El alcalde que tras votar a Aguirre lo perdió todo

El 14 de abril de 1931 Ondarroa eligió regidor a José Maria Solabarrieta, que sufrió usurpación de bienes y el exilio.

Un reportaje de Iban Gorriti

EL 7 de octubre de 1936 se constituyó en la Casa de Juntas de Gernika el primer Gobierno vasco, presidido por el lehendakari José Antonio Aguirre. Aquella mañana mil alcaldes y concejales eligieron al presidente del Gobierno Provisional de Euzkadi. Un regidor de aquel millar, José María Solabarrieta, acudió a votar a Aguirre y ya no pudo volver a su hogar. “Acabó en el exilio por el delito de ser nacionalista y de haber ido a Gernika a votar al primer lehendakari”, detalla María Esther Solabarrieta, nieta del histórico jeltzale, quizás la única persona que aquel 7 de octubre tuvo al lado de Aguirre a sus dos abuelos: el ya citado Solabarrieta, y el consejero Santiago Aznar.

Solabarrieta, alcalde de Ondarroa en 1931.Foto: Familia Solabarrieta
Solabarrieta, alcalde de Ondarroa en 1931.Foto: Familia Solabarrieta

“Ellos resumen lo que fue aquella primera parte del siglo XX. Socialista, el de ama. Nacionalista, el de aita. Consejero de Industria de Aguirre, Santiago Aznar. Alcalde de Ondarroa, Jose María Solabarrieta”, diferencia días antes de que se presente La obediencia vasca: Santiago Aznar y aquella comida en Guéthary (1940), libro escrito por su marido, Iñaki Anasagasti.

Solabarrieta nació en 1884 en Ondarroa. Fue hijo único enviado a Gasteiz a aprender confitería. “Jamás pensó cuando subía por Urkiola que su destino no sería la pastelería, sino la política, la pesca y dirigir una localidad como Ondarroa en aquellos tiempos de república, y el Centro Vasco de Caracas tras la Guerra Mundial”, resume su nieta, que ejerció como ex diputada de Medio Ambiente.

Solabarrieta se casó con María Urresti. Tuvieron niñas gemelas. En el parto murió una de ellas y la madre. Viudo, se casó con una hermana de la fallecida, Ezekiela. Tuvieron cuatro hijos. José tenía barcos pesqueros y un astillero. También trabajaron con carbón. “Fueron los que introdujeron el arrastre, tuvieron el primer teléfono y un toldo en la playa”, agrega Esther.

afiliación jeltzale Ondarroa tenía entonces 5.232 habitantes. A Solabarrieta le gustaba dirigir equipos humanos, vestía sombrero aunque en Ondarroa usara su inveterada txapela. Se afilió al PNV con el fin de la dictadura de Primo de Rivera en 1930. “Un día se levantó de una reunión donde habían proclamado concejales a los mayores contribuyentes locales. Al retirarse del salón, le siguieron otros”.

El 14 de abril de 1931 se celebraron elecciones municipales democráticas. Encabezó la candidatura jeltzale frente a tradicionalistas. Ganó el día que Alfonso XIII renunció al trono y llegó la República. Tenía 52 años. En 1932 logró aprobar el proyecto de un puerto interior en la dársena. “Resultó un salto revolucionario que permitió a Ondarroa pasar de un pequeño puerto a ser referencia en el Golfo de Bizkaia”, valora su nieta.

Pero el proyecto necesitaba ser financiado. Aquel año, no había ni Diputación ni Gobierno vasco ni amigos en Madrid por lo que aguzó el ingenio. Gracias al líder socialista Indalecio Prieto y a otras autoridades lo consiguieron. Markos Gabika reivindicó para ellos, para los Solabarrieta, Prieto, Mancisidor, Bakeriza y Beristain alguna placa o monumento en Ondarroa. No se hizo. Estalló la Guerra Civil y Solabarrieta creó el Comité de Defensa local, y el histórico 7 de octubre fue a Gernika a dar su voto a Aguirre para ser elegido lehendakari. Mientras tanto en Ondarroa Juan Bautista Beitia se reunía para constituir un nuevo ayuntamiento: el franquista. Aquel robo iba a durar 43 años.

comienzo de la depuración La casa del alcalde fue saqueada. Su zapatería, desvalijada; su fábrica de conservas, ocupada; su tienda y su Banco, desbaratado; sus acciones y participaciones en los pesqueros y astilleros, bloqueados. “Se quedó con el cielo arriba y la tierra abajo. Como muchos”. Su mujer debió dejar el pueblo por el monte. Fueron a Bilbao, donde tenían un despacho en la Gran Vía en las casas de Sota, donde estaba el Gobierno vasco y el PNV. Vivió en Atxuri y Portugalete. La familia se exilió en un barco pero el alcalde se quedó en Bizkaia. Al mes, Solabarrieta llegó a La Rochelle. Hasta 1940 mantuvo relación con sus ciudadanos, preocupándose de su situación, de los barcos, de cobrar algunas deudas en Italia, de pasear y de ir a misa. El Gobierno vasco les daba cinco francos al día que “no alcanzaban para nada, pero había tanta gente en aquella situación que no se quejaba”. Envió a sus hijos a Bélgica.

Como no tenía dinero para hacer un viaje intercontinental para seis personas, reclamó su dinero a la Caja de Ahorros, pero se lo negaron. Desde París, el Gobierno vasco le consiguió 2.000 francos. Viajaron a Venezuela en tercera clase desde Marsella junto al cartelista del nacionalismo Nik-Kintana. El 24 de junio de 1940, día de la batalla de Carabobo que selló la Independencia de Venezuela, arribaron al país. Se afincaron en Cumaná, a 700 kilómetros de Caracas. “Con la familia encauzada y en posición económica desahogada, el virus de la política continuaba”, sonríe. El Centro Vasco de Caracas se había fundado en 1942, día de Aberri Eguna. Solabarrieta fue su presidente y en los actos públicos hablaba en euskera.

retorno a ondarroa Regresó a Ondarroa habiendo recibido del consulado español toda clase de garantías de que no le sucedería nada. Los franquistas le picaron el pasaporte para que no volviera a salir. Su llegada al pueblo fue un acontecimiento. Había vuelto el alcalde legítimo y democrático. “El contraste era evidente y muy molesto para el alcalde Aguirre puesto por el Gobernador civil”, matizan.

Logró volver a Venezuela y con el tiempo a su pueblo de Ondarroa, ya para siempre. El 25 de abril de 1957 falleció en el pueblo que le había visto nacer. “El funeral -valora su nieta María Esther- fue todo un plebiscito de dolor y homenaje hacia el alcalde democrático. Scola, el conservero, comentó: “Ha muerto el mejor hombre de Ondarroa”. Todavía faltaban 22 años para que los ondarrutarras volvieran a elegir otro alcalde democrático, Félix Aranbarri, en 1979.

Eusko Gudarostea, los últimos guardianes de la memoria

Apenas una veintena de gudaris permanecen vivos ocho décadas después de participar en la Guerra Civil

Un reportaje de Iban Gorriti

son los últimos soldados vivos del Eusko Gudarostea, ejército republicano del Gobierno Provisional de Euskadi activo entre el 25 de septiembre de 1936 y el 26 de marzo de 1937. Ocho décadas largas después de aquella contienda bélica civil, apenas una veintena de gudaris vascos quedan todavía entre nosotros para atestiguar con su sola presencia la memoria de la dignidad de la lucha contra el fascismo.

Un grupo de gudaris posa en el frente de guerra para hacerse una fotografía. Fotos: Sabino Arana Fundazioa/I. Gorriti
Un grupo de gudaris posa en el frente de guerra para hacerse una fotografía. Fotos: Sabino Arana Fundazioa/I. Gorriti

El fotógrafo Mauro Saravia ha sido quien más se ha acercado a ellos en los últimos años y, de su mano, es posible aproximarse a un censo de los últimos guardianes de la memoria, si bien está abierta a más personas que también lo fueron pero cuya identidad no ha trascendido. “Cuando esta generación se haya perdido -subraya Saravia-, partirá un pedazo del significado de libertad, resiliencia y amor. Probablemente en su ausencia volveremos a ver la guerra con perspectiva errada, romántica y heroica, pero seguiremos recordando las camisas a cuadros, los buzos y los tabardos con orgullo”.

¿Y qué opinan sobre ello el gudari José Moreno, del batallón San Andrés; el miliciano Luis Ortiz Alfau, del Capitán Casero, o Juan Azkarate, único gudari vivo de la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi? El primero cumplirá 100 años en noviembre: “El Gobierno de Euskadi debe transmitir a los jóvenes lo que luchamos los gudaris. Debía enseñarse en los colegios y estar presente en los libros de texto. Y que no olviden que Franco fue un dictador, un criminal de guerra, que nos avasalló con las fuerzas aliadas internacionales. Si no se hace, caeremos en el olvido después de haber luchado por nuestro país Euskadi, por la democracia y todas las libertades”.

Azkarate, el benjamín de los gudaris con 95 años, lamenta ya la situación actual. “Hoy mismo he hablado con un amigo sobre ello. No sé qué pasará ni qué se puede hacer. Voy al poteo y hablamos de fútbol y pelota. Si saco el tema de la guerra no les importa. A mis propios hijos, tampoco mucho. Cuando me vaya al otro barrio, cuando quien sea el último gudari muera, ¿qué pasará? ¿Alguien se acordará de lo que hicimos? Tengo mis dudas”.

Como ellos, aún viven aquellos gudaris y milicianos al mando del lehendakari José Antonio Aguirre. Entre otros, son Iñaki Errekabide, Gerardo Bujanda, Mateo Balbuena, Ignacio Ernabide y Jesús Erkiaga. Completan la nómina Gregorio Urionaguena, Juan José Astobiza, Andrés Egaña, Gabriel Nogues, Sabin Gabiola, Basilio Urbistondo y Alejandro del Amo. O los gudaris del Batallón Gernika Francisco Pérez y Miguel Arroyo.

transmisión contra el olvido Preguntado sobre el legado y la memoria que quedará cuando los últimos gudaris desaparezcan, Ortiz Alfau, de 102 años, asegura que habrá relevo. “Esto ha avanzado de forma extraordinaria. Es como los pensionistas que tras estar callados, ahora no hay quien les pare. Con la memoria pasa igual. No soy nacionalista, pero el Gobierno vasco está trabajando bien en la transmisión”, afirma y a modo de ejemplo expone que en unos días el Instituto Gogora va a publicar en euskera el libro sobre su vida. “Hay interés. Si el PP no colabora con la memoria es porque ellos o familiares suyos son los mismos que los de entonces. Pero aquí hay relevo y no seremos olvidados. Ahí estáis los periodistas y las instituciones para seguir teniéndonos presentes”, explica este superviviente del campo de Gurs y que previamente estuvo en el bombardeo de Gernika, en Elgeta en la batalla de Intxorta, y en el frente de Barcelona.

En los últimos años más de una veintena de aquellos improvisados soldados ha fallecido. Por citar algunos, Usabiaga, Sagastibeltza, Padín, Izagirre, Delgado, Uribe, Etxebarria, Aranberria, Ezenarro, Landa, Condina y Biain. Muchos de ellos, habitan aún en el libro Maizales bajo la lluvia, de Aitor Azurki. “¿Qué será de ellos cuando no estén? Te diré lo que me respondió un gudari al preguntárselo: Esto será como muchas otros situaciones de la Historia, que cuando ya no esté nadie para contarlo, se quedarán en meras letras del pasado”.

Azurki apostilla que es una pregunta que todos los memorialistas se han hecho alguna vez. “La importancia de los testimonios radica en la oralidad tal y como lo recogía en una cita del periodista Francesc-Marc Álvaro: Sin figuras de carne y hueso que acrediten los hechos y levanten puentes de empatía, el significado único de ese acontecimiento irá perdiendo intensidad, hasta confundirse en fenómeno histórico. No será el olvido lo que nos asediará, sino la indistinción, forma suprema de la indiferencia”.

Enemigos unidos: Los Asua y los Martiartu de Erandio

Al igual que en la tragedia de Shakespeare ‘Romeo y Julieta’, en Erandio, en el siglo XVI, un matrimonio, el formado por Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu, acabó con años de conflictos entre los dos linajes

Un reportaje de Adrian Busto

LA tragedia de Shakespeare Romeo y Julieta, haciendo spoiler, narra la historia de dos jóvenes enamorados que, a pesar de la rivalidad de sus familias, deciden casarse. Las dificultades vividas por la pareja provocaron que optaran por el suicidio antes que vivir separados. Pero la muerte de los dos jóvenes reconcilió a las dos familias. En Erandio y sin la carga romántica de la obra de Shakespeare también encontramos a un Romeo y una Julieta que con su matrimonio lograron reconciliar a sus familias de “igual nobleza” y “arrastradas por viejos odios”.

En 1561 se casaron Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu. Con este enlace se unieron los dos linajes más importantes y poderosos de Erandio, enfrentados durante la Edad Media y que con la pacificación del señorío y el fin de las guerras de bandos acabaron con años de conflictos para dar paso a la consolidación de su dominio y autoridad en esta anteiglesia y su entorno, principalmente en el Txorierri y la margen derecha de la ría.

Ermita de San Antonio de Martiartu (Erandio) construida en 1658 por Diego de Asua, Getxo y Martiartu. Gorka Madariaga
Ermita de San Antonio de Martiartu (Erandio) construida en 1658 por Diego de Asua, Getxo y Martiartu. Gorka Madariaga

El linaje de los Asua tenía su solar, su casa-torre, en el barrio de Asua, cerca del río homónimo y controlaban gran parte del transporte de la zona, que era una importante vía de comunicación entre las minas de hierro de Somorrostro y las ferrerías del interior de Bizkaia. Además, según la crónica de Lope García de Salazar, fue una de las familias fundadoras del templo de Andra Mari de Erandio. No obstante, las historias recogidas en el libro de Las Bienandanzas e Fortunas debemos tomarlas con cierta cautela, sobre todo las que se refieren a los orígenes de los linajes. No podemos olvidar que estas narraciones pretendían demostrar y recoger las hazañas de los antepasados -incluso inventándoselas- para legitimar el poder y el estatus de las principales familias del señorío.

La celebración del matrimonio sirvió para vincular las propiedades del linaje Asua. De este modo, desde 1561, todos los bienes que habían pertenecido a la familia quedaron protegidos por las leyes del mayorazgo y solo uno de los hijos pasaría a ser el heredero. Este vínculo o mayorazgo antepuso al primogénito frente a los segundones y a los hombres frente a las mujeres, pero no los excluía. El mayorazgo permitía mantener la propiedad unida, sin divisiones tras el fallecimiento del titular y al mismo tiempo protegía los bienes y el futuro del linaje.

Entre las propiedades de los Asua destacan la casa-torre, el patronato de la iglesia de San Juan de Sondika, varios molinos y casas (Uribe, Etxandia, Errenteria,…), tierras y robledales. Es, por tanto, un vínculo modesto, pero cargado de preeminencias y honores que les consolidaba en la cúspide social y económica del Txorierri. La familia residía en la torre de Asua y arrendaban el resto de caseríos, tierras y robledales.

El patronato de la iglesia les permitía captar el diezmo de los feligreses de Sondika y disfrutar de los honores y los derechos propios del patrón. En contrapartida, tenían que mantener el templo y asegurar el correcto funcionamiento de éste. Sin embargo, muchas veces estos patrones recogían (arrendaban) el diezmo y se olvidaban de sus obligaciones. La familia Asua se había deshecho en 1438 del patronato de la iglesia de Andra Mari de Erandio, vendiendo por 20.000 maravedís sus derechos a la familia Butrón. Todo parece indicar que las familias Asua y Aguirre -patrones diviseros- habían usurpado el patronato de la iglesia de Erandio y lo cedían casi gratuitamente al señor efectivo de la comarca. De este modo, se incrementaban las ya consolidadas relaciones entre la familia Asua y Butrón.

Los molinos y aceñas -destacan los de Axpulueta (Goikoa y Bekoa) y de Uribe en Loiu- fueron otra importante vía de captación de rentas. A través del arrendamiento y/o explotación de los molinos la familia Asua se aseguraba unos ingresos y además un cierto control sobre la población de Loiu.

El otro poderoso linaje de Erandio era el de Martiartu. Esta familia tenía su solar en Goierri, en la casa-torre de Martiartu y controlaba el valle del Gobela, donde logró aumentar su poder gracias a la unión con el vecino linaje de los Getxo. El matrimonio entre María López de Martiartu y Ochoa Ortíz de Getxo reunió las propiedades de ambas familias y a partir de ese momento tanto la torre de Getxo como la de Martiartu formaron parte de una misma herencia. No obstante la vinculación de los bienes no ocurrió hasta el siglo XVI, como en el caso de los Asua.

Además de las mencionadas torres, el linaje era propietario de varios caseríos (Goikoetxea, Kortina,…), molinos (Mimenaga, Errotabarria, Gobelerrota,…), tierras, vegas y eran patrones de la iglesia Andra Mari de Getxo. En la iglesia de Andra Mari de Erandio contaban además con importantes preeminencias y eran la familia con mayores derechos en el templo -incluso por delante de los patrones diviseros-. En 1526, la población de Leioa logró la “desanexión” religiosa y por ende política al dejar de depender de la iglesia de Andra Mari de Erandio. La casa de Butrón que era la propietaria de los diezmos y beneficios cedió la mitad de los frutos a la familia de Martiatu y Getxo convirtiéndoles en copatronos de la iglesia de San Juan de Leioa.

Por tanto, las dos familias, Asua y Martiartu aseguraron con los mayorazgos sus bienes y consolidaron y perpetuaron su dominio y poder sobre el resto de la comunidad. Ambas familias ejercieron diferentes cargos públicos e intentaron captar las rentas de sus convecinos. No obstante, antes de aliarse y unir fuerzas los dos linajes se enfrentaron durante gran parte de la Baja Edad Media.

En el marco de la crisis bajomedival y durante las guerras de bandos, tanto el linaje de los Asua como el de los Martiartu estaban bajo la órbita de la importante casa de los Butrón, en lo que se puede denominar bando oñacino. Sin embargo, y a pesar de estar relacionados y emparentados mediante lazos matrimoniales con la familia Butrón y pertenecer al mismo “grupo” sus enfrentamientos eran constantes y habituales. El control del entorno de Erandio y demostrar el “mas valer”, con toda probabilidad, fueron las principales causas de su enemistad. La rivalidad quedó materializada en diferentes batallas y peleas que enfrentaron a distintos miembros de las familias y de sus clientelas.

Desde finales del siglo XV fueron dando diferentes pasos para repartirse el poder de la anteiglesia y mejorar sus relacionales. Sin embargo, no es hasta 1561 con el enlace entre Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu cuando realmente fortalecen y afianzan su alianza. Para entonces los enfrentamientos habían desaparecido y las rivalidades habían quedado institucionalizadas, además, mediante la difusión de las ideas igualitaristas y la promulgación del Fuero Nuevo, los privilegios de los Parientes Mayores se habían reducido. Los dos linajes encontraron en la unión matrimonial la vía para consolidar su poder y poner fin a siglos de enemistad.

Sin embargo, este matrimonio no tenía como objetivo -al menos a priori- unir los bienes de las familias, ya que Águeda no era la primogénita. En el momento del enlace Águeda tenía una hermana mayor, Francisca y otra menor e ilegítima, María López. Su hermana mayor era la heredera de los bienes de la familia Getxo y Martiartu y se casó con Ordoño de Zamudio y Zugasti. De este matrimonio nacieron Gerónimo, que tuvo una hija natural -se casó con Álvaro de Mendoza y Sotomayor, señor de Villagarcía-, y Antonia que casó con el contador Ochoa de Urkiza y no tuvieron descendencia. Mientras que vivieron los miembros de esta rama familiar disfrutaron de los bienes de Getxo y Martiartu. Pero, la falta de sucesión benefició a los descendientes del matrimonio de Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu.

Los descendientes de la hermana menor e ilegitima -que se había casado con Ochoa Ortiz de Basagoiti- no se resignaron a aceptar que sus parientes heredasen los bienes que habían disfrutado hasta entonces los Zamudio-Getxo y Martiartu y comenzaron un largo litigio que terminaría dando la razón a los sucesores de los Asua. De este modo, gracias a la extinción de la rama de Francisca y a la justicia, que dio sentencia favorable para los Asua, los mayorazgos de los Martiartu y los Asua se unían en un mismo titular, reuniendo los bienes de los dos grandes linajes medievales erandioztarras.

Proceso judicial El largo proceso judicial iniciado por los Basagoiti y Sopelana retrasó la toma de posesión efectiva de los mayorazgos por parte de la familia Asua, Getxo y Martiartu. Sin embargo, desde que se extinguió la rama de los Zamudio pudieron disfrutar de esos vínculos y aprovechar en su beneficio los derechos inherentes a ellos. Ejemplo de esta situación encontramos en la ermita de San Antonio de Martiartu construido en 1658 por Diego de Asua, Getxo y Martiartu y por entonces Diputado del señorío. Pero cuando la familia logró la sentencia favorable para suceder en los mayorazgos, los titulares habían emparentado con otras familias del señorío y formaban parte de un entramado más amplio a cuyo frente encontramos al marquesado de Villarías.

En resumen, la unión entre los dos grandes linajes y enemigos de Erandio ocurrió en 1561, sin embargo las propiedades y sus derechos inmateriales y simbólicos no se aunaron hasta la extinción de la rama Zamudio-Martiartu. En el Antiguo Régimen emparentaron con otras familias, vínculos y mayorazgos del señorío, pero los mantuvieron unidos hasta que las leyes desamortizadoras permitieron a sus titulares, y para entonces propietarios, disfrutar libremente de los bienes y ponerlos a la venta. Los patronatos desaparecieron y los bienes dejaron de estar protegidos por las leyes de los mayorazgos. Desde finales del siglo XIX los marqueses de Villarías comenzaron a desprenderse paulatinamente de estos bienes.

Guatemala, la República española y el Gobierno vasco en el exilio

La presencia en Guatemala de exiliados que huyeron del franquismo pasó desapercibida en comparación con la de otros países latinoamericanos, y vivió momentos de tensión por la situación de aquel país y la política de Estados Unidos

Un reportaje de Arturo Taracena Arriola

EN Sabino Arana Fundazioa cuentan ya con un libro que acabo de publicar en México bajo el auspicio de la Universidad Nacional Autónoma y El Colegio de Michoacán con el título de Guatemala, la República Española y el Gobierno Vasco en el exilio, 1944-1954. No sólo ha sido la amistosa relación de mi abuelo materno, Jorge Luis Arriola, embajador de Guatemala en Lisboa y Roma, con Manuel de Irujo, Teodoro Aguirre y otros dirigentes vascos lo que me animó a esta investigación, sino además el deseo de hacer de dominio público un olvidado papel de solidaridad de mi país con los republicanos españoles. Muestro aquí un difícil resumen de un libro lleno de datos, nombres y circunstancias que debería interesar a los vascos que aspiren a conocer parte de la intensa actividad que desplegaron sus dirigentes y los de la República en el exilio en tiempos muy difíciles para la gran mayoría de sus partidarios.

Carta de inmigración a Guatemala de Antonio Arregui Azcárate firmada por el escritor Luis Cardoza y Aragón, embajador de Guatemala en Francia, 1948.
Carta de inmigración a Guatemala de Antonio Arregui Azcárate firmada por el escritor Luis Cardoza y Aragón, embajador de Guatemala en Francia, 1948.

Guatemala estableció tardíamente relaciones diplomáticas con la República española debido a que la dictadura del general Jorge Ubico solamente fue derrocada en vísperas del fin de la segunda Guerra Mundial por medio de la revolución cívico-militar del 20 de octubre de 1944. Ello permitió que este país entrase en el relevo de México en materia de proyectos de inmigración de refugiados españoles. Sin embargo, la marginalidad de la apuesta diplomática guatemalteca en el seno de los intereses diplomáticos del gobierno republicano español, entonces presidido por José Giral, hizo que las relaciones con los guatemaltecos fuesen encargadas al entonces ministro de Industria y Comercio de la República española, Manuel de Irujo y Ollo.

Tal decisión pesaría en el hecho de que al final el Gobierno vasco en el exilio fue el que las capitalizó durante casi una década, motivado por intereses diplomáticos (relaciones con los países centroamericanos y con los comunistas del Este), económicos (café, medicinas) y, en gran medida, de trabajo de inteligencia (papeles falsos, pasaportes, información). En ello sobresale el peso de las buenas relaciones que Guatemala entabló con los países centrales europeos bajo la impronta soviética o con la Yugoslavia de Tito. El triunfo final de la estrategia de Irujo por colocar a sus hombres en el centro de las relaciones republicanas con el gobierno guatemalteco se dio en 1951 con la designación de Antonio de Zugadi como cónsul de la República española, cargo que mantuvo hasta la caída del gobierno de Arbenz en 1954.

Tanto la modesta cifra de aproximadamente 200 republicanos españoles que llegaron a Guatemala entre 1947 y 1952, en comparación con las de otros países latinoamericanos receptores (México, Chile, Venezuela, República Dominicana), como esta capitalización del quehacer diplomático republicano por parte del Gobierno vasco en el exilio es la explicación del profundo desconocimiento que en la historiografía sobre la guerra civil española ha habido del papel jugado por los gobiernos de Juan José Arévalo (1945-1951) y Jacobo Arbenz (1951-1954) en apoyo a la República española en el exilio tanto en Europa como en América, así como de la implementación de un programa guatemalteco de inmigración de refugiados españoles en Europa a partir del año de 1948. Una inmigración que ya no solo incluía a quienes habían huido de España entre 1936 y 1939, sino a aquellos que venían de salir de las cárceles franquistas o habían desertado del ejército al que fueron obligados a servir. Además de ellos, los hijos de los primeros, que para entonces ya eran adultos o tenían la suficiente edad para reunirse con sus padres en el exilio o, simplemente, aquellos españoles que pasaban las fronteras francesa y portuguesa por razones económicas.

El papel de EE.UU. Una relación tardía, en el marco de inicio de la Guerra Fría, que ayuda a explicar cómo en el tablero diplomático de Estados Unidos la presencia de los republicanos españoles en Guatemala fue utilizada por el Departamento de Estado para ejemplificar el apoyo del comunismo internacional a los gobiernos emanados de la revolución octubrina en el país centroamericano. Por ello, no es impropio relacionar la suerte de Guatemala en la Guerra Fría con la de la España republicana al inicio de la confrontación internacional con el bloque socialista, en momentos en que Washington daba un claro paso en el reconocimiento internacional del gobierno de Franco y para que España formase parte de Naciones Unidas. La visión que la administración estadounidense tenía de los republicanos españoles asentados en Guatemala era clara y abarcaba a todos sin calculadas distinciones, tal y como en 1955 dejó constancia el historiador y politólogo norteamericano ligado a la CIA, Daniel James: “Una verdadera brigada internacional, a la cual bien podría atribuirse un parentesco con su original español, funcionaba como parte de la maquinaria del Cominform… Ofrecieron una prueba muy clara de la intervención Soviética en los asuntos de Guatemala”.

Por su parte, la intervención estadounidense en Guatemala escindió a la comunidad republicana española asentada en el país centroamericano, haciendo que un grupo minoritario se reclamase como anticomunista al argüir razones nacionalistas (los vascos) o ideológicas (anarquistas y socialistas), sin poder evitar que la mayoría de los republicanos se viese lanzada a un exilio por miedo a las represalias por su participación durante la guerra civil española como en las administraciones revolucionarias guatemaltecas. De un universo de 200 personas, 145 optaron por abandonar Guatemala asilándose en tres embajadas latinoamericanas, principalmente en la de México. Es más, algunos de ellos fueron encarcelados y luego expulsados hacia este último país por las autoridades golpistas guatemaltecas entre los meses de julio y septiembre de ese aciago año de 1954. Se trata pues de un nuevo exilio republicano español que no forma parte de las historias oficiales que del mismo se han construido en estos países.

El 1 de julio, la Junta Militar declaró indeseables a los republicanos españoles residentes en Guatemala, lo que motivó que ese mismo día el Gobierno de la República en el exilio emitiese desde París un comunicado dirigido a aquella, en el que expresaba “que los españoles residentes en ese país fueron admitidos de forma regular conforme a las leyes en vigor, promulgadas por el Gobierno legal y aplicadas por la autoridades regulares… Por esas razones, el Gobierno Republicano español no puede aceptar que en ningún caso la colonia republicana española sea declarada indeseable por causa de sus gloriosos antecedentes republicanos”.

La violencia del gobierno golpista castrense en contra de la representación republicana en Guatemala fue tal, que el 20 de diciembre de ese año de 1954, ya refugiado en México, Zugadi le escribió a Irujo una larga carta en la que señalaba que se vio abocado a dirigir notas oficiales al triunvirato que tomó el poder luego de la caída de Arbenz, ello en medio del asalto a la embajada de España. Esto le llevó a protestar ante el Ministerio de Relaciones Exteriores guatemalteco, ya se tratase “de ladrones disfrazados de anticomunistas o de anticomunistas disfrazados de ladrones”.

Sólo salieron siete Zugadi había enviado un despacho sobre los sucesos al Ministerio de Estado de la República en París que se imaginaba que Irujo ya conocía. En ese ambiente golpista, también informó de que el número de vascos que salieron hacia México fue de tan sólo de siete, pues la mayoría se quedó en Guatemala. El 3 de enero de 1955, Irujo le respondió a Zugadi: “No se esfuerce Usted en preparar informes de lo ocurrido en Guatemala. No son ahora necesarios”. La contrarrevolución guatemalteca se apuntaba una victoria ideológica, pues los dirigentes nacionalistas vascos no sacrificarían sus excelentes relaciones con el Departamento de Estado norteamericano por la causa revolucionaria guatemalteca con la esperanza de que los Estados Unidos contribuirían a crear un Estado vasco independiente: la apuesta entonces del presidente José Antonio Aguirre.

En el segundo semestre de 1950, el padre Jokin Zaitegui había decidido fundar el Centro Vasco Landíbar en la capital guatemalteca, partiendo de que no existía uno en este país y de la necesidad de estrechar los vínculos de los paisanos residentes en él. A sus ojos, tal impulso partía de la importante herencia cultural vasca a lo largo de la historia colonial y republicana guatemalteca. Por tanto, argumentaba, “prescindiendo de toda política que separa, y caminando por la cultura que nos une, abre sus puertas de oro a todo vasco o guatemalteco amigo del País Vasco…” El acta estaba firmada como socios fundadores por Zaitegui, Valentín Cuartango, Juan Zabala, Leandro Garín Ugarte, Daniel Garín Ugarte, Julián y Ramón Urigüen, Gerardo Andicoechea, Felipe Aberasturi Azcoitia y Ángel Arce Barahona; estando “de acuerdo en principio”, Antonio Arregui Azcárate, Julián Azcárate, Antonio Altuna Gárate, Gerardo Arana y Nicolás Ormaetxea. Arregui, Aberasturi, Azcárate, Arce y Altuna habían llegado a Guatemala desde Francia por medio del programa guatemalteco de inmigración y todos habían participado en la guerra civil, ya fuese en las milicias o en el ejército vascos, aunque pertenecían a diversas organizaciones (ANV, PNV, CNT y UGT). La base organizativa previa a la fundación del Centro Vasco fue la iniciativa de Zaitegui para fundar la revista Euzko Gogoa, la única en ser editada totalmente en euskera del período post republicano y que jugó un papel de primer orden en el renacimiento de la cultura vasca en el siglo XX. Él empezó a prepararla como revista bimestral en la Ciudad de Guatemala a lo largo del año de 1949 y, finalmente, la registró legalmente el 26 de diciembre de ese año, por lo que el primer número salió de la imprenta en enero de 1950. En Guatemala, ésta habría de aparecer (salvo por razones financieras en 1953) hasta el de 1955, cuando Zaitegui buscó asentarse en Gipuzkoa pensando que el franquismo lo dejaría editarla en Euskadi. Imposibilitado, se trasladó a Biarritz, donde la revista vivió su segunda época de 1956 a 1959. El cambio de sede de la Euzko Gogoa de Guatemala a Iparralde en 1956 respondió menos a la dificultades económicas y más a la necesidad de que la revista estuviese más presente en el Estado español. Una lista mecanografiada de abonados del año de 1950 existente en el archivo de Zaitegui en Sabino Arana Fundazioa, muestra que el total de ejemplares distribuidos ese año de aparición era de 332, con destino a 25 países de Europa, América y Oceanía. Para entonces, la lista contaba solo con una dirección en España.

La historia de las trabajadoras de hogar en Bizkaia

La situación de las trabajadoras de hogar ha pasado por diversas fases, siempre bajo el influjo del momento político y social del país. Su movimiento reivindicativo ha simbolizado como ningún otro la lucha por la igualdad

Un reportaje de Eider de Dios Fernández

EL pasado 8 de marzo el Bilbao Metropolitano amanecía con un acto en homenaje a las trabajadoras de hogar frente al Puente Colgante. En el imaginario de todos los vizcainos y vizcainas, el Puente de Portugalete aparece muy ligado a estas trabajadoras. Como observamos a raíz de las reivindicaciones que se llevaron a cabo el Día Internacional de la Mujer, todavía queda camino por recorrer para igualar el trabajo de cuidados y del hogar al resto de sectores laborales. Es por ello por lo que vamos a reflexionar unos minutos sobre la historia reciente de estas trabajadoras.

Con la llegada de la II República, el servicio doméstico empezó a ser contemplado como un trabajo. La Ley de Contrato de Trabajo extendió las relaciones laborales al servicio doméstico. Sin embargo, no se acabaron promulgando disposiciones que regularan su situación. De todas maneras, el hecho de que las empleadas del servicio doméstico pudieran, entre otras cosas, sindicarse, causó un gran impacto en la sociedad, de hecho se convirtió en una metáfora del cambio social.

Cartel, de principios de los 90, de la Asociación de Trabajadoras de Hogar/Etxe Langileen Elkartea en colaboración con otros muchos movimientos feministas. Foto: Centro de Documentación de
Cartel, de principios de los 90, de la Asociación de Trabajadoras de Hogar/Etxe Langileen Elkartea en colaboración con otros muchos movimientos feministas. Foto: Centro de Documentación de

Sin embargo, con la Guerra Civil las expectativas de cambio y de igualación laboral se vieron truncadas. Durante la guerra, en un contexto extremadamente polarizado coexistieron dos imágenes contrapuestas sobre las sirvientas. La primera de ellas la encontramos en la delatora, y es que familias ligadas al bando nacional creían que las sirvientas habían estado detrás de la denuncia y, por tanto, de la depuración de algunos señoritos. Por otro lado, encontramos el reverso de la moneda, la sirvienta que entiende el servicio a una familia como una absoluta abnegación. El régimen ligó la imagen de la delatora a la concepción del servicio doméstico como trabajo y, de esa manera, lo entendió como un símbolo de todos los males que había representado el periodo democrático. En cambio, el segundo modelo constituía la línea a seguir, el servicio doméstico significaría servir y, por lo tanto, debía quedar ajeno a regulaciones laborales.

Durante los primeros años del franquismo, varias circunstancias distorsionaron el horizonte de las mujeres en todos los ámbitos. Junto a las dificultades socioeconómicas de la posguerra, cabe señalar las características propias de un régimen autoritario y conservador. Ante estas circunstancias, quedaron muy reducidos los trabajos a los que las mujeres de clases humildes pudieron optar y, con ello, cualquier posibilidad de promoción y autonomía. El servicio doméstico fue uno de los escasos trabajos femeninos que aumentó tras la contienda hasta dar lugar a una edad de oro. No obstante, antes que los motivos económicos que justifican el incremento de este sector, estaban los motivos políticos: el régimen interpretó el servicio doméstico como un método de reordenación social y de reeducación de las clases humildes, clases vinculadas con quienes perdieron la Guerra Civil. No quiero decir con esto que todas las sirvientas fueran hijas de republicanos, pero todas tenían una característica en común muy ligada a la perdedora de la guerra: la pobreza. Había que mostrar que el orden social que se había quebrantado durante la República debía ser repuesto y, entre otros medios, se iba a hacer gracias al servicio doméstico. De hecho, ellas se convirtieron en el símbolo de la recuperación del orden natural de las cosas.

Seguridad ¿Cómo se hizo esta reordenación? Por una parte, durante la dura posguerra estar de interna en una casa al servicio de una familia, que aparentemente no tuviera un pasado republicano, brindaba a la muchacha cierta seguridad ante la brutal represión que se estaba llevando a cabo. El servicio doméstico constituyó así una forma de huir a la ciudad, en este caso Bilbao, donde se creía que se iba a estar más a salvo. También fue el medio de asegurarse la manutención en un tiempo de escasez y hambruna. Por otra parte, existieron instituciones religiosas que instruían a las chicas pobres para que fueran sirvientas. Además, con esta preparación se las iba formando en los valores que impulsaba la dictadura: la obediencia y el respeto al orden establecido. Durante el primer franquismo (1939-1959), el servicio doméstico se basó en unas relaciones de poder sumamente desigualitarias y a menudo no estuvo remunerado económicamente.

Sin embargo, no debemos pensar que todas las experiencias de las sirvientas en aquella época fueron negativas. La relación con la familia, si bien era jerárquica, se basaba en mutuas obligaciones, de tal manera que la abnegación de la muchacha se recompensaba, entre otras cosas, con que la familia empleadora cuidara de ella en caso de que esta estuviera enferma o que tuviera un problema. Es cierto que había casas donde las condiciones en las que tenían que vivir las muchachas fueron extremadamente duras, sin embargo, el hecho de que hubiera tanta demanda de servicio doméstico favorecía que las muchachas cambiasen de casa con total facilidad para así mejorar su situación.

Hasta la década de los cuarenta, el cuerpo mayoritario de las muchachas estaba formado por mujeres locales y vizcainas de áreas rurales que tuvieron que abandonar el euskera para aprender a marchas forzadas el idioma en el que se servía en la ciudad, el castellano. Aunque en el servicio doméstico siempre hubo una proporción menor de burgalesas, a partir de 1950 la trabajadora tipo será la procedente de provincias lejanas.

Las mujeres que llegaron aquí en la década de los cincuenta ya no lo hicieron huyendo de la miseria o de la represión derivada de la posguerra, sino por el deseo de ampliar sus expectativas de juventud. Estas migraciones se inscriben dentro de la llegada masiva de inmigrantes al área metropolitana de Bilbao en el contexto de la segunda industrialización, que tuvo lugar entre 1950 y 1975. En el caso de las mujeres, el servicio doméstico era una de las mejores fórmulas para emigrar. Las mujeres que empezaron a servir a finales de los cincuenta no lo hicieron, por tanto, en las mismas condiciones que lo habían hecho sus antecesoras: el servicio doméstico estaba convirtiéndose en un empleo. Si bien en el primer franquismo las órdenes religiosas habían servido para encuadrar a las muchachas dentro de los valores del régimen, durante el segundo franquismo (1959-1975) algunas instituciones pertenecientes a la Iglesia trabajaron para que se las equiparara al resto de sectores. La más importante en este aspecto fue la Juventud Obrera Católica (JOC). Con este cambio hacia el empleo no es casualidad que apareciera un nuevo personaje, la interina, la trabajadora que acudía por horas a limpiar una casa y/o a realizar labores de cuidados. El trabajo en régimen interno se redujo a partir de los años sesenta a favor de la interina, la empleada de hogar, y es aquí de donde surge la imagen ampliamente compartida de las mujeres de la Margen Izquierda del Nervión que a diario cogían el Puente Colgante o el gasolino para cruzar a la Margen Derecha, en donde trabajaban.

Siempre corriendo Mujeres que siempre parecían ir corriendo porque debían combinar su vida laboral con el cuidado de su familia en una época en la que el reparto de tareas parecía ciencia ficción.

Con la llegada de la democracia, el testigo de la JOC fue recogido por los sindicatos y algunos partidos políticos que diseñaron proyectos para regular el servicio doméstico. No obstante, ante la incomprensión de sus camaradas varones, la lucha de las trabajadoras del servicio doméstico parecía no poder encauzarse en los sindicatos de clase, debía hacerse desde el feminismo. Y así fue como en 1985 se creó la Asociación de Trabajadoras de Hogar de Bizkaia (ATH-ELE). Como señaló Pilar Gil, una de sus fundadoras, el primer objetivo de la asociación era igualar la situación de estas trabajadoras al resto de sectores. El segundo, más ambicioso, era extinguir el servicio doméstico a través de la colectivización de servicios. Esta organización pionera y referente en todo el Estado, adaptó del feminismo la acción directa y, de esta forma,

Cuando una trabajadora de hogar había sido despedida de malas maneras, no dudaron en realizar escraches para denunciar su situación. Asimismo, el feminismo pudo llevar a la práctica a través de la ATH los presupuestos de la economía feminista, ya que si el trabajo de las trabajadoras de hogar se remuneraba, quería decir que el trabajo del hogar tenía valor monetario. A partir de la década de los 90, con mujeres migradas esta vez extracomunitarias, al movimiento de las trabajadoras de hogar se le sumaron nuevos retos y nuevas conquistas ya que, no nos olvidemos, este movimiento simboliza, más que ningún otro, la lucha por la igualdad.