Centenario de la obra maestra ‘Un viático en el Baztán’, de Javier Ciga

Hace un siglo, la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid acogió el cuadro ‘Un viático en el Baztán’, una de las obras maestras, junto a ‘El mercado de Elizondo’, del pintor navarro Javier Ciga; una pintura que es un tratado de etnografía

Un reportaje de Pello Fernández Oyaregui

‘Un viático en el Baztán’, Javier Ciga, 1917. Foto: Museo de Navarra
‘Un viático en el Baztán’, Javier Ciga, 1917. Foto: Museo de Navarra

El 28 de mayo de 1917 en los Palacios de Exposiciones del Retiro de Madrid, con toda pompa y boato, se inauguró la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1917, presidida por la familia real y máximas autoridades del Estado, y se clausuró el 1 de julio (justo hace cien años). En la organización, se encontraban grandes artistas: Sorolla, Muñoz Degrain, Anglada Camarasa, Romero de Torres López Mezquita y un largo etcétera. El prólogo se hacía eco, de la difícil coyuntura que vivía especialmente Europa a causa de la Primera Guerra Mundial. Se expusieron 404 obras de pintura, grabado y dibujo; muchas de ellas, habían sido previamente rechazadas.

En 1917, Javier Ciga presentó su obra Un viático en El Baztán a esta exposición, que figura con el número 76 del catálogo. Ciga venía precedido de su éxito parisino (1912-1914), e iniciaba su fecunda etapa de madurez.

Se trata de su otra obra maestra, junto con El mercado de Elizondo. En ella, narra con incalculable valor etnográfico y sociológico, con personajes reales de su tiempo, una costumbre religiosa habitual en la época. Ciga participa de una constante en la pintura finisecular que es el progresivo tratamiento de los temas religiosos desde una perspectiva más costumbrista, acorde con ese nuevo papel protagonista que el pueblo adquiere en esta época tardorromántica.

La elección de los figurantes era fundamental para dar veracidad y realismo a la escena. Ciga era consciente de que estas pinturas etnográficas eran un retrato colectivo, en el que podía elegir a sus personajes atendiendo a sus características físicas y psicológicas. Los modelos que aparecen en el cuadro son reales. El tema recoge el momento en el que el grupo de mujeres enlutadas provistas de cirios, forman el cortejo procesional precedidas por el prelado doméstico de su Santidad (monseñor Mauricio Berekoetxea), que revestido con capillo de viático protege el copón. Se disponen a entrar en la casa del enfermo para administrar los santos óleos y últimos sacramentos. La figura del monaguillo (Juan Lasa), es un ejemplo de placidez y rostro angelical, resaltado por un espléndido contraluz. El rito y el término, hacen alusión a la vía o camino y al alimento espiritual para emprender este último viaje. El acto se realizaba en absoluto silencio, tan solo roto por la campanilla del monaguillo, que lo iba anunciando para que la gente se arrodillara a su paso y acompañado todo ello por el tañido de campanas de viático, que precedían a los posteriores toques de agonía y óbito.

Son recibidos por el señor del palacio (Vidal Apezteguía); a la derecha, en primer plano, aparece un grupo de tres mujeres (Isabel Elizalde es la más joven y se coloca al fondo con el resto de figurantes, que eran asiladas de la Misericordia de Elizondo). La escena se desarrolla en el palacio de Askoa en Elbete y culmina con el paisaje del fondo, donde aparecen la antigua iglesia de Elizondo, la sinuosidad de los montes, el verdor de los prados, todo ello impregnado de ese bucolismo, que lo enmarca magistralmente.

Análisis formal En un auténtico alarde compositivo, sitúa un primer grupo de figuras en el ángulo inferior derecho, compuesto por el señor de la casa que recibe al cortejo procesional junto al grupo de mujeres enlutadas (colocadas siguiendo un esquema piramidal, contrastan la juventud de la última figura con la vejez de las que aparecen en la primera fila), una vez más Ciga trata simbólicamente el paso del tiempo y las edades del ser humano; hace un estudio psicológico, a través de estos rostros que son registros de vida, marcados por la dificultad, vejez, pero a la vez revestidos de enorme dignidad moral.

Este grupo conduce hacia el otro conjunto compacto de figuras en la zona central, ocupada por el eclesiástico y las mujeres enlutadas que van detrás. En el espacio vacío intermedio irrumpe el monaguillo separando los espacios exterior e interior. Ciga era un maestro en el juego de contrastes: luces (artificiales y naturales) y sombras con sus fases intermedias y penumbras, exteriores e interiores, masas y vacíos, grupos e individualidades, movimiento y quietud. Entre los grupos de personajes deja huecos estratégicos que permiten la circulación por dentro del cuadro.

Es la luz la protagonista indiscutible, la que marca esa idea de diagonalidad y profundidad. Además, hay un conjunto de perspectivas que, a través de líneas, de luces y sombras, dan credibilidad a un espacio que se nos presenta con visos de absoluta realidad. La luz es a la vez real y simbólica, a veces utilizada de manera violenta, ilumina los rostros creando ese efecto caravaggiesco, pero sobre todo tiene un sentido trascendente, que remarca la fugacidad de la vida y espiritualiza los rostros con ese tono cobrizo que los transforma al estilo de Georges de La Tour. El propio monaguillo porta el farol de viático, que para este rito tenía tres velas, para resaltar la importancia de la luz en tan crucial momento. La llama tratada por Ciga es tan real, que aparece ladeada por el viento que cobra presencia en el lienzo. El cirio así como la argizaiola, son continuación de aquel fuego del rito iniciático en el momento del Bautismo, que ahora acompañará el último viaje. Constituye el elemento simbólico de los dos sacramentos del inicio y del final de la vida. La luz disipadora de las tinieblas de la muerte, era el elemento que garantizaba ese tránsito o viático a la otra vida. Ciga reproduce de manera magistral el ritual en torno a la muerte, que en la cultura vasca, tiene sus propias peculiaridades. Una vez producido el fallecimiento, la luz se colocaba en las tumbas ubicadas en el suelo de la iglesia o jarlekua y más tardíamente en los cajones, fuesas o cestas, sobre los que se ponía la vela enroscada.

En cuanto al color, contrasta la sobriedad de negros y pardos con el rabioso rojo y blanco del monaguillo. La matización del color así como el empleo de claroscuros, resaltan la volumetría y corporeidad de los personajes. Por último, cabe resaltar el preciosismo al que llega en el roquete plisado del monaguillo, los brocados del eclesiástico, el claveteado de la puerta y el brillo de los objetos.

La obra, ha figurado en importantes exposiciones: la mencionada de 1917 en Madrid, la Exposición-Homenaje en el Museo de Navarra en 1978, en 1986 en la exposición Medio siglo de pintura navarra en San Adrián del Besós (Barcelona) y en 2014 en Aranda de Duero, en la exposición de Arte Sacro más importante a nivel estatal –Las Edades del Hombre-.

Esta obra fue ampliamente glosada, tanto en la prensa local, como en la crítica artística del Heraldo de Madrid, donde le dedicaron grandes elogios.

En cuanto a la propiedad y al precio pagado, sabemos que fue adquirida por la Diputación Foral de Navarra por 1.625 pesetas, cantidad esta, muy por debajo de su valor artístico.

Antecedentes y significado Si bien el tema fue tratado en el Barroco con Rubens, o por los discípulos de Goya, Alenza y Lucas Villamil; en el caso de Ciga, tendríamos que referirnos a la influencia francesa y en concreto a Courbet o a Lucien Simon, con su Procesión en Bretaña. Su autor fue profesor de las academias Grand Chaumière y Colarossi, frecuentadas por Ciga.

Pero refiriéndonos a obras más cercanas, como son los cortejos procesionales, tendríamos que citar las procesiones del Corpus de Bidarrai de Marie Garay y la de Lezo de su amigo Salaverría, con la que comparte realismo, profundidad y devoción reflejados en los eclesiásticos, pero sobre todo en la reciedumbre del pueblo llano y en las doloridas mujeres enlutadas que nutren ambos cortejos. Salaverría decía, que había recogido la imploración: Libra gaitzazu, Jaunak, gaitz guztietatik. Esto mismo transmite Ciga a través de su obra, que no solo recoge con absoluta fidelidad la escena religiosa, sino la súplica dolorida de un pueblo, que gime en las puertas de la muerte. Así mismo, refleja muy bien el sentido omnipresente que tenía la muerte en la cultura vasca, que se plasma en ese recogimiento profundo y natural, muy lejos del gesto plañidero de otras culturas, que reflejan pintores coetáneos, como el granadino López Mezquita en su lienzo El Velatorio.

Hace un estudio individual y colectivo, que nos trasporta al concepto de etnos (pueblo que comparte sentimiento, lengua, cultura, tradición) y ethos (espacio físico y comportamiento del grupo). Baztán profundo y eterno, palpita en la obra de Ciga. Esta obra constituye un documento sociológico y etnográfico, siendo Ciga una vez más, intérprete del alma y de la sociedad de su tiempo. El naturalismo, es su vía suprema de expresión artística. Hace suya la idea de Alberti, expresada en 1436 en su tratado De Pictura: “Una historia conmoverá los ánimos de los espectadores, cuando los personajes pintados expresen sus emociones con claridad”. Esto es precisamente lo que consigue Ciga, llevando a la última consecuencia su Pintura de Verdad.

Si técnicamente podemos calificarla de sobresaliente, más lo es su significado. Nuestro pintor no se quedó en el virtuosismo técnico, sino que trascendió este, consiguiendo plasmar la emoción religiosa, el profundo recogimiento y el hondo misticismo que refleja la escena, en definitiva, el latir de un pueblo a través de sus gentes. Esta obra supone un ejercicio de introspección, que indaga en lo más profundo y conceptual del arte, definiéndola como un ejemplo de Metapintura. Está llena de esencialidad, ya que detrás de escenas realistas, siempre está el ser, dotándoles así, de ese hálito existencialista y trascendental que va más allá y que nos transporta a un realismo metafísico y a la idea de lo sublime en el arte.

Combatiendo en el límite: La resistencia vasca en el frente de Las Encartaciones (1937)

Tras la caída de Bilbao, los gudaris protagonizaron un último e intenso esfuerzo por contener a las tropas fascistas

Un reportaje de Aitor Miñambres

Gudaris en el frente. A la derecha, el baracaldés José Uriarte. Foto: Aitor Miñambres
Gudaris en el frente. A la derecha, el baracaldés José Uriarte. Foto: Aitor Miñambres

POR estas fechas se cumplen 80 años de la ofensiva que llevó al general Franco a la conquista de Bilbao. No cabe duda de que fue una campaña de desgaste y feroz resistencia de casi tres meses, en la que los defensores fueron arrollados por la superioridad de los atacantes, aunque de manera más lenta de la esperada por el propio general Mola, que no alcanzó a vivir lo suficiente como para disfrutar de los laureles del triunfo sobre la villa. Caída esta, el 19 de junio de 1937, tendemos a pensar que ahí se acabó la guerra en el frente vasco pero, sin embargo, la lucha y resistencia en Bizkaia se prolongó por más de dos meses en el escenario de Las Encartaciones. Allí las fuerzas vascas intentaron incluso reconquistar parte del territorio leal perdido, cediendo finalmente las posiciones conservadas con tanto sacrificio, cuando estaban casi cercadas, ya que a cien kilómetros a sus espaldas Santander se perdía.

La caída de Bilbao supuso un colapso organizativo en la administración vasca y en su ejército, como no podía ser menos. El Gobierno de Euzkadi, con el lehendakari Aguirre a la cabeza, procuró continuar su actividad en Turtzioz. Uno de los grandes asuntos que atender era el éxodo de unos 150.000 civiles que, hostigados por la aviación enemiga, huían de la guerra envueltos en penurias, hambre y falta de alojamiento. Por su parte, el ejército vasco tenía orden de retirarse escalonadamente a las distintas líneas de contención establecidas por su mando, hasta atrincherarse definitivamente en una línea estable de defensa. Esto lo sabía su enemigo, el ejército franquista, por lo que era de vital importancia para éste explotar la victoria, aprovechar la inercia de su triunfo sobre Bilbao, perseguir a los defensores vascos, impedirles organizarse y no darles tregua hasta alcanzar sus objetivos en Las Encartaciones.

Las fuerzas vascas, después de tres meses de combate sin cuartel, se encontraban en su punto más bajo, necesitando descanso y reorganización. A esto se añadía la desmoralización por la pérdida de Bilbao, así como la falta de confianza en el Gobierno de la República, del que se sentían un tanto abandonadas, especialmente en lo que a cobertura aérea se refería. Además, para muchos gudaris, la opción de continuar la guerra fuera del País Vasco, en ambiente hostil, no era algo deseable. En su conjunto, este ejército se había visto mermado en los últimos meses por las muertes, bajas, capturas y deserciones de última hora. Su general, Mariano Gámir Ulibarri, se mantenía en su puesto, pero la mayor parte de su Estado Mayor había desaparecido junto con importantes responsables del Ejército, la Policía, la Marina y la Sanidad, quedando paradójicamente en servicio el Jefe de Estado Mayor, comandante Lamas, militar realmente partidario del enemigo.

Así, se estableció una línea de contención y primera defensa en la margen izquierda del Cadagua, que fue forzada por los franquistas el 21 de junio de 1937, lo que acarreó la pérdida de la zona fabril del Nervión, así como de la zona minera colindante, entre esa fecha y el 25 de junio: Barakaldo, Sestao, Portugalete, Santurtzi, Trapagaran, Ortuella, Abanto y Zierbena. En esta área se quería impedir que los rebeldes se hicieran con los medios de producción existentes y, si bien en un principio las acciones se debían limitar a inutilizar los puntos vitales de las factorías, las órdenes consiguientes del gobierno de Valencia fueron encaminadas a su destrucción absoluta, aunque finalmente la industria del enclave quedó intacta por la firmeza del batallón nacionalista Gordexola en evitar las voladuras. En este contexto, tanto este batallón como otros afines se entregaron en la zona de Barakaldo, sin atender la orden de retirada. Para que esta actitud no se extendiese, a requerimiento de Juan de Ajuriagerra, se reunieron el 22 de junio en Abellaneda las autoridades del PNV y los comandantes de sus milicias (Euzko Gudarostea) con la consigna de permanecer unidos y seguir adelante en la lucha.

Resistencia creciente Entre tanto y durante esa semana, las Brigadas de Navarra del general Dávila continuaron su avance por otros puntos de Las Encartaciones: recorriendo el valle del Cadagua y ocupando Alonsotegi y Sodupe (Güeñes); alcanzando las alturas de Triano sobre Galdames y tomando esta población y su entorno; y avanzando desde el sur a través de los picos y las poblaciones de Gordexola. Tanto en la zona fabril como en la minera, la resistencia de los defensores fue creciendo a lo largo de los días: el 21 de junio en Santa Águeda (Barakaldo); el 22 en el monte Ganeran (821 m) (Galdames); los 22 y 23 en Idubaltza (691 m) y Beraskola (671 m) (Gordexola); los 23 y 24 en Mondona (Güeñes); el 24 en La Cuesta (Zierbena) y en Gallarta (Abanto); y el 25 en Galdames, en Güeñes y en el monte Carobo (565 m) (Gordexola). En su avance, los franquistas rebasaron el Cinturón de Hierro en sus sectores occidentales, desde dentro hacia fuera, circunstancia en la que la famosa línea ya no tenía ninguna posibilidad defensiva.

El 25 de junio, el general Gámir tomaba el mando de todas las fuerzas republicanas del Norte y el cuerpo del ejército vasco pasaba a ser comandado por el coronel Vidal, quien recibió refuerzos asturianos y santanderinos y fijó una nueva línea de defensa. Ésta transcurría a lo largo del río Barbadun hasta Mercadillo (Sopuerta), siguiendo por el Pico Ubieta (632 m) hasta Güeñes y, de ahí, por el eje de la carretera, hasta Balmaseda. El trazado quedaba dividido en tres sectores, defendidos por las divisiones provisionales A, B y C. Esta nueva línea fue forzada el día 27 de junio, en su parte sur, lo que supuso la caída de Güeñes y Aranguren (Zalla) aunque todos los esfuerzos por progresar fueron muy lentos para los franquistas ya que la resistencia vasco-republicana iba progresivamente fortaleciéndose, con enconamientos en Mendieta y en Bolunburu (Zalla) el mismo día 27 y más al sur en Artziniega por donde la V Brigada de Navarra pretendía acercarse a Balmaseda. Así, el día 28, la presión sobre la línea de defensa era generalizada, con contraataques en el monte La Cruz (625 m) y ocupación del Pico Ubieta y monte Artegui (637 m) sobre la carretera Mercadillo-Abellaneda, ahora a merced de los rebeldes. Más al sur, se cerraba el cerco sobre Balmaseda con contraataques para evitarlo, en el barrio de Angostura. En consecuencia, el 29 de junio, fiesta de San Pedro, caía Balmaseda y sus alturas circundantes y, más al norte, toda la línea Zalla-Otxaran-Abellaneda-Mercadillo-Arenao. En las fechas sucesivas, no sin fuerte resistencia, se perdieron las posiciones del monte Mello (633 m) en Montellano (Galdames), lo que permitió al contingente italiano ocupar Muskiz e intentar avanzar hacia Ontón donde fueron duramente contraatacados por las fuerzas vascas. Por último, el día 5 los rebeldes tomaron el monte Castro Alén (804 m), donde de nada sirvieron los sucesivos contraataques gubernamentales para su recuperación. A partir de esa fecha, los franquistas decidieron atacar Santander por el sur de esta provincia, por ser la ruta menos accidentada. Esta fase se vio retrasada por la ofensiva republicana en Brunete (Madrid) y que se prolongó desde el 6 al 25 de julio de 1937. De esta manera, el frente vasco quedó nuevamente estabilizado siguiendo la línea Saltacaballo-Otañes-Ventoso (731 m)-Betaio (749 m)-Mina Federico frente a Castro Alén-Traslaviña frente a Queli (460 m)-Pico Miguel (526 m) frente a la Garbea (718 m)-Burgueno (1.043 m) frente a Kolitza (883 m).

Reorganización En otro orden, las fuerzas vascas aprovecharon para su reorganización como Cuerpo de Ejército Nº 1 del Ejército Popular Republicano del Norte, constituyéndose en base a cuatro divisiones de tres brigadas cada una, estando formada cada brigada por tres batallones. El frente occidental cántabro quedó cubierto por una de las brigadas y el frente encartado por otra. Las dos restantes pasaron a formar parte de la reserva, una a disposición del Ejército del Norte y otra para el cuerpo de ejército vasco. Desde el día 30 de junio, el Gobierno de Euzkadi se había visto obligado a abandonar su territorio, tras liberar a los presos franquistas que aún quedaban en su jurisdicción, declarando el lehendakari Agirre al mundo, en su célebre Manifiesto de Trucios, los atropellos que sufría el pueblo vasco.

La llegada del frente estable no supuso la inacción para las fuerzas vascas que, ya reorganizadas, contraatacaron contundentemente sobre los puntos más estratégicos del enemigo, verdaderos espolones rebeldes asomados a las posiciones republicanas: Casto Alén al norte y Kolitza al sur. Así, Castro Alén fue contraatacado el 6 de julio, día posterior a su pérdida, aunque el ataque más potente para su recuperación, empleando incluso aviación, tuvo lugar el día 12 desde Mina Federico, mas sin éxito. También la misma posición fue atacada el 27, aunque en esta ocasión se trató de una maniobra de acompañamiento al ataque principal que se produjo sobre Kolitza. En este último monte, las fuerzas vasco-republicanas también lanzaron varios ataques: uno el día 8 de julio y los otros, en el marco de una operación en toda regla, entre los días 27 y 29 de julio. El objetivo, ambicioso, señalaba alcanzar la Garbea y amenazar desde esa posición la posesión franquista de Balmaseda. Para ello, se empleó la II División vasca asignando a sus brigadas los correspondientes objetivos: a la 12ª tomar la ermita de San Sebastián y San Roque, a la 6ª alcanzar la Garbea y a la 9ª permanecer en reserva. Así la operación contó con abundante apoyo artillero y aéreo, pese a lo cual, ninguno de los ataques masivos de los días 27 y 29 alcanzó sus objetivos, estrellándose frente a las trincheras, ametralladoras y alambradas enemigas.

Posteriormente, el frente volvió a su calma. Así, llegó el 14 de agosto de 1937 y los franquistas rompieron el frente montañés por el sur, forzando las defensas republicanas en el Puerto de El Escudo y avanzando vertiginosamente hacia Santander, tras embolsar y capturar a 22 batallones cántabros. Con la provincia ya partida en dos y a punto de alcanzar el enemigo la carretera de Torrelavega, las unidades vascas recibieron orden de retirarse de sus posiciones orientales, lo que se inició el 22 de agosto, tras lo cual los franquistas a partir del día 23 fueron ocupando sin riesgo Traslaviña (Artzentales) y Turtzioz y, tras tomar Villaverde, se hicieron con los pueblos del valle de Karrantza y, finalmente, con Lanestosa el 24 de agosto. Para esa fecha, Santander ya se encontraba cercada y, al siguiente día, 25, los santanderinos negociaban con los franquistas la rendición de la plaza, donde entraron oficialmente el 26. A la vez, los combatientes vascos se entregaban en Santoña y Laredo, en virtud del malogrado pacto, o bien caían prisioneros en la capital de La Montaña por no existir salida hacia Asturias. Esos fueron los últimos días de Bizkaia en la Euzkadi autónoma y ese fue su último frente de guerra, recordado ahora que se cumplen 80 años de la tragedia.

Fusilamiento, amor de juventud y destino

Eloy Resano fue llevado a fusilar por el padre de Benito, que después se convertiría en el marido de su nieta Amelia

Un reportaje de Iban Gorriti
Benito Salvatierra y Amelia Resano terminaron juntos a pesar de las dificultades. Foto: Iban Gorriti
Benito Salvatierra y Amelia Resano terminaron juntos a pesar de las dificultades. Foto: Iban Gorriti

Hay historias de la guerra que sorprenden por su combinación de muerte, amor y, en este caso, destino. Son pasajes que, en ocasiones, se asemejan a guiones de película. La historia, en este caso, gira en torno al abuelo Eloy Resano, a su nieta Amelia Resano Campo (1950), y a Benito Salvatierra Del Campo (1946). Amelia y Benito forman una entrañable pareja navarra, republicana y activista del memorialismo en la que el padre de él fue quien llevó a fusilar al abuelo de ella el 27 de julio de 1936. A día de hoy, es uno de los más cien mil cuerpos desaparecidos aún en el Estado.

Eloy Resano Caparroso fue uno de los primeros asesinados tras el golpe de Estado militar contra la legítima Segunda República. “Toda la historia entre ellos me conmueve”, enfatiza con aprecio Mauro Saravia, fotógrafo vasco-chileno que aporta las primeras pistas a DEIA sobre esta extraordinaria microhistoria.

Pero no acaba ahí el periplo vital de la pareja. Es el momento de rebobinar 80 años atrás y, paso a paso, poner cada pieza en su sitio. El 27 de julio de 1936, los derechistas sublevados contra la democracia fusilaron a Eloy Resano en Zuñiga y a otros seis hombres en la orilla del río Ega, junto a un humilladero, según la tradición oral. Él era natural de Lodosa y “concejal de CNT o UGT, no hemos podido saber a ciencia cierta de cuál de las dos siglas”, explica a este diario su nieta Amelia.

Esta última, ella, hoy también abuela, es la protagonista de la siguiente gran historia de amor. “En 1965, cuando yo tenía 15 años, Benito venía de Antsoain a fiestas de Lodosa. Y empezamos, como era entonces, más a tontear que a salir juntos”, recuerda con la inocencia de entonces. Pero la alegría se volvió olvido por unas palabras del padre de Amelia, Cele. “Un día me preguntó a ver si ese chico que me esperaba debajo de casa era hijo de Zacarías y Dorotea. Le dije que sí, y me respondió que no quería que anduviera más con él, que nunca se sentaría a una mesa con ellos”.

A pesar de sus sentimientos encontrados, Amelia dejó de verse con Benito. “Le dije que no más”. Y pasaron 35 años sin verse. “Nunca”, subraya. Tanto Amelia como Benito se casaron con otras personas.

Un 24 de abril volvieron a coincidir en Lodosa. “Entre nosotros brotó la chispa otra vez. Él llegó a decir ese día que se tenía que haber casado conmigo”. A día de hoy, suman 17 años juntos como pareja casada hace dos años y medio. Son parte del colectivo de recuperación de la memoria histórica Gurugú. Es más, Benito es el presidente de la entidad, él que aún no sabía por qué, de jóvenes, Amelia le había dejado. “Cuando llevábamos -apunta Amelia- cinco o seis años juntos, al venir él de trabajar, le dije que le tenía que contar algo y se puso blanco. Le dije que su padre fue quien llevó a mi abuelo a fusilar, y se llevó el mayor de los disgustos de su vida porque nadie le había contado nada en su familia y me dijo: cariño, siempre te he apoyado, y desde este momento en adelante te voy a apoyar aún más”.

Habla Benito: “¡Imagínate! Yo no tenía ni idea. Aquel día la noté intranquila…. Soy memorialista y voy a seguir siéndolo. Yo no tengo por qué reconciliarme con el pasado de mi familia. Yo voy a seguir luchando por la memoria histórica”, subraya.

Treinta y cinco años después les volvió a unir el primer sentimiento. “Es el destino el que nos unió. Cuando ella tenía 15 años, su padre, lógicamente, estaba resentido. Y a mí era la mujer que me gustaba. Al final, 35 años después, fue el corazón el que dio un vuelco”, proclama Benito.

El año pasado el colectivo Gurugú con el apoyo de los ayuntamientos de Lodosa y Zuñiga instaló un monolito en recuerdo a aquellos fusilados a la orilla del río Ega tras no dar con los restos. “Después de muchos años de silencio y de intentos fallidos, no pudimos recuperar sus cuerpos, pero al menos sí su memoria. Y nuestro compromiso es que su recuerdo y ejemplo se transmita ahora de generación en generación porque mi abuelo fue ídolo para mí. Aunque resulte chocante, me siento de alguna manera afortunada: prefiero que lo mataran por estar en esa parte que con los otros”, dijo Amelia.

Ella es nieta de aquel concejal republicano que también perteneció a una gestora municipal de Lodosa del PSOE y que era amante de la música, la poesía y la lectura. Curiosamente, aún era conocido en el pueblo como el Niñito de las monjas. “Mi abuelo vivía en la calle que se llamaba Detrás del Hospital, junto al colegio y capilla de las monjas. Una de las religiosas le quería muchísimo. Por ello siempre nos decían: si Sor Ana hubiera estado aquí, a tu abuelo no lo fusilan, porque lo hubiese escondido debajo de sus faldas”.

19 de junio de 1937: Agur Bilbao

El cinturón de hierro levantado para la defensa de Bilbao fue roto el 12 de junio. Esta es la crónica de la agonía posterior

Un reportaje de José Ignacio Salazar Arechalde

Columna de blindados de las tropas franquistas entrando en Bilbao por la Ribera, casi desértica. Foto: Sabino Arana Fundazioa
Columna de blindados de las tropas franquistas entrando en Bilbao por la Ribera, casi desértica. Foto: Sabino Arana Fundazioa

ERA una mañana fría de enero de 1941. El puerto de Marsella se encontraba atestado de viajeros. En uno de sus muelles aparecía amarrado el buque Alsina al que acceden fatigados un buen número de republicanos españoles, nacionalistas vascos y judíos de toda Europa. Comenzaba para muchos un exilio sin retorno. Algunos de ellos lo habían iniciado antes. Era el caso del abogado bilbaino José de Arechalde, secretario general de justicia en el Gobierno vasco, que recordaba en la cubierta del Alsina los días fatídicos de Bilbao en la primera quincena del mes de junio de 1937.

El cinturón de hierro, fortificación levantada para la defensa de Bilbao con pocos medios y escaso tiempo, había sido roto en el sector de Gaztelumendi el 12 de junio. Las tropas vascas combatían con medios precarios a un enemigo que les machacaba desde los aviones italianos y alemanes con total impunidad.

A media tarde, la artillería enemiga lanzaba sobre la villa tremendos cañonazos que derribaban varias casas de las calles Fernández del Campo, Iturriza y San Francisco. Consecuencia de este ataque fue también la destrucción del frontón Euskalduna.

Para el día 13 de junio, el monte Santa Marina ya estaba ocupado por las fuerzas enemigas. Así, las fuerzas atacantes dominaban la orilla derecha del río Ibaizabal y la ría de Bilbao.

A medianoche, el lehendakari Aguirre convoca a los principales responsables militares, y a los consejeros, Leizaola y Astigarrabia. La defensa de Bilbao en aquellas condiciones se muestra imposible.

El 14 se lucha por la posesión de Santo Domingo y, al día siguiente, el enemigo atravesaba los ríos Ibaizabal y Nervión y arrebataba a las fuerzas vascas la ermita de San Roque. El cerco de la villa estaba casi cerrado.

La batalla final El 16 de junio la batalla encarnizada se disputa ya en jurisdicción de la villa. El Gobierno vasco, se reúne con la asistencia de los mandos militares. La situación es tan desesperada que la sesión se celebra en la parte trasera del edificio de Presidencia porque la fachada que da a la plaza Elíptica recibía los disparos que llegaban desde Artxanda.

A las nueve y media de la noche, el lehendakari se dirige a los vascos desde Radio Bilbao. Lanza un mensaje dramático, invocando la historia gloriosa de la Patria, la fe en la victoria y la firmeza en la lucha. Con las tropas franquistas a las puertas de Bilbao, el Gobierno vasco se ve obligado a abandonar la villa esa noche e instalarse en la localidad de Trucíos.

Se forma entonces una Junta de defensa compuesta por los consejeros Leizaola, Aznar y Astigarrabia, y el general Gamir Ulibarri. En un bando firmado ese mismo día, se prohíbe que ninguna persona salga de sus casas desde las ocho y media de la tarde hasta las seis de la mañana salvo que disponga un pase especial de circulación.

Durante cinco larguísimos días, del 13 al 17 de junio, los batallones vascos resistieron de manera heroica en toda la línea que va de Santo Domingo a Enekuri, con violentos combates en San Roque, el Casino y el Funicular, soportando intensos bombardeos de la aviación enemiga, sin material antiaéreo ni un solo avión que pudiese hacerles frente.

No le faltaba razón a Pablo Beldarrain, el comandante de gudaris, cuando afirmaba: “Quizás pueda parecer exagerado pero, ciertamente, algo serio había ocurrido aquí, en Artxanda-Santo Domingo, ya al final de la guerra en Bizkaia, protagonizado por el saber estar de los Batallones de Euskadi, resistiendo a un enemigo cien veces mejor armado con el patrocinio de Hitler y Mussolini, a punto de caer sobre Bilbao”.

El ultimo periódico de la Bilbao republicana sale el día 18 de junio. Es el Euzkadi. En una especie de grito al mundo se alaba el heroísmo de los gudaris y se pide sacrificio.

En la madrugada del día 19, con la intervención del arquitecto Tomas Bilbao, se vuelan los puentes que cruzan la ría bilbaina, tratando de retrasar, aunque solo fuesen unas horas, el avance del ejercito franquista para que el operativo de evacuación se llevase a cabo de manera más ordenada.

Era llevar a la práctica lo que se acordó en la reunión del Gobierno vasco y que aparece en le informe de Aguirre en a la Republica, esto es, que las destrucciones de obras y bienes se limitasen a lo militarmente razonable. Esa fue la misma línea de actuación que llevó a la práctica el consejero Leizaola, consiguiendo de esa manera evitar la destrucción de diversos edificios como el de la Universidad de Deusto.

Presos liberados Durante los primeros días de junio, los presos de derechas, habían sido concentrados, para mejor garantizar su seguridad, en la cárcel de Larrinaga. El Gobierno vasco tuvo clara la decisión de darles la libertad. Es verdad que algunos sectores izquierdistas mostraron su disconformidad pero prevaleció la posición humanitaria.

No fueron pocas las dificultades que tuvieron que arrostrar las autoridades del gobierno y los mandos del Ejército vasco que participaron en esta operación.

Tuvo una intervención trascendental el inspector de prisiones Joaquín Zubiria. Al anochecer del día 18 de junio, agrupa a todos los presos, les entrega picos y palas al objeto de simular una salida de zapadores y, al mismo tiempo, se pone en contacto con las fuerzas enemigas.

Por otro lado, el comandante Francisco Gorritxo dirige el operativo militar distribuyendo a los gudaris del batallón Itxasalde por los puntos de Zabalbide, Iturribide y Atxuri para cubrir con seguridad la salida de los presos. Debió de hacer frente a la oposición de Jaime Urquijo, jefe sustituto de la VI Brigada, no sin riesgo de su propia vida, al que manifiesta de manera rotunda que actuaba bajo las ordenes del Gobierno vasco, según cuenta de manera pormenorizada en un informe que redacta a solicitud del PNV el 23 de marzo de 1938.

Otra entrega de unos 650 presos tuvo lugar en Trucíos, labor ejecutada por Ricardo Leizaola, José Manuel Epalza y León Urriza, actuación también arriesgada porque se ejecutó a la vista de milicianos santanderinos y asturianos, opuestos a esa liberación.

Ese rasgo humanitario no fue reconocido por las autoridades franquistas ni por los medios de comunicación a su servicio. Para estos, la liberación se transforma en evasión, cuando no en huida heroica y casi novelesca. Nada más lejos de la realidad. Los gudaris bajo las directrices últimas del lehendakari y la Consejería de Justicia, habían liberado a los presos quienes, como recuerda José de Arteche en su libro El abrazo de los muertos, gritaban entusiasmados en los jardines del Arenal. “¡Nos han salvado los gudaris!”. La manipulación de los datos concluirá con el discurso de Areilza en el que fijará la versión oficial del régimen franquista: Los presos habían huido y su salvación era obra heroica de los soldados de España.

Memoria manipulada Con la conquista de Bilbao por el Ejército de Franco, el nuevo poder instalado en la villa impone su relato. El primer alcalde franquista, José María de Areilza, durante los 250 días al frente del ayuntamiento impone una visión de una Bilbao española, imperial y guerrera, no solo en el discurso del Coliseo sino en una serie de alocuciones que, no por casualidad, tienen lugar en sitios significativos de la Villa. Ibaigane, la casona del empresario nacionalista vasco Sota, sirve para contraponer la soberbia de los millonarios bizkaitarras con la modestia falangista y, tomando posesión de Sabin Etxea, pretende acabar con el “dragón del separatismo vasco”. Los medios de comunicación afines en la villa a la dictadura, están plagados de cientos de artículos que enfocan la toma de Bilbao en idéntica dirección que Areilza.

Sirva como ejemplo el primer número de El Correo Español de 6 de julio de 1937 en el que su colaborador José María Arozamena en un articulo con titulo tan significativo como Lo que venimos a hacer en Bilbao, viene a sintetizar lo que para el régimen significaba la conquista: “La quimera dorada de la nacionalidad vasca ha quedado vencida por completo en la entrada vibrante de nuestras banderas victoriosas portando el modo y el estilo nuevo de la juventud”.

Cabe citar también a cierto tipo de intelectual como José Félix de Lequerica. La toma de Bilbao supone, para el que fuera ministro de Franco, el triunfo de lo mejor de la sociedad, lo culto y lo exquisito. Frente a ello el nacionalismo vasco y el socialismo representan lo plebeyo, lo zafio, en definitiva, lo innoble.

Memoria olvidada Con la muerte de Franco, la recuperación de esta parte de nuestra historia se realizó de un modo fragmentario. Es verdad que salieron a la luz libros prohibidos, escritos en el exilio, y se recopilaron testimonios de protagonistas de aquel tiempo que habían sido silenciados por la memoria impuesta por la dictadura.

Pero, sin embargo, siempre me ha sorprendido que, probablemente el día más trascendente en la historia de Bilbao del siglo XX, el 19 de junio de 1937, no haya sido objeto de mayores estudios entre historiadores, ensayistas, ni se haya rememorado de la manera que pide tan trascendental fecha. Y es que el fatídico 19 de junio supuso un corte radical en el devenir cultural, social y político de la villa. Durante casi 40 años se impone una Bilbao española y franquista a partir de un hecho fundacional violento, como fue el golpe de Estado y la victoria militar de Franco.

Supuso el exilio de miles de bilbainos, casi podemos hablar de una Bilbao exiliada, y la imposición de unas formas de vida. Faltan aun estudios completos sobre el número de exiliados, las requisas de sus bienes, las multas judiciales y gubernativas y otros tantas cuestiones cuyo impacto generó una autentica ruptura social.

Deber de memoria Es aquí cuando se hace preciso reivindicar el deber de la memoria. El hecho traumático de la conquista de Bilbao, no es simplemente un acontecimiento histórico que todo el vecindario de la villa debiera conocer. La memoria se relaciona con la idea de justicia y con la idea de deuda a los que nos precedieron. La deuda comprende la necesidad de guardar las huellas materiales, las documentales y, tomando prestadas unas palabras de Paul Ricoeur, exige “el sentimiento de estar obligados respecto a estos otros de los que afirmaremos más tarde que ya no están pero que estuvieron”. No se trata de defender la memoria por la memoria, ni de abusar de ella. Si es verdad que el dolor de los hechos nos remiten pasado, el valor moral que hemos reivindicado, el deber de memoria, se dirige al futuro.

Fin de trayecto Miles de bilbainos se vieron obligados a dejar su hogar. Algunos volvieron en plena dictadura. Otros se despidieron definitivamente de su Bilbao natal camino de un exilio eterno. Y aunque sus vidas transcurrieron por diferentes países y ciudades, en su memoria conservaron perpetuamente la casa de Bilbao donde nacieron, donde vivieron. Ese hogar permanente en el que pensaba José de Arechalde a bordo del Alsina. Aquel piso tercero, del número 1, de la calle Tendería.

Así pasen 80 años.

La evacuación de los niños del sanatorio de Gorliz en 1937

La Guerra Civil supuso un doloroso punto y seguido en la enfermedad de los niños ingresados en Gorliz, que fueron evacuados por el Gobierno vasco a sanatorios de Francia

Un reportaje de Iñaki Goiogana

Recibimiento en Bilbao a los niños evacuados de Gorliz. En el centro, con los ojos cerrados, el alcalde Areilza. Foto: Sabino Arana Fundazioa
Recibimiento en Bilbao a los niños evacuados de Gorliz. En el centro, con los ojos cerrados, el alcalde Areilza. Foto: Sabino Arana Fundazioa

LA tuberculosis, una enfermedad antigua, adquirió caracteres de epidemia en el siglo XIX debido a la masificación que implicó la revolución industrial. La falta de higiene en las ciudades multiplicó los efectos de la enfermedad. Para hacernos una idea de su incidencia entre nosotros basta decir que en nuestro caso, para Bilbao, una ciudad de unos 80.000 habitantes, en el período entre 1878 y 1888 se ha calculado que hubo unos 6.000 casos de tuberculosis, con una de las tasas de defunción infantil más altas de Europa.

Aunque desde 1882, gracias a los descubrimientos de Robert Koch, era conocido el denominado bacilo de Koch, la bacteria que producía la enfermedad, el arsenal terapéutico contra ella era escaso: sol, aire libre, alimentación y unas cuantas técnicas quirúrgicas de carácter corrector.

Sin embargo, en la lucha contra la enfermedad, algunos investigadores pudieron observar en pueblos pesqueros del canal de la Mancha cómo los jóvenes con escrofulosis sanaban cuando se incorporaban a sus tareas pesqueras en la mar. Para estas formas osteoarticulares y escrofulosas de la enfermedad se crearon los sanatorios marinos, en los que la acción terapéutica se basaba en la asociación de varios factores: la helioterapia reforzada por la reverberación marina a las que se añadía la mayor riqueza en iodo de la atmósfera junto a las playas. Toda esta acción ecológica se completaba en los sanatorios marinos con el efecto de los ejercicios de rehabilitación, las tablas de gimnasia, el masaje, los baños en agua de mar y otras técnicas que una incipiente terapéutica física ponía al servicio del enfermo.

La tuberculosis y Gorliz Enrique de Areilza, personalidad médica de la Bizkaia de la época, tras visitar los pueblos pesqueros de la provincia, también se apercibió de los efectos benéficos del mar en los enfermos de tuberculosis y solicitó a la Diputación la construcción de un centro similar a los que se estaban estableciendo en Europa.

De este modo, el sanatorio de Gorliz nació con unas intenciones muy definidas: ser un centro de tratamiento de las formas osteoarticulares tuberculosas infantiles, el mal de Pott o tuberculosis vertebral, el tumor blanco o tuberculosis de rodilla, entre las formas tuberculosas, así como otras afecciones de diversa etiología como las malformaciones vertebrales de causa no tuberculosa, el raquitismo y también las formas llamadas entonces escrofulosas, que hoy sabemos que correspondían a tuberculosis ganglionares.

El sanatorio de Gorliz surgió de la acción de Enrique de Areilza y de Luis de Salazar, presidente de la Diputación, pero su iniciativa transcendió a toda la población. Luis Larrinaga Maurologoitia fue quien materializó las ideas de Areilza y quien dirigió el centro desde su fundación en 1919 hasta 1937.

La guerra La guerra civil desde sus comienzos mostró cuán mortal y destructora podía llegar a ser una guerra moderna, una guerra industrial. Mostró también que la muerte y la destrucción no se limitaban al frente; utilizando la aviación, tenía la capacidad de llegar más allá de los frentes, y a menudo llegaba. Para enfrentarse a los miedos creados por los bombardeos de ciudades y pueblos sin protección, el Gobierno vasco procedió a evacuar a quienes no estaban llamados a filas, sobre todo, niños, mujeres y ancianos.

Los franquistas iniciaron la ofensiva contra Bizkaia el 31 de marzo con el bombardeo de Durango. A finales de mayo, el 29, iniciaron los combates para ocupar Peña Lemona. Lo lograron el 5 de junio, tras duras luchas y tras cambiar de mano la cumbre en varias ocasiones. Entonces, el frente se estacionó entre Mungia y Peña Lemona, con el Cinturón de Hierro casi a la vista de los sublevados, muy cerca, pues, del sanatorio de Gorliz.

Evacuación Pocos días antes, el 31 de mayo de 1937, Alfredo Espinosa, consejero de Sanidad, remitió un telegrama a la delegación de Baiona instando la búsqueda de un edificio adecuado para albergar a los niños de Gorliz y a sus acompañantes. En principio, unos 350 niños y 50 mayores.

La evacuación, como todas las que hasta entonces se llevaron a cabo, se anunció en la prensa y se realizó solicitando el expreso permiso de los padres. Fue deseo del Gobierno vasco que los niños en el exilio recibieran la misma atención médica que en Gorliz y es por eso que se trasladó a Francia gran parte del material médico y de otro tipo. Desde material de rayos X hasta ropa infantil. El de Gorliz fue el único hospital evacuado en su totalidad.

La evacuación se hizo en dos viajes. La primera expedición partió al anochecer del día 10 de junio en el yate Goizeko Izarra, renombrado como Warrior y abanderado en el Reino Unido para evitar complicaciones con la marina franquista. En total, formaban la expedición 139 niños, 6 hermanas de la Caridad, 14 auxiliares y el consejero Alfredo Espinosa.

La segunda expedición partió a las 6 de la mañana del día 13, también en el hermoso yate Goizeko Izarra o Warrior. Esta vez partieron 131 niños y 13 monjas, de los cuales 25 procedían del Sanatorio Marítimo de Plen-tzia. Aprovechó este viaje para salir al extranjero el director del sanatorio, doctor Luis Larrinaga. En ambos viajes, desde el puerto de arribada, Baiona, en ambulancias, los niños fueron trasladados a Saint Christau. No le resultó fácil al Gobierno vasco dar con un lugar apropiado para albergar a estos niños. Los responsables municipales de Iparralde y Francia, temerosos de la tuberculosis, pusieron trabas a la acogida en sus pueblos a los pequeños evacuados de Gorliz. Pero, finalmente, a pesar de los impedimentos municipales y de la oposición del prefecto de Pau, los niños fueron llevados a Saint Christau, hermosa estación balnearia con capacidad global superior al número de niños evacuados, y en la cual se gozaba de un amplio parque y jardines de recreo. Clima de media montaña, húmedo, nada frío y, ante todo, sedante y calmoso. Alimentación sana, variada y abundante.

Berck-Plage El traslado de los niños a Saint Christau no hizo disminuir las presiones del prefecto de Pau. Ocurrió todo lo contrario, y el departamento de Sanidad del Gobierno vasco se vio obligado a buscar un nuevo centro sanitario para acoger a los pequeños evacuados. La solución se halló en la costa del canal de la Mancha, en Berck-Plage. Un lugar especialmente apropiado, pues Berck-Plage fue el lugar donde se establecieron los primeros sanatorios contra la tuberculosis osteoarticular y escrofulosa, siendo sus centros sanitarios de fama mundial. Además, los métodos que se utilizaban en Berck-Plage eran muy similares a los que se aplicaban en Gorliz.

El traslado de los niños y niñas de Saint Christau a Berck-Plage se realizó en dos viajes por carretera. El 14 de julio partieron de Saint Christau 25 niños, los más enfermos, con sus acompañantes, los restantes 140 partieron días más tarde, el 3 de agosto.

Regreso El franquismo utilizó para la polémica propagandística las evacuaciones de población infantil llevadas a cabo por el Gobierno vasco. En torno a estos niños se desarrolló una campaña de propaganda muy intensa, sobre todo en torno a los niños evacuados a la URSS y a los pequeños trasladados a Francia desde Gorliz.

Dentro de esta campaña y casi a la par de la ocupación de Bilbao por los sublevados, la Diputación franquista de Bizkaia emprendió la tarea de repatriar a los niños evacuados. Con este fin, realizando la Cruz Roja Internacional labores de intermediación, autoridades del Gobierno vasco y franquistas mantuvieron varias entrevistas. Estas se tornaron muy difíciles por los intentos de las nuevas autoridades de presentar peticiones paternas de repatriación que resultaron falsas y por la desconfianza del Gobierno vasco sobre los documentos que presentaban los franquistas.Aunque estas dificultades supusieron la retirada de la Cruz Roja de las negociaciones, las entrevistas prosiguieron hasta el acuerdo final, al que se llegó el 7 de agosto.

El 9 de agosto, el doctor Bilbao, en representación del Gobierno de Euzkadi, y el cónsul francés en Zaragoza, señor Tur, firmaron el acuerdo definitivo por el que 108 niños, todas las hermanas de la Caridad y muchas de las auxiliares tomarían el camino de regreso a casa. Con los niños retornó gran parte del material médico y no médico evacuado. Ese mismo día 9 cruzaron los niños la muga acompañados del comandante Troncoso y de Antonio Maseda, delegado especial para la Protección y Repatriación de la Infancia. En Bilbao les recibió José María de Areilza, primer alcalde franquista de la ciudad e hijo del doctor Areilza. Desde Bilbao, los niños fueron trasladados a Gorliz para seguir con su tratamiento.

De los 165 niños que quedaron en Francia, 37 fueron repatriados a principios de 1938 valiéndose de una petición hecha por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia. Otro grupo crecido de niños, formado por 76 en número, regresó el 30 de agosto de 1939. El resto permaneció en Francia, primero en Berck-Plage hasta el verano de 1939, y, más tarde, junto a sus padres y en refugios del Gobierno vasco. Diez niños tuberculosos evacuados de Gorliz fallecieron en el exilio debido a la gravedad de sus dolencias.

Conclusión En la guerra, en general, como en la evacuación de los niños del sanatorio de Gorliz, en particular, se enfrentaron dos formas de ser, la democrática frente a la fascista. Ante el Gobierno vasco que hizo públicas sus intenciones de evacuar a los niños y solicitó expresamente el consentimiento a los padres, las autoridades franquistas falsificaron solicitudes de progenitores para su utilización partidista. Ante la labor de ayuda a la población necesitada se opuso la propaganda de guerra.

Pero las marrullerías franquistas no se limitaron a las falsas solicitudes paternas. El consejero Espinosa también fue objeto de traición cuando el 21 de junio volvía de Iparraldede atender a los evacuados a Santander para reunirse con sus compañeros de Gobierno y el piloto del avión en el que regresaba lo entregó en la playa de Zarautz a los sublevados. Espinosa, un digno sucesor del doctor Areilza, cayó frente al pelotón de ejecución.

En paralelo, pero en el otro extremo, José María de Areilza,alcalde Bilbao e hijo del doctor Areilza, en un discurso pronunciado el 8 de julio de 1937, afirmó que Bilbao había sido “conquistado por las armas”, y añadía que había“caído vencida para siempre esa horrible pesadilla siniestra y atroz que se llamaba Euzkadi y que era una resultante del socialismo prietista de un lado, y de la imbecilidad vizcaitarra por otro”. Fascismo en estado puro frente a democracia. No se hizo excepción con los niños.