La Academia de la Lengua Vasca cierra los actos de celebración de su centenario mirando a los retos que el euskara debe afrontar en el futuro, siempre bajo su lema: ‘Ekin eta jarrai’
Un reportaje de Andres Mª Urrutia Badiola
Cuando el 7 de octubre de 1919, ahora cien años, se reunieron en la Diputación Foral de Gipuzkoa los doce primeros académicos de Euskaltzaindia, bajo la presidencia y con la secretaría de quienes ocupaban estos cargos en la Sociedad de Estudios Vascos, se constituyó formal y jurídicamente la Academia de la Lengua Vasca, en respuesta a un anhelo largamente sentido en la sociedad vasca.
El fruto de los desvelos y propuestas de aquellos años cristalizó en la creación de la primera institución que reunía a representantes de todos los territorios de lengua vasca y lo hacía, además, en torno al cultivo de la lengua vasca, tanto en el orden filológico como en el social, dando su razón de ser a cada una de sus dos secciones, Iker (investigación) y Jagon (tutelar).
Un primer rasgo distintivo de la recién nacida Academia era su doble objetivo y una manifestación de lo anterior eran las palabras que poco antes había escrito Koldo Elizalde, uno de sus fundadores, sobre el sentido de la nueva Academia: “Y supongo que en este instante asomará a los labios de todos y vosotros la palabra Academia, como designativa de la institución destinada a realizar esa necesaria congregación, esa precisa coordinación de labores. Acepto la palabra con tal de que no evoque la idea de un dormitorio de siestas de la alta burguesía intelectual que entretiene sus ocios en poner y quitar acentitos sobre las vocales, proposiciones y en otras cosillas de la misma trascendencia. La Corporación que nosotros necesitamos es cosa muy distinta de eso, es algo cuya acción eficaz y vivificante se deje sentir desde el primer momento”.
No todos aceptaron la idea de la Academia, pero lo que quedó claro es que la Academia era el instrumento más poderoso del que los vascos se dotaban para hacer del euskera una lengua culta, lo que exigía aunar esfuerzos en torno a la formalización de un estándar lingüístico válido para la realización de todas las funciones de comunicación que despliega una lengua en la vida social.
El despegue (1919-1936) Creada la institución y fijados sus objetivos, la vida de la Academia comenzó poco a poco. Sus problemas económicos fueron una constante por la insuficiencia de las dotaciones públicas para sus trabajos. Se fijó la sede en Bilbao, en la calle Ribera 6, donde permaneció hasta los años ochenta del siglo pasado y comenzaron las reuniones mensuales de los académicos, amén de numerosas actividades de proyección social de la Academia, a lo largo y ancho de toda Euskal Herria.
Se crearon asociaciones de apoyo, se asesoró a las diputaciones y ayuntamientos en materia de euskera y se llevó a cabo una labor de socialización importante y significativa del euskera, en relación a los medios materiales y humanos de los que la joven Academia disponía.
De forma simultánea, la Academia comenzó el trabajo de recopilación sistemática de los datos necesarios para la formulación de un euskera estándar y fue reuniendo en su entorno las figuras principales del mundo del euskera.
Aquellos fueron los años del Erizkizundi irukoitza, la encuesta dialectal que se realizó por primera vez en todos los territorios de lengua vasca, los años de la revista Euskera, Boletín de la Academia y lugar de encuentro de los vascólogos más prestigiosos del mundo, los años que culminaron con un trabajo de actualización de la lengua vasca en campos muy diversos y con la formulación por Azkue, su presidente, de una primera propuesta de unificación lingüística, el Gipuzkera osotua, que la guerra civil frustró y cortó de raíz.
Silencio impuesto (1937-1956) La guerra civil supuso la interrupción de todos estos esfuerzos de la Academia. Es cierto que Euskaltzaindia no cerró sus puertas, pero lo es también que su actividad y su presencia sufrieron restricciones importantes y significativas a la hora de proyectar la lengua vasca en el espacio público.
Azkue, ayudado de forma incansable por Nazario Oleaga, logró con muchas dificultades convencer a las autoridades del nuevo régimen de la necesidad de mantener abierta la Academia y se afanó en realizar las labores necesarias para un diccionario castellano-euskera que retomase su diccionario euskera-castellano-francés de preguerra.
Con la revista Euskera prohibida, los académicos diseminados y/o en el exilio, y una exigua capacidad económica, el futuro de la Academia no parecía nada halagüeño. Fue la llegada del joven Federico Krutwig lo que supuso un revulsivo para aquella Academia viva aunque silenciada, un revulsivo que pasaba por una renovación profunda de sus estatutos y de sus miembros. La labor no fue fácil. El régimen de Franco vigilaba de cerca a la Academia e incluso había logrado nombrar académicos de su agrado en un proceso que fue habitual en el devenir de otras instituciones académicas.
El exilio, por otra parte, era activo a la hora de promover un trabajo decidido en favor del euskera que evitase su desaparición, que en aquellos años y circunstancias se veía como algo casi inevitable. Azkue falleció en 1951, después de haber conseguido, por encima de todas las dificultades, la persistencia de la Academia, habida cuenta de las circunstancias políticas imperantes.
De nuevo en marcha (1956-1970) Tras la muerte de Azkue, la Academia sufrió un cierto parón derivado de su ausencia. El forzado exilio de Krutwig en 1952 complicó aún más las cosas para Etxaide y Lojendio, que fueron los sucesores de Azkue. En 1956 logró la Academia celebrar su primer Congreso académico público en Arantzazu y la revista Euskera pudo reanudar su publicación. Nuevas generaciones acudieron a Euskaltzaindia y los nombres de Mitxelena, Aresti, Villasante, Satrustegi, Irigoien, Erkiaga, Lafitte, San Martin…, empezaron a sonar en los pasillos de la Academia al lado de los de Lekuona, Oleaga, Arrue, Irigarai y otros.
La Academia se puso de nuevo en marcha y logró que vieran la luz publicaciones en euskera, además de promover todo un conjunto de manifestaciones culturales, tales como los concursos de bertsolaris, las ikastolas, los cursos de alfabetización y euskaldunización para adultos y otros que reforzaron la labor de difusión de la lengua en una sociedad que se abría cada vez más al euskera, sociedad que luego fue capaz de tomar el testigo de Euskaltzaindia y hacer de ellos una realidad hoy viva.
En ese contexto y a los cincuenta años de su creación, llegó la propuesta de Gabriel Aresti de retomar el tema de la unificación del euskera y de ahí vino la celebración del Congreso de Arantzazu de 1968 y la formulación del euskera batua. Luego, las disputas que siguieron supusieron un punto de inflexión en la vida del euskera y la apertura de una nueva época que ha marcado la realidad del euskera durante los últimos cincuenta años.
La reorganización (1970-2005) El año 1970 es nombrado presidente de Euskaltzaindia el franciscano guerniqués Luis Villasante en sustitución de Manuel Lekuona. A pesar de la fuerte discusión interna en torno al batua, Villasante trabaja en varios frentes: el primero, el de la legalización de la Academia, que en 1976 realiza el Estado español por el Decreto 573/1976, de 26 de febrero, por el que se reconoce a la Academia de la Lengua Vasca bajo la denominación de Real Academia de la Lengua Vasca, y su posterior configuración por el Estatuto de Autonomía del País Vasco (1979) y por la Ley foral del euskara en Navarra (1986) como institución consultiva oficial en materia de euskera; el segundo, el de la reorganización interna, creando comisiones por materias y dando impulso a una adecuada organización de la Academia que permitiera trabajar de forma más eficaz en los campos que le son propios.
Su decidido impulso a la unificación le valió múltiples desaires que fue superando con su constancia y tesón, amén de la colaboración de los académicos y de las nuevas generaciones de euskaltzales que vieron en el euskera batua la tabla de salvación del euskera después de largos años de ostracismo.
A Villasante le sigue Jean Haritschelhar, el primer presidente originario de Ipar Euskal Herria, que continuó el trabajo iniciado con las premisas de acercar la Academia a las nuevas realidades universitarias y del mundo del euskera, encarrilando el proyecto del Diccionario General Vasco bajo la dirección de Mitxelena y el Atlas Lingüístico del Euskera bajo su propia dirección.
Son los años del Convenio de Oñate para garantizar la financiación de Euskaltzaindia y su relación con los poderes autonómicos de Euskadi y Navarra, que entonces comenzaban su andadura como administraciones públicas responsables de desarrollar la oficialidad del euskera, una realidad desde la Constitución de 1978.
Nueva época y futuro (2005-2019) En 2005, el académico Andres Urrutia es nombrado nuevo presidente de Euskaltzaindia. Comienza así una nueva época que busca una aproximación de la Academia a la sociedad, un trabajo académico en torno a la lengua, articulado en función de proyectos de gran alcance dirigidos a toda la comunidad lingüística vasca, tales como la Historia social del euskera, el Diccionario Histórico Etimológico del euskera, el Corpus Onomástico del euskera y otros.
Son los tiempos de las nuevas tecnologías, de la irrupción generalizada de la mujer en las labores de la Academia, de la apertura del diccionario a las cuestiones de género, del desarrollo de la Onomástica, y en suma, de renovar el compromiso con la sociedad, y de una organización y funcionamiento basados en la moderna concepción de la gestión de una institución cultural enraizada en el país y a su servicio. Cien años después, Euskaltzaindia-Real Academia de la Lengua Vasca es una institución de referencia imprescindible en el panorama del euskera. Ello se debe al trabajo conjunto de todos, académicos de honor, de número, eméritos, correspondientes, trabajadores de la institución y de cuantos se han acercado a ella o han colaborado en sus trabajos e inquietudes a lo largo de estos cien años.
Euskaltzaindia tiene hoy ante sí un futuro importante. Un futuro que pasa por continuar la labor de estos últimos años y por profundizar en sus ejes centrales, la digitalización, la internacionalización, la profesionalización y la socialización, junto con la búsqueda de nuevos cauces para transmitir su realidad y sus aportaciones a las nuevas generaciones, que van incorporándose a la Academia desde todos los territorios de Euskal Herria.
Se cierra ahora un primer centenario y se abre un nuevo periodo para la máxima institución en el mundo del euskera. El lema que preside desde hace cien años su labor, Ekin eta jarrai, sigue ahí y se le añade una nueva consideración, 100 urte euskara ehuntzen. Esa es su labor, esos sus objetivos. El futuro nos espera. Geroak erranen!