Un acuerdo de abajo a arriba: El Pacto Federal de Eibar

El federalismo pactista de Francisco Pi y Margall tuvo su reflejo en los pactos federales firmados en 1869

Un reportaje de Jon Penche

Prospecto del Pacto Federal de Eibar, rubricado el 23 de junio de 1869 por 28 representantes de comités republicanos de los cuatro territorios vascos. Foto: euskomedia.org
Prospecto del Pacto Federal de Eibar, rubricado el 23 de junio de 1869 por 28 representantes de comités republicanos de los cuatro territorios vascos. Foto: euskomedia.org

en estos tiempos de tensión entre Catalunya y España merece la pena echar la vista atrás para revisar las propuestas que en el pasado se formularon sobre la organización territorial del Estado español. Uno de los políticos que, desde las filas del republicanismo histórico, elaboraron una idea más acabada de una España en la que se compatibilizasen las características propias de cada territorio con la existencia de un poder central fue Francisco Pi y Margall (Barcelona, 1824; Madrid, 1901). Pi, además de catalán, era buen conocedor de Euskadi, puesto que pasó varios meses estudiando los fueros y las costumbres vascas en la época del Bienio Progresista en la zona de Bergara, de donde era oriunda su esposa, Petra Arsuaga Goikoetxea. El estudio del foralismo vasco a buen seguro le influiría para formular su idea de federación, la cual dejaría plasmada en el libro Las nacionalidades, publicado en 1877.

Pi y Margall desarrolló el ideal federativo que profesaba, y que proponía para España, en torno a dos conceptos que iban unidos en su pensamiento: el Pacto y la Federación. Este modelo de Estado debía de ser construido de abajo hacía arriba, es decir, partiendo de los municipios y pasando por las regiones históricas hasta el poder central, el cual nacía del contrato entre las diversas provincias y tenía por este limitadas sus atribuciones y facultades. Según Pi, la base de cualquier régimen federal descansaba en pactos sinalagmáticos, es decir, en acuerdos logrados entre todas las partes firmantes.

Tras la consecución de la revolución democrática de septiembre de 1868, el Partido Republicano Democrático Federal, del que Pi era su líder más destacado, procedió a organizarse de acuerdo a una estructura a imagen y semejanza de la concepción pimargaliana del Estado federal. Se trató de los denominados pactos federales, en los que varias provincias se unían en torno a un acuerdo para posteriormente federarse todos ellos y crear un poder central republicano.

El primero de los pactos se firmó en Tortosa, el 18 de marzo de 1869, entre los territorios de la antigua Corona de Aragón, al que le siguieron el de Córdoba, entre las provincias de Andalucía, Extremadura y Murcia; el de Valladolid, entre las provincias castellanas; el de Eibar, entre las provincias vasconavarras, y el de La Coruña, entre las provincias gallegas y Asturias.

Eibar, 1869 El Pacto de Eibar se celebró el 23 de junio de 1869, vísperas del día de San Juan, las fiestas patronales eibarresas. Reunió a 28 representantes de los comités de republicanos de Bilbao, Tolosa, Gasteiz, Iruñea, Eibar y Tutera. Así, por Araba firmaron el pacto Pedro de la Hidalga, Juan Bautista de la Cuesta, Daniel Ramón de Arrese, Ricardo Becerro de Bengoa, Juan Roca, Hilario Martínez, Cayetano Letamendi y Abelardo de Sagarminaga; por Gipuzkoa lo hicieron Justo María Zavala, Blas Irazueta, Felipe Ariotegui, Manuel Ezcurdia, Vicenta Aguirre, Celestino Echevarria, Inocencio Ortiz de Zárate y José Cruz Echevarria; por Nafarroa participaron Ignacio Aztarain, Antonio Velasco, José Lorente, Félix Utray, Baldomero Navascués, Pedro Fraizu y Julián Garay; mientras que por Bizkaia tomaron parte Cosme Echevarrieta, Horacio Oleaga, Antolín Gogeascoa, Joaquín Mayor, Julián Arzadun y José Ramón de Ibaceta.

El pacto constaba de seis puntos. En el primer punto se incluía la interpretación en clave democrática que los republicanos hacían de los fueros, afirmándose que las provincias “vascas” gozaban de un “régimen democrático republicano” y que la federación constituida mediante este pacto entre los republicanos de las cuatro provincias vasconavarras, aspiraba, en primer lugar, a “conservar y defender las instituciones a cuya sombra han vivido, y a restaurar las libertades de que han sido privadas, durante la larga dominación monárquica”, y en segundo término a preservar “al mismo tiempo, el más estrecho y perpetuo vínculo de la unidad con la madre patria en el lazo federal republicano”; es decir, venían a identificar República y democracia con el código foral, siendo este un sistema compatible con la unión con el resto de pueblos peninsulares. Era este un punto que ya había enunciado en 1865 Cosme Echevarrieta, sobre el que ya tratamos en esta misma sección hace un tiempo, en un artículo en prensa con el título de Solo la democracia es compatible con los fueros.

En el segundo punto declaraban su ideal de un Estado español republicano y federal, el cual era el único sistema con el que los fueros estarían a salvo, aseverando que podía no ocurrir lo mismo con el régimen monárquico: “El partido republicano de las provincias vascas y Navarra se declara solidario en cuanto hace relación a su conducta política y a la propaganda del principio de que su actual régimen está completamente garantizado constituida España en República federal, y peligrará siempre bajo las monarquías”.

Por su parte, en el tercer punto se invitaba a todas las demás regiones de España a que “asimilaran” el código foral vasco, en otras palabras, que se extendiesen los fueros al resto de regiones españolas: “No moviendo a la Asamblea un interés exclusivista y local, sino el deseo de asimilar las condiciones de España a las nuestras, a fin de que alcance a todas las provincias el tesoro ofrecido por las libertades democráticas”. Será esta una idea sobre la que teorizaron, en este mismo período, destacados republicanos como los alaveses Ricardo Becerro de Bengoa y Julián Arrese o el guipuzcoano Joaquín Jamar, los cuales defendían la idea de desarrollar los fueros vascos más allá del Ebro, de vasconizar España.

Federación vasconavarra Por lo que respecta al cuarto punto, se defendían las vías legales para la consecución de dicho proyecto mientras se respetasen los derechos consagrados en la constitución de 1869: “Puesto que la forma monárquica de la Constitución promulgada es hija de una Asamblea nacida del sufragio, el partido republicano cree no debe salir de una propaganda pacífica y legal».

En el quinto punto se llamaba a impulsar la creación de comités republicano-federales, locales primero y provinciales después, en las localidades de las cuatro provincias vasconavarras, con el objeto de constituir en un futuro cercano una federación vasconavarra. Esa futura federación estaría dirigida por un Consejo Federal que cambiaría sus miembros cada año, como se recogía en el punto sexto, y los seis acuerdos o puntos firmados en el pacto serían, la base del nuevo Estado vasco-navarro dentro de la República federal española. El proceso de los pactos federales se culminó, a instancias de Pi y Margall, con la reunión en Madrid de una Asamblea General de los pactos federales con el objeto de formalizar un gran pacto nacional. Este pacto se firmó el 30 de julio de 1869, creándose un Consejo Federal compuesto de tres individuos de cada uno de los pactos regionales. Entre los tres representantes del pacto vasconavarro destacaba la figura del propio Pi y Margall, que certificaba su cercanía con la tierra vasca.

Consecuencia directa del pacto federal de Eibar fue la creación del periódico Laurac-Bat: órgano del pacto vasconavarro que, editado en Bilbao, contaba en su plantilla con la plana mayor del comité republicano de Bilbao, mientras que los republicanos del resto de las provincias vasconavarras que habían firmado el texto de Eibar figuraban como colaboradores junto a grandes figuras del republicanismo estatal, como el propio Pi y Margall o tribunos como Emilio Castelar, José María Orense y Estanislao Figueras. En el prospecto de este periódico se desgranaba la ideología republicana federal vasca del período, insistiéndose en los mismos argumentos del fuerismo leído en clave democrática que acabamos de ver: “En nuestros Fueros, usos y costumbres, existen grandes gérmenes de República y federalismo, espontáneas producciones de la primitiva sociedad Euskara”. “Nosotros, somos, pues, fueristas; pero nos distinguimos de los fueristas históricos en que estos lo son precisamente por los elementos de feudalismo e intolerancia que en sí encierran, al paso que nosotros lo somos por sus gérmenes de republicanismo”.

Tanto el pacto de Eibar como el resto quedaron en suspenso al poco tiempo, ya que a pesar de que podía ser un buen sistema para organizar el Estado, no lo era así para organizar un partido político, que necesitaba una estructura mucho más eficaz y centralizada. Sin embargo, supusieron la puesta en práctica, siquiera de forma fugaz y restringida, del pensamiento de Pi y Margall, una teoría de organización del Estado que tendía a armonizar la unidad con la variedad.

Y los marinos de las siete provincias vascas formaron juntos

Entre 1940 y 1943, profesionales de la mar de un lado y otro del Bidasoa participaron en el tercer batallón de las Fuerzas Navales Francesas Libres, que no entró en combate

Un reportaje de Iban Gorriti

Los marineros de Hegoalde e Iparralde que formaron la unidad militar vasca denominada ‘3er. Batallón de Fusileros Marinos’. Foto: Juan Pardo San Gil
Los marineros de Hegoalde e Iparralde que formaron la unidad militar vasca denominada ‘3er. Batallón de Fusileros Marinos’. Foto: Juan Pardo San Gil

PERDIDA la Guerra Civil española por el bando republicano y sometido el Estado al totalitarismo franquista, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) marinos vascos de Hegoalde e Iparralde formaron juntos, por primera vez en muchos siglos, en un mismo bando y en una misma unidad: las Fuerzas Navales Francesas Libres (FNFL).

Fue la eminencia en la materia Juan Pardo San Gil -querido investigador fallecido en 2013- quien estudió con mayor mimo este capítulo de la historia de Euskadi. En el seno de estas fuerzas navales se organizó además una primera unidad militar vasca, el denominado 3er. Batallón de Fusileros Marinos, fruto del acuerdo entre el Consejo Nacional de Euzkadi y la Francia Libre. “Presiones inglesas obligaron a disolver el batallón, pero tanto este intento de participación colectiva como el acuerdo firmado tuvieron una gran significación histórica”, mantenía en sus investigaciones el malogrado historiador.

Siempre según sus indicaciones, los marinos vascos estuvieron presentes en casi todos los escenarios bélicos: ya fuera en tripulaciones de la España franquista o en el exilio, sirvieron en el bando aliado durante toda la contienda.

Una presencia importante de marinos de un lado y otro de los Pirineos tuvo lugar en las Fuerzas Navales Francesas Libres (1940-1943). Las creó el vicealmirante Muselier. Su objetivo fue “seguir combatiendo contra el Eje, cuando la Francia de Vichy firmó el armisticio con Alemania en 1940”, publicó Pardo. En ellas se alistaron unos pocos marinos vascos refugiados en Francia e Inglaterra después de la Guerra Civil, a la par que lo hacían varias decenas de compañeros labortanos, bajonabarros y suletinos. Por primera vez en varios siglos combatían juntos, sin fronteras y todos vascos.

De su paso por las FNFL nos queda además el primer intento de organizar una unidad militar vasca para combatir con los aliados. Por acuerdo entre el Consejo Nacional Vasco -organismo que sustituyó temporalmente al Gobierno vasco- y la Francia Libre llegó a organizarse una unidad militar vasca dentro de las FNFL en 1941, bautizada 3er. Batallón de Fusileros Marinos.

Las presiones de los ingleses, que querían evitar cualquier acción que pudiera animar al Gobierno de Franco a entrar en guerra, obligaron a disolver la unidad en 1942, sin haber llegado a entrar en combate. Sus componentes pasaron entonces a otras unidades de las Fuerzas Navales y del Ejército de la Francia Libre a título individual. No obstante, el acuerdo firmado tenía una gran significación histórica por tratarse del primer tratado internacional de la era moderna, suscrito por un organismo representativo del pueblo vasco y que, además, tenía una versión en euskera.

La mayor parte de marinos era de Iparralde, pero también hubo presencia de combatientes de Hegoalde, de localidades como Bilbao, Gasteiz, Sestao o Donostia. Así por ejemplo, Ángel de Agirretxe Goikoetxea era natural de Bilbao, médico, exdirector de la revista Jagi-Jagi y uno de los dirigentes de Euzko Mendigoizale Batza. Durante la Guerra Civil había sido capitán médico del Batallón Zergaitik Ez, ascendiendo hasta teniente coronel. Sirvió luego como médico de los refugiados en Francia. Al producirse la invasión alemana escapó de Donibane Lohi-tzune en el langostero bretón Solangane. Fue a Irlanda y luego a Inglaterra. Acabó siendo médico de primera clase de las FNFL y médico del 3er. Batallón.

Chófer de estrellas De la villa capitalina vizcaina también era Juan Antonio de Basabe Arrazola. Había servido como teniente de Infantería en un batallón de gudaris y después pasó a Francia. A raíz de la invasión alemana escapó de Donibane Lohi-tzune en el transporte polaco Baron Nairn con Antonio Gamarra y otros. Fue alférez de Navío de 2ª de las FNFL (septiembre 1941).

El citado Antonio Gamarra era gasteiztarra y miembro del Araba Buru Batzar del PNV. Al producirse la invasión alemana de Francia partió de Donibane Lohitzune en el Baron Nairn y llegó a Inglaterra con otros dos compañeros del EBB, Juan Basabe y varios miembros de los Servicios Vascos de Información. Fue oficial de Administración de 2ª de las FNFL. El bilbaino Juan Cotano fue instructor de los Comandos del Ejército de Tierra. Y como curiosidad histórica, el marino de Baiona Gaston Sanz se hizo muy popular en los años 60 por ser el chófer de los actores estadounidenses Liz Taylor y Richard Burton, a los que acompañó en incontables actos públicos. El labortano falleció en 2005.

El canto del cisne de los Fueros vascos Los discursos de Mateo Benigno de Moraza

Este año se cumplen 141 años de la Abolición Foral por la Ley Abolitoria de 19 de julio de 1876, un hecho cuyas consecuencias aún hoy padecemos, y 200 años del nacimiento del patricio alavés Mateo Benigno de Moraza

Un reportaje de Xabier Ormaetxea

Monumento a Mateo Benigno de Moraza en la Plaza de la Provincia de Vitoria-Gasteiz.
Monumento a Mateo Benigno de Moraza en la Plaza de la Provincia de Vitoria-Gasteiz.

De entre las páginas históricas que la lucha en contra de la abolición foral contiene, destaca sin duda alguna la última defensa de nuestros fueros, los discursos legendarios que el diputado alavés Mateo Benigno de Moraza pronunció en el Congreso de los Diputados los días 13 y 19 de julio de 1876, dos piezas oratorias que han pasado a formar parte de nuestra historia, llevando a su autor al reconocimiento unánime de sus contemporáneos y de las generaciones posteriores como un auténtico campeón de la causa vasca.

Mateo Benigno de Moraza nació en la calle Cuchillería de Vitoria-Gasteiz en 1817, estudió Filosofía en la Universidad de Oñate y Derecho en la de Valladolid y ya en 1842 fue nombrado secretario del Ayuntamiento de Gasteiz, y en 1848 consultor de la provincia de Araba. Fue decano del Colegio de Abogados de Araba entre 1855 y 1872 y en 1861 fue designado primer consultor vitalicio de Araba siendo nombrado padre de la provincia en 1862.

Moraza fue íntimo amigo del gran patricio alavés Ramón Ortiz de Zarate, con quien colaboró en publicaciones como la revista El Lirio y con quien escribió en 1852 Vindicación de los ataques a los fueros de las provincias vascas insertos en el periódico La Nación. Juntos lideraron durante varias décadas la vanguardia del fuerismo radical defensor de la integridad de los fueros y la soberanía de las Juntas Generales en el ámbito de su competencia en pie de pacto de igualdad con la soberanía nacional de las Cortes, enfrentada a los partidarios de transigir y fomentando un notable renacimiento cultural y social en la Vitoria de las décadas 50 y 60 del siglo XIX. En 1869 Moraza llegó a ser rector interino de la Universidad libre literaria de Vitoria.

A diferencia de su amigo Ortiz de Zarate que evolucionó del liberalismo radical al neocatolicismo carlista, Mateo Benigno de Moraza nunca tomó partido por el carlismo y a decir de sus contemporáneos se mantuvo fiel a la ideología foral como única bandera política lo cual le sirvió para ser reconocido por todos sus conciudadanos de uno y otro lado. Pese a no haber tomado partido por el carlismo, al principio de la segunda guerra carlista en 1873 fue detenido y encarcelado durante 14 días, manteniéndosele incomunicado, por el único motivo de ser amigo de Ramón Ortiz de Zarate. Durante su cautiverio la población vitoriana, consciente de la injusticia que se estaba cometiendo, acudió en masa a la cárcel para rendirle homenaje.

En febrero de 1876 su vida dio un giro radical, cuando previéndose la intención de promulgar en las Cortes españolas una Ley abolitoria de los fueros, Moraza fue elegido por unanimidad y sin oposición alguna como diputado al Congreso encargado de realizar la defensa de las instituciones vascas; trabajó en precarias condiciones de salud durante tres meses en la preparación de sus legendarios discursos, que tendría ocasión de exponerlos en las sesiones del Congreso de los Diputados de 13 y 19 de julio de 1876.

Sesión del 13 de julio de 1876 Comenzó su discurso exponiendo el convencimiento de que lo que se estaba debatiendo era la abolición jurídica de la ley que amparaba las libertades vascongadas y por tanto de modificar las estructuras sociales y el modo de ser del pueblo, y el País Vasco era reconocido universalmente como asilo de la libertad y de la industria.

En su discurso defendía que los fueros vascos nacen de la costumbre popular y de los pactos de los vascongados con sus señores, el Pueblo Vasco mantiene intactas sus características de raza y lengua y se ha mantenido independiente a lo largo de los siglos, eligiendo libremente señores y pactando libremente con los reinos vecinos, agregándose como estados independientes posteriormente a la Corona Castellana mediante pactos, pero conservando su independencia que fue jurada por todos los reyes posteriores, y manteniendo el derecho a desnaturalizarse del señor.

Los fueros y ordenanzas fueron redactados por los representantes en las Juntas Generales, y sometidos posteriormente a la sanción real, y se equiparan por tanto a lo que son las modernas constituciones.

La independencia del País Vascongado está igualmente confirmada por el sistema económico independiente y separado del resto de la nación e incluso por el derecho internacional ya que las provincias han celebrado a lo largo de la historia tratados internacionales.

La posesión y prescripción de un régimen ininterrumpido de más de 700 años, confirmada por reyes y tribunales no puede ponerse en cuestión por el Parlamento o por la Monarquía, la agregación por pactos libres no permite a una de las partes pactantes modificar o anular lo pactado sin el acuerdo de la otra, es decir solo puede hacerse en las juntas generales y con consentimiento de los vascongados, pues son pactos y en ningún modo privilegios.

Los vascos han participado como aliados de España movidos por su patriotismo en todas las grandes gestas históricas.

Los fueros contienen principios democráticos y ponen límite al poder político, y muestran respeto a las libertades civiles poniendo coto a las arbitrariedades, siendo un ordenamiento garantista.

Las Diputaciones Forales no han sido la causa de las guerras carlistas sino que han defendido la legalidad y el orden, y los ayuntamientos de las capitales vascas han sido en estas guerras bastiones inexpugnables de la defensa contra los carlistas, salvando los fueros.

Es injusto achacar a los fueros el ser la causa de la guerra, que se ha debido a causas religiosas y del pensamiento reaccionario.

Habiéndose demostrado que la guerra no fue por causa de los fueros sino por razones religiosas y políticas, debe de respetarse la ley confirmatoria de 1839 que nunca ha dejado de estar en vigor. La abolición de los fueros conducirá a la ruina inefable de las provincias Vascongadas.

“Los vascongados aman con idolatría sus fueros, para los vascongados son la vida, el aire, su modo de ser, su pasado, su presente el motivo de todo su orgullo, el motivo de todo su interés en la tierra. La mayor satisfacción que podéis darles es conservárselos, para que los puedan transmitir ilesos a las generaciones venideras, este es el ruego que os dirigimos; a la sombra de los fueros hemos nacido, y a la sombra de ellos quisiéramos morir”.

Discurso del 19 de julio de 1876 Moraza negó la exactitud de la afirmación del Sr. Roda de que las provincias tenían la pretensión de tratar con la nación española de potencia a potencia, sus relaciones siempre han sido corteses, defendiendo sus derechos con respeto, ya que se habían entregado voluntariamente a la corona guardando sus fueros.

Rechazó Moraza la afirmación de que la victoria y la fuerza son las fuentes del derecho moderno, pues si se aceptaba eso habría que admitir que la abolición de los fueros era un castigo que se extendía no a los culpables de las guerras carlistas sino a toda la población incluyendo a los liberales que combatieron al carlismo.

El discurso prosiguió con citas históricas sobre el comportamiento leal de los vascongados, y Moraza finalizó su discurso con un último ruego, afirmando que si la abolición de los fueros era la resolución irrevocable de las Cortes, regresaría a sus montañas a pedir resignación pero manteniendo la fe ciega y la esperanza en la justicia, la bondad y la hidalguía de la nación y del joven monarca, y reclamando una y cien veces para que al fin sus ruegos fueran escuchados por ser los ruegos de la razón y del derecho. “La causa que hemos sostenido ha sido, es y será la causa de la razón, de la historia, de la justicia y de la humanidad.”

De poco sirvió esta heroica defensa, que vino a minar la ya menguada salud de nuestro personaje. Como había expresado Cánovas “cuando la fuerza causa Estado, la fuerza es el Derecho”, los argumentos cargados de razón y de justicia de Moraza chocaban contra un muro de incomprensión y de maldad.

Llama poderosamente la atención que el discurso de Moraza, al igual que muchas de las defensas del sistema foral, reivindicaban la independencia de las provincias y a la vez contenían mensajes de acendrado patriotismo español. Ello solo se explica desde el llamado “doble patriotismo” que concebía y defendía la idea de España como una “monarquía compuesta” formada por Estados soberanos que compartían una misma corona. La incomprensión española de esta concepción puede explicarnos por qué los británicos tienen una Commonwealth de la que forman parte 52 países, y que sin embargo ese modelo sea inconcebible en estas latitudes.

Dimisión y reelección Moraza, pese a regresar a su amada Vitoria con su salud muy maltrecha, presentó su dimisión como diputado para someterse al juicio de sus conciudadanos, que volvieron a elegirle nuevamente sin oposición alguna. Su salud había decaído, pero no su ánimo que le llevo a fijarse el objetivo de “Ir al congreso, hacer la más amplia, completa y poderosa defensa de los fueros y morir”, heroico objetivo que no pudo llegar a cumplir pues en enero de 1878 falleció.

Los funerales de Moraza en Vitoria y muy especial el de Bilbao celebrado en la catedral de Santiago y con todos los establecimientos de la ciudad cerrados fueron una manifestación de masas en homenaje a los fueros vascos y a su último y heroico defensor.

Acabaremos este homenaje al gran Moraza con unos versos de su amigo Antonio de Trueba:

Dicen que el cisne al morir canta

y hoy tanto de mortal mi canto tiene

que parece del cisne mi garganta.

Manuel Iturrioz, el Houdini de los mugalaris vascos

Investigadores consideran a Manuel Iturrioz el primer pasador que formó parte de la Red Comète y que protagonizó más de cinco huidas

Un reportaje de Iban Gorriti

‘Collage’ con las fotografías de las vivencias de Iturrioz, un luchador incansable, tal y como lo recuerda su familia. Fotos: Familia Iturrioz
‘Collage’ con las fotografías de las vivencias de Iturrioz, un luchador incansable, tal y como lo recuerda su familia. Fotos: Familia Iturrioz

en 2006, Orexa dejó de ser el pueblo más pequeño de Gipuzkoa. Hoy lo es Baliarrain. Sin embargo, la historia de los moradores de la localidad de Tolosaldea permanece intacta. No hay que echar la vista muy atrás para conocer que un hombre llamado Manuel Iturrioz fue uno de los primeros pasadores, mugalaris, de la histórica red Comète.

La red Comète -en palabras del investigador Juan Carlos Jiménez de Aberasturi- fue una organización franco-belga que nació en Bruselas en 1940 con la finalidad de evacuar a los combatientes aliados perseguidos por los nazis. Su objetivo era ponerlos a salvo conduciéndolos, con la ayuda de las embajadas y servicios aliados en el Estado español, hasta Gibraltar. “La meta final, tras atravesar la Europa ocupada, era el País Vasco, lugar elegido para el paso, generalmente a través del Bidasoa. Aquí, un grupo de vascos de ambos lados de la frontera colaboró activamente en esta etapa final de su peligroso viaje”, valora en su estudio La red Comète en el País Vasco (1941-1944).

Uno de ellos -hay historiadores que aseguran que fue el primero en sumarse a esta organización- fue Manuel Iturrioz, quien casi a escondidas de su familia acabaría escribiendo sus memorias cuando ya sobrepasaba los 80 años. Hasta entonces, el silencio al respecto gobernó su boca.

Como el de Orexa, también son recordadas las gestas casi olvidadas de otros mugalaris como Alejandro Elizalde, Tomás Anabitarte, Florentino Goikoetxea, Martín Errazkin, Kattalin Agirre, Frantxia Usandizaga o José Manuel Larburu. Fueron maestros de evitar la vigilancia a ambos lados de Nafarroa y Gipuzkoa porque establecían itinerarios considerados seguros y estables. Tenían fama de profesionales.

Pero, ¿qué o quién era mugalari? Mugalari es un término en euskara que designaba a una persona que ayudaba a cruzar la frontera entre el Estado español y el francés. Muga significa frontera, es decir, que el vocablo señala también a la persona que vivía en zona fronteriza y, por extensión, a contrabandistas, cuyas actividades de tráfico de perseguidos políticos fueron muy frecuentes durante la Guerra Civil, así como en la Segunda Guerra Mundial, donde destacó su marcado carácter antifascista en la resistencia, en la clandestinidad: en este caso, antifranquista y antinazi.

En el caso de Iturrioz, su audacia y lucha quedó reflejada en dos cuadernos que escribió a mano en castellano. “Cuando murió, un primo me entregó lo que mi padre había escrito y me quedé sorprendido porque en vida no contó nada, nada”, admitía años atrás su hijo Joxemari al programa Sautrela de ETB. “Yo le había visto escribiendo cosas, pero cuando le preguntaba qué hacía, me respondía que nada, que era para pasar el rato”, apostillaba.

De la biografía de este mugalari lo que más sorprendió a la familia fue “todas las veces que escapó tras ser detenido”. Primero, cayó en Asturias, en Ribadesella, pero logró huir a Sara y de allí a Barcelona. Fue preso del campo de concentración de Argelès-Sur-Mer, de donde sus argucias le posibilitaron llegar hasta Donibane Lohitzune, costa en la que los nazis lo detuvieron, pero también se deshizo de ellos. Y llegó, incluso, a huir de las manos asesinas de Melitón Manzanas, recordado policía franquista, colaborador de la Gestapo y jefe de la Brigada Político-Social de Gipuzkoa, puesto desde el que torturó a opositores al régimen totalitarista.

Los descendientes de Iturrioz relatan que, al recibir las memorias de Manuel, consultaron al investigador Juan Carlos Jiménez de Aberasturi, que había estudiado la red Comète. Y este cotejó las fechas y nombres del texto que el mugalari, desde los barrotes de su memoria, había manuscrito. Tras tres años de anotaciones, todas las piezas de aquel puzle personal coincidían.

A partir de ese momento, Joxemari Iturrioz se puso manos a la obra y con la editorial Alberdania publicó el libro Manuel Iturrioz. Borrokalari baten bizipenak. En él, deja impreso cómo su tío fue sirviente en un caserío de Arizkun. A su regreso a Orexa cumplió labores de pastor, lo que daba pistas de que su vida iría por ahí, por la senda del caserío. Pero fue todo lo contrario. Vendió las ovejas y partió a buscar trabajo a Tolosa.

Al poco tiempo, a través de un amigo, se hizo mikelete (policía foral) y fue detenido en los primeros compases de la guerra en Donostia. Protagonizó su primera huida y se unió a los batallones milicianos y siguió en la lucha antifascista. Tras su paso por Asturias y volverse a escapar del enemigo, en Barcelona llegó a tener el grado de capitán. Al perder la guerra el bando republicano, cruzó a Francia, pero fue internado en el campo de concentración citado. Una vez más, como el famoso ilusionista y escapista Harry Houdini, logró huir. Entonces, contactó con la red Comète y entró a formar parte de ella y ayudó a aquellas personas en peligro a pasar de frontera. Le volvieron a detener y volvió a escapar. Regresó para ayudar a los maquis a pasar de un lado al otro de los Pirineos y a ganar dinero con el contrabando.

en familia Con el paso de los años y tras arriesgar su vida a diario, decidió dejar aquella actividad. Contrajo matrimonio con Asun Escudero y tuvieron tres hijos: Ángel, Andoni y Maite. Asentaron su residencia en París donde se relacionaron, sobre todo, con inmigrantes españoles y portugueses. “No tuvieron vacaciones. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. No había dinero. No volvíamos cada año a Euskal Herria”, evoca Andoni.

Su familia, aunque la figura de Manuel es poco conocida, no olvida sus memorias. “Cuando leí el libro de Aberasturi sobre la red Comète vi que en él había muchas preguntas y que en los textos de mi padre había muchas respuestas”, subraya su hijo Andoni. Su primo Joxemari agrega una última reflexión: “Fue perdedor de una guerra, pero su forma de ser enérgica le llevó a seguir luchando, siempre a seguir y salir adelante”.

Silbar a la autoridad no elegida: dos episodios ¿y una tradición?

Los silbidos en Bilbao a la infanta Isabel de Borbón y Borbón en 1893 y al himno español tras la ocupación franquista quedaron reflejados en la prensa y documentos de la época

Un reportaje de Luis de Guezala

Los fascistas cambian la bandera en el Bilbao recién ocupado.
Los fascistas cambian la bandera en el Bilbao recién ocupado.

En 1893, el mismo año en el que el nacionalismo vasco comenzaba su actividad pública liderado por Sabino de Arana, Bizkaia recibió la visita de una representante de la familia real española, triunfadora de la última guerra dinástica, conocida como carlista, que había asolado el País Vasco.

Se trataba de Isabel de Borbón y Borbón, primogénita de Isabel II, conocida también como la Chata. Siguiendo una tradición comenzada por su madre, la familia gustaba de aprovechar siempre que podía el clima veraniego de la costa vasca, menos tórrido que el de España. Y estas visitas vacacionales, si los que no trabajan nunca pudieran hablar de vacaciones, siempre se complementaban con actos políticos de afirmación nacional española y monárquica.

Vino la ilustre viajera a lo que pocos años antes había pasado de ser Señorío a Provincia, para participar en los actos de inauguración del Puente Colgante situado entre Portugalete y Getxo. Procedente de Donostia, viajaba acompañada nada menos que por la marquesa de Nájera, la condesa de Superunda y su secretario el señor Coello. En el trayecto por Gipuzkoa estuvo escoltada además por su gobernador civil, el señor Barrio, que se dio la vuelta al abandonar la comitiva su jurisdicción, pasando su carruaje de Deba a Ondarroa. En el límite de Bizkaia la esperaban, cómo no, el gobernador civil de este territorio y el presidente de su diputación, que había dejado de ser foral, manu militari, hacía diecisiete años.

Tras pasar por Lekeitio, cuya iglesia visitó recordando seguramente sus veranos infantiles en esta localidad, la Chata continuó viaje hacia Gernika. El gobernador y el diputado se le adelantaron para volver a recibirla en Gernika organizándole un refresco en la Casa de Juntas pero a la ilustre señora no le dio la real gana de aceptar la invitación. Tampoco aceptó un tren especial que se le preparó con la máquina Igartua, un coche-bufet y otros vagones de 1ª, uno de ellos engalanado apresurada y especialmente para la ocasión, y continuó el viaje hacia Bilbao en su carruaje. El diputado y el gobernador volvieron a apresurarse utilizando el ferrocarril para llegar antes que ella a Bilbao y poder recibirla nuevamente allí.

No sabemos si por tanto desplante o por las pocas simpatías que su familia tenía en el País Vasco y lo que esta señora representaba, el hecho es que a su llegada a Bilbao la población la recibió entre la frialdad y la hostilidad. Su comitiva, que entró por Miraflores, en donde se consiguió con muy poco margen de tiempo volverla a recibir, estaba compuesta por varios carruajes. Iba precedida por un escuadrón de guardia civiles a caballo comandado por el capitán Castro y al estribo del carruaje de la infanta marchaba a caballo el gobernador militar de Bizkaia, Aguilar.

El periódico bilbaino La Unión Vasco-Navarra por cuestiones legales no podía informar de cómo realmente se había recibido a la Chata, y por eso es necesario leer entre sus líneas:

El recibimiento ha sido cortés y respetuoso como acostumbra hacerlo el pueblo de Bilbao. Numerosos curiosos y curiosas se hallaban en la carrera y casi todos presenciaron el desfile sin dar muestras de entusiasmo. En Achuri se oyeron algunos vivas y otros a Vizcaya y a los Fueros y en el puente del Arenal varias palmadas. Varias…

Algunos procuraron anoche sacar gran partido de varios silbidos que se oyeron en el momento de entrar la Infanta en el Hotel. Esto hubiera sido impropio de Bilbao. Cierto es que hubo algunos silbidos, pero fueron de chicuelos que creyeron iban a ser atropellados cuando los soldados de caballería procuraron hacerse lugar en la calle de la Estación.

Informando de esta manera La Unión Vasco-Navarra, el periódico de Fidel de Sagarminaga, el último diputado foral vizcaino que rompió su vara de mando antes que entregarla a quien le sucedería, tras la abolición foral, como diputado provincial, burlaba a la censura. Adjudicaba el delito a menores de edad. Pero sobre todo nos permitía conocer un episodio de cómo los vizcainos silbaron a la autoridad no elegida. El primero del que se trata aquí.

Ocupación franquista El segundo episodio lo podemos conocer por otro texto, escrito con mucha más libertad, al no estar destinado a su publicación, sino que se trata de un informe privado. Avanzamos en el tiempo más de cuarenta años, situándonos en un momento mucho más terrible para Bilbao que el anterior, el de su ocupación por las tropas franquistas.

El autor del informe no puede ser sospechoso de simpatizar con los vascos al ser el cónsul de Italia en Donostia, una Italia fascista que, junto con la Alemania nazi, habían sido el principal soporte de los sublevados contra la II República. Y cuyas tropas habían participado activamente en la ofensiva sobre Bizkaia en la primavera de 1937, colaborando también en la ocupación de Bilbao. Este documento, recientemente descubierto por un equipo de historiadores en los archivos italianos, entre los que se encuentran mis amigos Xabier de Irujo e Iñaki Goiogana, tenía como finalidad informar al Gobierno fascista italiano de cuál era la situación en Bilbao y Bizkaia tras su reciente ocupación. El 20 de julio de 1937 Francesco Cavalletti di Oliveto informaba así a su Gobierno:

La situación de Bilbao viene actualmente caracterizada por tres elementos.

La vida ciudadana se está reanudando, la operación de ‘limpieza’ o de represión del nacionalismo vasco, la resistencia del vasquismo a la propaganda nacional.

La ciudad ofrece ahora un aspecto desolado.

La falta de agua, la dificultad de circular por la destrucción de los puentes, la carencia de mano de obra por el ingente número de emigrados, la imposibilidad de adquirir algunos géneros de alimentos y sobre todo el temor que constriñe a innumerables bilbainos a no mostrarse por la vía da más a Bilbao una atmósfera ausente y desconsolada.

Contribuye a esto la acción constante y enérgica de represión y de castigos, no obstante que […] no había habido actos de desorganización como en otros lugares de España después de la reconquista de los nacionales. La Justicia es severa, no se administra con criterio de objetividad o de imparcialidad o con toda la garantía judicial. Si los arrestos son numerosísimos, si los tribunales deben funcionar sin respiro se debe al hecho de que Bilbao sea esencialmente nacionalista, en todo Bilbao, salvo rara excepción […].

Todos los empleados del Ayuntamiento, en número de varios cientos han sido depurados y luego readmitidos caso por caso, solo después de una minuciosa investigación personal; a tal fin los diarios invitan a toda la población, bajo estrecho deber moral, a denunciar a los funcionarios que sean culpables de nacionalismo.

Lo que favorece de todos modos la actividad delatora, que no siempre esta inspirada en criterios políticos, sino que a menudo en razones personales y que hace pesar sobre la ciudad una atmósfera de mutua desconfianza.

Con todo, Bilbao, como lo ha indicado el mismo Alcalde, está considerada por los nacionales como una ciudad extranjera conquistada por las armas. Se trata de vencedores y de vencidos. La represión se acompaña de propaganda. Los diarios que han iniciado su publicación, es decir: El Pueblo Vasco, Hierro, El Correo Español, La Gaceta del Norte, buscan con rapidez catequizar a los bilbainos, sea repitiendo la obligación de saludar la bandera, los himnos nacionales, etc., sea con varios artículos sobre el nacionalismo vasco que ponen en evidencia los daños que ello ha acarreado a Vizcaya, su tendencia anticatólica, etc.

Todo este esfuerzo, sin embargo, tiene más bien un resultado modesto. Algunos episodios como la bandera nacional desgarrada, la exposición de la tricolor vasca, las pitadas a los himnos nacionales y a las películas patrióticas, etc., demuestran cual es el verdadero estado de ánimo de la población. El odio de los vascos por los españoles que son considerados como extranjeros no disminuye.

Tenemos así el testimonio de otro episodio en el que en Bilbao se silbaba a la autoridad no elegida. Desde la oscuridad de un cine o aprovechando una aglomeración en la calle. En un contexto de terrible represión, tras una derrota militar y en plena guerra, arriesgándose a la prisión, las palizas o los asesinatos, nuestros abuelos seguían silbando.

Sobre cómo ha continuado esta tradición hasta nuestros días no es ya labor del historiador el comentarlo, ni lo aconseja la prudencia.