Aquella bomba olvidada

El reciente hallazgo en una casa de Bilbao de una bomba de la Guerra Civil sirve al autor para realizar un relato sobre el nacimiento y evolución de la guerra desde el aire

Un reportaje de José María Tápiz

La casa de Bilbao, en la plaza San Francisco Javier, sobre la que cayó la bomba, en una foto de los años 30. Fotos: Familia Tápiz
La casa de Bilbao, en la plaza San Francisco Javier, sobre la que cayó la bomba, en una foto de los años 30. Fotos: Familia Tápiz

DE todos es sabido que las guerras generan mucha chatarra. Chatarra a veces inofensiva pero en otras letal, como pueden ser bombas sin estallar. Sólo hace poco más de dos meses que en Alemania se ha producido el mayor desalojo de una zona habitada en dicho país desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La causa: la aparición durante unas obras de una bomba aliada de casi dos toneladas lanzada sobre la ciudad de Fráncfort durante la citada guerra. La enorme peligrosidad de la bomba hizo que se desalojara a 60.000 personas mientras duraba la desactivación de la misma. Y en zonas de conflictos tanto recientes como antiguos es frecuente que se encuentren restos de este tipo. Y de cuando en cuando salen en la prensa noticias al respecto.

Hace pocas semanas, sin ir más lejos, salió una noticia en las redes sociales que pasó casi desapercibida, sobre la aparición en una casa de Bilbao de uno de estos macabros recuerdos. En este caso se trataba de una bomba del modelo B1E incendiaria de un kilo alemana, desarrollada en los años treinta y probada para su perfeccionamiento en la Guerra Civil española. Fue uno de los modelos que los alemanes lanzaron, entre otras localidades, sobre Gernika. Estos primeros prototipos eran aún, sin embargo, poco fiables, pues en muchas ocasiones no llegaban a detonar, aunque si se lanzaban en racimo -como era lo habitual- explotaban por simpatía, al caer varias sobre una misma zona. En modelos posteriores se solventó esa carencia, siendo utilizadas con profusión durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente en los duros bombardeos de Londres durante la Batalla de Inglaterra, en 1940.

A estas alturas, seguramente muchas personas se hagan la misma pregunta: ¿por qué aparecen tantas bombas sobre poblaciones y ciudades indefensas? ¿Por qué se ataca a la población civil, cuando precisamente son ellos los más débiles en un conflicto armado, al no tener capacidad de defenderse? ¿Qué se gana con dicha estrategia?

Los bombardeos sobre la población civil se encuadraban en un nuevo modelo de guerra que se estaba desarrollando en el mundo en los años treinta del pasado siglo. La precedente Primera Guerra Mundial -conocida entonces como la Gran Guerra- había desvelado el enorme potencial que poseía la aviación. No en vano, a principios de esta los aviadores no eran más que simples exploradores aéreos, destinados a vigilar desde el aire las evoluciones de las tropas enemigas.

Con el desarrollo de la tecnología aérea, a los aparatos se les dotó de armamento y, posteriormente, de capacidad de bombardeo. Al final de la Gran Guerra todos los contendientes habían desarrollado numerosos modelos de naves aéreas, principalmente cazas y bombarderos. De esta manera, para 1918 todos los estados mayores reconocían, en mayor o menor medida, los efectos que podía causar una fuerza aérea eficaz y numerosa.

Ejércitos del aire Así, los gobiernos que con mayor claridad vieron las posibilidades de esta nueva herramienta de destrucción se aplicaron a desarrollar nuevos prototipos de aviones. Países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania o Italia fueron, paso a paso, desarrollando un ejército del aire capaz de cambiar en un determinado momento el curso de una guerra, como de hecho terminaría sucediendo.

Pero en una Europa en paz en los años veinte, ese esquema de guerra aérea no podía comprobarse sobre el terreno. Hubo que esperar a la siguiente década -los convulsos 30- para ratificar sobre el campo de batalla lo que los estados mayores profetizaban.

Y ese momento llegó desgraciadamente, en primer lugar en la llamada Guerra de Abisinia, que era el nombre de Etiopía entonces. Dicho país era independiente políticamente pero débil militarmente, y había puesto sus esperanzas de mantener su soberanía en la mediación internacional a través de la Sociedad de Naciones, de la que era miembro, y que era el precedente de la actual Organización de Naciones Unida (ONU). Pero la Italia fascista de Mussolini quería ampliar sus colonias en África y puso su mirada sobre Etiopía. No era la primera vez que Italia intentaba invadir Abisinia. La primera vez fue a finales del siglo XIX, pero la entonces joven república italiana fue estrepitosamente derrotada por las fuerzas nativas etíopes en la batalla de Adowa en 1896. Este fracaso alejó a los italianos de Etiopía durante más de treinta años.

Mussolini, al volver a poner en el punto de mira a Etiopía, se aseguró de no volver a repetir los errores de los italianos de décadas antes. Y para ello se apoyó especialmente en la nueva arma arriba citada: la aviación. Y en dos elementos que dicha aviación podía transportar, que eran las bombas de detonación y las armas químicas. De hecho, fue la primera guerra en la que se pudo comprobar sobre el terreno la potencialidad de los bombardeos: los soldados etíopes, mandados por oficiales mercenarios en muchos casos y carentes de armas antiaéreas, poco pudieron hacer contra el bombardeo sistemático de sus posiciones durante la breve guerra -de octubre de 1935 a mayo de 1936- que mantuvieron contra una fuerza italiana bien equipada, tanto desde tierra como desde el aire. Y a ello hubo que añadir el ensayo -luego explotado por la Alemania nazi- de bombardeos sobre la población civil, con el objetivo de quebrar la moral de los soldados que combatían en el frente, que veían que sus esfuerzos en tierra por contener al enemigo no servían para proteger ni a sus familias ni a sus ciudades.

‘Bombardeo de terror’ Nace así el concepto de bombardeo de terror, que tanta importancia tuvo luego en la Guerra Civil española y durante la Segunda Guerra Mundial. Un nuevo concepto de guerra psicológica que trazaron los alemanes en Durango y especialmente Gernika y que acabó siendo perfeccionado por los aliados, ocho años más tarde, en Hiroshima y Nagasaki.

Efectivamente, apenas acabada la Guerra de Abisinia comenzaba la Guerra Civil española. Y los efectos de la aviación se hicieron notar de inmediato: por una parte Franco consiguió trasladar a la península, con aparatos alemanes e italianos, gran parte del ejército de África en pocas semanas, ante la impotencia de los buques de la República estacionados en el Estrecho de Gibraltar que trataban de impedirlo. En una fecha tan temprana como el 22 de julio de 1936 se produce el bombardeo de Otxandio, en Bizkaia, que dejó más de medio centenar de muertos, la mayoría civiles. Este fue el preludio de otros muchos ataques en diferentes zonas de Euskadi. De hecho, la Campaña del Norte, como se definió entonces, tuvo un puntal importantísimo en la intervención aérea tanto en el frente como en la retaguardia vasca: para entonces las tropas de Mola contaban ya con la ayuda de la Legión Cóndor alemana y de la aviación italiana de Mussolini. Los bombardeos sobre poblaciones civiles cercanas o alejadas de frente comenzaron a ser frecuentes.

En algunos casos las incursiones aéreas eran imprevistas, como las de Durango o Gernika, sorprendiendo a la población en días de plena actividad económica o de feria, como ocurrió en ambas localidades. Pero en otros casos la agonía era mayor, puesto que los bombardeos se repetían una y otra vez, con la tensión y exasperación que eso conllevaba.

Así ocurrió en ciudades como Barcelona, Madrid, o entre nosotros, Bilbao. La villa no había sufrido ninguna agresión bélica desde la Segunda Guerra Carlista de 1872-1876, en la que fue sitiada y bombardeada durante febrero y mayo de 1874. Y se había perdido la memoria de aquellos bombardeos terrestres. En 1937 la situación era ya muy diferente. Los primeros ataques aéreos sobre Bilbao habían comenzado en septiembre del año anterior y se fueron incrementando a medida que avanzaba la guerra. Los efectos sobre los habitantes de la ciudad eran muy profundos. A la situación de racionamiento imperante había que sumar la obligación de refugiarse de los bombardeos cada vez que había una alarma antiaérea. En algunos casos eran simples incursiones de reconocimiento -en Bilbao a dichos aviones franquistas que sobrevolaban la ciudad para reconocer el terreno se les llamaba los alcahuetes-, pero otras veces eran ataques en toda regla. La espera, tanto en un caso como en otro, podía llegar a ser interminable.

Los bombarderos eran lentos, iban en formación -por lo que hacían un ruido considerable- y tardaban mucho tiempo en recorrer el espacio a atacar. Los refugiados podían oír los motores de los aviones acercarse más y más y también cómo las bombas caían cada vez más cerca. Al salir la angustia era comprobar si la casa en la que vivían había sido alcanzada o no. O si ese familiar del que no tenían noticias -un hijo que no llega a tiempo al refugio designado, un hermano en un refugio menos seguro- había sobrevivido o no al bombardeo. La tensión acumulada estalló de forma violenta el 4 de enero de 1937 cuando, tras un bombardeo especialmente virulento de la aviación franquista, fueron asaltadas las prisiones de Larrinaga, El Carmelo, Casa Galera y los Ángeles Custodios, dejando un balance de más de 200 presos derechistas muertos.

Los ataques aéreos sobre Bilbao no cesaron hasta la toma de la ciudad, el 19 de junio de 1937, dejando numerosas víctimas entre mutilados y fallecidos, además de múltiples artefactos sin estallar que fueron apareciendo con los años.

En el caso que abría este artículo, sin embargo, la historia tuvo un final feliz, puesto que la bomba cayó sin detonar en un momento indeterminado sobre Bilbao entre septiembre de 1936 y posiblemente, febrero de 1937. Pudo ser incluso uno de los artefactos lanzados por los alemanes en el tristemente célebre bombardeo del 4 de enero de este último año, citado arriba.

La casa de la bomba La casa alcanzada fue el bloque de viviendas de la plaza de San Francisco Javier, en el bilbaino barrio de Indautxu, concretamente el tejado del portal número 3 de dicho inmueble. Este edificio era, en aquel entonces, uno de los más sólidos de la zona -urbanizada en aquella época con muchos chalés y casas bajas- y había sido construido tan sólo un par de años antes, concretamente entre 1934 y 1935, momento en el que comenzó a funcionar como edificio de pisos de alquiler de la empresa Larrea S. L. Esta compañía había sido creada por dos señoras mayores, hermanas y solteras, cuya familia había hecho fortuna en México años antes. Una vez regresaron a Euskadi, decidieron invertir su capital en el negocio inmobiliario, encargando a la constructora Prudencio, José y Compañía la construcción del inmueble. Las obras costaron un millón de pesetas de aquel entonces y como curiosidad, en uno de los pisos de dicho inmueble vivía el destacado dirigente de Acción Nacionalista Vasca Anacleto Ortueta. El edificio, de hormigón armado, fue considerado por los peritos del Ayuntamiento de Bilbao como seguro en caso de bombardeos y fue declarado refugio antiaéreo, sirviendo como tal durante las cada vez más numerosas incursiones de la aviación del bando sublevado. Durante uno de ellos fue cuando cayó la bomba sobre el tejado de la casa, sin llegar a explotar por los defectos en el sistema de detonación antes comentados. La presencia de la bomba en el tejado se descubrió cuando uno de los vecinos de la séptima planta se percató de que tenía humedades en el techo de su vivienda y le comentó a uno de los constructores de la misma, José Tápiz, que precisamente vivía en la misma vecindad, lo que le pasaba. José subió al tejado y se encontró el artefacto incrustado en la techumbre del inmueble. Una vez avisados los artificieros y desactivada la bomba, José Tápiz se quedó con la misma como recuerdo.

Esta bomba, guardada en la casa durante ochenta años en un armario, apareció hace unas semanas durante una limpieza que su nieto José María Tápiz -autor de este artículo- realizaba en la casa con motivo de unas obras. Cuando la vio, José María -que estudió la carrera de Historia- se puso en contacto con la Fundación Sabino Arana con intención de donarla. Y así dicha bomba ha pasado a formar parte del museo de la Fundación con la intención de que no se nos olviden estos pasajes de nuestra historia reciente.

Un siglo del comienzo de la autonomía vasca

La convulsa situación política tanto en el Estado español como en el mundo de principios del siglo XX fue el escenario de los primeros pasos hacia la autonomía vasca

Un reportaje de Eduardo Alonso Olea

Los nuevos diputados nacionalistas de Bizkaia. La victoria del nacionalismo vasco en las elecciones de marzo de 1917 propició sin duda la campaña autonomista que acabó en 1919 con un rotundo fracaso, aunque se estuvo cerca.
Los nuevos diputados nacionalistas de Bizkaia. La victoria del nacionalismo vasco en las elecciones de marzo de 1917 propició sin duda la campaña autonomista que acabó en 1919 con un rotundo fracaso, aunque se estuvo cerca.

El 17 de diciembre de 1917, hace ahora cien años, a las 18.00 horas una delegación de las diputaciones provinciales de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, acompañada de varios parlamentarios vascos en Madrid, se presentó previa cita ante el presidente del Gobierno, el liberal Manuel García Prieto. El presidente de la Diputación guipuzcoana, Ladislao de Zavala, leyó ante el presidente mensaje, redactado por las Diputaciones en el verano anterior y que se había discutido con ayuntamientos y parlamentarios vascos, y conseguido un amplio respaldo.

En esencia el mensaje pedía las más amplias facultades autonómicas, se pedía al Gobierno que dentro de la legalidad más estricta y de la unidad de la nación española, adoptase y dictase, o propusiese a las Cortes, oyendo previamente a las diputaciones, las disposiciones legales necesarias para que reservándose el Estado todo lo concerniente a Relaciones exteriores, Guerra, Marina, Deuda pública, Aduanas, Moneda, Pesas y medidas y correos “dejase al país mismo, representado por sus organismos forales, la dirección de todos los demás servicios públicos”. El presidente del Gobierno, Manuel García Prieto, respondió asegurando el honor que le había correspondido y que sin dilación estudiaría el asunto en su Gobierno y sin poder avanzar nada puesto que no conocía el detalle del texto sí aseguró que, desde luego, algo las diputaciones sí podrían conseguir puesto que su Gobierno trataría con cariño la cuestión. Tras el acto, a cuya salida los diputados vascos se mostraron confiados en la labor del Gobierno y en sus posibilidades, el mensaje acabó en un ignoto lugar de los despachos de Presidencia de Gobierno.

Esta iniciativa, que tuvo un final decepcionante a principios de 1919, no se puede entender sin ver el contexto realmente confuso y problemático en que se desarrolló.

En efecto, el mundo estaba en guerra; la Primera Guerra Mundial seguía en su apogeo, a pesar de que los rusos, tras la Revolución de Octubre, la habían abandonado, pero se habían convertido en beligerantes los Estados Unidos. Los efectos de la guerra en las economías de los países en guerra fueron intensas, pero también lo fueron en las de los países neutrales, como fue el caso de España. Es cierto que algunos sectores, como el siderúrgico, el naviero o el bancario -con un centro relevante en Bilbao- estaban experimentando unos crecimientos y unos beneficios incluso fabulosos; pero el reverso de la moneda fue el gran incremento de los precios, no compensados por la insuficiente elevación de los salarios, lo que generó un gran descontento social. El resultado fue un movimiento revolucionario en agosto de ese año.

Pero además hubo una aguda crisis política. El sistema de la Restauración, configurado por Cánovas del Castillo en 1876, estaba en medio de una profunda crisis debido al agotamiento de los partidos turnantes y el descontento de sectores, como el militar, o de los nacionalismos, sobre todo el catalán, que pedían reformas sin demora.

Reintegración foral Y en medio de esta aguda crisis las Diputaciones que en marzo de ese año habían cambiado en su composición con mayorías nacionalista vasca en Bizkaia y carlista en Gipuzkoa y Araba, vieron la oportunidad para retomar una vieja aspiración.

Con la vuelta de los conservadores presididos por Dato, en junio, ante la amenaza revolucionaria, se suspendieron las garantías constitucionales y se impuso la censura de prensa. En Cataluña, la reacción fue convocar una Asamblea de parlamentarios, para el 19 de julio, en la que se trataron los temas tabúes del sistema: organización del Estado, autonomías, militares, etc.

La aludida vieja aspiración y que entró en ese momento en el escenario político no fue otra que la reintegración foral. Sin embargo, habían pasado 40 años desde la abolición foral y, la verdad, es que las nuevas fuerzas políticas como los socialistas e incluso los nacionalistas, por no decir de los dinásticos, no veían cómo se podrían reponer los viejos fueros. Era un parecer muy común decir que, en esos momentos, ya en pleno siglo XX, no se podía volver a situaciones previas a 1839 e incluso anteriores, sin que fueran reformados profundamente.

El mensaje fue producto de iniciativas desde las diputaciones, que se reunieron durante ese verano en varias ocasiones y asambleas municipales, en que no sin debates agrios, se llegó a un mínimo común denominador, en la idea de que el Concierto Económico y la autonomía administrativa no era suficiente; había que conseguir un nuevo sistema, dentro del Estado pero que diera amplias capacidades de gobierno. De hecho, como se puede ver en el mensaje se pretendía una gestión propia en educación en todos sus grados, beneficencia, obras hidráulicas, agricultura industria y comercio “y otros que no hay por qué detallar, en nada va en contra la soberanía del estado”. Por lo tanto, se conseguiría un autogobierno” en negativo”, es decir, todo lo que no estuviera en manos del Estado, y que se detallaba, sería competencia autonómica.

El texto fue fruto de un delicado equilibrio entre posturas tan diferentes como la de los socialistas, que querían asegurarse que no hubiera menoscabo en los derechos de las personas, con la de los nacionalistas, que insistían en la necesidad de una amplia autonomía haciendo la menor referencia posible a la unidad (del Estado, de la Nación) española, junto con los dinásticos que precisamente insistían en este aspecto y que no se pretendía aprovechar un momento de debilidad del Estado para conseguir ventajas, mientras los carlistas a veces insistían en la pureza foral, pero dentro de la unidad del Estado. En definitiva, fue un texto trabajosamente acordado entre las fuerzas políticas del momento, en un contexto de aguda crisis del país. Como dijo Hilario Bilbao -hermano de Esteban Bilbao- “la fórmula aceptada no era el ideal de todos los presentes, sino una fórmula que encaminaba hacia ese ideal”.

La inestabilidad política (entre abril de 1917 y diciembre de 1919 hubo diez gobiernos distintos), junto con los problemas entre las fuerzas políticas del país cuando se trató de precisar quién y cómo gestionaría esa posible autonomía, si los ayuntamientos o las diputaciones, o hasta que se consiguieran las instituciones autonómicas (una o trina) quién y cómo gestionaría su interinidad… en definitiva demasiadas incógnitas a despejar en un momento en que en el Estado se intentaba contentar a todos sin hacerlo a nadie, como así ocurrió.

Tras la entrega del mensaje en ese mes de diciembre, la sucesión de gobiernos hizo imposible avanzar en el proceso hasta que a fines de 1918 un gobierno Romanones retomó el asunto y, en la ola autonomista catalana, se constituyó una comisión parlamentaria dedicada a estudiar el problema de la autonomía, y dentro de ella una subponencia que preparó su propio proyecto de autonomía vasca. Pero los intentos de autonomía, tanto catalanes como vascos, fracasaron debido también a la crónica inestabilidad de los gobiernos españoles, y definitivamente cuando llegó en abril de 1919 un nuevo gobierno de Maura.

Lo que sí significó fue el comienzo de algo nuevo en el sentido de que se percibió que el regreso al pasado foral, ya en el siglo XX, era imposible. No se podía plantear seriamente recuperar unas Juntas Generales sin voto proporcional a la población, como ocurría en Bizkaia, o una exención militar -y en medio de la Primera Guerra Mundial menos todavía- por lo que se comenzó a plantear otra opción, una opción que, por una parte actualizara el régimen foral y, por otra, formara alguna institución supraprovincial -superase las tradicionales conferencias de diputaciones- pero en todo caso fue un comienzo. En la II República el intento volverá a cobrar forma, aunque no será hasta octubre de 1936, ya comenzada la Guerra Civil, cuando se consiga el primer Estatuto de Autonomía.

El profesor riojano de Franco que fue fusilado

El republicano Azcárate escribió en la cárcel de Larrinaga una carta a Ajuriaguerra en la que incluia otra misiva para su mujer antes de ser fusilado por orden de su discípulo en la Academia, francisco Franco

Un reportaje de Iban Gorriti

Los internos se solazan en el patio de la cárcel de Larrinaga. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
Los internos se solazan en el patio de la cárcel de Larrinaga. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

el lunes habrán transcurrido 80 años del fusilamiento de un teniente coronel riojano que formó parte del gabinete militar del presidente Azaña y que fue inspector del Cuerpo del Ejército Vasco. Se llamaba Gumersindo Azcárate Gómez y fue ejecutado a los 59 años por los golpistas el 18 de noviembre de 1937 en Derio.

Ejemplo de espíritu republicano demócrata hasta el momento de su muerte, ya se veía carne de cañón de los sublevados por un hecho curioso que merece la pena conocer. El nacido en Ezcarai el 28 de febrero de 1878 fue Jefe del Regimiento Ciclista de Alcalá de Henares. Al estallar la guerra española-italo-alemana del 36 fue ascendido a coronel y enviado a Bilbao, como militar profesional, para instruir a las milicias vascas. Azcárate conocía bien a Franco, golpista del que había sido profesor en la Academia Militar. “Conozco a Franco. Fue discípulo mío en la Academia. No me perdonará que le haya traicionado y me fusilará”, dejó impreso para la posteridad. Su premonición se acabó cumpliendo.

Aunque de La Rioja, sus antecesores procedían de Azkarate, pueblo hoy perteneciente al municipio de Araiz, Merindad de Iruñea, en la comarca de Aralar. El mismo día que le fusilaron escribió diferentes cartas en la cárcel bilbaina de Larrinaga, minutos antes de que los sublevados contra la Segunda República le asesinaran. Dos de ellas son las que más han trascendido. Una destinada a Juan de Ajuriaguerra para que le hiciera saber a su madre que iba a morir, y la otra a un amigo, Pedro Alás, agradecido por lo bien que le recibieron en un pueblo que no cita y que le nombró hijo adoptivo. Según una información de Iñaki Gorostidi, de la Asociación Laminiturri, a Sabino Arana Fundazioa, Azcárate también estuvo preso en El Dueso de Santoña, donde ingresó el 28 de noviembre de 1937.

Esta fundación bilbaina custodia la emotiva primera misiva. Azcárate saluda a un “querido Ajuriaguerra” y lamenta que “llegó lo que tenía que llegar. Dios lo ha querido. Bendito sea Dios. Ya sabe usted cómo muero; bien preparado: eso es lo esencial. No he dejado de ser leal un momento, y leal muero. Viva la República”, le remite al portavoz del PNV.

El militar le incluyó a continuación una carta dirigida a su mujer y le explica que debe enviarla a una dirección de Biarritz: a 39, Rue Peyroboubill. Antes, se despide de Ajuriaguerra y de “los cuatro que con usted están en la celda. Un abrazo fuerte también; mándeselo por escrito, para quien usted sabe. Muero queriéndole mucho; él bien lo sabe. Que no se olvide de mi mujer y mis nenas. Que los vascos tengan lo que se merecen. Un abrazo cordial, fuerte, fuerte, noble y leal de su buen amigo”.

Gumersindo le solicita que la epístola escrita a su esposa se la envíe con delicadeza por el fatal desenlace. “Mándesela a mi mujer, escribiéndola usted con cierta precaución, para que no reciba la noticia de repente”. El coronel de infantería se confiesa a su mujer. “Queridísima Presen de mi alma: Ten valor y serenidad. Yo te aseguro que estoy completamente tranquilo, satisfecho. He ganado la batalla definitiva; la salvación de mi alma. Dios me llama. Voy a él gozoso. Desde el cielo velaré por ti y por esas dos hijitas de nuestro corazón. Sabes que no he hecho más que bien en este mundo, quizás sea esto el premio a mi manera de ser… Besos, infinitos besos a nuestros dos tesoros, nuestras hijitas del alma. Que recen mucho por su padre y sed felices las tres. Yo lo soy al morir leal”, concluye.

Son diferentes las personas que han investigado y trabajado la figura de este importante personaje histórico. Alguno, incluso, ha llegado a confundir en fotografía su figura con la de Joaquín Vidal Muñarriz, en una imagen en la que este coronel muerto en 1939 comparte instantánea con el lehendakari Aguirre y Tatxo Amilibia, socialista que pasó a ser comunista. “El de esa foto no es Azcárate, es Vidal Muñarriz”, confirman especialistas a este periódico.

Reírse de la muerte La descripción que Rafael de Garate hacía de él en Diario de un gudari condenado a muerte comenzaba así: “Gumersindo Azcárate podría tener 55 años. Aparentaba 70. Canijo, senil, arrugado. Cuando hablaba se frotaba las manos, como pintan a los judíos”, quedó impreso. Garate aplaudía la lealtad de aquel militar a la República. “En contra de las órdenes del Capitán general de Madrid, se sostuvo y se salió con la suya”, enfatizaba.

Sin embargo, no era de su gusto y no se callaba: “El Gobierno Provisional y el Ejército de Euzkadi necesitaban de asesores profesionales. Madrid nos mandó algo, poco, y entre ellos el recién ascendido Coronel Azcárate. O el golpe al caer prisionero fue fuerte y se derrumbó, o su valía era muy pequeña. Fue Jefe Militar de la Casa del Gobierno de Euzkadi. Quizá me equivoque y machito fuera bueno, pero ahora, caído, con la cuerda al cuello, me daba la impresión de que aquel hombre era mucho menos que cualquiera de nosotros”.

El testimonio continúa. “Estoy harto de decirle: Camarada Coronel, que su amigo Franco no mata más que a asesinos. Usted nunca ha matado un pollo con todas las estrellas que tiene, ¿verdad? Pues, hala, a dormir tranquilo”, y los exabruptos sobre su persona se sucedían, como también recoge el portal Errioxa.com.

Meses más tarde acabó fusilado. Tal y como destaca Vicente Talón en un cuaderno de Memoria de la Guerra de Euskadi, Ajuriaguerra informó al lehendakari Aguirre, desde la cárcel de Larrinaga el 19 de diciembre de 1937, del siguiente modo: “Prometí a los coroneles Azcárate e Irezabal y a los comandantes Lafuente y Bolaños, a quienes pude visitar en capilla, que te escribiría comunicándote su fusilamiento. Con ellos fue fusilado también Arenillas”. Agregó que “fue verdaderamente emocionante ver lo firmes, serenos y tranquilos que estaban todos; más parecía que iban a una fiesta que a su ejecución, aquí es formidable ver a los chicos que bromean y se ríen de la muerte”.

Leal a la República El periódico jeltzale Euskadi dio la noticia del fusilamiento de Azcárate, “un militar que supo honrar el uniforme”. El tabloide imprimió que un requeté de “juventud salvaje e instintos cavernarios rugió: Que salga el teniente coronel Gumersindo Azcárate. Y el aludido con gran energía le contestó: ¿Cómo decís teniente coronel? Yo soy un coronel legítimo y leal al único Gobierno. Al de la República”. Entonces, según el rotativo, se ató los cordones de una de sus botas, mientras que con “extraña serenidad” fue despidiéndose de sus compañeros. Cuando hubo abrazado a todos les gritó con energía: “¡Viva la República!”.

Azcárate firmó su propia sentencia de muerte “con gran tranquilidad y preguntó al fascista: ¿Quién lo ha ordenado? El generalísimo Franco. Con un gran desprecio y al mismo tiempo con lástima, dijo: Decidle que le perdono. Confesó y comulgó y ante un grupo de fascistas manifestó una vez más su fe en la República”, informa Euskadi.

Frente a los sargentos de requetés que constituían el piquete encargado de fusilarles como honor fascista, el coronel Azcárate dijo: “En estos momentos es para mí un orgullo ser elegido de Dios”. Y cuando ya faltaban unos segundos gritó a los del piquete: “Rezad por mí como yo rezaré por vosotros ante el Juez Supremo”.

 

Represión y asesinato en Araba

La práctica totalidad de Araba quedó en manos de los sublevados nada más producirse el golpe militar lo que sumió a jeltzales y republicanos en una feroz represión

Un reportaje de Roman Berriozabal

Grupo de presos gasteiztarras tomada en diciembre de 1936. Foto: Francisca Abaitua
Grupo de presos gasteiztarras tomada en diciembre de 1936. Foto: Francisca Abaitua

AMANECER del 19 de julio de 1936. El sacerdote Pedro Anitua se cruzó en una calle gasteiztarra con el carlista Bruno Ruiz de Apodaka. Este, zapatero de profesión, dirigiéndose al sacerdote nacionalista, le dijo con conocimiento de causa: “Ahora las vais a pagar todas juntas”. Momentos antes, los militares habían declarado, sin disparar un solo tiro, el estado de guerra en la ciudad y, de común acuerdo con carlistas y falangistas, se hicieron con el control de ésta y gran parte del territorio alavés. La sublevación no alcanzó en un primer momento la victoria esperada en toda la geografía, por lo que la situación derivó en una guerra civil. Ésta, en lo que respecta a Euzkadi, finalizó en julio de 1937; en lo concerniente al Estado español, el 1 de abril de 1939.

El zapatero carlista, amparado por la oscuridad de la madrugada, había tenido ocasión de observar con atención las idas y venidas de los jeltzales al Centro republicano así como de los republicanos al Gobierno Civil. Unos y otros, partidarios de una acción armada conjunta para neutralizar a los militares, al modo y manera como se había procedido en Bilbao y Donostia, no pudieron hacer nada. El gobernador civil, que creía contar con la autoridad y apoyo suficientes para meter en cintura a los levantiscos, les negó tajantemente las armas solicitadas. Una vez se vio traicionado por la Guardia Civil y la Guardia de Asalto a su mando, huyó a Bilbao. Vistas las circunstancias, los burukides jeltzales desmovilizaron a varios centenares de jóvenes que estaban esperando instrucciones en los locales de Juventud Vasca y, al igual que numerosos republicanos, se inhibieron y optaron por la neutralidad.

La actitud y la dinámica de EAJ-PNV no fueron ni pudieron ser unánimes. Estuvieron mediatizadas por el éxito y el fracaso del golpe militar en los diversos territorios: Bizkaia y Gipuzkoa permanecieron bajo la jurisdición republicana; por el contrario, Nafarroa y el grueso de Araba, excepto Aramaio y los municipios del Valle de Ayala y el Alto Nervión, pasaron a manos de los sublevados.

Al tiempo de la toma del poder, los sublevados en Araba la emprendieron, mediante la represión, contra aquellas personas consideradas adversarias. La amenaza del zapatero carlista no había sido gratuita. En el caso de, al menos, 193 personas, la represión culminó con su asesinato. El propósito último era claro: eliminar al contrario. Fue el preludio de una dictadura que duró 40 años.

Posturas diversas Los jeltzales se vieron ante una difícil disyuntiva: ¿qué hacer y cómo comportarse? No hubo una postura unánime. Las circunstancias les obligaron, al igual que a otros muchos, a tomar posturas, en muchos casos contradictorias entre sí: éxodo, resistencia pasiva, claudicación, arrepentimiento e, incluso, apoyo a los sublevados.

De un tiempo para acá, determinados autores, con escasa o nula cautela y rectitud intelectual, vienen mostrando de forma taimada un interés en mancillar a EAJ-PNV, atribuyéndole una actitud contemporizadora inmerecida y proyectando sombras y dudas sobre la represión ejercida contra los jeltzales arabarras. Por contra, omiten o ignoran voluntariamente aquellas referencias que expliquen la actitud y comportamiento de otros partidos y sindicatos.

Tras su detención, los militares sometieron a destacados jeltzales arabarras a un intensa presión (los burukides del ABB Julián Agirre y José Luis Abaitua; el exdiputado a Cortes Francisco Javier Landaburu, el abogado y antiguo burukide del ABB Manuel Ibarrondo…). Estaban empeñados en apartar a EAJ-PNV de la dinámica favorable a la República que había adoptado oficialmente y, consiguientemente, atraerlo a su causa. Tras sucesivos intentos infructuosos, lograron, mediante la amenaza y el chantaje, que determinados jeltzales arabarras (Abaitua, Landaburu e Ibarrondo) redactasen y firmasen, al menos, dos comunicados en un breve espacio de tiempo: el primero, ordenando a toda la afiliación jeltzale realizar pacíficamente las actividades de su vida ciudadana; el segundo, entre otros aspectos, exhortando a los jeltzales para que, lejos de impedir, coadyuvaran al éxito de los sublevados. Dichos documentos, interesadamente retocados por los militares, fueron publicados en la prensa local y exhibidos a modo de trofeo de guerra.

La supuesta frialdad con que Vitoria-Gasteiz acogió el día de Santiago al general Cabanellas, presidente de la Junta de Defensa Nacional de los sublevados, sirvió de pretexto para, una vez más, presionar a los jeltzales y obligarles a remitir una misiva a sus correligionarios vizcainos y guipuzcoanos, ofreciéndoles futuras prerrogativas a cambio del mantenimiento del orden en aquellos territorios. ¡Vaya sarcasmo! Días antes dos aviones facciosos bombardearon Otxandio: fallecieron 58 personas. EAJ-PNV no aceptó la propuesta que le fue remitida.

iLEGALIZACIÓN Dicho general, en su afán por desactivar, eliminar y/o controlar a la población civil, puso en vigor una serie de disposiciones: declaró fuera de la ley todos los partidos y agrupaciones políticas o sociales contrarios. La ilegalización llevó pareja la incautación de cuantos bienes muebles, inmuebles, efectos y documentos pertenecieren a los referidos partidos o agrupaciones. En relación a las personas, se procedió a la suspensión y destitución de aquellos trabajadores públicos desafectos. A consecuencia de las disposiciones anteriores, fueron clausuradas las batzokis arabarras, incautados sus bienes, y, respecto a las personas, apartados de sus cargos de responsabilidad y expulsados de sus respectivas instituciones destacados jeltzales gasteiztarras (Ramón Irazusta, ingeniero agrícola de la Diputación; Manuel Ibarrondo, secretario de la Caja de Ahorros…).

Tras el fracaso anterior, los sublevados intentaron jugar la carta religiosa. No valían posiciones intermedias: o se estaba con Dios, o contra Dios. Para ello, los obispos Mateo Mugika y Marcelino Olaetxea, titulares de las diócesis de Vitoria y Pamplona, respectivamente, declararon ilícito y monstruoso el que los nacionalistas vascos se hubieran sumado al enemigo acérrimo del cristianismo. Exigieron a los burukides de EAJ-PNV en Bizkaia y Gipuzkoa que se apartaran de la contienda para evitar el enfrentamiento entre católicos. Los jeltzales se vieron ante un dilema: obedecer o desobedecer al obispo. Tras numerosas gestiones y no pocas consideraciones, estimaron que no estaban sujetos al mandato del obispo. Éste, lejos de facilitar las cosas, no escatimó recursos para reprimir, perseguir y tolerar el asesinato de sacerdotes y religiosos nacionalistas y/o vasquistas que habían quedado en el lado faccioso.

Una vez que los sublevados abandonaron toda posible idea de pacto y desechada, por tanto, la necesidad de aparentar buenas maneras, se acentuaron todas las formas posibles de criminalizar a los jeltzales. Había llegado el momento de los actos enérgicos. La situación se hizo insostenible. Pese a la adversidad, Pedro Anitua y su amigo José Luis Abaitua no dudaron en dar cristiana sepultura a dos presos fusilados tras consejo de guerra (Elgezabal y Kortabarria). La osadía mostrada, una supuesta ofrenda de flores a los fusilados, así como la desaparición de Landaburu irritaron a los sublevados. Éstos ordenaron la detención de Abaitua así como de algunos compañeros de partido. Su puesta en libertad fue casi inmediata, previo pago de una multa. El tiempo que permaneció en libertad fue efímero; se truncó el 26 de agosto de 1936. Nunca más pisó las calles vitorianas. Mientras permanecía en prisión, el diario carlista Pensamiento Alavés dio cuenta de un supuesto donativo de José Luis Abaitua y sus hermanas: 1.000 pesetas, una libra esterlina y 2 relojes de oro. Dicho donativo, así como otros a los que se vieron obligados a realizar los jeltzales, tenían muy poco de voluntario, no en vano eran invitados a participar en la campaña recaudatoria emprendida por los sublevados para el sostenimiento de su ejército y de su aparato de terror. Dicha campaña recaudatoria prosiguió en el tiempo, mediante la incautación de bienes y la imposición de multas. Éstas alcanzaron una dimensión inusitada años más tarde, en torno a 1941, con la entrada en vigor del Tribunal de Responsabilidades Políticas. Así, por ejemplo, por el solo hecho de haber profesado las ideas jeltzales, los padres del gudari José Mª Azkarraga Lurgorri, fusilado en diciembre de 1937, fueron condenados a pagar 200.000 pesetas.

oRDEN DE ASESINATO Mola, considerado como el director de la conspiración militar, acudió a Vitoria-Gasteiz el 27 de marzo de 1937, para ultimar los detalles de la inminente ofensiva contra Bizkaia. En dicho contexto ordenó el asesinato de presos. Días más tarde, 31 de marzo, el delegado de orden público firmó una orden de puesta en libertad de Abaitua y de 15 compañeros. Dado su apellido, Abaitua tuvo el macabro honor de encabezar la lista alfabética que el delegado Pelegrí confeccionó con 16 apellidos comprendidos entre las letras iniciales A y H. En torno a las 12 de noche, fueron puestos en libertad. Una vez en la calle, un pelotón de carlistas y falangistas capitaneados por el zapatero Ruiz de Apodaka ordenó a los recién liberados subir a unos vehículos. La comitiva se encaminó hacia Estella. Se detuvo en el kilómetro 16 de la carretera A-132. Desde allí fueron conducidos, monte arriba, a un lugar concreto. Según iban siendo confesados, fueron asesinados. Seguidamente, sus asesinos se entregaron a la rapiña despojando a los muertos de sus pertenencias personales más valiosas. Luego fueron semienterrados. Dicho acto luctuoso y execrable fue descubierto a las pocas horas. Pedro Anitua, sacertote que el 19 de julio había escuchado la amenaza del zapatero carlista, plantó cara a los asesinos, localizó los restos mortales, no cejó en su empeño hasta dar sepultura digna a su amigo José Luis Abaitua y quince compañeros asesinados en Azazeta y dejó escrito ante notario su testimonio. El suyo fue y es un ejercicio sin par en materia de memoria histórica, para el que los autores referidos más arriba no han tenido una palabra amable y generosa.

ABATIDOS EN aZAZETA

Abaitua, José Luis (EAJ-PNV)

Alejandre, Víctor (PRRS)

Cerrajería, Casimiro (UGT)

Collel, Manuel José (UR)

Conca, Jaime

Covo, Eduardo

Díaz de Arcaya, Francisco, concejal gasteiztarra (PSOE)

Elorza, José Domingo (PSOE)

Estrada, Jesús (PCE)

García de Albéniz, Daniel (CNT)

García, Antonio

Garrido, Francisco (CNT)

González de Zarate, Teodoro, alcalde de Vitoria-Gasteiz (IR)

González, Constantino

Hermua, Prisco (CNT)

Hernández, Manuel

La firma fascista que mancilló el libro de honor de la Casa de Juntas

El general piazzoni, de la aviación italiana que participó en el bombardeo de gernika, dejó su rúbrica y dedicatoria el 29 de abril de 1937 el día que los fascistas entraron al municipio

Un reportaje de Iban Gorriti

Dos soldados franquistas custodian el Árbol de Gernika, días después del bombardeo. Foto: Gernikazarra
Dos soldados franquistas custodian el Árbol de Gernika, días después del bombardeo. Foto: Gernikazarra

hay una pregunta que ronda la mente del historiador Alberto Santana: “¿Por qué los fascistas no destruyeron el Árbol y la Casa de Juntas de Gernika-Lumo en el bombardeo del 26 de abril de 1937?”. Y la interrogación se hace bola de nieve al aportar curiosos datos para la reflexión. El estudioso y también presentador de televisión asegura que la Casa de Juntas foral tenía entre 1914 y 1944 su Libro de Honor para recoger firmas y testimonios de las visitas. Sobre sus páginas dejaron también sus impresiones y firmas diferentes sublevados y aliados contra la legítima Segunda República. Entre ellos, destaca la del comandante Sandro Piazzoni, general en jefe de la Brigada Flechas Negras italo-española, que participó en el bombardeo de la localidad.

Antes de saber qué escribió Piazzoni, Alberto Santana dibuja sin quererlo un boceto picassiano al afirmar que “Gernika fue la santa violada y asesinada por sus, entrecomillas, redentores”. Partiendo de ese axioma, pasa a imaginar, la villa el 29 de abril de 1937. Es decir, tres días después del bombardeo que protagonizaron la Legión Cóndor de Hitler y las también fuerzas aliadas fascistas de Mussolini el 26 de abril sobre la localidad vizcaina y otras anexas.

Lo narra Santana: “Aún ciudad todavía en llamas, sembrada de ruinas y cadáveres, una hora después de entrar en Gernika con sus tropas, al comandante Sandro Piazzoni, general en jefe de la Brigada Flechas Negras, le mostraron el Libro de Honor de las Juntas y escribió en él en italiano mezclado con palabras castellanas: “En el día de su Santa Redención, con todos mis Flechas Negras que entran en la ciudad justo a continuación de las columnas Iglesias (teniente Ricardo Iglesias), Sparta -en referencia al comandante José Martínez Esparza-, de la Brigada de Navarra (4ª), mando a la ciudad santa de Vizcaya, hoy aún más Santa, un saludo fraterno”, se despide no sin antes ser más preciso, como sabiendo que fue tan histórico como cruel, “a 29 de abril de 1937. Hora: 12,45. Viva España. Arriba España. El General Jefe de la Brigada Flechas Negras”.

Sobre la fotografía que aporta a nuestro imaginario el historiador vasco se leen, además, otros manuscritos de esa misma jornada. “Por la 4ª Brigada de Navarra que liberó a Guernica, incorporando a esta histórica villa a la España Nacional”, acuñaba el teniente ayudante de la División fascista.

Quien fuera parte del equipo del recordado programa La mirada mágica de ETB, muestra, además, un curioso retrato del citado Sandro Piazzoni. “Está personalmente dedicada por Piazzoni al subteniente Tulilla, que participó en la ocupación de Gernika y una semana más tarde se distinguió en la batalla del monte Jata del 7 de mayo de 1937”, matiza.

Curiosa también es la inscripción que se hace tres meses después -hay más de mil en el libro- de manos de un requeté, Francisco Biafo y Ortiz: “Al visitar por primera vez este noble templo de nuestras tantas libertades una vez más digo: Viva España, Viva Euskaleria. Viva Vitoria. Viva Álava. Viva los fueros”, escribió el 21 de noviembre de 1937. En publicaciones como En el requeté de Olite, de Mikel Azurmendi, o Requetés de las trincheras al olvido, de Pablo Larraz Andia, se cita cómo en sus tercios, en muchas compañías, algunos solo hablaban euskera. Por esa razón, se vieron en la tesitura de poner mandos intermedios que hablasen ambas lenguas para poder transmitir las órdenes a la tropa en euskera.

libro desaparecido El libro de honor de la Casa de Juntas (1914-1944) se encuentra en paradero desconocido. Fue robado y no se ha vuelto a saber nada. Antes de ello, Joseba Iribar, investigador de todo lo relacionado con el Árbol de Gernika y la Casa de Juntas tuvo el acierto premonitorio de fotocopiarlo y gracias a él, en cierto modo, sigue existiendo. El blog de la Asociación Sancho de Beurko es quien da a conocer el trabajo desempeñado por el investigador barakaldotarra en una entrada sobre la desaparición del libro y sobre el lehendakari Aguirre, en su web sobre el cinturón de hierro.