El valor de los símbolos en la construcción de la nación vasca

Una idea moderna de nación impulsó a Sabino Arana a dotar al pueblo vasco de los símbolos básicos: nombre, bandera, himno e impulso del euskera

José Ramón Blázquez

Bilbao. La construcción de una nación es un proyecto largo, complejo y hasta cierto punto inacabable, porque la evolución histórica somete a los pueblos diferenciados a fuertes tensiones en su relación con los demás países y en su cohesión y convivencia interna. Un pueblo nace y se hace. Tiene un origen y unas raíces, pero constituirse como nación propia implica, entre otros esfuerzos, dotarse de elementos esenciales que la hagan reconocible hacia dentro y hacia fuera, una conceptualización política, cultural, económica y social que se plasma en instituciones y elementos simbólicos que visualizan su existencia y devenir. Así como las personas poseemos identidad (nombre, rostro, carácter, huellas…) también las sociedades precisan de una identidad comunitaria. Y tiene una enorme importancia, por mucho que se frivolice el valor de los símbolos comunes.

HOMENAJE A LA IKURRIÑA EN GORBEA

 

Euskadi es una nación tardía y todavía en construcción. Es gracias a la visión -muy avanzada en términos históricos- de Sabino Arana a lo largo de su trayectoria política que hoy los vascos tenemos un potente sentimiento nacional que actúa como criterio positivo frente a la sangría del provincialismo y la dispersión en España. Contra esa desestructuración de los territorios y la disgregación de la identidad vasca, Sabino va construyendo la idea de una nación que, aún reuniendo todos los factores que definen un pueblo diferenciado (lengua, cultura, territorio, historia, mitos e incluso ciertos factores étnicos), no disponía de los elementos simbólicos elementales. A esa tarea consagrará buena parte de su joven vida y no se puede decir que fracasara, pues hoy la nación vasca dispone del nombre, la bandera y el himno creados por él, junto a una mayor conciencia por la pervivencia del euskera.

Sabino no solo fundó el Partido Nacionalista Vasco, sino que puso los cimientos de la nación vasca moderna, un proyecto que con el tiempo trascendería de los límites partidistas para ser asimilado por otras corrientes políticas, incluso, en parte, por quienes niegan la existencia de la nación vasca. La esencia de la aportación sabiniana al propósito nacional es la unificación frente a la dispersión de lo vasco y su preocupación por fijar la identidad del país, más allá de lo cultural, dotándole en primer lugar de nombre. ¿Qué clase de país puede construirse sin una denominación común? Sabino tuvo que aventurarse con propuestas que algunos discuten hoy sacándolas de su contexto histórico. No se puede dejar pasar que la dotación simbólica de un pueblo no solo es una necesidad de pura operatividad política, un instrumento, sino que también responde a un impulso emocional, pues emocional es también la idea de nación.

El activismo de Sabino Arana fue empujado a la política por tres grandes motivos: su propia circunstancia familiar tras la derrota carlista, la realidad histórica que le tocó vivir (la abolición foral) y su particular sensibilidad hacia la cultura vasca y el euskera. Sabino fue carlista per accidens hasta los 17 años Sin embargo, el sentimiento de derrota, lejos de ahogarse en la frustración, le llevó a un gran activismo propagandístico como método de movilización del espíritu de la sociedad de su tiempo para definir para el pueblo vasco un proyecto similar al de otras naciones europeas, surgidas a lo largo del siglo XIX.

El activismo sabiniano para sacar del desencanto a sus coetáneos se concretó en un enorme esfuerzo como editor y articulista. El periódico Bizkaitarra fue su primera herramienta de lucha en prensa, desde junio 1893 hasta su suspensión gubernativa en 1895. Le siguió el semanario dominical Baserritarra, en 1897. Ya en 1989 se bregó en El Correo Vasco, primer diario nacionalista; y posteriormente, en 1901, en la revista Euzkadi y ese mismo año en el semanario La Patria. Hay que subrayar que el intenso trabajo editorial y propagandístico de Sabino supuso no solo un gran sacrificio personal y familiar, sino que también le ocasionó varios procesamientos judiciales y su ingreso en prisión. La tenacidad de Sabino le llevó, más allá de los excesos verbales, tan corrientes en su tiempo, a ser un incansable publicista y un polemista nato.

A lo largo de sus numerosos escritos va quedando constancia de la necesidad de unificar política e institucionalmente el vasquismo, que abarcaba tanto a aquellos que se sentían motivados por la supervivencia de los rasgos de identidad cultural, como a quienes (los fueristas) se pertrechaban en la defensa de las antiguas leyes como residuo de la soberanía original de los vascos. Desde su obsesión por la grafía, toponimia y gramática euskericas a la «implantación del patriotismo» -presente en el Discurso de Larrazabal- fue dando paso sucesivamente a sus aportaciones simbólicas para vertebrar el proyecto nacional, inicialmente vizcaíno.

Euskadi Los símbolos (lingüísticos, icónicos y sonoros) no crecen los árboles, ni se extraen como el mineral de las minas, ni tampoco provienen del cielo o del cosmos finito. Son construcciones humanas, generalmente derivadas de otras precedentes o combinaciones de distintos orígenes y evoluciones. Los símbolos son esencialmente artificiales, con mayor o menor carga de arbitrariedad. En este sentido, resulta bastante ridículo que, por purismo académico o afán partidista, se trate de menoscabar las aportaciones simbólicas de Sabino. No existen los símbolos puros, como tampoco las ideas y las biografías humanas. Todo es creación o recreación. ¿Se entiende el mundo y su mosaico de naciones sin los mitos, esas invenciones o manipulaciones de lo acontecido?

¿Es el nombre de la nación vasca, Euzkadi, un neologismo? ¿Y qué importancia tiene eso, más allá del debate filológico o de las aviesas intenciones ideológicas con que se examinan las creaciones simbólicas del nacionalismo vasco? Para unos, Euzkadi es una construcción lingüística original de Arana a partir de la raíz «euzk» con el añadido de sufijo «di», que significaría abundancia de algo, con lo que Euzkadi equivaldría a ser «lugar de los vascos», mejor o peor elaborada al aplicar dicho sufijo a un grupo humano. Para otros, Euzkadi tiene su precedente en las palabras «Euskari» o «Euskaria», o al término «Euzkadia» aparecida en una poesía de 1862, incluso como deformación de la palabra «Vizcaya».

Comprendo la preocupación etimológica de unos y los ardores antinacionalistas de otros; pero a efectos de la construcción nacional efectiva y del valor simbólico de los elementos que la identifican el debate sobre la palabra Euzkadi carece de relevancia. Insisto en el ridículo intelectual del purismo, algo que también podría aplicarse a quienes no aceptan que finalmente se haya impuesto la grafía Euskadi, con s. Los símbolos no son estáticos y están a merced del desgaste y evolución en su uso. Lo de menos es que la nación vasca se denomine Euskadi o, como también se pretende por ciertos sectores, Euskalherria, que Sabino rechazaba porque solo se podría aplicar a las zonas vascófonas. La aportación cualitativa de Arana es haber dotado a este pueblo de una denominación fija y con ella un enorme caudal de confianza en sí misma para su configuración como país diferenciado e independiente. «Euskotarren Aberria Euzkadi da», Euzkadi es la Patria de los vascos, es sobre todo una declaración de autoestima.

La obsesión por el euskera Escribía Sabino: «El euskara es, pues, elemento esencial de la nación euskalduna; sin él las instituciones de esta son imposibles. La desaparición del euskara causaría irremisiblemente la ruina de aquella nación, que moriría como muere la hoja en otoño al ser privada por la naturaleza de la savia nutritiva…». La preocupación casi obsesiva de Arana por el euskera fue una de las constantes de su vida, consciente del valor de la lengua como elemento identificador de un país. Se podrán discutir algunos de sus enfoques lingüísticos, pero es innegable que su labor de proyección del euskera fueron determinantes para que la sociedad vasca tomara conciencia sobre la preservación de su lengua. Sus numerosos trabajos en torno a las etimologías, los nombres, la toponimia y la ortografía euskerica dan prueban de que su interés era más práctico que teórico.

En su actitud hacia el euskera, Sabino Arana es la contrafigura de su coetáneo y paisano Miguel de Unamuno, quien previera y aceptase la muerte del euskera como un hecho inevitable. Sabino no solo creyó que tal desaparición era remediable, sino que ese hecho se llevaría consigo a todo un pueblo. El fatalismo nacional de Unamuno, como la de otras personalidades de su tiempo, motivó a Sabino a redoblar sus esfuerzos por ofrecer un proyecto moderno de nación, que conservara sus señas de identidad tradicionales y asumiera otras, renovadas.

Nación, bandera, himno Probablemente, la ikurriña es el símbolo nacional vasco -creada por Arana junto a su hermano Luis- que mayor solidez mantiene en la Euskadi actual. La bandera se izó por primera vez en el Euskeldun Batzoki el 14 de julio de 1894. Mucho antes, Sabino ya había manifestado su preocupación heráldica al defender en su etapa de la Diputación de Bizkaia el mantenimiento de la cruz en su escudo. ¿Y por qué creyó que la nación vasca necesitaba una enseña? Porque la de Bizkaia era prácticamente inexistente y porque ante un proyecto de independencia era fundamental otorgarle un signo con mayor carga significativa.

Como las banderas no nacen por generación espontánea, sino que son diseñadas por alguien en un momento dado a partir de elementos simbólicos previos, también la ikurriña fue el resultado de una combinación de elementos: el fondo rojo el del escudo de Bizkaia, la cruz blanca simboliza a Dios y la cruz verde es la de San Andrés, con lo que se visualiza el árbol de Gernika y se hace real el lema «Jaungoikoa eta Lege Zarra», Dios y las leyes viejas. Sabino consigue así concretar lo que anteriormente no se había conseguido, en la Gamazada o las tentativas de Irurac bat (las tres en una), estrictamente vascongada, o Laurac bat (las cuatro en una) de 1859.

En una obra de teatro, La bandera fenicia, Sabino dice por medio de uno de sus personajes: «No todas las naciones han tenido bandera hasta los tiempos modernos. Todas si tuvieron escudos desde los tiempos de la Edad Media. Casi todos ellos lo han sido primitivamente de individuos particulares, de señores feudales. El de Bizkaya, en cambio, no es el escudo de sus Señores: es el de la República Bizkaina. No hay en él más que los dos lobos que representan a los Señores, y de ellos haremos caso omiso los nacionalistas cuando nos parezca oportuno, porque no somos partidarios de la forma señorial, la cual se puede abolir porque es accidental en las instituciones bizkainas, y se debe abolir porque es perjudicial para la nación».

El himno nacional fue otra de las aportaciones simbólicas de Arana. La música de Eusko Abendaren Ereserkia, himno de la patria vasca, ya existía y se trataba de una melodía popular y anónima que antiguamente sonaba como saludo a la bandera y al comienzo de los bailes. Sabino compuso una letra en la que se resaltaba la identificación religiosa de Euskadi. Hoy este himno es el oficial de la CAV, pero sin letra en razón de la aconfesionalidad de las instituciones democráticas. Este símbolo musical, originalmente del PNV, representa la intensa emoción de la patria vasca y queda como legado de Sabino Arana al proyecto de nación al que dotó de razón y de símbolos.

Por mucho que la sociedad actual parezca diluirse en una cierta iconoclastia, no hay duda de que la fortaleza de los símbolos comunes (nombre, bandera, himnos y el euskera) son un valor reconocido por la mayoría de los ciudadanos vascos y contribuyen con su sentido emocional a la consolidación de Euskadi como nación.

El 11 de octubre y la liberación de la mujer vasca

ES habitual que muchas efemérides vengan determinadas por acontecimientos de alcance internacional, ajenos a nuestra propia Historia. Como el 1 de mayo, día del trabajo o del trabajador, o el 8 de marzo, día internacional de la mujer. Otras muchas efemérides a los vascos nos vienen dadas por los Estados que nos administran, como el 12 de octubre, día de la raza o de la hispanidad, o el 14 de julio, día de la toma de la Bastilla (y no de la primera vez que se izó la ikurriña).
Esto resulta un inconveniente derivado de no disponer de un Estado propio, que no solo fija y determina las fiestas oficiales sino que, sobre todo, dispone de Academias y Universidades, académicos e historiadores que eligen y glosan hitos y mitos. Y es también consecuencia de las reducidas dimensiones de un país vasco pequeño y dividido.

historia de los vascos
Hoy quiero recordar aquí precisamente una efeméride vasca popularmente olvidada y raramente celebrada. Como tantas otras por desconocimiento propio y desinterés ajeno. Se enmarca en la última guerra civil que se vivió en Euskadi, pocos días después de la constitución de nuestro primer Gobierno vasco.
Aquel Gobierno presidido por José Antonio Aguirre fue un gobierno de concentración de todos los partidos políticos democráticos que tuvo como una de sus más notables características su preocupación por la humanización del conflicto. Destacó especialmente por su afán por civilizar la guerra, la más incivil de todas las posibles. Una guerra civil iniciada por el fascismo sublevado contra la voluntad popular expresada en las urnas. A diferencia de las guerras convencionales entre Estados, en este conflicto no se reconocía al enemigo, considerado mero delincuente, ni había cuartel, especialmente desde el bando sublevado, que buscaba no solo la victoria militar sino, además, el aniquilamiento y exterminio de los contrarios.
Nada más constituirse este primer Gobierno vasco, jurando Agirre y sus consejeros el 7 de octubre de 1936 bajo el Árbol de Gernika, sus componentes comenzaron a trabajar por la salvaguarda y preservación de los derechos y vidas de quienes los tenían más en riesgo en aquella situación, las personas apresadas por las autoridades legítimas por su simpatía o apoyo a los sublevados, buscando su canje por los apresados por aquellos, pudiendo así salvar las vidas de todos ellos. Ya figuraba expresamente como uno de los puntos del programa del Gobierno vasco que este «resolverá rápidamente la situación de los presos políticos y militares, sometiéndoles sin dilación a los Tribunales populares creados por la ley.»
cruz roja internacional Siendo prácticamente imposible entablar relaciones formales con los insurrectos, se recurrió a la Cruz Roja Internacional, representada por sus delegados Marcel Junod y Daniel Clouzot. En el tiempo récord de tres días tras la constitución del Gobierno provisional de Euzkadi, se llegó a un acuerdo con ellos en el que también estuvieron presentes el embajador de la República argentina Daniel García Mansilla, el cónsul británico en Bilbao Ralph C. Stevenson y los comandantes de dos unidades navales británicas, los destructores Exmouth y Esk, que habián conducido a suelo vasco a esta delegación internacional y que tendrían además posteriormente un destacado protagonismo, como se verá.
Este acuerdo firmado en Bilbao el 10 de octubre de 1936 estableció que, a solicitud del embajador argentino García Mansilla y del delegado de la Cruz Roja Internacional Junod, el Gobierno vasco «adoptase por su parte una medida de humanización de la guerra, poniendo en libertad a las mujeres detenidas por causas políticas o por motivo de la guerra y concediéndoles la libertad de salir del territorio afecto a la legalidad de la República en Euzkadi, para lo que el Gobierno de S.M. Británica ha puesto en  un puerto vasco buques que verificarán el transporte de dichas mujeres».
El acuerdo reflejaba además que estas mujeres presas habían sido ya visitadas por los representes internacionales, acompañados por el consejero de Justicia vasco Jesús María de Leizaola, y que se les había dado la posibilidad de elegir entre permanecer en territorio vasco leal a la República o ser evacuadas tras su liberación, habiendo elegido en un principio la evacuación 130 de ellas y lo contrario las 38 restantes.
El Gobierno vasco tan solo puso como principal condición hacer constar su deseo de que por parte de los sublevados estos pusieran en libertad a todas las mujeres «de vecindad o ascendencia en Euzkadi, denominación en que se comprenden Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra y que se hallen detenidas por iguales motivos…»
Esta parte de la liberación de las mujeres apresadas por los facciosos tristemente nunca se cumpliría y no solo estarían muchos años encarceladas en condiciones terribles e inhumanas, en prisiones como la tristemente célebre de Saturraran, sino que los sublevados llegaron a fusilar y asesinar a muchas de ellas.
Distinta suerte tuvieron las mujeres apresadas que habían quedado bajo la responsabilidad del Gobierno vasco. La misma noche del día de la firma del acuerdo personal de sus servicios de Justicia trasladaron a los buques británicos a las que habían manifestado su voluntad de ser evacuadas, que acabaron siendo, según los listados que se conservan, 112.
la liberación En las primeras horas de la mañana del 11 de octubre de 1936, sin haber pasado cuatro días completos desde la constitución del primer Gobierno vasco, zarparon el Exmouth y el Esk con las mujeres liberadas, rumbo al puerto vasco bajo administración francesa de Donibane Lohizune, a donde llegaron sin novedad. Entre las liberadas cabe destacar a una que llegaría a alcanzar gran notoriedad a finales de la dictadura franquista por ser designada para ocupar la alcaldía de Bilbao, Pilar Careaga Basabe. De su categoría da una idea el hecho de que no se conoce que hiciera nunca agradecimiento ni mención pública alguna a las insólitas condiciones en que se produjo su liberación.
Sirvan también estas líneas en homenaje y agradecimiento a quienes cuando todas las circunstancias orientaban al odio y a la venganza supieron hacer prevalecer sus convicciones humanitarias y democráticas: los componentes de aquel primer Gobierno vasco presidido por José Antonio Aguirre e integrado por nacionalistas vascos, socialistas, republicanos y comunistas; los representantes diplomáticos de Argentina y del Reino Unido, y los oficiales y tripulantes de las dos unidades de su flota que hicieron posible la evacuación de las mujeres que lo pidieron, los destructores Esk y Exmouth.
Como amarga ironía final, mientras que la mayoría de aquellas mujeres podría regresar a Euskadi tras su ocupación por los sublevados y su sometimiento a una dictadura, con la que se identificaban políticamente, gran parte de las tripulaciones del Esk y el Exmouth no sobrevivirían cuatro años al ataque del fascismo. El Exmouth fue hundido el 21 de enero de 1940, cuando navegaba al norte de Gran Bretaña escoltando a un mercante, torpedeado por el submarino alemán U-22. Perecieron todos sus tripulantes. El 31 de agosto del mismo año el Esk se hundió tras chocar contra una mina navegando frente a las costas de Holanda.
La liberación de todas las mujeres presas bajo la responsabilidad del primer Gobierno vasco recién constituido resulta, en mi opinión, no solo un hecho que refleja perfectamente el compromiso humanitario de este Gobierno presidido por el lehendakari Aguirre.  Es también un acontecimiento injustamente olvidado que merece ser rescatado del pasado, especialmente por las instituciones y organizaciones vascas que trabajan a favor y en defensa de la igualdad y la liberación de la mujer.