El jesuita Alfonso Moreno, confesor de ejecutados, relata en su diario de 1937 cómo fusilaron los franquistas al poeta ‘Lauxeta’ y, al día siguiente, al Consejero Espinosa y Aguirre, capitán de Artillería .
Iban Gorriti
En días en los que Durango vive la capitalidad de la cultura euskaldun con su Azoka, cada año alguien cita a Lauaxeta, poeta y periodista vizcaino que murió asesinado por las tropas franquistas el 25 de junio de 1937. Fue fusilado tras visitar el 29 de abril la bombardeada Gernika junto a corresponsales de guerra galos de La Petite Gironde. Capturado, fue sometido a consejo de guerra, condenado a muerte y finalmente ejecutado en el cementerio gasteiztarra de Santa Isabel. A modo de cuenta atrás, el Gobierno Provisional de Euzkadi hizo todo lo posible por canjear al nacido en Laukiz en 1905 por otro prisionero sin éxito.
El PNV conserva once páginas de diario “de un padre de la Compañía de Jesús, confesor de condenados a muerte y testigo presencial de ejecuciones”. En ellas, narra en primera persona los últimos segundos con vida de Esteban Urkiaga Basaraz, Lauaxeta, la brutalidad del impacto de la bala franquista. “Con toda la masa encefálica fuera”, llega a dejar impreso el sacerdote el mismo 25 de junio de hace 82 años.
Pero ¿quién fue el autor de este breviario no firmado? Consultados al respecto historiadores, valoran que puede ser “José María Lacoume o el Padre Moreno”, ambos ignacianos. “Puede que este texto corresponda a uno de ellos”, valoran desde Sabino Arana Fundazioa. El histórico jeltzale Iñaki Anasagasti, se decanta por “el Padre Moreno”, confesor de condenados a muerte en Gasteiz. Tras comparar los textos, queda claro que es el de Alfonso Moreno, cura con quien Urkiaga coincidió en días de seminario burgalés. “A los 21 años pasó a Oña, a completar sus estudios, que abandonaría al de dos años, en 1928, sin que los motivos que le llevaron a tomar la decisión resulten claros. Lo que sí sabemos es que en Oña conoció a uno de los hombres más importantes de su vida, el Padre Moreno, que reaparecería en su vida en las circunstancias más dramáticas”, según queda impreso en el proyecto Ehungarrenean hamaika, disco de homenaje a Lauaxeta (Gaztelupeko Hotsak, 2005).
El testimonio del confesor, sin duda, es espeluznante. El autor da comienzo a la página de aquel 25 de junio “con el mal sabor de boca de la ejecución de Esteban Urquiaga”. A continuación, enumera cómo se sentía el poeta, aún sabiendo que iba a ser asesinado. “Sereno y cristianísimo, plenamente sumergido en la apacible dulcedumbre de nuestra fe bien sentida y gustada a través del Nuevo Testamento, rumiado cotidianamente en la lentitud de las horas de cárcel, Jesús, vida, Jesús el único (repetía con frecuencia)”.
Recordemos que Esteban se formó precisamente con los jesuitas en Durango y Loiola. Tras Oña abandonó su noviciado, y se dedicó al periodismo, a la literatura y al euskera. Se afilió al PNV, organización en la que se hizo cargo de diversas publicaciones como el diario Euzkadi.
El análisis del confesor continúa. “Luego, a las 5 y media, los cuadros de costumbre; mientras hablaba con mi crucifijo, tiernamente emocionado por lo solemne del momento…”. Es el momento en el que fija su vista en el horror: “Toda la masa encefálica fuera”. El confesor le quita las medallas que Lauaxeta portaba consigo, recoge el Cristo del suelo del paredón y “el rosario con el que ha muerto”.
A continuación, a modo de despedida de aquel inolvidable viernes, apostilla cuatro entrecomillados que hacen prever que son algunas de las últimas frases pronunciadas por el periodista que en 1930 ganó el Primer Día de la Poesía con la obra Maitale kutuna. “Si he de pecar, quiero más morir ahora”. “Muero contento porque muero con Jesús”. “Confío plenamente en la Virgen”. “Dios… mi padre”.
Al día siguiente, el confesor vivió otra ejecución también en Gasteiz. “Cada fusilamiento lleva sus notas típicas diversificantes, apenas hay dos iguales. El de hoy, completamente nuevo: nada menos que el Ministro del Gobierno Provisional de Euzkadi, Alfredo Espinosa, del Departamento de Sanidad y Don José Aguirre, capitán de Artillería”, narra, añadiendo que fueron apresados gracias al piloto republicano traidor Yanguas, aviador “vendido” con quien viajaban de Francia a Bilbao y aterrizó en Zarautz.
“Carguen. Apunten. Viva España. Fuego. Dos cuerpos se desploman. Extremaunción”, detalla y aporta una paradoja que pone la piel de gallina. “Lo que es la vida. El sargento que hace seis años y aún menos le había hecho la guardia a Espinosa, cuando este era Gobernador Civil de Burgos, hoy lo va a fusilar. El guardia lo comentó ayer con el mismo Espinosa”, consejero bilbaino por el partido Unión Republicana.
El confesor asegura que tanto Espinosa como Aguirre le piden que quieren escribir todo lo que puedan antes de ser asesinados por los franquistas. De hecho, acabado el papel, el propio jesuita se ofrece a ir a por más. “Necesitan escribir. Es preciso aplazar la ejecución. Como máximo hasta las 5 y media. Se acaba el papel. Protestan. Voy yo, por favor, a buscar a la Residencia. Me lo agradecen mucho”.
De ese tiempo de escritura, a día de hoy se conservan frases dirigidas por Espinosa a su amigo el lehendakari Aguirre como la siguiente: “Mis pobres hijos, háblales, cuando sean mayores, de su padre y diles que les he querido con toda mi alma y que sigan mi ejemplo, que quieran a su Pueblo como yo le quise y si puedes consolar a mi pobre mujer, tú que tienes talento hazlo, pues pensando en ella, se desgarra mi alma. Ayer creo que fusilaron a Lauaxeta, otro mártir más. Hay muchos condenados a muerte”, le precisa. Fue enterrado en una fosa común.