Un vasco en Cuba y en Catalunya

Las raíces familiares de los escritores catalanes Juan, José Agustín y Luis Goytisolo se sitúan en Euskal Herria. Su bisabuelo, Agustín Goytisolo Lezarzaburu, nació en Lekeitio en 1811 (falleció en Barcelona en 1886) y emigró a Cuba, donde hizo fortuna.

Un reportaje de Martín Rodrigo y Alharilla

Pocos casos debe haber en la historia de la literatura, tal vez ninguno, como el de los escritores catalanes Juan, José Agustín y Luis Goytisolo Gay, tres hermanos dedicados por igual a la creación literaria, cuyas obras destacan por su innegable calidad. No resulta tan conocido, sin embargo, que el origen familiar de los tres hermanos escritores arranca del País Vasco. En concreto, de la vizcaina villa de Lekeitio, localidad donde nació su bisabuelo Agustín Goytisolo Lezarzaburu, en julio de 1811.

Fotografía de Agustín Goytisolo Lezarzaburu, nacido en Lekeitio en 1811.
Fotografía de Agustín Goytisolo Lezarzaburu, nacido en Lekeitio en 1811.

Agustín Goytisolo fue el quinto de los once hijos nacidos del vientre de Magdalena Lezarzaburu, una mujer fuerte, capaz de sacar adelante a todos sus hijos pese a la muerte o deserción de los tres hombres con los que los había engendrado. El joven Agustín Goytisolo nació y se crió, pues, en un hogar extenso y sin demasiadas alegrías económicas, aprendiendo pronto el oficio de carpintero. Su padrastro fue el guipuzcoano Francisco Arruebarrena, a quien podemos identificar como un indiano: nacido en Astigarreta, Arruebarrena había vivido unos años en La Habana, donde había ejercido su oficio de chocolatero, antes de regresar a la península. Como él, muchos otros naturales o vecinos de Lekeitio habían intentado hacer las Américas y algunos incluso lo habían conseguido, retornando como ricos indianos.

Ese fue el caso, por ejemplo, de José Ventura de Aguirre Solarte (quien se había enriquecido en Perú antes de domiciliarse, en 1823, en Londres para abrir la casa de banca Aguirre Solarte y Murrieta) y de José Javier de Uribarren (enriquecido en México y retornado a Europa, en 1825, para crear la casa de comercio y banca Aguirrebengoa Fils et Uribarren, con oficinas en Burdeos y en París). También fue el caso de Pedro Nicolás de Chopitea, natural de la vecina Mendexa y enriquecido en Santiago de Chile, adonde había llegado a ejercer como alcalde realista, en plenas guerras de independencia, antes de regresar a España y avecindarse en Barcelona.

Siguiendo, así, el ejemplo de sus convecinos lekeitiarras y el de su propio padrastro, el joven carpintero Agustín Goytisolo Lezarzaburu emigró a América, en 1833. Lo hizo, en su caso a Trinidad (en la isla de Cuba). De allí pronto pasó a Cienfuegos, una localidad que se había fundado poco antes, en 1819, y que estaba conociendo una etapa de crecimiento demográfico y económico, en tanto que ciudad capital y portuaria de una región que estaba siendo rápida e intensamente colonizada por la caña de azúcar.

matrimonios entre vascos En sus primeros once años en Cuba, el propio Goytisolo pudo acumular el capital suficiente que le permitió dar el salto al mundo del azúcar. Así, en enero de 1844 compró su primer ingenio (o plantación de caña), al que llamó Simpatía. Aquella compra la hizo en sociedad con el guipuzcoano Antonio Arce (natural de Usurbil y antepasado, por cierto, del poeta Joxean Artze), quien acabaría convirtiéndose en su cuñado.

Un mes después, Goytisolo se casó en Cienfuegos con Estanisláa Digat Irarramendi, hija del vasco-francés Antonio Digat y de la vasco-española Paula Irarramendi. Los dos hermanos de Estanisláa, Juan y Telesfora Digat, se acabarían casando, también en Cienfuegos, con dos individuos nacidos en Euskal Herria: con Fermina Echeverría (natural de Aranaz, Navarra) y con Salvador Harguindéguy (natural de Iholdy, en Iparralde). Los susodichos enlaces ofrecen una buena muestra de cómo las relaciones de paisanazgo entre vascos se reproducían en tierras americanas. En este caso, en Cienfuegos.

El matrimonio Goytisolo-Digat tuvo siete hijos (dos varones y cinco féminas), nacidos todos en Cuba. Y mientras en la feraz Antilla crecían aquellos siete hijos, Agustín Goytisolo desarrollaba desde Cienfuegos una intensa actividad empresarial, vinculada en buena medida al mundo de la caña de azúcar y desarrollada merced a la explotación del trabajo de sus esclavos, que se contaron por centenares.

Tras aquel primer ingenio, nombrado Simpatía, acabó comprando o fomentando otras tres plantaciones más de caña (llamadas Lequeitio, San Agustín y Lola) y con sus capitales contribuyó a fundar la sociedad mercantil Solozábal Campo y Cía. (dedicada a la exportación de los derivados de la caña) así como la Empresa de Vapores por la Costa del Sur de Cuba. Desde Cienfuegos, Goytisolo invirtió también parte de sus caudales en la creación de la firma Sola Brothers (de Nueva York), cuyos socios eran dos hijos de Fermín de Sola Nanclares, natural de Mondragón y vecino también de Cienfuegos. Es más, las ganancias obtenidas en Cuba merced a su actividad como empresario, las quiso depositar Goytisolo también fuera de la isla, en forma de depósito en casas de banca de Filadelfia, Londres y París.

Quiero señalar, por otro lado, que el hacendado Goytisolo tuvo también relaciones con los líderes más destacados de la comunidad vasca de Cuba; especialmente con el portugalujo Manuel Calvo y con el alavés Julián Zulueta, a quien solicitó, sin éxito, que le permitiese participar en su negocio de importación de culíes chinos a la isla.

No contento con su actividad como hombre de negocios, Agustín Goytisolo acumuló además varios cargos políticos en la mayor de las Antillas, llegando a ser alcalde de Cienfuegos en 1869, es decir, a los pocos meses del estallido de la primera guerra de independencia de la isla. Y es que el hacendado lekeitiarra se situó decididamente en el lado españolista (como también hicieran, por otro lado, Zulueta o Calvo). Fue entonces, en 1870 y en plena guerra de los Diez Años, cuando Agustín Goytisolo Lezarzaburu abandonó Cuba para instalarse en la península.

No eligió instalarse en su localidad natal sino Barcelona, donde se avecindó con su mujer y con la mayoría de sus hijos. Fue en la capital catalana donde el rico lekeitiarra empezó a invertir buena parte de los caudales que había acumulado en América. No en vano, en sus cartas remitidas desde la capital catalana a Cienfuegos insistía en la frase: “Quiero más uno aquí [en Barcelona] que diez allí [en Cuba]”. La conducta inversora de Goytisolo en Cataluña merece ser caracterizada, eso sí, como rentista: se dedicó a comprar solares urbanizables, en su mayoría en el nuevo Ensanche de la capital catalana, para levantar después diversos edificios.

Pronto la familia al completo pasó a vivir en un moderno inmueble construido a sus expensas en pleno centro de la ciudad (en la actual plaza de Cataluña y en un terreno ganado a las antiguas murallas) mientras a la vez financiaban la construcción de otros ocho edificios (repartidos entre las calles Pelayo, Gravina y el señorial Paseo de Gracia). El deseo del patriarca familiar fue poder legar, a su muerte, un inmueble de varias alturas a cada uno de sus siete hijos, algo que consiguió efectivamente, llegando a convertirse (a principios de los años 1880) en el principal propietario privado de inmuebles en el Ensanche de Barcelona.

‘De donde le va bien’ No parece que Agustín Goytisolo mostrase un interés especial por sus raíces, que se hundían en aquel País Vasco del que había emigrado con 21 años, en el invierno de 1833. A sus hijos les quiso dejar claro una idea: “el hombre no debe ser sino de donde le va bien” y el lekeitiarra parece haberse sentido bien tanto en Cienfuegos, primero, como en Barcelona, después. Tal vez su desapego respecto a Lekeitio tuvo que ver con su condición de hijo natural, como apuntó en su día su bisnieto, el escritor Juan Goytisolo Gay. No consta, de hecho, que hiciese ningún viaje a su tierra natal, una vez hubo regresado de Cuba. Consta, eso sí, que era suscriptor de La Unión Vasco-Navarra, un periódico de Bilbao de orientación fuerista. Sus hijos e hijas se casaron en Cataluña, de manera que su descendencia acabó siendo mayoritariamente catalana. Su hijo Antonio Goytisolo Digat (abuelo paterno de los escritores) se casó, por ejemplo, en Barcelona con Catalina Taltavull Victory, hija de un hacendado de Cienfuegos de origen menorquín mientras que su hija Luisa hizo lo propio con Juan Ferrer-Vidal Soler (hermano del cofundador y primer presidente de La Caixa); su otra hija Josefa se casó, a su vez, con Leopoldo Gil Llopart (sobrino de Pablo Gil Serra, cuya fortuna hizo posible la construcción del barcelonés Hospital de San Pablo) y la mayor de sus hijas, Fermina Goytisolo Digat, se acabó casando en segundas nupcias con José Oriol de Sentmenat y Despujol (de la muy noble, muy antigua y muy catalana casa de los marqueses de Sentmenat).

Son buenas muestras de la inserción de los Goytisolo en el seno de las buenas familias de Barcelona. Valga señalar, a modo de curiosidad y de conclusión, que la nieta mayor de Agustín Goytisolo Lezarzaburu, María Plana Goytisolo, acabaría siendo íntima amiga del pintor valenciano Joaquín Sorolla, quien le pintó, al menos, un precioso retrato en 1906, veinte años después de la muerte del patriarca

El sueño del secretario de los Milicianos Socialistas

El padre del actual portavoz del Grupo Socialista en el Parlamento vasco desea que, del mismo modo que van a devolver los restos de Franco a su familia, entreguen los de los republicanos del Valle de los Caídos a las suyas.

Un reportaje de Iban Gorriti

Cuando la ocasión bien lo merece, el ortuellarra José María Pastor apaña un llavero que conserva con mimo y lo cuelga de su pechera como la mejor de las distinciones. La insignia luce tres colores: rojo, amarillo y morado, es decir, la legítima republicana española, y sobre ellos una leyenda: Milicianos socialistas.

Es el padre de José Antonio Pastor -actual portavoz del Grupo Socialista en el Parlamento Vasco-, y también el secretario de una asociación memorialista que llegó a tener 70 miembros, la de esos milicianos socialistas vascos que muestra con orgullo.

José Mari Pastor nunca falla en el homenaje anual de Artxanda a los gudaris y milicianos vascos.Fotos: Iban Gorriti
José Mari Pastor nunca falla en el homenaje anual de Artxanda a los gudaris y milicianos vascos.Fotos: Iban Gorriti

José Mari no fue miliciano, por edad, pero siempre fue -y lo es- un enamorado, un apasionado de la labor que labraron contra los golpistas de 1936 y el posterior franquismo. Fueron ejemplo para él. “Ramón Rubial se reunía con nosotros en la sede que teníamos en la calle Ercilla, actualmente ocupada por Eudel. Él fue el mejor lehendakari que ha habido. Daba todo lo que tenía y lo que fuera para que no le faltara nada a nadie. Era muy buena persona y nos ayudaba”, enfatiza Pastor senior, nacido en 25 de febrero de 1933 en Villasayas, minúsculo municipio soriano que a día de hoy no supera los 70 habitantes.

Mayúsculo, sin embargo, ha sido el trabajo que ha ejercido en la asociación de milicianos vascos. Y mayúscula también es su respuesta a la afirmación del periodista y profesor de la Universidad Juan Carlos I, Francisco Marhuenda, que aseveró en el programa televisivo La Sexta Noche que “no hubo socialistas luchando en la Guerra Civil; eran todos comunistas”. José Mari no se calla: “¿Cómo que no los hubo? ¿Qué hostias? Algunos estarían junto con los comunistas, pero, como por todos es sabido, los socialistas también lucharon contra Franco”, subraya.

A renglón seguido, su hijo, José Antonio Pastor, toma la palabra, visiblemente dolido. “Marhuenda es un ignorante y un maledicente. Me da asco oírle hablar y lo puedes escribir con todas las letras. En la guerra hubo batallones socialistas: los hubo de la UGT, de JSU, comunistas, de CNT… ¿Y la labor que hicieron socialistas en la clandestinidad?”, zanja.

Los Pastor acentúan la labor ejemplarizante de los milicianos, quienes, según coinciden, tuvieron un protagonismo tanto en la guerra como en “los Pactos de la Moncloa de la Transición porque nunca pidieron venganza. La guerra fue espantosa para ellos y lo único que no permiten es que se rían de ellos, por ello están contentos con que se exhuma a Franco del Valle de los Caídos”, aporta José Antonio.

José Mari asiente. “¡Pedro Sánchez ha hecho muy bien al lograrlo! Que se lleven a Franco y, de paso, que las miles de familias que tienen allí a sus parientes puedan hacerse con sus restos”, sueña quien cada año no falta en junio al homenaje que se oficia en Artxanda en recuerdo de los más de 40.000 milicianos y gudaris que lo dieron todo por los principios y libertades de Euskadi: en el frente de batalla, en Ias cárceles y campos de concentración del franquismo, en el exilio, etc.

La familia de Jose Mari llegó a Euskadi de Soria en los 50. Su abuelo, un comunista, encontró trabajo en la zona minera vizcaina y no se lo pensó. Más adelante llegarían también la madre de nuestro protagonista junto a él. El padre de este socialista de 83 años falleció cuando él solo tenía tres. Murió en los días de arranque de la guerra. “Los que se autollamaron nacionales le detuvieron a mi padre por socialista, pero le dejaron en paz por estar muy enfermo de silicosis cogida en las minas. Eso sí, le requisaron los animales que tenía…”, evoca. Con seis años, un “tío medio-cura” de Soria le internó en el seminario de Sigüenza (Guadalajara). “¡Meterme allí fue matarme!”. Su hijo sonríe: “Si quieres que tu hijo no crea en Dios, métele en un colegio de curas”. Y así fue: “Fue lo peor que me ha pasado, era peor que un cuartel. Si venía nuestra familia a visitarnos lo primero que hacían era quitarnos el pan blanco… para comérselo ellos”.

José Antonio detalla que comenzó a hablarles en casa sobre la guerra cuando acabó el franquismo. “Pero siempre recuerda lo del seminario como horrible. Nunca antes quiso hablar de nada, quizás por miedo, para salvaguardar a su familia”.

Entonces se afilió al PSE y fue delegado sindical en General Eléctrica, con planta en Galindo. Perdió su empleo por una huelga que protagonizó y por la que el régimen franquista le acabó deteniendo. Continuaría su trayectoria como mecánico en Renault y en Citroën, firma de automóviles en la que se jubiló.

Continuó como el miembro más joven de la asociación Milicianos Socialistas. “Nosotros, con otras personas como el gudari Moreno de Portugalete, fuimos los promotores del monumento de La Huella de Artxanda y el acto de homenaje”, subraya quien también conoció a Dolores Ibarruri, la Pasionaria. “Dolores venía a darnos charlas a la General Eléctrica. Era una mujer con la que se podía tratar, pero Rubial era más bella persona en todos los sentidos”.

El lehendakari Aguirre nunca comió un flan tan sabroso

Fallece Garbiñe Pérez Larrea a los 85 años, viuda de Santiago Aznar, el hijo del Consejero de Industria del primer Gobierno de Aguirre en el 36. Su hijo Xanti escribe una semblanza de su Ama.

Un reportaje de Xanti Aznar Pérez

Quisiera deshacerme de esto que llevo dentro”. Garbiñe musitaba en voz baja estas palabras. Sabía que su final estaba cerca. Quizás se refería a todas las calamidades que la acompañaron en una travesía triste en aquellos, sus primeros años de vida.

Garbiñe todavía no había cumplido los cuatro años cuando en 1937 junto a sus aitas Antonio Pérez y Antonia Larrea y su hermanita mayor Maitena comenzaron un forzoso éxodo. Huían de las tropas de Franco que habían dinamitado a un gobierno legalmente establecido y sometieron a la población civil a brutales bombardeos y a la metralla, con un ejército fuertemente apertrechado.

Apesadumbrados, toda la familia inició una penosa evacuación. Afortunadamente y gracias a la bondadosa ayuda de un empresario nacionalista vasco se refugiaron en un anexo de una casita cerca del faro de Biarritz. Parecía que la suerte soplaba a su favor, porque Antonia estaba embarazada y próxima a dar a luz pero repentinamente Maitena falleció. Antonia dio a luz a Andoni en un formidable Hospital La Roseraie, en Bidart, que el Gobierno vasco había reformado, y que anteriormente era un hermoso y señorial casino. Lo dirigió profesionalmente el Dr. Gonzalo de Aranguren, bilbaino.

De izquierda a derecha, Karmele, Itxaso, Garbiñe Pérez de Aznar, Iñaki, con Ingrid, y en sus brazos, Ainhoa; Xanti, Maite, Garbine y Ainara.
De izquierda a derecha, Karmele, Itxaso, Garbiñe Pérez de Aznar, Iñaki, con Ingrid, y en sus brazos, Ainhoa; Xanti, Maite, Garbine y Ainara.

A finales de junio de 1940 las tropas nazis invaden la costa vasca. Nuevamente el matrimonio, Garbiñe y el pequeño Andoni logran con mucha fortuna embarcar en Bordeaux hacia donde fuese. Después de navegar por el Caribe finalmente el vapor atraca en el puerto de La Guaira, Venezuela.

La próspera Venezuela Para la época Venezuela, a pesar de los vaivenes políticos, fue convirtiéndose en un país moderno y próspero gracias al petróleo. La familia Pérez Larrea se acomoda en una zona modesta y colonial de aquella Caracas antañona con clima primaveral. Antonia, la ama de Garbiñe felizmente da a luz a la primera de la familia en nacer en tierras venezolanas. La llamó Edurne. Todos sus hijos tenían nombres en euskera. Entretanto su marido Antonio tenía bastante trabajo como plomero y mejoraba económicamente, en aquel entonces pujante país que generosamente acogió a miles de refugiados vascos.

La diáspora vasca comienza a tener su vida social en un pintoresco Centro Vasco, ubicado en las esquinas de Truco a Balconcito. Una aciaga tarde Antonio sufre una opresión en el pecho, le irradiaba a la mandíbula. El doctor Bilbao lo lleva a casa y dice: “Es un infarto muy fuerte, no hay nada que hacer”. A las pocas horas fallece. Garbiñe, Andoni y Edurne quedan huérfanos de padre y Antonia demasiado afligida cae enferma de tuberculosis y la internan en el modernísimo hospital antituberculoso El Algodonal. Garbiñe forzosamente debe olvidarse de que era una niña, convertirse en mujer y encargarse del cuidado de sus pequeños hermanos. De Perogrullo, no lo hizo sola. La diáspora vasco-venezolana era enormemente solidaria en esa época. Al cabo de dos años entre la vida y la muerte Antonia sobrevivió a pesar de que le habían extirpado un pulmón.

En poco tiempo volvió a sus quehaceres de vendedora de ropa y logró levantar a los tres hijos con un tesón extraordinario. Garbiñe hermosísima levantaba admiración en todos los jóvenes del Centro Vasco. Estudió secretariado comercial en una buena academia que existía en Caracas. Un espigado Santiago Aznar Aguirre, hijo de Santiago Aznar Sarachaga, exconsejero del Gobierno del lehendakari Aguirre, fue el afortunado, se hicieron novios. No tardaron mucho tiempo en casarse. Al cabo de un año el matrimonio tuvo a su primera hija, Miren Garbiñe. Corría el año de 1953. Luego tuvieron seis hijos más: Xanti Andoni, Itziar Maitena, Miren Ainara, Itxaso, Iñaki Aitor y la séptima Miren Karmele. Séptima porque siete fue su número predilecto.

Garbiñe sentía una especial devoción por el cuidado de los niños. Su pediatra fue el ilustrísimo padre de la pediatría en Venezuela el médico caroreño Pastor Oropeza y su enfermera la negra Encarnación. Ellos hicieron de Garbiñe una experta en el cuidado de pequeños. Ojo de halcón para visualizar cuándo un niño estaba enfermo y luego cómo tratarlo.

Excelente cocinera También se convirtió en una apasionada y excelente cocinera. Por supuesto su especialidad era la cocina vasca, pero también la comida criolla. Hay una anécdota de cuando el lehendakari José Antonio Aguirre visitó Venezuela. Entre sus actividades asistió a una comida familiar que le ofreció su consejero y amigo Santiago Aznar. En esa cena el postre fue el famoso quesillo venezolano que había cocinado Garbiñe. El lehendakari lo saboreó y al terminar la cena dijo que jamás se había comido un flan tan exquisito. En otra ocasión, ya Garbiñe, más veterana de los fogones acostumbraba a dar cenas en su casa de Los Chorros a los altos directivos de la empresa General Motors que en aquella época era la mayor empresa del mundo y de la cual su marido Santi era subtesorero.

Los gringos acudían año tras año a aquellas cenas y se hicieron incondicionales seguidores de la cocina vasca. En una ocasión habían servido entre los entrantes una docena de caracoles a la vizcaina, uno de los comensales se levantó para ir al baño y al regresar se encontró con que los compañeros en plan de chanza le habían comido sus caracoles. El tío un corpulento catire no aceptó la broma y se enfadó de tal manera que quería irse a las manos. Los demás compañeros bromeaban y se reían hasta que finalmente lograron calmarlo. La guasa estuvo a punto de causar una verdadera trifulca.

Garbiñe tuvo además catorce nietos todos venezolanos y seis biznietos de los cuales uno nació en Venezuela, dos nacidos en Euzkadi, uno en Canadá y dos en Italia. Entre sus hijos y nietos hay de todas las profesiones. Ingenieros, abogados, un aviador, un experto en mercadeo y otras profesiones. Estudió euskera en los euskaltegis de AEK de Irun y Astigarraga hasta sus últimos meses de vida porque consideraba que era parte fundamental de su vida ciudadana y que el dictador Franco le había quitado.

Sus últimos años decidió vivirlos en su tierra natal Euzkadi pero con una dolorosa espina clavada en su corazón, ver sumida a Venezuela en una espantosa crisis económica, moral y política, producto del saqueo y la corrupción más grande de toda su historia republicana.

El inquietante grafiti ‘Katalina’

Un equipo de la UPV/EHU de Gasteiz ve un halo de misterio en una inscripción con nombre de mujer hallada en un nido de ametralladoras de los fortines de Ketura, en Araba.

Un reportaje de Iban Gorriti

los fortines de Ketura, en el municipio alavés de Zigoitia, forman parte de la primera línea de defensa republicana del sector de Ubidea en el frente del territorio de la guerra de 1936 en Euskadi. Un estudio arqueológico integral de la UPV/EHU destaca dos nidos de ametralladoras por la gran cantidad de grafitis de guerra que contienen y, entre todos ellos, hay uno que llama de manera especial la atención de los arqueólogos. “Hay un nombre que todavía permanece bajo un halo de misterio y es Katalina”, valora el historiador Josu Santamarina (Urrunaga, 1993), uno de los investigadores del equipo que culminó el estudio durante el año pasado.

Antes de entrar en materia sobre el enigma, es decir, sobre las hipótesis a cerca de quién fue esa mujer, los investigadores recuerdan que milicianos socialistas del Euzkadi’ko Gudarostea (Ejército de Euzkadi) dejaron decenas de inscripciones en el cemento fresco a modo de testimonio o “ego-documento” en este lugar. Pertenecían al Batallón 5º de la UGT Madrid. A pesar del nombre de su unidad, el grupo se creó en la Margen Izquierda de Bizkaia. Lo denominaron así como homenaje a la lucha republicana en la ciudad española.

En días en los que se consolidaba la resistencia republicana -un integrante del batallón firmó sobre el cemento el 10 de marzo de 1937- tras la ofensiva de Villarreal (Legutio), el fortín quedó decorado de grafitis. “La investigación partía de un estudio que apele a los sujetos, voces perfiladas en el cemento y partiendo de una perspectiva de género. Es decir, abandonando la idea de partida de que Katalina fuera una novia de, una hija de, una madre de…”, dice Santamarina.

En el origen, la premisas de investigación no recogían la posibilidad de hallar un nombre de mujer en primera línea. Y lo argumentan detallando que, tras el periodo republicano en el que las mujeres lucharon por tener voz en el espacio público, la guerra supuso una “vuelta al orden” patriarcal, es decir, los hombres en el frente y las mujeres en la retaguardia, según un estudio de Trullén.

A juicio de este equipo de arqueólogos, no solo fue así en la España golpista. “Si bien al principio del conflicto muchas mujeres combatieron en las trincheras republicanas de diversos frentes, pronto se tomaron medidas para prohibir o limitar su participación en este ámbito”, mantienen basando su discurso en trabajos firmados por Nash o Cenarro.

El equipo trató de dar con la identidad de Katalina consultando las nóminas del batallón vasco llamado Madrid. “No aparece ninguna Katalina en las nóminas del batallón. No aparece ninguna Katalina en los partes de operaciones republicanos ni en ningún otro documento consultado”, concluyeron.

Un vecino de la zona que hace frontera entre Bizkaia y Araba sí recordaba cómo su abuela comentaba que hubo mujeres asturianas combatiendo en la zona, “pero tampoco aseguró que este dato pudiese ser cierto”, contraponen.

Por ello, y en consonancia con la invisibilización histórica de las mujeres, Katalina sigue siendo un misterio. “A pesar de ello, su posición central en el campo epigráfico, casi envolviendo un lateral de la hoz y el martillo, parece indicar su importancia política. En cualquier caso, por el momento, no se disponen de más datos”, lamentan los firmantes del trabajo titulado Grafitis de guerra. Un estudio arqueológico de los fortines republicanos de Ketura (Araba), es decir, Josu Santamarina, Xabier Herrero, Pedro Rodríguez y José M. Señorán.

los grabados En este fortín -muy cercano al Museo de Alfarería Vasca de Elosu- los grabados de la guerra de 1936 se concentran en la superficie exterior de la cubierta. La mayor parte del campo epigráfico se sitúa en la mitad sur de la misma, precisamente en la parte del nido que presenta una altura menor y que, por lo tanto, ofrece unas condiciones “más cómodas” de acceso.

A primera vista y antes de iniciar el estudio arqueológico completo, se apreciaban ya algunas inscripciones: unos pocos nombres propios -Pablo Mendieta, José Luis Garai, capitán R. Alvar, Fidel Fernand o capitán Álvarez-, el nombre del batallón, la fecha y una hoz y un martillo de grandes dimensiones en una posición central. “Sin embargo, hasta que no se realizaron labores de registro nocturno con iluminación artificial y fotogrametría digital, no pudimos ver claramente otras marcas”, especifican.

Estos grafitis o inscripciones entre los que se encuentra Katalina se hicieron sobre cemento en esta zona conocida como Los Parapetos. En la parte central aparecen la hoz y el martillo cruzados, de evidente simbología comunista. “El batallón era de UGT, pero los socialistas en aquel tiempo tenían una mejor colaboración que en la actualidad, de hecho, hemos comprobado que muchos de aquellos milicianos socialistas del Batallón Madrid acabaron siendo comunistas”, analiza Santamarina. Pero, ¿quién fue Katalina? “Ojalá -concluye Santamarina- alguien supiera algo sobre ello. Ojalá hubiera alguna persona que todavía pudiera decirnos si sabe algo sobre ella o aquellas inscripciones”.

El gudari que resistió al interrogatorio de Melitón Manzanas

Francisco Pérez, uno de los últimos gudaris del Batallón Gernika que luchó contra los nazis en la II Guerra Mundial, sufrió en 1943 una semana y media de suplicio al que le sometió el policía torturador

Iban Gorriti

EL 1 de agosto cumplirá 96 años. Francisco Pérez, Paco, es uno de los últimos gudaris vivos de aquel especial Batallón Gernika que creado por el Gobierno Provisional de Euzkadi luchó en el exilio -una vez concluida la Guerra del 36- contra el nazismo en Francia en la II Guerra Mundial.

La edad no le amilana. “¡No! ¡Yo tengo muchas cartas que jugar aún!”, enfatiza quien día a día vive anónimo y sonriente a dos fotos en blanco y negro que conserva con especial cariño. Una, caminando junto a su esposa; la segunda junto a compañeros del Batallón Gernika y su perro. “Mi mujer falleció hace seis meses”, lamenta este hombre que sufrió los interrogatorios del temido Melitón Manzanas, policía donostiarra durante la dictadura de Franco y colaborador de la Gestapo nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Este jefe franquista de la Brigada-Político Social de Gipuzkoa acabaría asesinado por ETA en el que se considera primer atentado premeditado de la organización armada el 2 de agosto de 1968.

“A mí Manzanas me hizo un interrogatorio que duró semana y media. No me dejaba en paz. Era acoso constante. De mí querían que dijera quiénes pasaban armas por la frontera”, explica y aporta que “junto a él, vino otro policía especial de San Sebastián”.

Corría el año “1943 o 1944”, rememora. Eran días en los que se prohibió, por ejemplo, la fiesta de Carnaval y el considerado primer franquismo proseguía el proceso de fascistización iniciado en la guerra para asemejarse a la Alemania nazi y, sobre todo, a la Italia fascista, abortado en 1945 por la derrota de las potencias del Eje: Alemania, Japón, Italia y otros apoyos.

Ante Melitón Manzanas, Pérez, no soltó información alguna. “Por eso, me dijo que yo era el tipo más cínico que había pasado por allí. Es que yo nunca me he acojonado por nada”, subraya con voz firme. Cuando Manzanas acabó con sus interminables sesiones de interrogatorio en una villa de Irun le intentó chantajear. “Me dijo que diría a los republicanos que allí él no había tocado un pelo a nadie, pero ya le dije que cuando el río suena…” Acabó en la cárcel de Ondarreta donde pasó tres meses.

Y es que Paco no pasaba armas, pasaba personas al otro lado del Pirineo. Era mugalari. “Pasé a ocho o diez, todos de mi cuerda, es decir, de ANV. Lo hacía por el río Bidasoa que lo conocía mejor que nadie. Para mí era un juego de niños y nunca cobré a nadie por ello; yo ya tenía mi dinerito de trabajar en la Fábrica de Armas de Hendaia”.

Francisco llegó al mundo en el Roncal, en Jaurrieta, Nafarroa, cosecha de 1922. Era hijo de la ama de casa Manuela, y de Marcelino, militar republicano guarda de fronteras. Tuvieron cinco hijos. Paco fue el benjamín. Al estallar la guerra del 36 y con el avance de los fascistas, la madre con algunos hijos pasó la frontera y se exiliaron en Poitiers. El padre y su hermano Eladio son enviados a campos de trabajadores y África.

El resto de la familia viaja de Francia a Barcelona. “Al acabar la guerra fuimos a Irun. Pero fuimos recibidos como apestados”, denuncia. Con su padre y hermano libres, le tocó a Paco la mili del Ejército de Franco. “Me suscribí a Aviación, en Zaragoza, donde Sanjurjo… Siempre he sido rebeldillo y al destinarme a Tudela me ingresaron en un hospital por una afección a la columna vertebral y al sentirme tan vigilado y viendo que a la mínima torturaban, me las arreglé para escapar e irme a Pau”, rememora.

En la ciudad se encontró con el comandante Ordoki, que “era de ANV como yo y con un grupo de vascos que estaban formando una unidad para luchar contra los nazis e intentar recuperar la República. ¿Cómo lo íbamos a conseguir?”, se pregunta quien participó en batallas históricas.
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“El Batallón Gernika participó en la liberación de la comarca de la Pointe de Grave, en el Médoc, cerca de Burdeos. Durante los combates que tuvieron lugar en abril de 1945, pocos días antes del armisticio, cinco gudaris murieron y una veintena resultaron heridos”, resume el periodista Franck Dolosor, coautor de un documental sobre esta unidad.

“Me siento muy orgulloso -enfatiza Pérez a DEIA- por haber participado en aquellas batallas, por ejemplo, en la ocupación de un pueblo. Es un orgullo terrible. Y te voy a decir más: Moriré sintiéndome un héroe; el resto que me vea como quiera. Quizás soy el último del batallón vivo, pero nunca me he escondido. Cuando te escondes es más fácil que te den un tiro”, apostilla.

La inédita de integrantes de la brigada Gernika es una maravilla. “Entre otros están el capitán Intxausti y nuestro perro, mi perro Asta. Él siempre iba en cabeza de nuestros desfiles. La miro y pienso en reconocimientos. Me han hecho tres homenajes, pero las esferas superiores de la política nos acaban dejando tirados…”

Solo también se ha quedado hace medio año. Por ello, guarda con tanto calor la otra foto, en la que pasea junto a María Agirre, de Deusto, por las calles de Irun. Hoy, vive en una residencia en Bera y es visitado por destacados fotógrafos como Mauro Saravia. “Nosotros -concluye Paco- fuimos aquellos hombres que nos dejamos la piel, que hemos sido buenos y participamos en la eliminación de aquellos que trataron de hacerse con todo el mundo, un imperio. Podemos decir orgullosos, que conseguimos que la cosa no fuera a más”.