El republicano al que cuatro balas no consiguieron matar

El anarquista navarro José Méndez sobrevivió incólume, incluso, al tiro de gracia en un fusilamiento franquista sufrido en septiembre de 1936 en Oteitza

Un reportaje de Iban Gorriti

Sobrevivió de forma sorprendente a cuatro descargas de un pelotón de fusilamiento el 7 de septiembre de 1936, casualmente en la víspera de las fiestas de su pueblo. Fue el único de los diez disparados que no se confesó ante el cura presente. Permaneció, a continuación, escondido como un topo durante 14 meses. Logró cruzar la frontera francesa. En París, la Gestapo le persiguió durante la Segunda Guerra Mundial y tras años sin saber nada de su familia, cuando se volvieron a reunir, tuvo noticia de que su hija Noemí había muerto con solo nueve años. Migrado a Argentina, José Méndez Arbeloa trató de empezar de cero hasta que al fallecer su otro hijo en el país americano, decidió retornar a su Andosilla natal junto a su mujer, María Francés.

José Méndez Arbeloa y su esposa, María Francés, tras su regreso a Andosilla. Editorial Altaffaiya

José era secretario del sindicato CNT de Andosilla (Nafarroa). Tenía 35 años cuando estalló la Guerra Civil. Para entonces, ya era padre con María de dos hijos: Laureano y Noemí. Era hijo de un jornalero y pescador en barca en el río Ega. Vendían por las calles lo capturado. Más adelante, la familia abrió una yesería.

En este marco, los andolenses supieron que grupos de requetés estaban entrenando a escuadrillas en el valle días antes del golpe de Estado dado por militares españoles no republicanos en julio de 1936. Un cabo de la Guardia Civil animó a José y a otros cinco compañeros cenetistas a que “desaparecieran” por unos días. Uno de los huidos fue su cuñado Agustín Francés. Sin embargo, el sexteto pensó que no había hecho nada. Volvieron el 24 de julio, cuando Andosilla ya era territorio del bando sublevado contra la Segunda República.

Los apresaron y acabaron en la cárcel de Lizarra. En el penal, José vio al cura de su pueblo, Cayo de Luis, que se escondió al reconocerle. El ácrata manifestó siempre que el religioso fue el culpable de que acabaran en el paredón. La saca se produjo el 7 de septiembre. Los diez pensaron que les llevaban al fuerte San Cristóbal. Sin embargo, les conducían en un ómnibus a matar en Oteitza.

Ataron a José con su cuñado Agustín. Un cura confesó a todos menos al dirigente anarquista. Se negó. “Venís a asesinar a inocentes”, le espetó, según testimonio propio recogido en el libro Navarra, de la esperanza al terror, 1936 (Editorial Altaffaiya). Consultado al respecto, un sobrino-nieto de José Méndez, Eduardo Murugarren, evoca las palabras del libertario. “Decía que el cura le pegó con el crucifijo en la boca y que menos mal que lo llevaba atado al cuello que si no se la reventaba. De hecho, siempre dijo que le dolió más el dolor del crucifijo que el impacto de las balas que le esquivaron”.

Fueron un total de cuatro, incluido el de gracia. Él, en todo momento, se hizo el muerto. “El primer tiro me cruzó el hombro, caí. No sé si mi cuñado me arrastró o me caí yo. Había un poquico de cuesta y caí de perfil. Yo no sabía lo que pasaba pero a mí no me pasaba nada”, testimoniaba. Cuando se iban, un ejecutor dijo para darles el de gracia. “Vi el cañón del fusil a un palmo de mi cara. El aire de la bala me pasó entre la nariz y la boca, salpicándomela de tierra”.

Al irse los homicidas, José se desató de su cuñado y vio su roce en el hombro. Asimismo, que otra bala le había atravesado la ropa por delante del pecho, y una tercera por debajo del vientre. La cuarta cruzó un mechero que portaba dentro del bolsillo.

Escondido como un topo

Un día y medio después llegó a Andosilla. Se escondió en una cabaña familiar y fue hallado por un sobrino, hijo de Agustín, de 14 años. Méndez le pidió que no dijera nada a nadie y que le llevara comida, pero la abuela del joven supo que algo pasaba y le acabaron escondiendo en una casa con dos puertas. “Más fácil para poder escapar en caso de verse mal”, agrega Murugarren. Pasó más de un año allí “como un topo”.

Transcurrido este tiempo, tuvo dos intentos de exiliarse tras viajar hasta Iruñea vestido de falangista. Primero, sufrió un chivatazo y saltó del camión en el que iba. En el segundo, llegó a Iparralde. Aún así, decidió sumarse a un batallón republicano e ir a luchar a la Batalla del Ebro cuando casi estaba ya perdida. Ingresó en un campo de refugiados y regresó a Iparralde. Allí, le dijeron en dos ocasiones que fuera a la frontera que estaba su mujer y no pudo hacerlo. Años más tarde, conoció que su compañera nunca estuvo allí. “José tuvo la sospecha de que volvió a ser el cura de Andosilla” quien intentó localizarlo, explica Murugarren.

En 1941, sí pudo abrazarse con María y su hijo Laureano. Faltaba Noemí. Lo supo en ese momento. Su hija había muerto cuatro años antes. Juntos partieron a París y trabajaron para la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Consiguió escapar de la Gestapo, la policía secreta nazi.

En 1953, migraron a Argentina con varios familiares. “Con la guerra fría pensó que a ver si iba a sufrir una guerra más”, enfatiza Murugarren, quien valora que “ha sido una familia de CNT muy castigada. De hecho, sus hermanos Eugenio y Félix, así como tres cuñados, fueron fusilados”.

Desde Argentina, voló Méndez en una ocasión a su tierra para un homenaje antifranquista en Sartaguda. Y tras su regreso a América, acabaría retirándose en Andosilla junto a su mujer, no sin antes sufrir una muerte más: la de su hijo en la república sudamericana.

Pablo Neruda y los refugiados vascos

El literato americano garantizó el viaje del barco francés ‘SS Winnipeg’ a Valparaíso, odisea de la que el 4 de agosto se cumplen 80 años

Un reportaje de Iban Gorriti

EL barco SS Winnipeg zarpó el 4 de agosto de 1939 desde el puerto fluvial francés de Pauillac con 2.074 refugiados de campos de concentración al acabar la Guerra Civil española, entre ellos numerosos vascos. 80 años después se celebrarán actos de recuerdo en el destino del navío, Chile. En concreto, arribaron un mes después, primero a Arica y en la tarde del 2 de septiembre en Valparaíso, donde efectuaron el desembarco al día siguiente. En ese periplo nacieron dos niños.

La trayectoria de Pablo Neruda estuvo vinculada a Euskadi. Foto: DEIA


La epopeya humanitaria fue posible gracias al literato de fama mundial Pablo Neruda, que se llegó a reunir con delegados del lehendakari Aguirre. Por su parte, el exembajador español en Chile, el donostiarra Rodrigo Soriano, del Partido Republicano Radical, salió a recibir al Winnipeg acompañado por un joven político socialista, Salvador Allende, por entonces ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social.

El escritor Julio Gálvez Barraza (Santiago de Chile, 1949) es uno de los investigadores que más ha estudiado este viaje. De hecho, ha publicado el volumen Winnipeg, testimonios de un exilio, ya a la venta. Desde el país andino, Gálvez mantiene en declaraciones a este periódico que “jamás hubo un derroche de talentos como el experimentado en España después de la Guerra Civil. Los españoles libres y pensantes de ese tiempo tuvieron tres alternativas: Enmudecer allí para siempre, adherirse al nuevo régimen o emprender el camino del éxodo e intentar desarrollarse en otra tierra. Chile fue uno de los pocos países de acogida de esos transterrados, y tuvo la fortuna de recibir a parte de ese admirable éxodo”.

Sabido esto, las preguntas se solapan haciendo mención a la figura de Pablo Neruda y su relación con los vascos. En marzo de 1938, quien según el Premio Nobel Gabriel García Márquez fue “el poeta más grande del siglo XX en cualquier idioma”, viajó de Chile a Francia con la misión de rescatar republicanos españoles de los campos de concentración establecidos en el país galo. Durante el trayecto, quien realmente se llamaba Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto hizo escala en Montevideo y Buenos Aires. “Dos ciudades fundamentales en las que consolidaría el respaldo económico para financiar la empresa de rescate”, enfatiza Gálvez.

Chile sufría los efectos del terremoto de Chillán de 1938 y la derecha criolla se resistía a acoger a tanto republicano “rojo”. El país no podía asumir todo el gasto económico de la inmigración. En Buenos Aires, entre la colonia española residente y la solidaridad de los trabajadores argentinos, encontraría parte de los recursos necesarios. Y en Montevideo, el Congreso Internacional de las Democracias constituyó la ocasión ideal para exponer la situación de los refugiados. En el Teatro Mitre de Montevideo, Neruda impartió la conferencia España no ha muerto, en la que reconoce todo lo que le debía a España y lo que los hispanoamericanos podían aprender de su literatura.

El proyecto de asilo político a los refugiados, que había cuajado en Chile, necesitaba de la colaboración de otros americanos. Neruda lo planteó a los delegados al Congreso con el lema “¡los españoles a América!”. En Buenos Aires se entrevistó con los delegados del lehendakari Aguirre, exiliado ya en París. “Logró con ellos un principio de acuerdo -explica Gálvez- para el viaje a Chile de los pescadores vascos refugiados en Francia, que constituían una flota pesquera de excepción por su calidad técnica y la capacidad de sus hombres”.

El poeta no perdía de vista las necesidades de Chile en este proyecto masivo de inmigración. Además, según afirma Neruda en una carta al ministro de Relaciones Exteriores de Chile, “tienen planos de construcción y propuestas extranjeras para barquitos de pesca que se harían en Chile”. Dio un importante paso más: “El presidente Pedro Aguirre Cerda -de ascendencia vasca- me había encargado especialmente traer pescadores y gente vasca, y ya ve usted, ministro, qué bien se presentan las cosas”.

En otra carta escribe a su amigo Víctor Puelma sobre sus viajes a Buenos Aires, Montevideo y Rosario. Que las cosas van “bastante bien” y la proposición de Chile ha sido ya aprobada en la Conferencia Interamericana de Ayuda. “En Montevideo se lanzará una emisión de bonos y se proyecta cuidadosamente el trabajo de traer niños españoles y establecerlos en escuelas-granjas en Chile, pagando la construcción de los pabellones y el mantenimiento de las escuelas. Buenos Aires torcerá pues a Chile su río de ayuda y creo que ya tendré en París dinero para mandar los primeros”.

Semana vasca Pero no fue Neruda el único en el país andino que protagonizó una plausible labor hacia los vascos. Bien lo sabe Gálvez: “Un año antes, en 1938, la poetisa chilena Gabriela Mistral, autodenominada La india vasca, por su férrea defensa de todo lo indígena en América y por su ancestro vasco dado por su segundo apellido (Lucila Godoy Alcayaga), había donado los derechos de su libro Tala en beneficio de los niños vascos, inocentes víctimas, huérfanos o heridos, durante la Guerra Civil”, aporta quien el pasado miércoles impartió la conferencia 80 aniversario, los mitos del Winnipeg en la Semana Vasca en el Estadio Español de Santiago de Chile. “Tuve ocasión de saludar a algunos pasajeros del mítico Winnipeg, entre ellos una señora que tenía cinco años de edad cuando viajó con su familia a Chile, la vasca Ana María Ortuondo”, agradece. En unos días, se recordará con honores aquella odisea.

Las pistolas de Gernika

Una de las 1.153 armas cortas que la Legión Cóndor compró en la villa foral tras bombardearla en abril de 1937 fue un regalo para el mariscal nazi Göring

Un reportaje de Iban Gorriti

Gernika-Lumo, villa foral y también armera. Cuando irrumpió la Guerra Civil en 1936, la localidad ya era el mayor núcleo de fabricación de material bélico en el Estado español. Hoy sorprende saber datos documentados que destapan cómo el nazismo compró en el municipio un revolver al número 2 de su régimen genocida y fundador de las Gestapo, el mariscal Hermann Göring. O, incluso, que una carambola hiciera que una de las pistolas adquiridas por Hitler en el municipio que su Legión Condor bombardeó el 26 de abril de 1937 acabara en manos del miembro de ETA Francisco Javier (Txabi) Etxebarrieta Ortiz y, según datos confirmados, acabara con la vida del guardia civil José Pardines en 1968. Fue el primer atentado de la organización.

Secuelas del bombardeo. En la imagen inferior.DEIA

“La gente al hablar del bombardeo de Gernika solo tiene en mente el 25 y 26 de abril. Parece como que no hay más… Y el ataque continuó después con la presencia de los pilotos nazis y otros mandos en la villa para ver cómo quedó, y la compra de pistolas como souvenirs de su ataque”, asegura José Ángel Etxaniz Txato, de Gernikazarra Historia Taldea en declaraciones a este diario.

Las investigaciones de Etxaniz llevan a saber que la Legión Cóndor compró en el municipio un total de 1.153 pistolas. De ellas, 769 del Modelo 200 calibre 6,35; y 384 del Modelo 300 de calibre 9 mm. “A mí me sorprenden los debates sobre quién sería el culpable del bombardeo: si Franco, Mola o quien fuera que dio la orden. Mientras, sus autores más directos, los pilotos que tenían nombres y apellidos, son desconocidos popularmente”, subraya.

Y para ello también tiene respuesta con un listado de, al menos, 30 nazis. Un ejemplo es Karl von Knauer, capitán y jefe de la Primera Escuadrilla del Grupo de Combate K/88 (Junkers 52) en abril de 1937 y que llegó a teniente coronel del Ejército del Aire de la República Federal Alemana. Dejó escrito: “El 1 de mayo de 1937 fui enviado con otros a Guernica (en camión por mandato del teniente coronel Von Ricthofen y el general Sperrle) a fin de constatar los efectos en Guernica”.

Otro de los visitantes fue el primer teniente Hans-Henning von Beust, jefe en abril de 1937 del Segundo Grupo de ataque y que en el año 1973 era coronel de aviación de la RFA. Detalló que los pilotos eran conocedores de cuál era la situación del frente de guerra el día 26 de abril; de cuál fue la composición de las escuadrillas, de la altura de vuelo y del número de aviones; y de cómo ya el mismo día 26 después del ataque “las tripulaciones fueron animadas a no hablar del ataque y desmentirlo, llegado el caso”.

También estuvieron, entre otros, el Coronel Jaenecke, miembro del Estado mayor de la Legión Cóndor. Veinte años después regresó a la villa armera. “Los primeros testimonios -matiza Etxaniz- de los pilotos fueron recogidos por el Ejército de los Estados Unidos. Posteriormente, el Instituto de Historia Militar alemán recogió de nuevo los testimonios de estos aviadores participantes en la Guerra Civil española y que habían sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial”.

En 1937, Von Knauer, general de la RFA, viajó junto con otros compañeros -hay testimonio gráfico en una fotografía realizada frente a la puerta de las fábricas de armas- y tras visitar los talleres, “hicieron turismo por la localidad, visitando la Casa de Juntas y el Árbol, lugar en el que dejaron constancia de su presencia al firmar en el libro de visitas ilustres, tomo que desgraciadamente está perdido, pero del que tenemos afortunadamente una copia”. Además de a la Legión Cóndor, también surtían a la Aviazione legionaria -coejecutora de bombardeó Gernika y, antes, Durango- o a Franco, directamente. “Las compras efectuadas por los alemanes, como souvenir de su participación en la Guerra Civil española generaron un serio problema administrativo a la empresa que trató de resolver en Burgos”, subraya Etxaniz.

La guía del arma consultada corrobora que las unidades compradas fueron enviadas a Corella, Alfaro, Utebo, Lleida y Morella: “Armas guerniquesas habían combatido en lugares como la Primera Guerra Mundial, en el desmoronamiento del imperio turco o en la guerra chino-japonesa de finales de la década de los años veinte”.

Compra de armas

La compra más curiosa se produjo el 18 de mayo de 1942. En Gernika se registró la venta de una pistola damasquinada y marcada con el nº 533869 con destino a la Embajada alemana en Madrid para ser enviada al jefe de la Lufttwaffe, la aviación alemana, el mariscal Hermann Göring. “También se fabricaron, aquí, miles de armas para Hitler. Una de ellas, que perteneció a la policía de aduanas, cuando se vendió a un contrabandista, llegó a manos de ETA y, sabiendo su número de fabricación, resultó ser con la que Etxebarrieta mató a Pardines”, confirma Etxaniz, a quien le llamaron desde Berlín para ratificar el número de aquel revólver.

El hombre de Aguirre en Venezuela

Se cumplen 80 años de la llegada del primer navío del exilio vasco a Venezuela coordinado por el Delegado del Gobierno vasco en el país americano, Ricardo de Maguregui

Un reportaje de Iban Gorriti

Fue delegado del Gobierno vasco, el hombre del lehendakari Aguirre en Venezuela, país al que llegó en el primer navío que buscó el exilio desde Euskadi. De hecho, fue también el delegado de los hacinados en aquel buque que viajaban con la ikurriña por bandera. El PNV confió en él, en Ricardo de Maguregui, según se conserva escrito en una carta de Luis de Arredondo datada el 23 de junio de 1939 en Anglet (Lapurdi).

“El PNV desea que esta primera expedición de vascos a Venezuela lleve un buen orden, y necesita tener conocimiento de todas las incidencias de lo misma, tanto durante el viaje como a la llegada a Venezuela y mientras van colocándose en los diferentes puestos nuestros compatriotas expedicionarios. Para este fin delega el PNV en usted la representación provisionalmente en tanto se establezca alguna delegación definitiva para este grupo expedicionario”, aporta en su literalidad el periodista Koldo San Sebastián.

Imagen de la tripulación del primer viaje de vascos al exilio venezolano desde Francia, portando la ikurriña. Fotos: Familia Maguregui

Gracias a su tesón se pudo garantizar la permanencia del Gobierno vasco en el exilio. De todo ello atesora recuerdos uno de sus hijos, Iker Maguregui Munitxa. “Nuestro padre nació por partida doble el 9 de julio”, destaca, y detalla que en aquella fecha de 1915 llegó al mundo en Algorta -se cumplen 104 años de ello- y que el 9 de julio de 1939 arribó “sin visa a Venezuela que le extendió sus brazos”. Son 80 años redondos desde entonces.

Amigo del lehendakari Aguirre, colaboró durante la Guerra Civil en el desalojo de heridos y refugiados. Para entonces tenía estudios de marino mercante, comenzó su singladura como oficial a temprana edad y se certificó como capitán de Altura,navegando luego por Europa y América.

Maguregui se vio, como otros, en la tesitura de buscar nuevos horizontes ante el avance de las tropas golpistas que cercaban Euskadi. Logró para su exilio un Igarobide, como detalla el pasaporte euskaldun que poseía “expedido en París el 2 de octubre de 1938 por el Gobierno vasco en el exilio”, subraya Iker.

Fue a principios del verano de 1939 cuando concluyeron las negociaciones entre el Gobierno vasco en el exilio y el Ejecutivo venezolano, que permitiría la migración de los primeros tres contingentes de vascos que arribaron al país caribeño. Una vez acordada la partida por el general Eleazar López Contreras, presidente de Venezuela de la época, tuvo lugar el éxodo del primer grupo.

“A este se sumó mi padre, joven oficial de la Marina Mercante, exiliado entonces en Francia tras la caída del Norte. Durante algún tiempo, había esperado un contrato para navegar en una compañía naviera filipina. Decide ir a Venezuela. Era el único del grupo vasco que aún no había recibido visado”, apostilla su heredero. Sin embargo, en el tren que le lleva a Le Havre para embarcar, Jesús Iraragorri, médico contratado por Venezuela, le entrega una carta del Euzkadi Buru Batzar del PNV nombrándole responsable de la expedición.

Tras atracar en Venezuela, Maguregui envió un telegrama a Villa Endara, sede del PNV, informando de la llegada a puerto. “Como curiosidad, se lee en el pasaporte que el Gobierno venezolano le da el visto bueno de entrada, sin embargo en Francia no ocurrió lo mismo: Nuestra autoridad consular en Le Havre no otorga el visto bueno correspondiente”. Aún así, partió.

Fueron 66 los pasajeros y sus respectivos familiares que conformaron aquel primer grupo de expedicionarios vascos que llegó a Venezuela. “Nuestro padre amó por igual a Euskal Herria y a Venezuela, pues si bien nació en Euskadi, Venezuela lo acogió en esa difícil contingencia, en su condición de exilado al igual que los demás miembros de la diáspora vasca, brindándoles la posibilidad de surgir empezando de cero y formar una familia junto a nuestra madre Iñese Municha”, asevera Iker Maguregui.

Clases en la Armada Vivió 65 años en ese país y falleció en Caracas en 2005. En aquellas décadas, vio la necesidad de crear una sociedad de beneficencia para atender a los heridos, enfermos y demás vicisitudes de los primeros inmigrantes, lo que constituyó el germen de Socorros Mutuos, primera entidad vasca que se creó en el país. Con el Gobierno de Eleazar López Contreras impartió clases en la Armada venezolana y después fundó la Escuela de Marina Mercante, contando con el título número 1 de capitán de Altura.

Como delegado en Venezuela del Gobierno vasco, sucedió a José María Garate. Fundó y dirigió en 1940 la Escuela Náutica de Maiquetía y le fue otorgada la Orden Francisco de Miranda, aportada por el presidente Rafael Caldera en 1997. “El sentimiento de amor por Euskadi y por Venezuela lo heredamos sus hijos y nieto, quienes no estamos dispuestos a olvidar nuestros orígenes. La historia de los Maguregui, al igual que la que no han difundido muchos protagonistas de la diáspora vasca, alimenta el placer por conocer la historia verdadera”, enfatiza Iker.

Los Usatorre Royo, una peculiar saga de marinos de Lekeitio

Los cuatro hermanos acabaron dispersados y abrazando ideologías diversas tras el estallido de la Guerra Civil

Un reportaje de Iban Gorriti

EL periodista Koldo San Sebastián rescata del olvido una dinastía de hermanos marinos de Lekeitio, los Usatorre Royo, llena de curiosidades. “Por ejemplo, uno de ellos fue comunista en Moscú y otro, gudari, acabó siendo capitalista en Estados Unidos”, sostiene. Los cuatro hermanos y una quinta mujer eran de Lekeitio. “Los varones fueron marinos. Formaron una saga a la que el destino llevó por los derroteros más insospechados”, matiza San Sebastián. Los cuatro varones de la calle Ezpeleta pasaron por la Escuela Náutica de Lekeitio. La única mujer contrajo matrimonio y al enviudar, emigró a Francia y Bélgica. Regresó a Euskadi, a Begoña. Tuvo dos hijos: el varón estudió en Francia peritaje electrónico. Fue una única vez a navegar y naufragó. Su única hija vivía en Algorta.

Vicente, el segundo de los cuatro varones, considerado un gran profesional de la mar. Fotos: Koldo San Sebastián

El mayor de los hermanos, Marcelino Juan fue alumno modelo. Trabajó en Euskalduna; se afilió a UGT; hizo rutas por el Mediterráneo; se afincó en en Barcelona donde también se afilió a PCE, y participó en la fundación del PSUC: Partit Socialista Unificat de Catalunya. Fue jefe de la 122 Brigada Mixta La Bruja y teniente coronel de la 27 División del Ejército Popular. Ante el avance franquista, pasó a Francia y fue internado en el campo de Saint Ciprien. Sirvió en el Ejército Soviético, donde fue teniente coronel. Se casó en el frente con Maruja Cánovas, hija de marino. El matrimonio se divorció y ella volvió a casarse con el escritor César Arconada.

Hijo de este lekeitiarra fue Juantxo Usatorre, “uno de los mejores defensas del fútbol soviético”, subraya San Sebastián. Militó en el Torpedo, Spartak, Lokomotiv y en el Dinamo Minsk, mejor equipo de Bielorrusia. El deportista emigró a Barcelona con su madre en 1983. Falleció en esta ciudad en 1989 “debido a un sarcoma en una de sus castigadas piernas”.

Vicente, el segundo, comenzó su vida profesional en la Marítima del Nervión. “Estaba considerado como un gran profesional de mar y uno de esos capitanes que deja huella. Hizo su último viaje con 69 años”, precisa. Se jubiló en 1973 y se mudó a Getxo, donde falleció.

Del tercero de los hermanos, José María, se sabía entonces que un día desembarcó en Filadelfia y desapareció. Cuando su hermano Miguel llegó a Nueva York, trató de localizarle. Publicó un anuncio sin éxito. Gracias a un texto publicado en Lekeitio dio con él. Se supo que como había desertado de un barco, se cambió el apellido por Martin y por ello el anuncio no funcionó.

miguel, gudari en 1936 Miguel, el cuarto, fue gudari en la guerra del 36 y tras ser capturado en Liérganes, fue sometido a trabajos forzados, pasando por San Juan de Mozarrifar (Zaragoza), Huesca, Teruel, Guadalajara y Toledo. Una vez libre viajó a Buenos Aires. En 1942, partió rumbo New Jersey. El 17 de abril fue torpedeado dos veces por un submarino nazi. El capitán dio la orden de abandonar el barco. Auxiliados, atracaron en Nueva York. “En la Delegación del Gobierno vasco recibió un pasaporte (igarobide) con el que recorrió medio mundo”, aporta San Sebastián. Cuando los japoneses atacaron Pearl Harbour y Roosevelt declaró la guerra, la demanda de marinos en Estados Unidos creció. Se enroló en un barco hacia Inglaterra que participó en la invasión de Normandía. “Iban en convoy, atravesando el Atlántico y realizando un zigzag que despistaba a los submarinos”.

Realizó también el mismo trabajo en el Pacífico: por Australia, Nueva Zelanda e India en preparación a las tomas de las distintas islas ocupadas por los japoneses como Filipinas, Guam, Marshall, Iwojima y Okinawa. Recibió medallas de los frentes de guerra del Atlántico y una condecoración del Alto Mando.

Tras la guerra, le destinaron a Filipinas y Okinawa, donde pasó 25 años como capitán y jefe de puerto. Allí se casó con una japonesa a la que le dijo que “fuera a Euskadi a aprender euskera”, sonríe San Sebastián. Se retiró a Arkansas, donde vivió con una pensión del Gobierno. En 1950, consiguió la nacionalidad estadounidense. Un día, entró a Okinawa un barco con oficiales. Llegó quien allí era conocido como Mike. Al entrar a la cámara, los visitantes comentaron en euskera: “A ver si salimos pronto de aquí. Le damos unas botellas, tabaco y listo”. Usatorre les reprochó en euskera lekeitiarra: “¡A ver si pasáis las Navidades aquí!”. Pero: “¿De dónde eres?”, le cuestionaron. Él les respondió: “¡De la misma calle que tu primo que es de mi cuadrilla!”.

Miguel visitó Euskadi en numerosas ocasiones. En 1969 sufrió un atraco a mano armada. “Le robaron 700 dólares y un reloj. La noticia se publicó en ABC”. Mike envió a su hija a estudiar a la ikastola de Errenteria. Falleció el 15 de marzo de 2000. Se encuentra enterrado en un cementerio de Arkansas. “¡Hay que ver la guerra cómo dividió a los Usatorre por el mundo!”, concluye San Sebastián.