa convirtió en marca de la casa. Las flores de porcelana, no siendo ninguna igual a otra como sucede naturalmente, no eran rentables porque se requerían muchas horas de trabajo, no se podían producir con moldes. Con ellas la empresa vendía imagen, una imagen de excelencia para agasajar a personalidades de todo el mundo, desde Karl Malden a Christian Dior, pasando por embajadores, diplomáticos, políticos, artistas o grandes empresarios.

Conchita Laca también trabajó en Bidasoa como escultora modelando grupos regionales, bailarinas y diversos animales, especialmente perros y pájaros. Nos recuerda la anécdota que le sucedió con la Diputación de Gipuzkoa, que había encargado a la empresa unas figuras de miqueletes. Laca hizo las figuras pero, a juicio del cliente, tenían cara de vizcainos así que tuvo que guipuzcoanizar las esculturas dotándoles de una cara un poco más rellenita.

Además de su trabajo en Bidasoa, Conchita siguió cultivándose en la acuarela, practicada desde su juventud. Expuso sus obras en multitud de ocasiones y lugares: Madrid, Toledo, Baena, Barcelona, Donostia y Hondarribia.

Se jubiló de Bidasoa en 1984, tras más de treinta años, pero continuó ayudando a la firma con encargos puntuales hasta el año 2000. Su entrega a la empresa le restó tiempo para dedicarse en cuerpo y alma al arte puro. Ella sabe que el arte por el arte podría haberla hecho famosa o haberla matado de hambre, mas reconoce que se acomodó a un sueldo fijo todos los meses. Sin embargo, dio clases de pintura y de allí salieron algunos frutos, es el caso de Enrique Ochotorena (Donostia, 1946).

Su inquietud creativa le llevó a colaborar con sus dibujos en una empresa de publicidad cuyo director artístico, el donostiarra Jesús Rodríguez Catalá, era profesor del Club de Arte Catalina de Erauso, en Donostia-San Sebastián. Este hecho determinó que Conchita se vinculara al club como socia y como profesora de acuarela y de decoración de porcelana hasta el día de hoy.

Y ustedes se preguntarán, cómo es posible todo esto. Pues sí, Conchita Laca sigue, como las flores que brotan cada primavera, impartiendo sus conocimientos, infatigable, con la satisfacción de que a su edad está en condiciones de llevar la vida que siempre le ha gustado, entre pinceles, acuarelas, lápices y bocetos. Y mientras camina por la playa va elaborando nuevas ideas y proyectos.

En el museo vasco de Bilbao

Para quienes deseen ver algunas de sus obras, anotar que se exponen en el Museo Vasco de Bilbao, en la 2ª planta, dentro de la sala dedicada a las Lozas y Porcelanas Vascas. Son otro fruto de Conchita Laca, esta vez en forma de donación.