El soldado del batallón ‘Padura’ Pedro María Urruticoechea comparó al dictador español con un reptil en la revista ‘Euzkadi’ cuando este último falleció en 1975
Un reportaje de Iban Gorriti
el Tribunal Supremo ha avalado esta semana la exhumación del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos. Los restos del dictador serán inhumados, si no hay vuelta atrás, en el cementerio público madrileño de El Pardo-Mingorrubio. Esta noticia ha provocado “emoción” a la hija del gudari Pedro Mari Urruticoechea. “Lo hemos celebrado”, asegura Iruña Urruticoechea.
Aquel soldado jeltzale del Euzkadiko Gudarostea escribió un artículo de opinión en la revista Euzkadi que el PNV editaba en el exilio de Caracas (Venezuela). La columna se publicó a los pocos días de morir el militar golpista español en 1975. Lo tituló: Epitafio para un reptil (y escupiré sobre su tumba).
El gudari firmó el contundente documento bajo el seudónimo Pedro Mari de Pagogaña. El autor era en realidad Pedro Mari Urruticoechea Landajo, natural de Abando (Bilbao) aunque de corazón de Arrankudiaga. Su hija mantiene desde América que su padre publicó el texto con ánimo de defender a su patria. “Aita lo escribió porque Franco trató de destruir su patria, Euskadi, la mejor del mundo. Así como la destrucción de la vida de sus familiares, y la suya propia”, enfatiza Iruña.
El amigo de la familia y exsenador jeltzale Iñaki Anasagasti confirma que aquel gudari del batallón Padura del PNV cumplió su palabra escrita. “Ante los horrores que sufrió en la guerra, se hizo la promesa de escupir algún día sobre la tumba de Franco. Cumplió su deseo. Hoy -al conocer la noticia del Tribunal Supremo- lo volvería a hacer por partida doble”, sostiene con rotundidad.
Pero, ¿cómo fue aquel día? detalla a este diario la hija del gudari: “Apenas fue a Madrid después de la muerte del reptil, con mi ama a su lado, aterrada por si lo veían, fue al Valle y escupió sobre su tumba. ¡Lástima que no verá que lo sacan de ahí y lo metan en una fosa perdida por ahí”, estima Iruña.
Esta semana, estos últimos tiempos, la tumba de Franco es actualidad a diario. Cuatro décadas atrás, aquel gudari descargó en su artículo de opinión todo lo que almacenaba en su mente sobre el dirigente y sobre su mausoleo en el Valle de los Caídos. “Cuando escribo estas líneas, parece que te estás convirtiendo en carroña. Por fin. Flebitis más gastroenteritis. Los médicos que te atienden es lo que creen que tienes. Porque yo, creo otra cosa”, comenzaba escribiendo tras calificar a Franco como reptil. “Y que me perdonen la comparación los reptiles”, se disculpaba.
El símil se debía a que en palabras de Urruticoechea, Franco era de sangre fría, “o mejor dicho, de un líquido motor venenoso”. “Nunca un reptil ha muerto de flebitis o de gastroenteritis”, argumentaba hace casi 44 años.
El gudari que fue preso de Franco durante 14 años en el fuerte navarro de San Cristóbal en Ezkaba le denomina frío asesino o paradigma del cinismo a escala cósmica. “Tú asumiste el mando de una guerra incivil, injusta, provocada por la fracasada chusma residual ibérica contra las ansias de redención social de un pueblo miserable, aplastado y explotado secularmente; guerra que produjo un millón de cadáveres”, continuaba.
A su juicio, el dictador dio la orden para la masacre de Gernika por la aviación hitleriana, aprobó las penas de muerte por fusilamiento ante los “ásperos paredones” de Santoña, Derio o Burgos. Le acusaba, además, de responsable directo de las muertes de 17 sacerdotes vascos “asesinados por tus hordas de pistoleros sanguinarios”. Asimismo, subrayaba que el autodenominado Generalísimo arrojó a los gudaris “cual bestias, por decenas de miles, a lo profundo de tus campos de concentración, para triturarnos allá, durante años, física y moralmente”.
El soldado del lehendakari Aguirre proseguía con sus recriminaciones de la actuación de Franco acabada la guerra. “Seguiste ordenando el crimen. Quisiste beber la sangre de los modernos gudaris atrapados en el Proceso de Burgos, jóvenes de ambos sexos, sacerdotes, que solo pudieron salvarse de tus garras en última instancia por la presión insoportable del mundo civilizado”.
Como creyente que era Urruticoechea, no concebía que Franco se autocalificara, siempre según sus palabras, “enviado de Dios”. “Dejaste mal parado al propio Jesucristo cuando dijo a Pedro que el que a hierro mata, a hierro morirá; en tanto tú, tus sargentos y sayones cono Queipo de Llano y Millán Astray y los pistoleros de la Falange fenecéis en blandas camas entre sábanas de fino hilo”.
Y Urruticoechea se despide con conclusiones. “Por todo ello. Por tu condición de máximo reptil maldito escupiré sobre tu tumba. Si la encuentro, si para entonces todavía tus despojos no han sido arrojados a los perros, escupiré sobre tu tumba. En tanto, te perseguirán y acosarán por los siglos de los siglos, en tu devenir errante y eterno por las más negras galaxias, las maldiciones de mil generaciones vascas, por todo el dolor que nos causaste”, zanja quien con el batallón Padura luchó en Villarreal, presenció los bombardeos de Durango y Gernika y sufrió las cárceles bilbainas de Escolapios y Larrinaga, así como el campo de concentración de San Cristóbal.
Deshecho, desterrado y después reorganizado, el Ejército de Euzkadi resistió en tierras cántabras la ofensiva franquista, lo que mereció el elogio de sus superiores, hasta que sobrevino su final
Un reportaje de Aitor Miñambres Amezaga
La Historia nos ha acostumbrado a admitir que cuando un territorio o una gran batalla se pierden, el ejército vencido, irremediablemente también desaparece. Tal es el caso del ejército francés del armisticio, derrotado por Hitler en 1940, o el de los 100.000 soldados alemanes del mariscal Von Paulus, cercados y reducidos por los soviéticos en Stalingrado, tres años más tarde. Igual suerte podría haber seguido el Ejército de Euzkadi en junio de 1937, con la caída de Bilbao, cosa que no ocurrió, gracias a una eficaz maniobra de su gobierno y jefatura, no carente de sacrificio.
La
ofensiva del general Mola sobre Bizkaia comenzó el 31 de marzo de 1937,
con la presunción de una victoria rápida sobre los vascos. Sin embargo,
el avance de las tropas rebeldes fue tan lento -unos 500 metros
diarios- que la exasperación le llevó al general a incrementar en un 40%
sus efectivos, así como a emplear el terrorismo aéreo sobre poblaciones
civiles para forzar una rendición de los defensores. Así todo, con una
superioridad de aviación y artillería abrumadora, los franquistas
tardaron casi tres meses en alcanzar Bilbao, con pérdidas cuantiosas,
incluida la del propio Mola al estrellarse su avión en Burgos.
Roto
el Cinturón defensivo de Bilbao o Cinturón de Hierro, el 12 de junio de
1937, la caída de la capital, carente de fortificaciones e indefensa
dentro de un valle rodeado de montañas, era cosa de pocas horas. La
necesidad de evacuar a unos 150.000 civiles en peligro, así como a las
propias tropas, llevó a la Consejería de Defensa de Euzkadi, encabezada
por José Antonio Agirre y el general Gamir, a plantear una numantina
defensa en las alturas vecinas de Artxanda y Santo Domingo, lo que
permitió retrasar una semana la caída de la villa. Ello supuso el
sacrificio de la vida de muchos gudaris y milicianos, pero se consiguió
salvar más de la mitad del ejército .
El éxodoEl
Ejército de Euzkadi se retiró en dirección Santander a través de la
costa y de Las Encartaciones, de manera escalonada y ordenada, a costa
de perder territorio y recursos industriales en la Margen Izquierda y
Zona Minera. Necesitaba poder reorganizarse después de tantas semanas de
infatigable resistencia. Con la ofensiva del ejército republicano del
Centro sobre Brunete (Madrid), el 5 de julio de 1937, el avance
franquista se paralizó y el frente quedó estable siguiendo la línea
Saltacaballo-Otañes-Ventoso-Betaio-Mina Federico-Traslaviña-Pico
Miguel-Burgueno-Ordunte.
Las fuerzas vascas, a salvo con graves
pérdidas, se encontraban anímicamente en su punto más bajo, debido a los
reiterados reveses y al abandono de muchos de sus mandos superiores en
los momentos previos a la derrota, hecho del que en gran parte culpaban
al Gobierno de la República, por no haber atendido las necesidades de
suministro armamentístico para la defensa, sobre todo en lo que a
aviación se refería. Numéricamente, el Ejército de Euzkadi estaba
mermado por la alta mortalidad en sus filas, por los prisioneros tenidos
y por la deserción de soldados forzosos, desafectos o desmoralizados.
Comparativamente hablando, cabe destacar que si tomásemos como
referencia un 10% de bajas mortales anuales sufridas por los ejércitos
de la época en la Segunda Guerra Mundial, tendríamos que las unidades
vascas, en 11 meses de guerra, acumularon cerca de un 15% de muertos
-unos 6.800 referenciados-, lo que da una idea de la hecatombe humana
que su esfuerzo supuso.
Durante la ofensiva de Mola, el Ejército
de Euzkadi llegó a contar con 64 batallones de fusileros en el frente,
así como otros de ametralladoras, de armas de apoyo y de ingenieros, con
efectivos teóricos de 650 hombres cada uno, lo que raramente llegó a
completarse. Estas unidades, en su origen provenían de las milicias de
los partidos políticos y sindicatos leales al Gobierno.
ReorganizaciónCon
la pérdida de Bilbao y llegado el momento de la reorganización, en la
entonces provincia de Santander, se contaron los efectivos existentes.
La intención del mando republicano era completar los batallones
supervivientes, mezclando gudaris y milicianos de distintas
sensibilidades políticas para darle un aspecto más regular a la nueva
organización. Esta iniciativa la impulsaban algunos líderes comunistas,
instalados en el comisariado político, lo que a ojos de nacionalistas,
socialistas y anarquistas suponía restar personalidad ideológica a las
unidades y ejercer el control sobre ellas.
A pesar de que el
Gobierno vasco fuera de su territorio apenas podía mantener su dominio
sobre la situación, Euzko Gudaroztea, las milicias del Partido
Nacionalista Vasco y fuerza muy numerosa, consiguió que sus 12
batallones menos reducidos fueran completados con los restos de otros 6
también nacionalistas. Por su parte, 22 batallones de sensibilidad
izquierdista se unieron entre sí, dando lugar a 11. Esto, sumado a otros
16 completos -3 de ellos de Acción Nacionalista Vasca- permitió
disponer de 39 unidades de este tipo. Así, se formaron cuatro divisiones
de tres brigadas cada una. Estas brigadas contaron con tres o cuatro
batallones.
Un motivo de desánimo para muchos fue la nueva
denominación del conjunto militar. Si en junio de 1937 era la de
Ejército de Euzkadi, en julio pasó a denominarse Cuerpo de Ejército Nº 1
del Norte, para finalmente llamarse XIV Cuerpo de Ejército de la
República. La nomenclatura utilizada para las agrupaciones inferiores
también varió durante el verano de 1937 y, para cuando se reanudó la
ofensiva sobre Santander, las divisiones vascas estaban numeradas desde
la 48 a la 51 y las brigadas desde la 154 a la 165. Los batallones
habían perdido toda su identidad inicial e iban nominados solamente con
números romanos del I al IV.
Con estos efectivos, se cubrió el
frente oriental. Así, en agosto, una división guarnecía la línea de
defensa en Las Encartaciones, otra lo hacía en el sector cántabro hasta
el mar y una tercera permanecía en reserva en Solares, cerca de
Santander. La restante, la 50, mandada por el comandante Juan Ibarrola,
era considerada división de choque y permanecía a disposición del mando
del Ejército del Norte en las cercanías de Reinosa, por donde se
esperaba el ataque franquista como así fue.
De nuevo en combateEl
14 de agosto fue la fecha elegida por el general Franco para ello. Tras
una intensa preparación artillera y fuertes bombardeos aéreos sobre las
posiciones republicanas, Franco lanzaba sus tropas desde el sur del
frente montañés, con la intención de avanzar a través de la provincia,
partiéndola en dos, hasta tomar la capital, Santander. Así, en cuatro
días, su ejército tomó Reinosa y los soldados italianos del CTV
vencieron la resistencia gubernamental del puerto de El Escudo, fase en
la que fueron embolsados y capturados 22 batallones santanderinos. En
los días sucesivos, el ejército rebelde continuó avanzando hacia el
norte, hacia Torrelavega y Santander, sin intervenir en el frente este,
limítrofe con Bizkaia. La 48 División del comandante Ricardo Gómez, en
reserva, fue movilizada por el general Gámir, ahora jefe de todo el
Ejército del Norte, y situada el 20 de agosto en Puente Viesgo, cerca de
Torrelavega, para defender las comunicaciones con Asturias. Allí, las
brigadas 157 y 158 fueron totalmente superadas, tras sufrir fuertes
bombardeos artilleros. A esas alturas, la defensa era tremendamente
difícil dada la rapidez con la que se desmoronaba el frente montañés, no
existiendo ya realmente una línea defensiva.
Por su parte, la
División 50 de choque, que había defendido tenazmente el valle del Saja,
conseguía retirarse a Asturias con bastantes de sus efectivos. La noche
del 21 de agosto, los batallones jeltzales II-164-50 (Arana Goiri),
II-155-50 (Aralar) y II-156-50 (Padura), siguiendo indicaciones de Euzko
Gudaroztea, se separaron de la división y marcharon hacia Santoña y
Laredo, donde las autoridades del PNV, encabezadas por Juan Ajuriagerra,
negociaban con el mando italiano el fin de las hostilidades y la salida
por mar de los gudaris y personal de mayor relevancia. Este hecho
sorprendió al capitán de Estado Mayor Francisco Ciutat por tratarse de
batallones que, en sus palabras, habían combatido valientemente hasta
esa fecha. En el frente oriental, la 49 División de Manuel Cristóbal
Errandonea, guarnecía la costa, desde Mioño hasta el pico Betaio, donde
enlazaba con la 51, que ocupaba la línea de Las Encartaciones, a través
de Traslaviña hasta Ordunte, bajo el mando de Lino Lazkano. Así las
cosas, a día 20 de agosto los franquistas aún no habían atacado por el
este. Sin embargo, el coronel Prada, jefe de las fuerzas vascas,
ordenaba la retirada de estas dos divisiones de sus posiciones, debido a
lo profundo de la penetración enemiga hacia Torrelavega y en evitación
de que los franquistas pudieran copar a la mayor parte de sus tropas al
separar las provincias de Asturias y Santander. Se dispuso el repliegue
hasta una línea de contención a lo largo del río Asón, desde Santoña
hasta Ramales. Esta orden se hizo efectiva al día siguiente.
Sin
embargo, ya era tarde, y el mando republicano, consciente de la
insensatez de pretender contener al enemigo en la nueva línea, terminó
dando la orden de que todas las unidades pasasen directamente a
Asturias. Desalojadas las posiciones, los franquistas aprovecharon la
ocasión para avanzar. Algunas unidades, como el batallón II-160-51
(Loyola), se mantuvieron en la zona con el propósito de retardar el
avance franquista y ganar tiempo para que las autoridades del PNV
pudieran cerrar su pacto con los italianos, acuerdo que finalmente no
sería respetado por el enemigo.
Prisión para todosEl
25 de agosto, la prensa franquista ya adelantaba la caída de Santander,
ciudad abandonada por las autoridades republicanas, que negociaba su
capitulación. Cortadas las comunicaciones con Asturias, los batallones
nacionalistas y anarquistas se entregaban a la brigada Flechas Negras en
Santoña, el día 26, mientras que el resto de unidades vascas
-socialistas, republicanas y comunistas- eran capturadas en la capital
cántabra en la misma fecha.
En lo que respecta a la 50 División,
con unos 3.500 hombres, continuó combatiendo en Asturias, en la defensa
del Mazuco y hasta el final de la guerra en el Norte, en octubre de
1937. Salvo para los afortunados que consiguieron escapar por mar, la
prisión fue el destino final de todos aquellos combatientes vascos que
meses atrás dejaron su tierra para combatir más allá, siguiendo a su
gobierno, con su pueblo exiliado. Y en prisión encontraron la muerte
muchos de ellos, víctimas de unos juicios sin garantía, abriéndose un
nuevo y doloroso capítulo de la historia vasca reciente.
El periódico ‘New York Herald Tribune’ se interesó en plena Guerra Civil por la proyección internacional del presidente vasco y le reconoció como hombre de Estado
Un reportaje de Iban Gorriti
EL 7 de octubre se
cumplirán 83 años de la constitución del Gobierno Provisional de Euzkadi
que presidió el lehendakari José Antonio Aguirre. En aquel marco de
Guerra Civil, la prensa internacional se interesó por la figura de este
hombre de Estado. Un ejemplo fue el histórico corresponsal
estadounidense James Minifie. Este enviado especial que fallecería en
1974, solicitó al secretario particular del presidente vasco que
respondiera a una batería de preguntas para el New York Herald Tribune, prestigioso tabloide neoyorquino.
La
entrevista quedó escrita a máquina en tres folios y custodiada por el
PNV. Data del 14 de mayo de 1937, es decir, casi un mes antes de la
entrada de los golpistas en Bilbao. El documento no cuenta con firma,
por lo que pudo estar respondida por Ramón Basaldua o Antonio Irala,
secretarios de Aguirre.
En ella destaca el hondo sentido
democrático del lehendakari y su concepto de libertad patrio claro y
amplio. Preguntado al respecto, el historiador Iñaki Goiogana asiente.
Confirma, además, el retrato que le hacen de buen orador de masas,
fogoso, emocional. “Desde luego. Aguirre era un orador carismático. Ya
en su tiempo en los Jesuitas de Orduña, durante el bachiller, llevaba la
voz cantante. Sabía comunicar. Siendo presidente de Juventud Católica
ya daba mítines antes de la República”, aporta.
Las preguntas de
la entrevista son básicas, en ocasiones, hasta pueriles, por lo que se
vislumbra que Minifie pretendería construir una biografía cercana del
lehendakari. Las respuestas son más concisas y una de ellas mantiene que
Aguirre tenía una “incapacidad”: hacer enemigos. “Hombre, en tiempos de
guerra sus enemigos tendría… Lo tomo como una licencia poética”,
sonríe Goiogana, pero valoriza que “caía bien a todo el mundo. Era un
conquistador de personas. De hecho, había quienes eran Aguirristas, como el socialista Aznar, al que su propio partido le acusó de ello”.
El delegado del New York Herald Tribune,como
otros colegas de la época -léase el sudafricano George L. Steer, el
australiano Noel Monks, el ruso Mikhail Koltsov, el polaco Ksawery
Pruszynski, el estadounidense Edgard Knoblaugh, el birmano Christopher
Colmes, el francés Paul Vaillant Coutourier, el británico Christopher
Holme o el belga Mathieu Corman-, puso en valor la proyección
internacional de Aguirre y reconoció al hombre de Estado que fue. “El
lehendakari no era militar ni sabría de estrategias militares. Era el
presidente del Gobierno vasco. Y fraguó un ejército con disciplina para
que cada cual no hiciera lo que le diera la gana. Él quería ganar la
guerra y la dirigió como político”, defiende Goiogana.
En ese
apartado, el periodista americano pregunta “cuál es el ideal de Aguirre
para el País Vasco Autónomo”. Basaldua o Irala resumen: “Dios y libertad
nacional”. Le detallan que es el lema del PNV: “Jaungoikoa eta Lagi-zarra”
y entran en harina: “El genio de la raza hecha realidad en los momentos
presentes. Un hondo sentido democrático: un avance social profundo y un
concepto de libertad patrio claro y amplio también, es decir, el
espíritu que ha vibrado a través de la historia en esta vieja nación,
animando a una civilización que base sus fundamentos en el derecho y en
la justicia”.
La entrevista planea, sin embargo, en mayor
profundidad en los 33 años que había vivido Aguirre hasta la redacción
de este documento en el “Hotel Arana de Bilbao”, sito en el número 2 de
la calle Bidebarrieta. El secretario particular de Aguirre le bosqueja
como alcalde de Getxo con 27 años, Diputado de Cortes por “Nabarra y
Bizkaya”, aceptando únicamente el primero. Citaba a su madre Bernardina y
a su padre Teodoro, así como a sus ocho hermanos: dos de ellos gudaris
en la guerra y dos enfermeras en hospitales de sangre de la Cruz Roja
vasca. “Cierto”, apunta Goiogana. “Hay fotos de unas enfermeras en
Markina que se ha confirmado que eran sus hermanas”.
En materia
educativa, resumen su paso por Orduña y la Universidad de Deusto, donde
acabó siendo abogado. “Destacó -según la entrevista- en Derecho
político-internacional y en sus aficiones por la sociología”. Goiogana
matiza la cuestión: “Cuando dice sociología hay que entender algo
diferente a lo que hoy en día entendemos por ese término. Se refiere al
estudio de la situación económica de los más desfavorecidos y las
medidas a adoptar para mejorar su situación”. Se le califica, asimismo,
de propagandista de carácter religioso y social.
facultades deportivasEl
secretario del presidente incide en sus facultades físicas, deportivas.
“Magnífico” jugador de pelota vasca, “buen” remero de traineras.
“Entusiasta y hábil” nadador. No obstante, “en el juego que más ha
destacado ha sido en el football formando parte del famoso equipo
de la Universidad de Deusto y, más tarde, del equipo más famoso de
España: el Athletic Club de Bilbao, con el que fue campeón de España”,
tecleaban no sin antes afirmar que “terminados sus estudios, abandonó
sus inquietudes deportivas, practicando el sport como simple afición”.
Ya
como tribuno, Aguirre era, según el texto, fogoso, de expresión clara y
rotunda, de elevado concepto. “De tipo emocional. Hablando en público
tiene el don del convencimiento y posee las cualidades todas que
requiere un orador de masas”. El corresponsal insiste en ello: “¿Adopta
decisiones rápida o lentamente?”. Concluyen: “No sin antes
reflexionarlas. Pero una vez reflexionadas son terminantes y rotundas,
como corresponde a su carácter decidido y entero”.
El anarquista navarro José Méndez sobrevivió incólume, incluso, al tiro de gracia en un fusilamiento franquista sufrido en septiembre de 1936 en Oteitza
Un reportaje de Iban Gorriti
Sobrevivió de forma sorprendente a cuatro descargas de un pelotón de fusilamiento el 7 de septiembre de 1936, casualmente en la víspera de las fiestas de su pueblo. Fue el único de los diez disparados que no se confesó ante el cura presente. Permaneció, a continuación, escondido como un topo durante 14 meses. Logró cruzar la frontera francesa. En París, la Gestapo le persiguió durante la Segunda Guerra Mundial y tras años sin saber nada de su familia, cuando se volvieron a reunir, tuvo noticia de que su hija Noemí había muerto con solo nueve años. Migrado a Argentina, José Méndez Arbeloa trató de empezar de cero hasta que al fallecer su otro hijo en el país americano, decidió retornar a su Andosilla natal junto a su mujer, María Francés.
José era secretario del sindicato CNT de Andosilla (Nafarroa). Tenía 35 años cuando estalló la Guerra Civil. Para entonces, ya era padre con María de dos hijos: Laureano y Noemí. Era hijo de un jornalero y pescador en barca en el río Ega. Vendían por las calles lo capturado. Más adelante, la familia abrió una yesería.
En este marco, los andolenses supieron que grupos de requetés estaban entrenando a escuadrillas en el valle días antes del golpe de Estado dado por militares españoles no republicanos en julio de 1936. Un cabo de la Guardia Civil animó a José y a otros cinco compañeros cenetistas a que “desaparecieran” por unos días. Uno de los huidos fue su cuñado Agustín Francés. Sin embargo, el sexteto pensó que no había hecho nada. Volvieron el 24 de julio, cuando Andosilla ya era territorio del bando sublevado contra la Segunda República.
Los apresaron y acabaron en la cárcel de Lizarra. En el penal, José vio al cura de su pueblo, Cayo de Luis, que se escondió al reconocerle. El ácrata manifestó siempre que el religioso fue el culpable de que acabaran en el paredón. La saca se produjo el 7 de septiembre. Los diez pensaron que les llevaban al fuerte San Cristóbal. Sin embargo, les conducían en un ómnibus a matar en Oteitza.
Ataron a José con su cuñado Agustín. Un cura confesó a todos menos al dirigente anarquista. Se negó. “Venís a asesinar a inocentes”, le espetó, según testimonio propio recogido en el libro Navarra, de la esperanza al terror, 1936 (Editorial Altaffaiya). Consultado al respecto, un sobrino-nieto de José Méndez, Eduardo Murugarren, evoca las palabras del libertario. “Decía que el cura le pegó con el crucifijo en la boca y que menos mal que lo llevaba atado al cuello que si no se la reventaba. De hecho, siempre dijo que le dolió más el dolor del crucifijo que el impacto de las balas que le esquivaron”.
Fueron un total de cuatro, incluido el de gracia. Él, en todo momento, se hizo el muerto. “El primer tiro me cruzó el hombro, caí. No sé si mi cuñado me arrastró o me caí yo. Había un poquico de cuesta y caí de perfil. Yo no sabía lo que pasaba pero a mí no me pasaba nada”, testimoniaba. Cuando se iban, un ejecutor dijo para darles el de gracia. “Vi el cañón del fusil a un palmo de mi cara. El aire de la bala me pasó entre la nariz y la boca, salpicándomela de tierra”.
Al irse los homicidas, José se desató de su cuñado y vio su roce en el hombro. Asimismo, que otra bala le había atravesado la ropa por delante del pecho, y una tercera por debajo del vientre. La cuarta cruzó un mechero que portaba dentro del bolsillo.
Escondido como un topo
Un día y medio después llegó a Andosilla. Se escondió en una cabaña familiar y fue hallado por un sobrino, hijo de Agustín, de 14 años. Méndez le pidió que no dijera nada a nadie y que le llevara comida, pero la abuela del joven supo que algo pasaba y le acabaron escondiendo en una casa con dos puertas. “Más fácil para poder escapar en caso de verse mal”, agrega Murugarren. Pasó más de un año allí “como un topo”.
Transcurrido este tiempo, tuvo dos intentos de exiliarse tras viajar hasta Iruñea vestido de falangista. Primero, sufrió un chivatazo y saltó del camión en el que iba. En el segundo, llegó a Iparralde. Aún así, decidió sumarse a un batallón republicano e ir a luchar a la Batalla del Ebro cuando casi estaba ya perdida. Ingresó en un campo de refugiados y regresó a Iparralde. Allí, le dijeron en dos ocasiones que fuera a la frontera que estaba su mujer y no pudo hacerlo. Años más tarde, conoció que su compañera nunca estuvo allí. “José tuvo la sospecha de que volvió a ser el cura de Andosilla” quien intentó localizarlo, explica Murugarren.
En 1941, sí pudo abrazarse con María y su hijo Laureano. Faltaba Noemí. Lo supo en ese momento. Su hija había muerto cuatro años antes. Juntos partieron a París y trabajaron para la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Consiguió escapar de la Gestapo, la policía secreta nazi.
En 1953, migraron a Argentina con varios familiares. “Con la guerra fría pensó que a ver si iba a sufrir una guerra más”, enfatiza Murugarren, quien valora que “ha sido una familia de CNT muy castigada. De hecho, sus hermanos Eugenio y Félix, así como tres cuñados, fueron fusilados”.
Desde Argentina, voló Méndez en una ocasión a su tierra para un homenaje antifranquista en Sartaguda. Y tras su regreso a América, acabaría retirándose en Andosilla junto a su mujer, no sin antes sufrir una muerte más: la de su hijo en la república sudamericana.
El literato americano garantizó el viaje del barco francés ‘SS Winnipeg’ a Valparaíso, odisea de la que el 4 de agosto se cumplen 80 años
Un reportaje de Iban Gorriti
EL barco SS Winnipeg zarpó el 4 de agosto de 1939 desde el puerto fluvial francés de Pauillac con 2.074 refugiados de campos de concentración al acabar la Guerra Civil española, entre ellos numerosos vascos. 80 años después se celebrarán actos de recuerdo en el destino del navío, Chile. En concreto, arribaron un mes después, primero a Arica y en la tarde del 2 de septiembre en Valparaíso, donde efectuaron el desembarco al día siguiente. En ese periplo nacieron dos niños.
La epopeya humanitaria fue posible gracias al literato de fama mundial Pablo Neruda, que se llegó a reunir con delegados del lehendakari Aguirre. Por su parte, el exembajador español en Chile, el donostiarra Rodrigo Soriano, del Partido Republicano Radical, salió a recibir al Winnipeg acompañado por un joven político socialista, Salvador Allende, por entonces ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social.
El escritor Julio Gálvez Barraza (Santiago de Chile, 1949) es uno de los investigadores que más ha estudiado este viaje. De hecho, ha publicado el volumen Winnipeg, testimonios de un exilio, ya a la venta. Desde el país andino, Gálvez mantiene en declaraciones a este periódico que “jamás hubo un derroche de talentos como el experimentado en España después de la Guerra Civil. Los españoles libres y pensantes de ese tiempo tuvieron tres alternativas: Enmudecer allí para siempre, adherirse al nuevo régimen o emprender el camino del éxodo e intentar desarrollarse en otra tierra. Chile fue uno de los pocos países de acogida de esos transterrados, y tuvo la fortuna de recibir a parte de ese admirable éxodo”.
Sabido esto, las preguntas se solapan haciendo mención a la figura de Pablo Neruda y su relación con los vascos. En marzo de 1938, quien según el Premio Nobel Gabriel García Márquez fue “el poeta más grande del siglo XX en cualquier idioma”, viajó de Chile a Francia con la misión de rescatar republicanos españoles de los campos de concentración establecidos en el país galo. Durante el trayecto, quien realmente se llamaba Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto hizo escala en Montevideo y Buenos Aires. “Dos ciudades fundamentales en las que consolidaría el respaldo económico para financiar la empresa de rescate”, enfatiza Gálvez.
Chile sufría los efectos del terremoto de Chillán de 1938 y la derecha criolla se resistía a acoger a tanto republicano “rojo”. El país no podía asumir todo el gasto económico de la inmigración. En Buenos Aires, entre la colonia española residente y la solidaridad de los trabajadores argentinos, encontraría parte de los recursos necesarios. Y en Montevideo, el Congreso Internacional de las Democracias constituyó la ocasión ideal para exponer la situación de los refugiados. En el Teatro Mitre de Montevideo, Neruda impartió la conferencia España no ha muerto, en la que reconoce todo lo que le debía a España y lo que los hispanoamericanos podían aprender de su literatura.
El proyecto de asilo político a los refugiados, que había cuajado en Chile, necesitaba de la colaboración de otros americanos. Neruda lo planteó a los delegados al Congreso con el lema “¡los españoles a América!”. En Buenos Aires se entrevistó con los delegados del lehendakari Aguirre, exiliado ya en París. “Logró con ellos un principio de acuerdo -explica Gálvez- para el viaje a Chile de los pescadores vascos refugiados en Francia, que constituían una flota pesquera de excepción por su calidad técnica y la capacidad de sus hombres”.
El poeta no perdía de vista las necesidades de Chile en este proyecto masivo de inmigración. Además, según afirma Neruda en una carta al ministro de Relaciones Exteriores de Chile, “tienen planos de construcción y propuestas extranjeras para barquitos de pesca que se harían en Chile”. Dio un importante paso más: “El presidente Pedro Aguirre Cerda -de ascendencia vasca- me había encargado especialmente traer pescadores y gente vasca, y ya ve usted, ministro, qué bien se presentan las cosas”.
En otra carta escribe a su amigo Víctor Puelma sobre sus viajes a Buenos Aires, Montevideo y Rosario. Que las cosas van “bastante bien” y la proposición de Chile ha sido ya aprobada en la Conferencia Interamericana de Ayuda. “En Montevideo se lanzará una emisión de bonos y se proyecta cuidadosamente el trabajo de traer niños españoles y establecerlos en escuelas-granjas en Chile, pagando la construcción de los pabellones y el mantenimiento de las escuelas. Buenos Aires torcerá pues a Chile su río de ayuda y creo que ya tendré en París dinero para mandar los primeros”.
Semana vasca Pero no fue Neruda el único en el país andino que protagonizó una plausible labor hacia los vascos. Bien lo sabe Gálvez: “Un año antes, en 1938, la poetisa chilena Gabriela Mistral, autodenominada La india vasca, por su férrea defensa de todo lo indígena en América y por su ancestro vasco dado por su segundo apellido (Lucila Godoy Alcayaga), había donado los derechos de su libro Tala en beneficio de los niños vascos, inocentes víctimas, huérfanos o heridos, durante la Guerra Civil”, aporta quien el pasado miércoles impartió la conferencia 80 aniversario, los mitos del Winnipeg en la Semana Vasca en el Estadio Español de Santiago de Chile. “Tuve ocasión de saludar a algunos pasajeros del mítico Winnipeg, entre ellos una señora que tenía cinco años de edad cuando viajó con su familia a Chile, la vasca Ana María Ortuondo”, agradece. En unos días, se recordará con honores aquella odisea.
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