El asesinato ilegal y ‘legal’ ante el pelotón

Hegoalde sufrió más de 6.800 casos de fusilamientos durante la Guerra civil

Un reportaje de Iban Gorriti

el Departamento de Justicia del Gobierno vasco contabiliza 2.352 personas fusiladas por los golpistas militares de julio de 1936 y sus acólitos en Bizkaia, Gipuzkoa y Araba durante la Guerra civil, es decir, ochenta años atrás. La Asociación de familiares de Fusilados de Navarra (Affna-36), por su parte, agrega al mapa de Hegoalde la cifra de 3.452 fusilados, de los cuales solo 232 son fusilamientos legales tras juicio sumarísimo.

Acto de homenaje en Hernani a fusilados durante la Guerra Civil.Foto: Iban Gorriti
Acto de homenaje en Hernani a fusilados durante la Guerra Civil.Foto: Iban Gorriti

 

Consultados al respecto, los investigadores históricos y autores del blog Crónicas a pie de fosa, Pablo Domínguez y Aiyoa Arroita valoran que hay un dato “interesante” al respecto. “En Euskadi hay 8.650 personas desaparecidas, de las cuales se sabe con seguridad que 2.352 que fueron fusiladas legalmente, es decir, tras un juicio. Pero hay que tener en cuenta que de esas 8.650 desaparecidas, habrá también otras personas que fueron fusiladas, bien tras caer prisioneras en combate o por represalias tras las líneas enemigas”, analizan.

Estos investigadores comprometidos con la memoria histórica estiman que en Bizkaia y Gipuzkoa no hubo “paseos” tal y como se conocen, es decir, “de grupos paramilitares haciendo desaparecer gente”. Según agregan, solo en Araba y Nafarroa este tipo de fusilamiento se dio “por ser provincias afectas al bando sublevado y no estar en frente de guerra. La limpieza política se hace fuera de la zona de guerra, en áreas seguras y controladas por ellos”. Siempre bajo el juicio de Domínguez y Arroita, los fusilamientos son asesinatos ejecutados por un grupo de personas a un mismo tiempo y que entre ellos hay por lo menos un mando encargado de dar las órdenes, ya sea civil paramilitar o militar según el caso.

Estos estudiosos de Ortuella valoran que durante la Guerra Civil española se dieron cuatro formas de fusilamiento: “sacas”, “paseos” o “paseíllos”, los judiciales y los de “a pie de trinchera”.

Las “sacas” se producían en establecimientos de reclusión, cárceles, calabozos o cuarteles que acababan tras un traslado en sitios inhóspitos y alejados para realizar los asesinatos. “Los paseíllos -valora Domínguez- eran una búsqueda determinada de personas sacadas de sus casas a altas horas de la noche y que culminaban con el asesinato del secuestrado forzoso bajo órdenes siniestras de alguna persona encargada de las ejecuciones extrajudiciales o por grupos de incontrolados sedientos de sangre”.

A estos dos primeros casos, se sumaba el de los fusilamientos judiciales que acababan con el asesinato del encausado después de un juicio sumarísimo que le condenaba a la pena capital, días o meses después.

Y por último están los asesinatos a “pie de trinchera”, es decir, tras ser capturados o rendirse al enemigo en pleno combate. “A éstos habría que añadir los heridos en combate y ejecutados en el mismo lugar donde caen para evitar traslados a hospitales innecesarios para ellos”, apostillan y evocan el ejemplo de un gudari del batallón Otxandiano (PNV) desenterrado a finales de agosto de 2015 en Mendata, el zornotzarra Pedro Uriguen, por la sociedad Aranzadi. Según la tradición oral, “fue ejecutado de un tiro en la cabeza tras negarse por dos veces a decir Viva España y en su lugar decir Gora Euskadi Askatuta”, agregan Domínguez y Arroita.

En este capítulo histórico también hay que recordar a los “piquetes de ejecución”. “No se les debe llamar así porque en realidad no son más que un pelotón de asesinos, voluntarios en algunos casos y obligados en otros”, subrayan estos investigadores de Ortuella.

Un piquete de ejecución estaría formado por un grupo no inferior a tres personas y no mayor de 10, aunque hay casos documentados por fotografías, auténticas o recreadas por los sublevados, en el que aparecen grupos de entre nueve y 18 personas.

“En ocasiones nos preguntan qué tipo de persona se apuntaba a un fusilamiento con su escopeta de caza? Eran iluminados por la patria seguro, un demente también, pero sobre todo un asesino en potencia. De esos estaban llenos los piquetes de ejecución y los grupos de paramilitares incontrolados falangistas o del credo que sean”, valora Pablo Domínguez.

Entre quienes se presentaban voluntarios a matar personas, cabe recordar la presencia del famoso noble José Luis de Villalonga, quien en vida declaró que “matar republicanos era como matar conejos”, se vanagloriaba en sus memorias. Actuaba en Hernani y pudiera ser uno de los que acabó con la vida del sacerdote, tribuno, periodista y escritor José Ariztimuño Olaso, más conocido como Aitzol.

En menor medida, el bando afecto a la Segunda República también practicó los fusilamientos. Concluye Domínguez: “No fuimos santos ninguno de los dos bandos, pero Dios estaba con ellos o, por lo menos, eso decían los franquistas”.

El último gudari de mar vivo

A sus 94 años, Juan Azkarate recibe un homenaje en Donostia como último superviviente de la marina auxiliar

Un reportaje de Iban Gorriti

debemos ser cautelosos cuando escribimos sobre memoria histórica. Muchas veces, demasiadas, caemos en el error de enunciaciones como la siguiente: “El último gudari de…”, y el no saberlo a ciencia cierta lleva a errar. Por suerte, hay más testigos del Eusko Gudarostea del lehendakari Aguirre vivos de los que imaginamos. Algunos, totalmente anónimos.

Juan Azkarate sí lo es. Es el último gudari vivo de la unidad del Gobierno vasco denominada Marina Auxiliar del Gobierno de Euzkadi. Fueron alrededor de mil personas las empleadas en este ejército y se sabe, por su listado, que el de Bermeo que perteneció a Solidaridad de Trabajadores Vascos (STV) es el único con vida. Días atrás, le rindieron un merecido homenaje en el Museo Naval de Donostia.

Si uno acude a conocer la curiosa biografía de Azkarate, Bermeo recibe al visitante con olor inconfundible a mar. Con sonidos de gaviota y volteo de campanas eclesiásticas. Con elegante vestimenta y porte, Azkarate recibe en su hogar al amigo con sonrisa firme, mano nonagenaria sincera y dedos experimentados que señalan al pasado desde un presente futuro.

Al grito de “Egun on, gudari!”, uno traspasa el umbral de su hogar. ¡Hay tanta piel en su cuerpo convertido en cuero labrado por las circunstancias! Héroe anónimo, hace gala de un cerebro que sortea olvido e, incluso, perdón sincero. Todo ello, a pesar de que sufrió una poco civil guerra tras el golpe de estado militar de 1936.

Aconteció poco después de perder a su madre, ahogada en la famosa barra de Mundaka que hoy navegan los surfistas. Eran días de huelga de panaderos en su pueblo y volvía de jornada de recados a Gernika-Lumo en barco. El cuerpo apareció sin vida en Laga. Juan sumaba doce años. Lo recuerda con hondo penar.

Se hizo gudari, de los más jóvenes. Tenía solo 14 años (se lo permitieron tras afiliarse al PNV y a SOV/STV) y una cara de retaco impresa en su ficha de la jefatura de guerra. Su padre, mientras tanto, también se sumó a construir trincheras.

Juan conoció y sufrió el mar, tierra y aire. “Las tres”, sonríe. Tres también fueron las veces que acudió y fue recibido por el lehendakari José Antonio Aguirre. Sufrió campos de concentración de Sur de Argeles e Irun. Cárcel en Larrinaga. Fue testigo de altos mandos que, de algún modo, les traicionaron. Lamenta que a políticos y otras personalidades “ricachuelas” se les facilitara el exilio. Lo reprocha aún.

Fue gudari del Bou Araba y del José Luis Díez. Fue camarero segundo y también ayudante de ametralladora en el bacaladero camuflado de guerra. Navegó en el Euskal Herria. Pasó hambre en la España republicana. Perdió todo contacto estando en Francia y pensó, desarraigado, hacer su vida lejos. Le sonaba bien ir a Venezuela, adonde no llegaría. Coincidió con Olaizola, con el tío del famoso artista fallecido Nestor Basterretxea (exalcalde de Bermeo), con el pintor Barrueta. Salió vivo de bombardeos como el de Barcelona o Granollers.

Se vio obligado a andar un día y una noche entera para ir al campo de concentración de Sur de Argeles, al grito de “alez, alez, y con golpes de culatas de rifle si se paraban”, propinados por los senegaleses encargados de su envío a este enclave perteneciente a Perpignan.

TRAS LA GUERRA La vida, curiosa ella, acabada la guerra le llevaría con su empresa de atúnidos a Senegal. Fue presidente de la Sociedad Azkarate Hermanos y sufrió en el país subsahariano la explosión de un compresor que le dejó ciego por un mes. Incluso mantenía la ceguera cuando regresó al pueblo natural de quienes entre sí se llaman txo.

Sin embargo (agárrense a los mecanismos de defensa de sus emociones), decía, “la guerra, lo sufrido en mi vida, no fue dolor en comparación cuando murió mi mujer el 8 de marzo de 2011. Yo era el primero que hubiera ayudado a que falleciera. Padecía Alzheimer y no hubo un día que no estuve con ella. Cada día le ponían un tubo. Aquello sí fue horrible”, compara con todos sus desastres vividos en la guerra civil y se emociona, la única vez en todo el encuentro.

Sus dos brazos aún portan las iniciales tatuadas de su Rosario Etxebarria Zulueta, aquella redera que conoció al día siguiente de salir de la cárcel bilbaina de Larrinaga, con la que compartió siete décadas. “Si me decían los franquistas qué era E. R., yo les decía que El Rey”, sonríe.

Juan Azkarate (Bermeo, 18 de junio de 1922) comienza a relatar en primera persona sus avatares con un llamativo “nació la guerra el 18 de julio de 1936, yo tenía recién cumplidos 14 años”. Él era un niño “espabilado” hijo de Felipe y Anastasia. El matrimonio tuvo once hijos pero, al morir la madre ahogada, ya solo quedaban, por diferentes circunstancias, cinco vivos. “Me llevaron a verla al cementerio. Dolor, sentí mucho dolor. Recuerdo de noche que los coches del pueblo se acercaron a Mundaka a alumbrar con sus luces la mar para ver si se podía rescatar a alguien. Mi madre sabía nadar, pero las corrientes…”, silencia ante la cámara de vídeo que le graba conmovido.

Un año antes, con once años, ya él mismo decidió dejar el colegio y ayudar a su padre en el puerto. “Era mal estudiante y buen dibujante”. Con el golpe de Estado ni se lo pensó: “Yo voy a la guerra”, dijo aquel que había sido alumno de un profesor republicano. “Esa suerte tuvimos con Don Gerardo Jiménez”, alza la voz y el dedo índice. Al crío le dieron un “jersey de invierno” como uniforme de la Marina Auxiliar de Guerra del Gobierno vasco y le alistaron en el bou Araba. En el Ejército del lehendakari Aguirre le pagaban 400 pesetas al mes. Sin cumplir 15 primaveras ya era gudari. El bou Araba fue a dique seco y en un principio le derivaron a un submarino, pero acabaría en el José Luis Díez y en Burdeos. “Los mandos del barco se pasaron como Goikoetxea al bando de Franco y nos devolvieron a España, a Santander. El viaje fue entre cortinas de humo, una hora de combate a oscuras. Ganábamos por velocidad”, recuerda.

periplo Allí le enviaron al Estado Mayor de Fuerzas Navales del Cantábrico. De ordenanza en tierra. “No conforme, me fui adonde el lehendakari Aguirre. En euskera le dije que quería volver a los bous. Pero me mandó a El Sardinero”. Sin embargo, con los franquistas allí, en el Euskal Herria fue a Asturias. Y en un mercante volvió a Francia. De allí, a Barcelona. Y volvió a visitar a Aguirre. Este le recordaba y le mandó a estudiar al mejor colegio, pero “no me aseguraban la comida”.

Y volvió por tercera vez adonde “José Antonio”, exclama. El lehendakari le destina al consulado de Cuba. “Pedí que me pagaran y me dijeron que 250 pesetas. Yo ni quería acabar en Cuba ni ese dinero, por lo que me fui”, enfatiza. Acabó en Aviación como “único vasco en Gerona”, matiza. Más adelante llegó el horror de los campos de concentración tras no aparecer un mugalari en una misión especial. “Éramos 50.000 en la playa de Argeles”. Y de Irun, los franquistas le llevaron a Larrinaga. Al salir libre, conoció al amor de su vida.

Viaje al mundo clandestino de Agirre en la Alemania nazi

La Euskal Etxea de Berlín recrea la peripecia del lehendakari que vivió unos meses en la capital alemana bajo una identidad falsa y con gafas de bigote

Un reportaje de Iban Gorriti

ESTE año se cumplen 80 años de la investidura del lehendakari José Antonio Agirre, ocho décadas desde la constitución del Gobierno Provisional de Euskadi. A esta efemérides se suma una segunda: el 75 aniversario del paso del presidente por Berlín. Y una tercera: los 60 años de su vuelta de la capital alemana para participar junto a Robert Schuman -uno de los considerados padres de Europa– y otros políticos de la época en un congreso de los Nouvelles Équipes Internationales. Fueron los precursores de la Democracia Cristiana Europea, germen de la actual Unión Europea.

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Para que datos como estos no caigan en el olvido, la euskal etxea de Berlín, la Gernika Deutsch-Baskischer Kulturverein e.V., ha organizado un ciclo de actividades esta semana y una web en la que se abunda sobre los meses que vivió José Antonio Agirre de Lekube en la clandestinidad en la ciudad europea bajo la identidad de “Doctor Álvarez Lastra, natural de Panamá”.

Así, uno de los objetivos es difundir en Alemania y en alemán los escritos originales de Agirre, dar a conocer el estado actual de la investigación en los distintos ámbitos que se entrecruzan en relación con la figura del primer lehendakari y presentar de la manera más amena posible su odisea durante su estancia en Alemania. Agirre era un hacendado doctor en leyes que respondía al nombre de José Andrés Álvarez Lastra en aquel año 1941, y trataba de esconder su fisonomía con unas gafas que contaba le costaron 10 francos, que estaban sin graduar. A ello sumaba un bigote.

Regresó en 1956 ya como líder del Gobierno vasco y miembro activo de la democracia cristiana europea. Vivió camuflado. Y esta semana están presentando un mapa con aquellos lugares que él citaba en un diario. El callejero berlinés se basa en los escritos del propio Agirre. Plasma los lugares y personas más significativos que conoció entre enero y mayo de 1941 en Berlín. El lehendakari fue un exiliado que se movía bajo identidad falsa en la capital del Tercer Reich, pero esto no supuso inconveniente para que plasmara en sus escritos el ambiente social y político que se respiraba en aquella ciudad en plena guerra, ni para dejar de describir el centro político de sus enemigos políticos.

Para completar este mapa los autores se han basado en la edición crítica de sus diarios y en la obra De Guernica a Nueva York pasando por Berlín, escrito por el propio Agirre. Dirigido por la Euskal Etxea de Berlín, el historiador Ingo Niebel ha sido el asesor y autor de los textos.

El mapa muestra lugares como Charlottenburg, donde residió con identidad falsa en una pensión y mantuvo amistad con diplomáticos latinoamericanos. A este lugar hay constancia de que llegó su esposa Mari Zabala -con pasaporte venezolano, también falso, de María Arrigorriaga-, junto a sus dos niños Aintzane y Joseba. El matrimonio se había casado en 1933. Agirre se movía por la legación de Panamá y de la República Dominicana, el Hotel Victoria, la cancillería de Venezuela, el restaurante Tusculum y el hotel Villa Majestic, donde se instaló su mujer con los hijos. “Hitler se mostraba al público desde el balcón de la cancillería del Reich y Agirre asistió como espectador de calle a la recepción oficial del ministro de exteriores japonés en marzo de 1941”, narran desde la euskal etxea y agregan que también acudió de incógnito a las exequías del ex rey Afonso XIII en la catedral de St. Hedwigs, un 13 de marzo de 1941.

También anduvo por Wilhelmtrasse para conocer el centro político del régimen nazi y solicitar la documentación necesaria parar huir a Suecia. Estas visitas las hizo con diplomáticos amigos. En la capital germana recuerdan estos días que Agirre fue el primer lehendakari del Gobierno vasco democráticamente elegido en plena Guerra Civil española.

LUCHADOR ANTIFASCISTA Investigadores como Iñaki Goiogana y Xabier Irujo reivindican estos días en Berlín a un personaje político de primer orden, reconocido unánimemente como “presidente de todos los vascos”, su trayectoria, tanto política como personal que vertebra los años más convulsos del siglo XX. “A día de hoy, la persona del lehendakari Agirre sigue despertando un enorme interés y es una de las pocas figuras políticas de aquella época que concita consenso. Siempre incluyó su proyecto político de Euzkadi dentro de una Europa democrática y ese sigue siendo hoy en día su legado principal”, valoran los impulsores del proyecto.

Desde 1936 fue un firme luchador contra el fascismo internacional, primero en el País Vasco y más tarde en su exilio en Catalunya, Francia y Bélgica. En 1940, cuando la Alemania nazi invadió el occidente europeo, Agirre pasó a la clandestinidad y recaló en Berlín. Desde la capital del imperio nazi, vía Goteburgo, consiguió huir a Sudamérica para, desde allí, llegar a EE.UU.

Una vez afincado en Nueva York, siguió liderando la lucha contra el fascismo y, a partir de 1945, trabajó por la democratización del viejo continente. Tras el final de la II Guerra Mundial volvió a Europa para impulsar la creación de la democracia cristiana europea y falleció de forma repentina en 1960 en París.

Mateo Balbuena, el republicano centenario que todavía publica libros

El comunista Mateo Balbuena, teniente en la Guerra civil, presentó el pasado viernes a sus 102 años su decimoquinto ensayo: ‘La sumisión de las masas’

Un reportaje de Iban Gorriti

SOBREHUMANO”. Con solo una palabra le califica el periodista Aitor Azurki, autor del libro de gudaris y milicianos Maizales bajo la lluvia, a Mateo Balbuena Iglesias, quien llegara a teniente republicano y que el pasado viernes a sus activos 102 años presentó su decimoquinto libro.

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Aconteció en la casa de cultura Ignacio Aldekoa de Gasteiz. El ensayo La sumisión de las masas es una crítica implícita al adocenamiento. “No me he quedado conforme ni esta vez ni hace tres semana en un museo. Me cortan, no me conceden el tiempo necesario para hablar”, denuncia a DEIA quien detecta “deficiencias en la compresión histórica, incluso, por parte de historiadores”.

En tan inusual acto -contados autores centenarios continúan cultivando el pensamiento- estuvo acompañado, entre otros, por José María del Palacio. “Mateo Balbuena es un veterano comunista, crítico con la sacralización de esa ideología, pero al fin y al cabo fiel ese espíritu”, valoraba e iba más allá: “Hace gala de una inquietud y rebeldía por la emancipación social que son el secreto de su envidiable salud a los 102 años”.

Pronto cumplirá 103. “El secreto es pasar hambre: levantarme de desayunar con hambre, lo mismo de comer y cenar. A eso sumo ejercicios físicos y mentales”, explica quien cada viernes baja andando del caserío a Amurrio, a seis kilómetros, para ir a comprar. Regresa en autobús. “Suelo comprar cuatro puros Farias. Los deshago y los fumo en pipa el viernes por la noche, el sábado y el domingo. Entre semana, nada”.

Y continúa cultivando su huerto y escribiendo. Ya prepara el libro número 16. “Me estoy documentando y ambientando en un estudio sobre la sociedad y el Estado. El origen del Estado”, avanza.

el primer libro con 16 años Mateo Balbuena Iglesias nació el 21 de septiembre de 1913 en Villamartín de Don Sancho, León. Fue teniente del Batallón Leandro Carro (PC) y de Carabineros en el Ejército Republicano. Con 16 años publicó en Madrid el relato Nosotros y casi ocho décadas después, ahora, el libro que ha venido escribiendo en diferentes tardes en San Martín de Lezama, concejo que pertenece a Amurrio (Araba). Su caserío perteneció a la famosa familia de músicos Arriaga.

Mateo, quien también residió en Barakaldo y Basauri, fue finalista del Premio Planeta en 1964. Es el mayor de diez hermanos. Por ello le enviaron a servir al comercio de unos amigos. “¿Por qué he tenido que abandonar mi casa?”, se preguntaba. En aquellos días una frase le caló: “Lo que está ocurriendo en Rusia es muy importante”. Comenzó a leer cuanto caía en sus manos y a frecuentar el Ateneo Obrero de Gijón.

En 1932, ingresó en las Juventudes Comunistas y le nombraron Secretario de Agitación y Propaganda. Participó en la huelga del 34 en Oviedo y se trasladó a Cruces. En Barakaldo, participó en la fusión de las JSU de Euskadi y fue secretario local. El 17 de julio de 1936 convocó reunión urgente de la JSU para requisar armas en Olabeaga, Lutxana… “El 22 julio, una docena de milicianos salimos de Bilbao a San Sebastián a rendir a los rebeldes en el Hotel María Cristina. El 24 participamos en el acoso a los cuarteles de Loiola”, evoca.

Amenazada Orduña, se movilizó un centenar de milicianos comunistas, anarquistas y socialistas, en seis camiones, a las órdenes del capitán Espías, y ya encuadrado en el Batallón Leandro Carro, le nombran teniente. “Nos abandonan o traicionan los altos oficiales, pero mi sección se mantuvo dispuesta a resistir”. Tras evacuar Bilbao, es herido en la mano izquierda y le retiran a Santander y a Gijón. Al perderse Gijón, abandona el hospital y en un pesquero llega al El Havre (Francia). Pero retorna al Estado por Figueres. Le nombran instructor de la 65º Brigada. Ante la derrota republicana arenga a su tropa para huir a Francia y continuar la lucha.

Tras 28 días de travesía vestido de civil es apresado en Broto (Huesca), juzgado en Jaca y encarcelado. Queda libre. Logra empleo en una mina ubicada “sobre Bilbao” por las mañanas y por las tardes imparte clase. Retomó la lucha clandestina con el EPK-PCE y en 1942 fue detenido y encarcelado en Larrinaga.

Nuevamente en libertad vigilada, en 1944 se casa con Consuelo Lopetegui, maestra. Tuvieron dos hijas. Abren una academia en Basauri y le reclama el alcalde: “¿Cómo es que yo le he firmado esta licencia si le tenemos vigilado?” Le dan permiso para ser empresario, pero no para ser profesor. “Franqui -por Franco- fue quien nos la quitó y nos dedicamos a vivir de ahorros, de la huerta y a escribir, liberados del capitalismo. Lo digo en este libro: con el capitalismo la clase trabajadora queda aislada, de ahí el lloriqueo. El trabajador sigue por la necesidad de la burguesía de desarrollar sus propios valores. Los artesanos sí son conscientes de su trabajo”.

«Hijo, no digas que eres republicano»

LA BIOGRAFÍA DE TERESA MUÑOZ ES UNA SUCESIÓN DE AVATARES QUE HA LOGRADO SUPERAR, CON LA GUERRA CIVIL COMO TELÓN DE FONDO

Un reportaje de Iban Gorriti

LAS microhistorias de la Guerra Civil en Euskadi son infinitas. La vida puede doler hasta el punto de querer olvidar décadas pasadas, de no hablar de ellas, e incluso peor, en supuesta democracia, tener aún miedo a verbalizarlas por lo mal que se ha pasado y las heridas que ha dejado abiertas. Un consejo de una madre a su hijo: “Manuel, hijo, ten cuidado, no digas que eres republicano. Que nadie sepa lo que piensas”.

Teresa, en brazos de sus padres, en Altza.Foto: Familia Muñoz Minchero
Teresa, en brazos de sus padres, en Altza.Foto: Familia Muñoz Minchero

 

La recomendación es de Teresa Muñoz Minchero, que reside en Las Landas (Francia). A sus 80 años quiere proteger a su hijo ya adulto, como si de una suerte de síndrome de Estocolmo le afectara. Ella las ha visto de todos los colores: es superviviente del bombardeo de Durango, ataque fascista en el que perdió a una hermana y otra, un brazo; su padre falleció en el frente de Elorrio; se evacuó en Bretaña; su marido desapareció en París -donde vivía el matrimonio- y sus dos hijos aún hoy se preguntan cuál era la verdadera identidad de aquel señor, torturado de guerra… La ternura se hizo persona en Teresa el 5 de septiembre de 1935 cuando nació en Altza, hoy municipio anexionado a Donostia. Su padre Manuel y su madre Victorina pertenecían a una familia muy orgullosa de la Segunda República que se había casado únicamente por lo civil.

Pero, un año después, el golpe de Estado de militares españoles truncó toda una vida de progreso. En cuanto los fascistas entraron por Gipuzkoa, la familia se replegó y fue a Durango. Mientras tanto, el padre, Manuel (Villanueva de Tapia, Málaga, 1902), se alistó como miliciano al Batallón Karl Liebnecht del PCE en el que militaban guipuzcoanos, vizcaínos, burgaleses, internacionalistas, navarros, asturianos…

Perdió la vida en combate en Elorrio, el 23 de abril de 1937. “Le apodaban El Niño cuando era quizás el mayor de todos a sus 34 años. “No sabemos dónde está su cuerpo”, lamenta la familia. El comandante del Karl Liebnecht, Modesto Lacuesta Isasi, días antes, perdió la vida en el bombardeo de Elorrio del 31 de marzo. Ese día trágico en Elorrio también lo fue en Otxandio y en Durango. La aviación legionaria italiana, impulsada por Mola, asesinó a más de 336 civiles.

Allí estaba Teresa con tan solo dos años, en brazos de la abuela Victorina, quien hasta que falleció recordaba cómo pasaban los aviones “con cruces negras de San Andrés” y cómo se tiraron al monte pensando estar a salvo y, sin embargo, los cazas les perseguían ametrallando. “Nos contaba que volaban tan bajo que les veían las caras”, enfatiza la familia.

Una hermana de Victorina también llamada Teresa falleció a su lado, por una bomba, y otra que se llama Milagros perdió en ese momento un brazo. La bebé Teresa “tuvo la suerte” -matiza la familia- de que su madre cayó sobre ella al suelo salvándole. “Yo tenía dos años y no recuerdo nada de aquello”, confirma quien reside hoy en una casa entre dos municipios: Tosse y Saubion. “Hay documentos en los que pone que mi hermana murió en Durango fusilada, pero murió por una bomba a mi lado”, corrobora Teresa.

Curada Milagros en un hospital de campaña, todas viajaron en un barco carbonero inglés a la Bretaña francesa. Estando allí, a pesar de la paz, murió otro bebé de Victorina “por una insolación”. Aquella mujer, acabada la guerra no quería volver porque “los alemanes son asesinos, bandidos” y los autodenominados nacionales “decían que los rojos habían quemado Durango y es mentira”, repetía.

En su regreso, los franquistas les dejaron en Irun. Victorina se afincó con los suyos en Hernani. Teresa buscó trabajo en París limpiando casas. Conoció a un español refugiado y tuvieron dos hijos: Manu y Eva. El primero nació en Hernani. La segunda en la capital francesa.

La alegría volvió a tornarse tristeza. El padre desapareció. “Casi no le conocimos. Mi madre no tiene claro cómo se llamaba. Dice que Javier, pero sus amigos le llamaban Mario y también aparece como Gabino. Es triste, pero sé poquísimo de mi padre”, lamenta Manu, el hijo republicano de Teresa. “Tengo el recuerdo -apostilla- de estar comiendo todos en la mesa en Hernani junto a un señor que era mi padre, un torturado en la guerra al que le habían arrancado las uñas de los pies”.

“A veces me paro a pensar cómo hubiera sido nuestra vida sin las guerras: normal, y, sin embargo, nos ha roto todo”, reflexiona Manu. Y además está la no reparación porque “mientras que en Francia los combatientes son héroes; aquí son personas totalmente olvidadas”.