Flores en porcelana de Conchita Laca, arte con pasión y talento

La artista vasca Conchita Laca supo hacerse un sitio en el mundo del diseño y producción de obras en porcelana , dominado por los hombres, en el que brilló con estilo propio

Por Maite Jiménez

Bilbao. La porcelana es admitida y reconocida como la más noble de las arcillas. Su exquisitez viene avalada por las cualidades intrínsecas de esta pasta cerámica: blancura inmaculada, translucidez, dureza y resistencia al choque y las temperaturas extremas.

La porcelana la inventaron los chinos y con ella crearon vasijas y objetos diversos. Desde finales del Medievo, comerciantes europeos (venecianos, portugueses, españoles y más tarde holandeses y británicos) trasegaron con esta singular cacharrería que tenía como destinatarios a príncipes, reyes, nobles y poderosos de Occidente. Los artesanos de estos lares comenzaron una larga carrera por reproducir aquella pasta cerámica; tenían que descubrir los componentes y dominar su manipulación. Ensayos, pruebas, errores y más pruebas culminaron en 1709, eureka, cuando el alemán Johann Friedrich Böttger dio con la fórmula.

Un año después, Böttger fundaba la fábrica de Meissen bajo los auspicios del Elector de Sajonia, Federico Augusto I. A pesar de los esfuerzos por mantener la fórmula en secreto, algunos empleados de Meissen que tenían acceso a ella, se trasladaron a otros lugares y, con el patrocinio de las casas reales, fueron abriendo nuevos establecimientos. Es el caso de la Real Fábrica de Capodimonte en Sicilia, que se fundó en 1743 bajo los auspicios de Carlos III y su esposa Mª Amalia de Sajonia. En 1760, ese mismo rey será el promotor de la Real Fábrica de porcelana del Buen Retiro en Madrid. La corte francesa, con Luis XV a la cabeza, estableció la Real Factoría de Sèvres, cerca de París, en 1756.

1851, en Pasaia

En el País de los Vascos tuvieron que pasar casi 100 años para que se abriera una industria de este tipo. La porcelana encontró su hueco en el tejido industrial vasco del siglo XIX y pervivió durante el XX. En efecto, fue en 1851 cuando en la villa marinera de Pasai Donibane los hermanos Baignol, oriundos de Limoges, en Francia, establecieron la Fábrica de Porcelana de Pasages, sin las prebendas reales del siglo XVIII sino como un negocio capitalista a la sazón. El testigo de Pasages, ya en el siglo XX, lo recogió la irundarra Porcelanas del Bidasoa que, fundada en 1935 como Sociedad Anónima Mercantil, cerró sus puertas traspasado el siglo XXI, en el año 2009.

Sirva este resumidísimo preámbulo para introducir a Conchita Laca. ¿Quién es esta mujer? Pues, haciendo flores en porcelana, oficio y vocación, arte puro y duro.

Conchita Laca Ugaldebere nació el 21 de marzo de 1925, el primer día de la primavera de aquel año. De padre marquinés, Doroteo Laca, y madre bilbaina, Soledad Ugaldebere, vio la luz en Madrid, contingencia imputable a sus padres; él era mecánico de formación y chofer de Eduardo Aznar, marqués de Berriz, teniendo a su cargo seis automóviles y la condición de vivir 7-8 meses en Madrid y 4-5 en Berriz, Bizkaia, y ella era la cocinera de la marquesa, Rosario González. El hecho de que la familia Laca Ugaldebere tuviera esta doble residencia condicionó sus vidas y la formación educativa de esta artista.

En una entrevista concedida a la revista Garaian, Conchita resaltaba su imposibilidad de coincidir con los plazos académicos y como consecuencia de ello tuvo que recibir clases particulares. Recuerda con cariño y admiración a Salus Sánchez, navarra de Lerin, maestra de la escuela pública de Berriz con quien aprendió tanto, y la Academia Safos de Madrid, especializada en la preparación para estudios superiores. Quiso opositar para el Ministerio de Industria y Comercio pero era demasiado joven. Además, aquellos derroteros no le gustaban. Algo se movía en su interior.

Y Conchita decidió plantear a sus padres su vocación. «Quiero ser artista», les dijo. A su padre aquello le pareció un disparate, y recuerda sus palabras, «¡Antes te pongo una mercería!», y que solo fueron eso, palabras. Sin embargo encontró apoyo en su madre. Tras un pacto con ellos y la condición de que los doctos en la materia se pronunciaran sobre su valía, madre e hija fueron a la escuela de Bellas Artes pero como allí no podía ser, se dirigieron a la Escuela de Cerámica Francisco de Alcántara donde, tras unos meses de prueba, superó los exámenes de ingreso con creces. Finalizó sus estudios y permaneció allí hasta 1952 como profesora auxiliar; continuó formándose, dando clases y trabajando en los encargos que la escuela recibía. En su lista de haberes cabe destacar el honor de haber reproducido en porcelana, algunas de las obras del escultor valenciano Mariano Benlliure (1862-1947). Ganó varias becas, de la propia escuela y de la Obra Sindical de Artesanía. Lo aprendió todo de la pasta cerámica en general, de la porcelana en particular y de la acuarela, su gran aliada. En su promoción comenzaron 147 estudiantes y, tras 6 cursos de común y 2 de especialización, acabaron 6. Ella era la única mujer. Esto hizo que viviera en primera persona la feroz discriminación laboral por razones de género: «Me costó más tiempo que a mis compañeros de promoción encontrar un trabajo fijo». Ya se lo advirtió el propio director de la Escuela de Cerámica cuando en 1952 se despidió definitivamente de aquella institución: «Para que te reconozcan la misma categoría que a un hombre tendrás que demostrar que vales mucho más y aún así nunca te pondrán en su categoría. No lo olvides». Conchita se grabó esa máxima en la memoria y fue consciente de que su esfuerzo debería ser gigante.

Trabajo en Irun

A finales de 1952 dejó Madrid. Porcelanas del Bidasoa había solicitado un profesional y a Conchita Laca le pareció interesante optar a la plaza; la proximidad entre Irun y su Markina querida era un aliciente a añadir. El 3 de enero de 1953 firmó contrato en Bidasoa ingresando en la sección de decoración donde trabajaban exclusivamente hombres. Esta sección estaba bajo la supervisión del director de arte de la firma, el pintor valenciano Manuel Benedito (1875-1963), quien le hizo las pruebas de ingreso y le dijo que había hecho el mejor examen de cuantos habían pasado por allí. El trabajo de los decoradores era el mismo pero el salario diferente; que Conchita fuera mujer suponía cobrar unas 5.000 pesetas mensuales, menos que un oficial de primera, cuando su titulación era de maestra industrial. Para compensar sus bajos ingresos, trabajaba por horas en la empresa irundarra de artes gráficas Carbisa, preparando dibujos para fotolitos. Conchita no se resignó ante esa discriminación y expuso su situación salarial al director de fábrica, el señor Jeuthe, un alemán que, mal hablándole en castellano, revisó sus condiciones y le subió el sueldo hasta 14.000 pesetas. Un triunfo.

A partir de 1957, el trabajo de Conchita Laca en Bidasoa tomó un nuevo rumbo. Había quedado vacante un puesto de escultor en la empresa. Benedito quería a alguien que modelara flores en porcelana pues el director general, Jose María Urquijo, ansiaba recuperar las producciones clásicas de espuma de mar que hicieran las fábricas de Buen Retiro y Capodimonte. Le preguntó a nuestra artista si conocía a alguien capaz de realizar este trabajo. Conchita no lo dudó, se ofreció ella misma.

Para crear las flores de porcelana, las hojas, los tallos, los pétalos, las corolas, los estambres o las espinas, casi como si fueran realmente naturales, hace falta mucho talento, creatividad, ingenio y pasión, y éstos se nutren de vocación. Conchita comenzó a hacer pruebas. La porcelana es materia complicada, poco maleable por lo que su modelado resulta muy dificultoso. Conseguir una pasta plástica le llevó su tiempo. Después de la jornada laboral, probó y experimentó en la pensión donde residía; para las flores no servían los moldes ni las matrices.

Recuerda el miedo a que le descubrieran porque los materiales desprendían un olor pésimo. Para secar las pruebas contó con la colaboración de su tío que tenía en Hondarribia una caldera antigua de calefacción central. Luego había que aplicar el gran fuego y la mu-fla para obtener los colores y los matices apropiados. Así nacieron sus primeras flores, una rosa y un clavel. Con este ramo tan especial, cuidadosamente empaquetado en una caja de zapatos, marchó a Madrid para que Benedito valorara sus resultados. Los directivos de Bidasoa quedaron fascinados, ¡eso era lo que querían! Posteriormente nacieron los crisantemos, las orquídeas, los muguetes, las margaritas, los jacintos… todo un jardín botánico. A partir de ese momento, Conchita Laca tuvo su propia sección y contó con sus propios ayudantes. Se independizó del resto y comenzó a forjarse un nombre. Una fantástica colección de flores, más de 3.000 ejemplares, salieron de sus manos; piezas únicas que Bidasoa convirtió en marca de la casa. Las flores de porcelana, no siendo ninguna igual a otra como sucede naturalmente, no eran rentables porque se requerían muchas horas de trabajo, no se podían producir con moldes. Con ellas la empresa vendía imagen, una imagen de excelencia para agasajar a personalidades de todo el mundo, desde Karl Malden a Christian Dior, pasando por embajadores, diplomáticos, políticos, artistas o grandes empresarios.

Conchita Laca también trabajó en Bidasoa como escultora modelando grupos regionales, bailarinas y diversos animales, especialmente perros y pájaros. Nos recuerda la anécdota que le sucedió con la Diputación de Gipuzkoa, que había encargado a la empresa unas figuras de miqueletes. Laca hizo las figuras pero, a juicio del cliente, tenían cara de vizcainos así que tuvo que guipuzcoanizar las esculturas dotándoles de una cara un poco más rellenita.

Además de su trabajo en Bidasoa, Conchita siguió cultivándose en la acuarela, practicada desde su juventud. Expuso sus obras en multitud de ocasiones y lugares: Madrid, Toledo, Baena, Barcelona, Donostia y Hondarribia.

Se jubiló de Bidasoa en 1984, tras más de treinta años, pero continuó ayudando a la firma con encargos puntuales hasta el año 2000. Su entrega a la empresa le restó tiempo para dedicarse en cuerpo y alma al arte puro. Ella sabe que el arte por el arte podría haberla hecho famosa o haberla matado de hambre, mas reconoce que se acomodó a un sueldo fijo todos los meses. Sin embargo, dio clases de pintura y de allí salieron algunos frutos, es el caso de Enrique Ochotorena (Donostia, 1946).

Su inquietud creativa le llevó a colaborar con sus dibujos en una empresa de publicidad cuyo director artístico, el donostiarra Jesús Rodríguez Catalá, era profesor del Club de Arte Catalina de Erauso, en Donostia-San Sebastián. Este hecho determinó que Conchita se vinculara al club como socia y como profesora de acuarela y de decoración de porcelana hasta el día de hoy.

Y ustedes se preguntarán, cómo es posible todo esto. Pues sí, Conchita Laca sigue, como las flores que brotan cada primavera, impartiendo sus conocimientos, infatigable, con la satisfacción de que a su edad está en condiciones de llevar la vida que siempre le ha gustado, entre pinceles, acuarelas, lápices y bocetos. Y mientras camina por la playa va elaborando nuevas ideas y proyectos.

En el museo vasco de Bilbao

Para quienes deseen ver algunas de sus obras, anotar que se exponen en el Museo Vasco de Bilbao, en la 2ª planta, dentro de la sala dedicada a las Lozas y Porcelanas Vascas. Son otro fruto de Conchita Laca, esta vez en forma de donación.

Beethoven y la batalla de Vitoria

El genial músico alemán compuso la banda sonora de la derrota que las tropas napoleónicas sufrieron a manos de Wellington en suelo vasco

Elorrio

EL 21 de junio de 1813 tuvo lugar en la llanada alavesa el choque militar más señalado a nivel internacional que ha acontecido nunca en tierras vascas. Vista con trazos gruesos, la de Vitoria dio el carpetazo definitivo al frente peninsular, colocando a los aliados a un paso de territorio francés y tuvo el privilegio de ser, por unos meses, la más festejada de todas las batallas habidas contra Napoleón Bonaparte.

Movimientos de tropas en la capital alavesa.

Londres, Viena, Berlín y Moscú celebraron la victoria de Wellington en nuestro suelo, organizando bailes y fuegos artificiales. El regocijo se adueñó de las cortes europeas, asfixiadas por el poder de un Napoleón cuyas tropas estaban siendo barridas de Rusia y la península Ibérica, lo que dio nuevos bríos a la Sexta Coalición. Por tanto, al margen de su indudable trascendencia local, la batalla de Vitoria resulta un puntal decisivo en la historia bélica de las guerras napoleónicas, de Europa y, por extensión, del mundo. Como Lepanto, Austerlitz, Las Dunas o Stalingrado, forma parte de la gran historia. En realidad, y sin desmerecer el más arriba citado papel decisivo que jugó con respecto a la historia más cercana, es por esto por lo que es verdaderamente importante. Y se dirimió en Álava.

La batalla comenzó a primera hora de la mañana, cuando las más numerosas fuerzas británicas -78.000 hombres contra 64.000- atacaron sobre el frente de La Puebla de Arganzón, alcanzando el objetivo. Hacia el mediodía, se inició la ofensiva contra Durana y Gamarra, logrando cortar la huida hacia Irun de los imperiales. Mientras tanto, en el frente central, los aliados lograron cruzar el Zadorra por Trespuentes, guiados por un lugareño, José Ortiz de Zárate, que murió en la refriega. A mitad de la tarde de aquel día, los derrotados imperiales se transformaron en una abultada peregrinación de hombres que, sin demasiado orden y cerrada la ruta de Irun, intentaban alcanzar la frontera francesa por el camino de Pamplona.

El caos

A partir de ahí, se hizo el caos. La Vitoria cercada y abarrotada de soldados franceses, buhoneros, aprovechados y aldeanos en busca de refugio, inició un precipitado proceso de evacuación en el que lo más sobresaliente fue el kilométrico convoy de José Bonaparte. Más de 2.000 carruajes componían la caravana real, llena a rebosar de obras de arte, riquezas, informes, dinero y demás objetos de valor esquilmados de la Iglesia y la aristocracia española, además de los efectos personales de José Bonaparte, su amante vasca, la marquesa de Montehermoso, y sus seguidores, popularmente conocidos como afrancesados, mayoritariamente cultos y acomodados.

La huida, sin embargo, no fue sencilla. La cantidad de personas que escapaban, así como la estrechez y el mal estado de unos caminos que no estaban preparados para tal despliegue provocaron una caravana que ralentizó la ruta. Finalmente, el carruaje de José I fue alcanzado, teniendo que escapar el rey y los suyos al galope, dejando el vehículo y sus pertenencias a merced de los saqueadores, no sin antes liberar las sacas del tesoro entre sus propios hombres, que se lanzaron a ellas ávidos de riquezas. Gracias al rico botín obtenido en el saqueo del convoy regio, Vitoria pudo salir indemne de aquel episodio.

El general Miguel Ricardo de Álava y Esquivel, amigo de Wellington y miembro de su estado mayor, que había entrado en la ciudad al frente de la Kings German Legion y ordenado cerrar sus puertas, se aseguró de proteger la ciudad del más que probable saqueo que se hubiera intentado por parte de las tropas aliadas de no haberse entretenido con el rico convoy de José I. Dos meses más tarde, la ciudad hermana de San Sebastián no tuvo la misma suerte, y tras un intenso bombardeo que logró romper su muralla defensiva exactamente en el punto en el que hoy se encuentra el mercado de la Bretxa -de ahí su nombre-, la ciudad fue asaltada, saqueada e incendiada por las fuerzas angloportuguesas al mando del escocés Thomas Graham, y buena parte de sus habitantes violados y asesinados.

Se han argüido versiones para todos los gustos a fin de aclarar las razones que impulsaron a unas fuerzas supuestamente libertadoras a hacer lo que hicieron: la venganza de Godoy por el ofrecimiento que la Diputación guipuzcoana hizo a los representantes franceses durante la Guerra de la Convención, los deseos británicos de librarse de la competencia mercantil donostiarra, el hecho de que el catalizador que impulsaba a los soldados -normalmente mal pagados- era la expectativa de hacerse con el botín obtenido del saqueo de las ciudades, como ocurrió en las también ciudades supuestamente aliadas de Ciudad Rodrigo y Badajoz… Otro de los argumentos aduce que al haberse evitado el saqueo de Vitoria, se hacía ineludible el de San Sebastián.

La batalla de Vitoria no fue solamente un enfrentamiento entre anglosajones y franceses con escenario vasco. Fue una guerra multinacional en la que soldados de casi todas las nacionalidades europeas combatieron en uno u otro bando, y en el que los vascos jugaron un papel que no fue únicamente circunstancial. Además de los que se encontraban alineados en los ejércitos regulares, tanto de uno como de otro bando, la guerra produjo en nuestra tierra una nutrida cantidad de guerrilleros –Longa, Ibaibarriaga, Espoz y Mina, Sebastián Fernández de Leceta, Dos Pelos; Gaspar Jaúregui, Prudencio Cortázar…- que insertos dentro del Séptimo Ejército de Gabriel de Mendizabal apoyaron directa o indirectamente a las fuerzas aliadas y que supusieron un importante respaldo sin el que los de Wellington lo habrían tenido mucho más difícil. Ejemplo del primer caso sería Francisco Tomás de Anchia, llamado Longa por la denominación del caserío familiar, que al mando de su División Iberia tomó parte directa en la batalla en el flanco de Durana. Ejemplo del segundo serían las divisiones de Mina, que acosaron a las fuerzas de Clausel, logrando evitar que se unieran al grueso del contingente imperial, facilitando el triunfo aliado.

También los civiles dieron una olvidada pero trascendental aportación en la derrota de los imperiales, mediante la transmisión de información, el contrabando y el apoyo logístico. De todos ellos nos ha quedado el nombre de José Ortiz de Zarate, labriego natural de Trespuentes que informó al estado mayor aliado que el puente de su localidad no estaba vigilado, convirtiéndose en una de las claves de la victoria.

Celebraciones

La derrota napoleónica fue celebrada con fiestas y espectáculos taurinos, que habían sido recuperados por José Bonaparte en un vano intento de congraciarse con el pueblo. Además, Fernando VII instauró en 1815 una nueva condecoración que bajo el revelador lema de Irurac Bat, institucionalizado de antiguo por la Rsbap y que con el próximo desarrollo del foralismo adquiriría un cierto marcado cariz político, premiaba a los héroes de la batalla de Vitoria. Su resplandor fue, sin embargo, solapado por el de otras, más celebradas por haber resultado determinantes en la caída del imperio francés y haber acontecido en el corazón de la Europa continental, lejos pues del escenario peninsular, algo marginal debido a la posición periférica y el pequeño valor político internacional de España y Portugal, los dos reinos que por aquel entonces lo conformaban políticamente. La batalla de Leipzig (octubre de 1813) o la definitiva batalla de Waterloo (junio de 1815), que liquidó definitivamente la segunda intentona imperial de Napoleón tras retornar de Elba, se llevaron los laureles más frescos, dado el hecho de que supusieron el aldabonazo definitivo al primer imperio y al epílogo de los Cien Días, respectivamente.

Pero los inicios del derrumbamiento del imperio napoleónico en los dos extremos de Europa -Vitoria y Moscú- nunca se olvidaron. Ludwig van Beethoven redactó una apresurada partitura titulada Sinfonía de batalla sobre la victoria de Wellington en Vitoria, que fue registrada como Opus 91 y cuya composición no le llevó mucho tiempo: la inició en julio de 1813 y a primeros de octubre se encontraba totalmente finalizada. La idea de crear una melodía visual, que lograra hacer evocar la batalla entre los espectadores, partió de una peculiar personalidad de la corte, Johan Nepomuk Mälzel. Este hombre de origen checo era el creador de un instrumento musical denominado panarmonicón, capaz de suplir a una orquesta entera. Aprovechando su amistad con Beethoven, Mälzel le propuso la idea de elaborar un tema que glorificara la victoria británica y que fuera muy fácilmente asimilable por el público. Lo primero se debía a los planes que habían hablado de instalarse en Londres y lo segundo, porque tenía que ser un éxito, como así fue. Mältzel le pidió que lo escribiera para panarmonicón; de esta forma lograba promocionar su artefacto musical. Beethoven tan solo redactó así la primera parte de su sinfonía.

Estreno en Viena

La Victoria de Wellington, Batalla de Vitoria o Gran Sinfonía Guerrera, como también fue conocida la composición, se estrenó en el contexto de un acto benéfico a favor de los soldados heridos en la batalla de Hanau. Fue el 8 de diciembre de 1813 en la gran sala de la Redoute de la Universidad de Viena. Para acentuar el evidenciado carácter descriptivo de la composición, la melodía fue teatralizada por una serie de actores vestidos de soldados, unos franceses y otros británicos, cuyos movimientos fueron rápidamente identificados por la audiencia, ya que Beethoven había asignado a cada bando diferentes y características melodías dentro de su sinfonía: Rule Britannia y God save the King, solemnes y muy representativas, simbolizaban a las fuerzas de Su Majestad, mientras que las del emperador Bonaparte tuvieron que conformarse con el no tan digno Mambrú se fue a la guerra, lo que daba la nota de cuál era la preferencia del compositor. Junto a ella también se estrenó la Séptima Sinfonía, pero fue la de Vitoria la que cosechó mayor éxito. Tales fueron las aclamaciones que obtuvo al final del concierto, que tuvo que repetirse el 12 de diciembre, el 2 de enero, el 27 de febrero y el 25 de marzo.

La Batalla de Vitoria aportó a Beethoven reconocimiento, fama y dinero, produciéndose la irónica situación de que la composición que le dio a conocer a nivel mundial fue una obra facilona, de interés comercial, de la que poco tiempo después terminaría por renegar.

El último servicio al PNV de la generación de resistentes al franquismo

Hace 25 años ‘Uzturre’, Abad, Sota, Otxoa, Jauregi y Agirre fueron los ‘socios fundadores’ que impulsaron la creación de la Fundación Sabino Arana

Por Iñigo Camino García

En el otoño de 1988, justo ahora hace 25 años, Jesús Insausti, Uzturre; Primi Abad, Joseba Agirre, Patrick de la Sota, José Mari Otxoa de Txintxetru y Julio Jauregi Alonso aportaron su nombre y prestigio como socios fundadores de la naciente Fundación Sabino Arana. Era un nuevo servicio ofrecido al Partido Nacionalista Vasco por aquellos veteranos abertzales curtidos en mil batallas de guerra, exilio y clandestinidad. Aquellos seis veteranos jeltzales, de los que hoy solo vive Julito Jauregi, reunían décadas de militancia en EAJ/PNV, pero no tuvieron dudas en promover una «fundación cultural privada independiente» cuyo objetivo era «enlazar las raíces del mensaje nacionalista vasco con el reto de la modernidad».

Historias de los vascos

El 11 de octubre de 1988 la notaría bilbaina de José Mari Arriola fue escenario de la constitución legal de la Fundación Sabino Arana-Sabino Arana Kultur Elkargoa. Tal y como dejan constancia las fotografías de Peru Ajuria, el entonces secretario del EBB Josu Bergara, encabezó este acto en el que se constituyó el primer Patronato. Patrick de la Sota aceptó su responsabilidad como primer presidente, con la vicepresidencia de la navarra Mari Paz López Amezaga, el alavés José Mari Gerenabarrena como tesorero y el guipuzcoano Julio Jauregi como secretario.

Abierta a la sociedad La designación del primer Patronato se completaba con el nombramiento de don Jesús María de Leizaola, el viejo lehendakari, como presidente de honor, y una larga relación de patronos de la que, además de los socios fundadores, formaban parte José Ramón Scheifler, Peru Ajuria, Itziar Lizeaga, Ana Galarraga, Gregorio Arrien, Koldo Mediavilla, Iñigo Camino, José Mari Cuñado y Carlos Clavería. Historiadores, periodistas, abogados, profesores, empresarios, o veteranos gudaris aparecían en los perfiles del inicial grupo de trabajo.

La vocación abierta a la sociedad no estaba exenta de una clara vinculación con el PNV. En este sentido, además de firmar ante el notario Arriola la aceptación de nuestros cargos, todos los patronos hicimos entrega al secretario del EBB de una carta de dimisión, firmada y sin fecha, para que el PNV la pudiera ejecutar cuando lo considerara oportuno. No hay que olvidar que, si por un lado era muy reciente el llamado Espíritu del Arriaga que Xabier Arzalluz había marcado en la Asamblea celebrada en el Teatro Arriaga en enero de 1988, la escisión liderada por Carlos Garaikoetxea se había producido apenas dos años antes.

La Fundación Sabino Arana intentó dar sus primeros pasos como «organismo abierto con vocación de servicio» y ya en sus primeros textos se aseguraba que «trata de propiciar una serena reflexión, no exenta de autocrítica, sobre el pasado, presente y futuro del nacionalismo vasco». Tal y como después se recogería en el balance del primer año de actividades, «este 1989 ha supuesto para la fundación su asentamiento ante la opinión pública desde una perspectiva de agrupación surgida desde sectores del nacionalismo vasco pero con evidente vocación abierta y pluralista».
Sigue leyendo El último servicio al PNV de la generación de resistentes al franquismo

El 11 de octubre y la liberación de la mujer vasca

ES habitual que muchas efemérides vengan determinadas por acontecimientos de alcance internacional, ajenos a nuestra propia Historia. Como el 1 de mayo, día del trabajo o del trabajador, o el 8 de marzo, día internacional de la mujer. Otras muchas efemérides a los vascos nos vienen dadas por los Estados que nos administran, como el 12 de octubre, día de la raza o de la hispanidad, o el 14 de julio, día de la toma de la Bastilla (y no de la primera vez que se izó la ikurriña).
Esto resulta un inconveniente derivado de no disponer de un Estado propio, que no solo fija y determina las fiestas oficiales sino que, sobre todo, dispone de Academias y Universidades, académicos e historiadores que eligen y glosan hitos y mitos. Y es también consecuencia de las reducidas dimensiones de un país vasco pequeño y dividido.

historia de los vascos
Hoy quiero recordar aquí precisamente una efeméride vasca popularmente olvidada y raramente celebrada. Como tantas otras por desconocimiento propio y desinterés ajeno. Se enmarca en la última guerra civil que se vivió en Euskadi, pocos días después de la constitución de nuestro primer Gobierno vasco.
Aquel Gobierno presidido por José Antonio Aguirre fue un gobierno de concentración de todos los partidos políticos democráticos que tuvo como una de sus más notables características su preocupación por la humanización del conflicto. Destacó especialmente por su afán por civilizar la guerra, la más incivil de todas las posibles. Una guerra civil iniciada por el fascismo sublevado contra la voluntad popular expresada en las urnas. A diferencia de las guerras convencionales entre Estados, en este conflicto no se reconocía al enemigo, considerado mero delincuente, ni había cuartel, especialmente desde el bando sublevado, que buscaba no solo la victoria militar sino, además, el aniquilamiento y exterminio de los contrarios.
Nada más constituirse este primer Gobierno vasco, jurando Agirre y sus consejeros el 7 de octubre de 1936 bajo el Árbol de Gernika, sus componentes comenzaron a trabajar por la salvaguarda y preservación de los derechos y vidas de quienes los tenían más en riesgo en aquella situación, las personas apresadas por las autoridades legítimas por su simpatía o apoyo a los sublevados, buscando su canje por los apresados por aquellos, pudiendo así salvar las vidas de todos ellos. Ya figuraba expresamente como uno de los puntos del programa del Gobierno vasco que este «resolverá rápidamente la situación de los presos políticos y militares, sometiéndoles sin dilación a los Tribunales populares creados por la ley.»
cruz roja internacional Siendo prácticamente imposible entablar relaciones formales con los insurrectos, se recurrió a la Cruz Roja Internacional, representada por sus delegados Marcel Junod y Daniel Clouzot. En el tiempo récord de tres días tras la constitución del Gobierno provisional de Euzkadi, se llegó a un acuerdo con ellos en el que también estuvieron presentes el embajador de la República argentina Daniel García Mansilla, el cónsul británico en Bilbao Ralph C. Stevenson y los comandantes de dos unidades navales británicas, los destructores Exmouth y Esk, que habián conducido a suelo vasco a esta delegación internacional y que tendrían además posteriormente un destacado protagonismo, como se verá.
Este acuerdo firmado en Bilbao el 10 de octubre de 1936 estableció que, a solicitud del embajador argentino García Mansilla y del delegado de la Cruz Roja Internacional Junod, el Gobierno vasco «adoptase por su parte una medida de humanización de la guerra, poniendo en libertad a las mujeres detenidas por causas políticas o por motivo de la guerra y concediéndoles la libertad de salir del territorio afecto a la legalidad de la República en Euzkadi, para lo que el Gobierno de S.M. Británica ha puesto en  un puerto vasco buques que verificarán el transporte de dichas mujeres».
El acuerdo reflejaba además que estas mujeres presas habían sido ya visitadas por los representes internacionales, acompañados por el consejero de Justicia vasco Jesús María de Leizaola, y que se les había dado la posibilidad de elegir entre permanecer en territorio vasco leal a la República o ser evacuadas tras su liberación, habiendo elegido en un principio la evacuación 130 de ellas y lo contrario las 38 restantes.
El Gobierno vasco tan solo puso como principal condición hacer constar su deseo de que por parte de los sublevados estos pusieran en libertad a todas las mujeres «de vecindad o ascendencia en Euzkadi, denominación en que se comprenden Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra y que se hallen detenidas por iguales motivos…»
Esta parte de la liberación de las mujeres apresadas por los facciosos tristemente nunca se cumpliría y no solo estarían muchos años encarceladas en condiciones terribles e inhumanas, en prisiones como la tristemente célebre de Saturraran, sino que los sublevados llegaron a fusilar y asesinar a muchas de ellas.
Distinta suerte tuvieron las mujeres apresadas que habían quedado bajo la responsabilidad del Gobierno vasco. La misma noche del día de la firma del acuerdo personal de sus servicios de Justicia trasladaron a los buques británicos a las que habían manifestado su voluntad de ser evacuadas, que acabaron siendo, según los listados que se conservan, 112.
la liberación En las primeras horas de la mañana del 11 de octubre de 1936, sin haber pasado cuatro días completos desde la constitución del primer Gobierno vasco, zarparon el Exmouth y el Esk con las mujeres liberadas, rumbo al puerto vasco bajo administración francesa de Donibane Lohizune, a donde llegaron sin novedad. Entre las liberadas cabe destacar a una que llegaría a alcanzar gran notoriedad a finales de la dictadura franquista por ser designada para ocupar la alcaldía de Bilbao, Pilar Careaga Basabe. De su categoría da una idea el hecho de que no se conoce que hiciera nunca agradecimiento ni mención pública alguna a las insólitas condiciones en que se produjo su liberación.
Sirvan también estas líneas en homenaje y agradecimiento a quienes cuando todas las circunstancias orientaban al odio y a la venganza supieron hacer prevalecer sus convicciones humanitarias y democráticas: los componentes de aquel primer Gobierno vasco presidido por José Antonio Aguirre e integrado por nacionalistas vascos, socialistas, republicanos y comunistas; los representantes diplomáticos de Argentina y del Reino Unido, y los oficiales y tripulantes de las dos unidades de su flota que hicieron posible la evacuación de las mujeres que lo pidieron, los destructores Esk y Exmouth.
Como amarga ironía final, mientras que la mayoría de aquellas mujeres podría regresar a Euskadi tras su ocupación por los sublevados y su sometimiento a una dictadura, con la que se identificaban políticamente, gran parte de las tripulaciones del Esk y el Exmouth no sobrevivirían cuatro años al ataque del fascismo. El Exmouth fue hundido el 21 de enero de 1940, cuando navegaba al norte de Gran Bretaña escoltando a un mercante, torpedeado por el submarino alemán U-22. Perecieron todos sus tripulantes. El 31 de agosto del mismo año el Esk se hundió tras chocar contra una mina navegando frente a las costas de Holanda.
La liberación de todas las mujeres presas bajo la responsabilidad del primer Gobierno vasco recién constituido resulta, en mi opinión, no solo un hecho que refleja perfectamente el compromiso humanitario de este Gobierno presidido por el lehendakari Aguirre.  Es también un acontecimiento injustamente olvidado que merece ser rescatado del pasado, especialmente por las instituciones y organizaciones vascas que trabajan a favor y en defensa de la igualdad y la liberación de la mujer.

Historia de los vascos: Pedro Hilarión Sarrionandia: el bereber de Garai

Este franciscano dedicó muchas horas de contacto con los bereberes hasta lograr lo que pocos extranjeros habían hecho: aprender el amazigh y describirlo en una gramática

Por Jon Irazabal Agirre

Iurreta. PEDRO Hilarión Sarrionandia Linaza nació el 22 de octubre de 1865 en el caserío Barrenkuatze de Garai. Era el hijo mayor de Juan Martín Sarrionandia, natural de Garai, y de Venancia Linaza Ereño, natural de Lemoa. Tras él vendrían cinco hermanos más: Rufina, Damiana, José Martín, María Matea y Francisco.

Se desconocen los pormenores de su infancia pero cabe pensar que estaría marcada por los avatares de la carlistada. En 1881, con 16 años, ingresó en el Colegio Franciscano de Misiones para Tierra Santa y Marruecos de Santiago de Compostela y al año siguiente se trasladó a Chipiona, donde ingresó en la Orden Franciscana. Fue ordenado sacerdote en 1889, a los 24 años de edad.

En el mismo año 1892 fue destinado por la orden al convento de Tetuán [Marruecos], donde le encomendaron el estudio de la lengua árabe en la escuela de ese idioma fundada por el Padre José María Lertxundi [1836-1896], arabista guipuzcoano de Orio y superior de la misión, con el fin de lograr una formación integral de los misioneros destinados al Magreb. En 1895 animado por el padre Lertxundi, Hilarión Sarrionandia se inició en el estudio del idioma rifeño o amazigh. El estudio de la lengua bereber no resultó una tarea sencilla. A diferencia de la lengua árabe, oficial en la administración y sagrada en el Corán, y por ello con un gran desarrollo académico, el amazigh era una lengua que apenas contaba con textos publicados y para aprenderlo había que, necesariamente, hacerlo en contacto con sus hablantes. Hilarión armado de paciencia dedicó muchas horas de contacto con los bereberes hasta lograr lo que contados extranjeros habían conseguido, aprender el amazigh y describirlo en una gramática.

El siguiente paso para el padre Sarrionandia fue publicar la gramática que había escrito. Para ello recabó la autorización del Gobierno español en 1901 y se trasladó con este fin a Melilla. Finalmente, la primera gramática amazigh, la Gramática de la lengua rifeña de Hilarión Sarrionandia, vio la luz pública en Tánger en 1905.

Y observador oficial Sus conocimientos del país rifeño le valieron que fuera, junto con al también padre franciscano Julián Alcorta, llamado en calidad de observador oficial e intérprete de la Conferencia Internacional sobre Marruecos, celebrada en 1906 con el fin de dilucidar el reparto colonial de Marruecos entre España y Francia.

Más en consonancia con su faceta filológica, en 1907 publicó un folleto titulado Contestación del P. Pedro H. Sarrionandia a Mr. René Basset con el fin de salir al paso de las críticas que había recibido del lingüista francés René Basset. Pocos años más tarde, Sarrionandia viajó a Bojador [Essaopuria] para estudiar la variante local del amazigh. En Bojador permaneció entre junio de 1910 y noviembre de 1912.

El 27 de noviembre de 1912 Francia y España firmaron el acuerdo por el que se repartían Marruecos creando el Protectorado de Marruecos. Mientras tanto, Hilarión solicitó de sus superiores el traslado de Marruecos. Su plan era retirarse al convento sevillano de Lebrija y, en la tranquilidad del mismo, ordenar sus trabajos de campo, sus estudios y notas sobre el idioma bereber y redactar el diccionario español-rifeño-español. ¿Influyó en su decisión los acontecimientos políticos? Sencillamente, lo ignoramos.

Con el fin de visitar a su familia, el padre Hilarión se trasladó a Garai en el verano de 1913. Durante su estancia en Bizkaia, el 5 de agosto, sufrió un accidente al caer en Amorebieta del tranvía Durango-Bilbao, muriendo a los 48 años en el convento de los Carmelitas de dicha localidad, a donde había sido evacuado herido.

Con el fallecimiento de Hilarión Sarrionandia la obra publicada y el borrador del franciscano empiezan un camino ciertamente lleno de vicisitudes. Mientras el baúl con los papeles pasa de mano en mano, en 1925 se edita en Tánger una segunda edición de la Gramática de la lengua rifeña. En 1938 se le confirió la custodia del baúl a Esteban Ibáñez. Entre otros documentos, Ibáñez se hizo cargo del manuscrito correspondientes al Diccionario Español-Rifeño y Rifeño-Español, que Sarrionandia prácticamente había terminado.

Esteban Ibáñez, después de realizar algunos cambios en el trabajo del franciscano de Garai, publicó el Diccionario Español-Rifeño pero atribuyéndose la autoría del mismo a sí mismo e ignorando el trabajo del padre Hilarión. La publicación se completó en 1949 cuando vio la luz la parte del diccionario correspondiente al Rifeño-Español. La suplantación no pasó desapercibida y fue seguida de una fuerte polémica, llegando a mediar en la misma el Vaticano. Sin embargo, las diferencias no trascendieron a la luz pública por la actitud de los superiores de la orden que prefirieron la discreción en ese punto.

Pérdida para el euskera La suplantación de Ibáñez llegó al punto de destruir en el huerto de la Misión de Mogador todos los manuscritos de Sarrionandia después de la publicación del diccionario. De esta manera, quedaba a salvo de que terceras personas pudieran demostrar con pruebas su plagio, pero al mismo tiempo destruía valiosos testimonios del trabajo realizado por el padre Hilarión. Esta quema de papeles, también fue una pérdida para el euskera. Según testimonio de sus contemporáneos Hilarión solía intercalar palabras euskericas en sus fichas del diccionario a la hora de determinar el significado de los vocablos rifeños.

En 2007, tras años de fuertes polémicas sobre la usurpación de los estudios de Hilarión Sarrionandia por Esteban Ibáñez, la Universidad Nacional de Educación a Distancia [UNED] de Melilla junto con Ediciones Bellaterra reeditaron los Diccionarios Español-Rifeño y Rifeño-Español incluyendo en la cabecera de la obra los nombres de Pedro Hilarión Sarrionandia y Esteban Ibáñez como autores de los mismos.

En el año 2010 el escritor Joseba Sarrionandia publica el libro Moroak gara behelaino artean? en el que recuperaba la labor de Pedro Hilarión contextualizándolo con la situación socio-política española y marroquí del momento. El libro también ha sido editado en castellano y catalán. Garai, el pueblo natal de Pedro Hilarión Sarrionandia, proyecta rendir homenaje al ignorado filólogo hacia el otoño de este año, cuando las nieblas que difuminan las imágenes y figuras hagan parada en las lomas bajas del vigilante Oiz.