El bombardeo ‘católico’ que mató a religiosos en Durango

Dos curas que celebraban misa y más de una docena de monjas perecieron hoy hace 82 años en el ataque aéreo fascista que asoló la villa vizcaina

Un reportaje de Iban Gorriti

Monjas de Santa Susana asesinadas. Fotos: Archivo Municipal de Durango, Sabino Arana Fundazioa y Gerediaga Elkartea

Hoy se cumplen 82 tristes años del bombardeo en el que tres estados antidemocráticos masacraron la villa de Durango: la España militar golpista de 1936, la Italia fascista y la Alemania nazi. “Las fuerzas aéreas atacarán sin consideración de la población civil”, dejó ordenado con saña el coronel Vigón, tras firmar su compañero Franco las operaciones el 21 de marzo de 1937.

De ese irracional modo, con 281 bombas y numerosos cazas italianos ametrallando, asesinaron al menos a 336 personas de todas las edades y de los dos bandos de la Guerra Civil. Los proyectiles no hicieron distinción entre molistas y republicanos. Es más, como el propio jefe del estado mayor de la Legión Cóndor, el nazi Wolfram von Richthofen recogió en su diario, “es como si las bombas hubiesen buscado precisamente las iglesias”. Así fue y en un instante sagrado: a la hora de comulgar. También fueron destruidas 285 casas.

En las iglesias perdieron la vida numerosos fieles católicos y también sacerdotes y monjas. Es el caso del asturiano Carlos Morilla en la parroquia de Santa María de Uribarri, de Rafael Villalabeitia en San José Jesuitak y de más de una decena de agustinas en la iglesia Santa Susana del convento Santa Rita. Otros religiosos también fueron protagonistas aquellos días por diferentes curiosidades. Así lo narran a DEIA el investigador iurretarra Jon Irazabal Agirre y el responsable del Archivo Municipal de Durango, José Ángel Orobio-Urrutia. Ambos citan a curas de la villa vizcaina como Miguel de Unamuno -no confundir con el famoso literato bilbaino-, José Echeandía o José Dañobeitia.

Poco se ha escrito sobre esta comunidad religiosa bombardeada precisamente por el bando que lanzó un órdago a la legítima Segunda República y que se postulaba como “cristiano, apostólico y romano”. Carlos Morilla Carreño ha sido el más conocido. Incluso en la prensa internacional se le citaba como el sacerdote que murió bajo las bombas mientras alzaba la forma sagrada en Santa María de Uribarri.

Lo que no explicaban es que llegó a Durango gracias a su hermano Guillermo que, como aporta Orobio-Urrutia, era el “notario” del municipio y miembro del partido Izquierda Republicana. “Llegó a representar a Bizkaia en actos de Madrid”, subraya Irazabal, y detalla que “vino a Durango por tranquilidad. Los curas en Asturias no lo tenían fácil”.

“En un documental que hicimos en Gerediaga -habla Irazabal- grabamos al monaguillo que quedó sepultado entre los escombros junto al cura, Rafael Cuevas. Decía que tras el bombardeo rezaron un rosario juntos hasta que el sacerdote dejó de hablar”. El Gobierno vasco editó una revista con una imagen de aquel monaguillo como portada.

El gobierno franquista de Durango, más adelante, elaboró un informe sobre Guillermo Morilla en el que le citaba como presidente del Comité de Durango afecto al Frente Popular que en Bilbao ocupó un alto cargo. Añadía que había sido designado asesor jurídico de la Consejería de Abastecimiento y Comercio de Ramón Aldasoro. “Orientador de todos los partidos políticos izquierdistas de la villa; director de todo movimiento antifascista, no se hacía nada sin contar con él. De una conducta muy mala políticamente y muy peligroso hacia el Glorioso Movimiento Nacional”, según el Archivo Municipal de Durango.

Formas sagradas La figura de Rafael Villalabeitia Maurolagoitia, muerto en la iglesia de San José, está sin estudiar. Se sabe que fue sepultado en el panteón de los jesuitas de Durango, que acogió restos de 27 religiosos que se han exhumado y ahora reposan en Loiola. Algunas fuentes aseguran que no quedaban religiosos ignacianos tras ser expulsados por la República en 1932.

Consultado al respecto, el superior de la comunidad de Durango, Koldo Katxo, confirma que “sí era jesuita. Tras la expulsión, algunos fueron acogidos por las clarisas, es decir, se quedaron aquí de forma clandestina. Villalabeitia fue uno de ellos”. Katxo apostilla que en una lista de fallecidos del bombardeo se citaba “a un hermano jesuita”. Aunque ya no queda constancia de ello en el cementerio de Durango, la fecha de enterramiento de Villalabeitia “era incorrecta”, recuerda Irazabal.

Otro cura recordado es José Dañobeitia. Fue quien recuperó las formas sagradas y cálices tras el ataque. Una fotografía muestra cómo algunos hombres las custodiaban a la altura de la actual biblioteca municipal de Komentukalea. “Don José fue a por las formas y le pararon los pies porque iba vestido de civil debido a que era capellán militar, y solo los curas podían tocarlas. Al presentarse pudo hacerlo. Había acudido a Jesuitas a ver qué era de sus hombres porque el templo era también cuartel”, matiza Irazabal.

Orobio-Urrutia agrega a la lista al cura durangués Miguel de Unamuno, capellán de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Tavira. Del bando golpista, fue fusilado por los republicanos el 4 de enero de 1937 en Larrinaga, Bilbao. José Echeandía era carlista y párroco de Santa Ana de Durango, encarcelado el día 24 de julio de 1936 y puesto en libertad en abril de 1937. Escribió y publicó el libro La persecución roja en el País Vasco, memorias de un ex cautivo. “Se arrepintió de editarlo e intentó hacer desaparecer todos los ejemplares. Hacía la revista Tavira”, explica el archivero. Irazabal coincide con él. “Sí, ejemplar que veía lo compraba y lo quemaba”.

Las religiosas de Santa Rita también conocieron la muerte. El rotativo Eguna comunicaba “la muerte de monjas agustinas de Santa Susana con plomo y hechas pedazos entre polvo, sin pies, sin manos. Sus inmaculados cuerpos llenos de sangre. Un total de 12 monjas y su ayudante. El resto, vivas y heridas”. La duranguesa Paula Azcárate vivió con estas agustinas: “Dicen que en el bombardeo murieron 13 monjas, con la muchacha, Mari Bergara, pero no, fueron 17. Algunas por la tarde cuando escapaban”, asevera.

El segundo adiós a la bandera ugetista de Ortuella

Goya Ruiz bordó una enseña que fue incautada por los franquistas en 1937 y que ha vuelto al municipio minero de forma temporal 82 años después

Un reportaje de Iban Gorriti

Dejó su firma bordada en la bandera de la casa del pueblo de Ortuella en 1932 sin prever que cuatro años después aquella inscripción la podía delatar durante la estallada Guerra Civil. A sus 25 años, cosió su nombre con mimo en el borde superior derecho de aquella seda roja. Era Goya Ruiz Ibarra, nacida, crecida, fallecida y sepultada en el barrio Nocedal del municipio minero.

Retrato de la bordadora Goya Ruiz Ibarra.Familia Ruiz Ibarra

“Lo interesante en este caso es que detrás de la bandera no hay solo un pueblo o una ideología, sino una persona, una mujer, y hemos podido saber quién era y contactar con su familia”, detallan satisfechos Pablo Domínguez y Aiyoa Arroita, miembros de la Mesa de la Memoria Ortuella e investigadores del blog Crónicas a pie de fosa.

El estandarte sindicalista ha estado expuesto en Ortuella este mes y volverá al centro que la conserva, a la colección del Museo de la Sociedad Amigos de Laguardia. “Para antes del 31 tengo que bajar a entregarla”, agrega Domínguez.

Goya Ruiz Ibarra llegó al mundo en 1907. Bordadora, elaboró la bandera de la “U.G. de T” -como se lee en el paño- para la casa del pueblo del PSOE de Ortuella. “La bordó de forma gratuita, ya que ella era militante del sindicato obrero socialista”, aportan los investigadores.

Fue ella misma quien relató a su familia su labor al hacer la bandera y el suceso de su desaparición. Consultada al respecto su sobrina Mari Cruz, relata a DEIA que “nos hablaba muchísimas veces de ella, pero pese a que vivió sus últimos años en mi casa no sabía cómo era y verla en la exposición ha supuesto una emoción terrible. No sabía ni que pudiera estar bien conservada”, enfatiza Mari Cruz Fernández Ruiz, de 83 años y residente en la actualidad en Castro Urdiales.

El estandarte tiene cuatro años más que Mari Cruz, 87. “La historia -expone Domínguez- nos cuenta que tras ser incautada como trofeo de guerra por los soldados franquistas el 23 de junio de 1937, quedó en posesión de alguno de ellos. Los soldados las vendían o cambiaban por comida a quien las quisiera, al igual que cualquier otro material que cayese en sus manos. De esa forma nos cuentan que llegó la bandera a la colección de la Sociedad Amigos de Laguardia”.

Goya sufrió represalias por haberla bordado y por su afiliación sindical republicana. “Algún vecino o vecina la denunció por ello ante las nuevas autoridades franquistas, aunque al final la soltaron a los pocos días”, según explican desde la Mesa de la Memoria Ortuella.

La sobrina de la bordadora cuenta que sus dos hermanos Jesús y Flora también abrazaban el dogma socialista heredado de sus padres Cruz Ruiz, de Güeñes, y Dolores Ibarra, de Sodupe. “Goya fue siempre de UGT. De hecho, nos contaba que con la bandera solía salir en aquellos tiempos a las manifestaciones. Ella misma la portaba con su forma de ser alegre, de cantar en todo momento. Siempre fue socialista”, recalca Mari Cruz. A continuación matiza que “la bordó en su casa, no en la casa del pueblo como he leído por ahí. Así nos lo hizo saber ella, una mujer que dibujaba muy bien”. Después de la guerra regentó un pequeño local de bordado en Ortuella para tener su jornal. “Cosió mucho para Las Arenas, Algorta, Gallarta… Mi hija, tras haber visto sus bordados y dibujos, en cuanto vio la bandera en la exposición supo a primera vista que aquella era la letra de la tía Goya. La reconoció al instante”.

Encuentro emotivo Este “trofeo de guerra” se ha expuesto en varias ocasiones (1994 y 2016) en Laguardia y esta ha sido la primera vez que ha partido de su lugar de custodia para regresar a la localidad donde fue capturada hace ahora 82 años. En Bizkaia ya estuvo en Maruri-Jatabe, y en Gipuzkoa en Oñati.

El contacto con la sociedad de Laguardia fue muy amable y cortés. “Extendimos suavemente la bandera como si fuese el último objeto conservado de nuestra historia. El momento fue muy emotivo para nosotros, alejado de cualquier interés político. Era la bandera de un sindicato de Ortuella desaparecida durante la guerra y con eso nos bastaba, historia primero y memoria después. Regresaba a Ortuella tras 82 años de exilio forzoso en concepto de cesión para la muestra”, subrayan Arroita y Domínguez.

La bandera es de gran tamaño y está realizada en seda de color rojo con la leyenda bordada en mayúsculas Casa del Pueblo U.G. de T Ortuella y “unas manos en el centro dándose la bienvenida también bordadas. Sobre y bajo ellas tienen lo que suponemos son dos ojos bordados esquemáticos”.

La familia de aquella luchadora antifascista agradecería que la bandera se conservara en Ortuella. “A mí me gustaría que se quedase aquí, aunque ya me han dicho que se la llevan de nuevo”, lamentan. Los investigadores aseguran que en el municipio no hay delegación de UGT y que el Gobierno español decretó que no se han de devolver los trofeos de guerra. “Sería bonito que el Museo la donara al pueblo, eso sí”, concluye Domínguez.

Del exilio en Hendaia al Archivo de Salamanca

La familia de Miguel Segurajáuregui Olalde entregó hace diez años al centro los documentos de la República que llevó consigo y custodió en Lapurdi .

Un reportaje de Iban Gorriti

Se cumplen en estos días 10 años de la donación al Archivo de Salamanca del Archivo del Consulado de España durante la II República que el miliciano socialista, a la postre comunista, Miguel Segurajáuregui Olalde custodió en Hendaia durante la Guerra Civil. Fue una actitud ejemplar y su familia siempre quiso materializar el deseo de aquel miliciano de entregar los documentos al Ministerio correspondiente.

Documento con el que el Servicio de Migración de México le permitió la entrada y residencia en el país por un periodo de un año, prorrogable. Fotos: Familia Segurajáuregui

“Cuando entregamos el archivo de nuestro padre en Salamanca nos movía también el pensar en cuántos como nosotros buscaban recuperar la historia familiar. Ha sido difícil encontrar información de la nuestra, tal vez porque no sabemos dónde buscar”, aportan Manoli y Juanjo, hijos del cónsul republicano exiliado, que residen en Morelia, Michoacán (México).

La visita al archivo salmantino les sirvió al mismo tiempo para obtener más documentos personales de su familia. “Rescaté cartas personales de mi padre que fueron confiscadas. Fue en el periodo en que tuvo que exiliarse a la URSS después de lograr huir de una cárcel de Pamplona, donde fue encarcelado por la Revuelta de Octubre de 1934”, resume Manoli a este medio.

Las credenciales informan de que Miguel nació en Bilbao y tuvo su domicilio en el portal 14 de Castaños. Llegó al mundo como hijo de Gabriela Olalde y Juan José Segurajáuregui el 29 de septiembre de 1902. De profesión, en unos documentos aparece “comercio” y en otros “técnico electricista”.

Casi un año después del comienzo de la guerra tras el fallido golpe de Estado de militares españoles en julio de 1936, el 7 de mayo de 1937 fue “propuesto por las Organizaciones antifascistas de Euzkadi para el cargo de Comisario delegado de Guerra de Brigada”, según dicta un documento aportado por la Sociedad de Ciencias Aranzadi.

El 20 de diciembre de 1938, el bilbaíno recibió su pasaporte diplomático que le acreditaba como cónsul de España en Hendaia para Europa. Se validó en Barcelona con el visto bueno del presidente de la República. El 1 de febrero de 1939 se ampliaron los efectos del pasaporte “para todos los países del mundo”.

El 2 de noviembre de 1940, el Servicio de Migración de México le permite el ingreso en el país azteca por un año, prorrogable eso sí, así como la residencia en la capital de esta república americana. El carnet, con dos fotos, una de frente y otra de perfil derecho, indica que fue Indalecio Prieto quien dio referencias positivas sobre su persona, que medía 1,68 metros, era de constitución fuerte, tenía pelo castaño y ojos “café” y una “cicatriz en el lado derecho de la frente”. También detalla que llegó al otro lado del Atlántico junto a su “hermana y sobrino”.

Ley de Memoria Histórica “Mi padre fue miliciano y cónsul de la II República en Hendaia entre 1838 y 1939. Llega a México en octubre de 1940 y muere aquí en 1952”, confirma Manoli. La Fundación Pablo Iglesias le recuerda como miembro de la UGT y afiliado al PSOE en el País Vasco. Durante la Guerra Civil fue comandante intendente de la Plana Mayor del Batallón 7º de la UGT, llamado Asturias (47º de Euskadi) y desde abril de 1937 comisario político de la unidad.

El Batallón 7º de la UGT, Asturias o 47º del Euzkadiko Gudarostea lo mandaba, según investigación de Francisco Manuel Vargas Alonso, el comandante Rogelio Castilla Alcalde, secundado por el intendente Miguel Segurajáuregui Olalde. Martín Sola López era teniente ayudante. “Todos ellos se vieron, como el resto de la oficialidad, al frente de una unidad de Milicias que ejemplifica lo que la guerra, con su crueldad, significa en cuanto a ejercicio de la violencia”, valoraba Vargas Alonso en su tesis doctoral titulada Milicianos. Las bases sociales del Frente Popular en Euskadi y la defensa de la República.

La Fundación Pablo Iglesias agrega que Segurajáuregui fue después cónsul de España en Hendaia (Lapurdi) y pasó a militar en el Partido Comunista de España. Exiliado en Caracas (Venezuela), se trasladó a México en octubre de 1940 y trabajó como agente de la Compañía de Seguros Anhauac.

“Poco más sabemos”, lamenta Manoli, y agrega que “lo que puedo decir es que salió de Francia con todo el Archivo del Consulado. Mi madre siempre nos dijo que ese archivo debía regresar a España. Y así fue. Con la publicación de la Ley de Memoria Histórica, en 2009 lo entregamos al Archivo de la Guerra Civil de Salamanca”.

Interno en Gurs Y no fue el único antifranquista de la familia bilbaína. Su hermano mayor Luciano, marino mercante, estuvo interno en Gurs y logró llegar a México antes que Miguel, “pero regresó a Francia dispuesto a luchar contra los nazis. Murió en Holanda según un recorte que conservo de un periódico del PC”, señala Manoli.

La hija del cónsul estima que los registros de nacimiento de su padre y de su tío Luciano “los hicieron desaparecer porque logré obtener el acta de matrimonio de mi abuelo Juan José, que se casó en Araotz y el caserío donde vivió existe y ha quedado en la familia ampliada. Tampoco queda claro cuál es la línea familiar con ellos”, valora esta hija de exiliados vascos.

Manoli consiguió asimismo el registro de nacimiento de la hermana mayor Luisa, también miembro de la UGT. “No lo encontré de la hermana más pequeña, Presentación. Menciono a esas dos hermanas porque también llegaron exiliadas a México; Luisa y Luciano con un sobrino de 9 años llegan primero y Presen y mi padre después”, explica quien antes de entregar los originales al Archivo de Salamanca hizo copias para guardar en su hogar, en su hoy ya memoria colectiva.

El frío regreso de la URSS a Santurtzi

Los niños de la guerra exiliados a Rusia testimonian en el documental ‘Huérfanos del olvido’ el trauma de volver a un país distinto al que soñaban. “Costó mucho”, afirman .

Un reportaje de Iban Gorriti

EL regreso a Euskadi de aquellas personas que fueron exiliadas durante la guerra de 1936 fue un trauma que muchas aún no han superado. Es el caso de las protagonistas del nuevo documental Huérfanos del olvido, del realizador burgalés Lino Varela, quien recoge testimonios vivos y desgarradores de mujeres y hombres del Estado que fueron evacuados a la URSS en barcos como El Habana.

Palabras directas de su corazón a la boca, enfatizan que cuando volvieron no se encontraron el país que esperaban, aquella patria de la que les hablaban. No existía. Era un Estado totalmente distinto y de hecho, matizan algunas, aguantaron por sus familias. “Fue dura la adaptación” o “costó mucho”, señalan.

Niños exiliados a Rusia en 1937 en una imagen del documental ‘Huérfanos del olvido’, del realizador Lino Varela.Foto: Archivo Guerra y Auxilio

Una de ellas es Vitori Iglesias Martínez, de Santurtzi, actualmente de jóvenes 87 años. “Yo llegué 20 años después y me dijeron que aquella era mi madre. No sentí nada. Yo no la reconocía. Ni amor ni cariño. Nada”, detalla a este medio. De hecho, en el transcurso de la película se derrumba -“soy muy llorona”, advierte- y atestigua que “nos querían cuando estábamos lejos. Cuando estábamos cerca ya no nos querían”.

Iglesias zarpó de su villa marinera junto a su hermano, Francisco. Este último acabó luchando junto al ejército ruso contra los alemanes en el cerco nazi de Leningrado, episodio del que se han cumplido 75 años a finales de enero. “Hemos estado en San Petersburgo, nos invitaron y hasta Putin estuvo en el acto de conmemoración”, agradece.

Pero volvamos al puerto de Santurtzi. 1937. Fueron unos 3.000 niños y niñas los que desde diferentes puntos del Mediterráneo y del Cantábrico acabaron atracando en la Unión Soviética, en una acción solidaria que trataba de apartar a los menores de los frentes de batalla, de salvarlos de los horrores de una guerra en la que, por primera vez en la Historia la retaguardia, las ciudades alejadas de los frentes y la población civil habían acabado siendo objetivos militares -luego se reprodujo una situación parecida por activa y por pasiva durante la Segunda Guerra Mundial-.

De este modo lo detalla Pelai Pagès i Blanch, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona: “Los niños y niñas siempre eran las víctimas inocentes de la guerra y en el caso de la guerra civil no faltan episodios dramáticos de niños muertos en injustos bombardeos protagonizados por la aviación fascista. De los casi 33.000 niños que fueron acogidos en diferentes países de Europa y México para salvarlos de los horrores de la guerra, casi el 10% llegó a una Rusia pletórica en demostrar su solidaridad con la España republicana”.

Estreno en Moscú Vitori, nacida el 12 de febrero de 1932, recuerda que a su salida de Santurtzi les bombardeaban desde el aire. Llegaron a Francia y allí subieron al vapor galo Sontai. “El viaje duró como una semana”. A sus cinco años, les dijeron que estarían fueran de casa “tres o cuatro meses, y fueron 20 años”, subraya la coprotagonista de Huérfanos del olvido, filme que pudo materializarse con el apoyo a la asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE) de Madrid con motivo de un viaje a Rusia por el 80 aniversario del exilio en 2017. Una exposición de este comprometido colectivo y la película itinera estos días por el Estado. Está a falta de fecha de proyección en Euskadi, según confirma a este diario Dolores Cabra, de AGE. El director Lino Varela aporta que “la película se estrenó el pasado mes de noviembre y actualmente está en fase de explotación comercial tanto en festivales como en cines y televisión. El próximo 30 de marzo la estrenamos en Moscú”.

Llegado a suelo en paz, en un principio todo fueron alegrías y agradecimientos. Hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial. Sufrieron un segundo exilio. “De vivir como reyes en Leningrado y Moscú”, les evacuaron por el río Volga a Saratov, a 850 kilómetros de la capital. “Del 41 al 45 fueron los peores años de mi vida. No llegaba comida, los inviernos eran durísimos. Morían algunos de los españoles”, lamenta Iglesias y va más allá: “Había hórreos con trigo, cebada, avena… pero lo primero era para el ejército. Nosotros robábamos haciendo un agujero y podíamos comer pequeños talos”.

Les faltó alimento, pero no educación. “Aún estando enfermos, venían a darnos clase a la misma cama, de la que no nos podíamos levantar por el frío que hacía”. Ella acabaría sacando el título de Técnico Agrónomo. “Se nos educó en español en todos los aspectos. De hecho, el gobierno pagaba un sueldo por estudiar, ya que lo consideraban un trabajo mental”, matiza.

Al acabar la guerra les enviaron a Moscú y se encontraron con una encrucijada para volver a casa. “Stalin dijo que solo nos devolvería cuando España fuera una república, ya que de una república habíamos llegado a la URSS. Y por el otro lado, Franco no nos quería porque nos consideraba espías. Al final, el regreso se dio por la Cruz Roja en 1956”. Entretanto, cartas las justas y a través de personas en terceros países. “Yo mandaba una carta a Francia y de allí la enviaban a casa”.

Críticas a Vox Y tocó el reencuentro. Frío. “Me fui con 5 años y volví con 25. Llegué a un mundo totalmente distinto. De hecho, ni nos daban DNI, solo una tarjeta amarilla y en la de mi hermano ponía prófugo. Fue muy dura la vuelta”. Su padre había fallecido cuatro años antes. “Murió con las ganas de volver a verme después de dos décadas de sufrimientos”, explica quien el viernes tomó parte en la manifestación por el Día internacional de las mujeres en Bilbao. “No podía faltar tal y como están las cosas. Lo de Vox es una vergüenza. Con tantas mujeres que están matando y que digan lo que dicen. A ratos quito la tele. Es indignante. Quieren llevarnos a los tiempos que sufrimos”, señala.

Los presos que llevaron el tren a Bermeo

Franco inauguró en 1955 la vía de ferrocarril construida por ‘libertos’ del dictador procedentes de diferentes lugares de España. Algunos se quedaron

Un reportaje de Iban Gorriti

el próximo año se cumplirán 65 años de la llegada del ferrocarril a Bermeo gracias al trabajo de esclavos de Franco de la Guerra Civil, a quienes nadie nunca ha reconocido lo suficiente esta labor, como no lo hizo el dictador el día de la inauguración de la vía el 16 de agosto de 1955.

Guardias civiles sobre un puente vigilando a los presos trabajadores. Fotos: Archivo del Museo Vasco del Ferrocarril

Entre aquellos presos había un grupo denominado libertos, algunos de ellos vascos. El director del Museo Vasco del Ferrocarril de Azpeitia, Juanjo Olaizola, los define como “antiguos presos que, al ser condenados a destierro y no poder, por tanto, regresar a su tierra natal, optaron por continuar trabajando en sus antiguos puestos”. El investigador hace un paralelismo con los trabajos forzados del Valle de los Caídos de Madrid. “También allí hubo libertos que tenían que seguir picando piedra para ganarse la vida. No tenían otro recurso, porque no podían volver a su pueblo por ser declarados peligrosos y estar en libertad provisional”, subraya.

Aunque para algunos eran anónimos, aquellos libertos de Busturialdea tienen nombre y apellido. Es el caso de Antonio Jiménez Navarro, padre del reconocido escritor de Mundaka Edorta Jiménez, y también José Martos Justicia, Manuel Miguel Pastor Escribano o Miguel Martínez Márquez. Los tres primeros de Jaén, y el cuarto de Málaga.

Antes de conocer pinceladas de la vida de Jiménez, Olaizola precisa a este diario que la mano de obra de presos y penados interviene en el ferrocarril de Amorebieta a Bermeo en dos etapas diferenciadas. La primera, tras de la caída de Gernika en manos del ejército golpista que había provocado la Guerra Civil. Este periodo se prolongaría hasta 1945. La segunda, desde la creación del destacamento penitenciario de Bermeo el 21 de enero de 1953, hasta su disolución el 30 de mayo de 1958. “En la primera etapa -matiza el investigador-, la inmensa mayoría de los penados eran represaliados republicanos, gudaris, milicianos y soldados, mientras que en la segunda eran principalmente presos condenados por delitos comunes”.

También hubo, como curiosidad, un comandante acusado de un delito de “fraude a la intendencia militar”, y cuatro guardias civiles que fueron condenados en Consejo de Guerra el 5 de junio de 1955 por quebrantamiento de consigna y cohecho, en un caso de contrabando de diversos materiales.

Aunque los libertos eran en principio trabajadores libres, continuaron sujetos a la disciplina militar de los destacamentos de trabajadores de los que seguían formando parte, siempre bajo la amenaza de que cualquier denuncia podría quebrar su régimen de libertad condicional. “Muchos de ellos, al no disponer de un domicilio, establecieron su residencia provisional en las propias dependencias del centro de reclusión, situado en la calle de los Tilos, en el antiguo colegio de los Agustinos. Incluso los habitantes de la comarca difícilmente distinguían entre penados y libertos”, matiza Olaizola.

Finalizada la reconstrucción de Gernika, los libertos continuaron trabajando en diversas obras realizadas en la comarca, como en la construcción del ferrocarril entre Sukarrieta (hoy Busturia-Itsasbegi) y Bermeo. De aquel grupo, Olaizola halló hace quince años certificados en el Centro Penitenciario Bilbao, en Basauri.

El padre del literato Edorta Jiménez, Antonio Jiménez Navarro Remolín, era natural de Villagordo, Jaén. Fue sentenciado en Consejo de Guerra, en Córdoba, a 20 años por el delito de rebelión militar. Desde la cárcel andaluza lo destinaron a Gasteiz en 1940. Un año después, a la bilbaina de Larrinaga, “aunque ante la saturación de presos de esta dependencia fue recluido en el centro penitenciario que había sido establecido en la fábrica de la Tabacalera”.

Decretado su traslado a Madrid, no llegó a efectuarse la orden. En 1943, fue encuadrado en batallones de trabajadores que desarrollan su actividad desde la prisión provincial de Bilbao. “Con el fin de iniciar la tramitación del expediente de libertad condicional, la prisión provincial de Bilbao solicitó informes al Ayuntamiento, Delegación de Falange y Guardia Civil de Villagordo, con resultados negativos, ya que las tres entidades coincidieron en señalar sobre Antonio Jiménez Navarro: con frecuencia sería increpado por el vecindario, al tratarse de un exaltado anarquista y de un sujeto peligroso para nuestro régimen”.

A pesar de que un informe del médico de la prisión provincial de Bilbao certificaba que Jiménez padecía “insuficiencia mitral compensada y por tanto se considera inútil para el trabajo”, fue trasladado al destacamento penal de Gernika trabajando a partir de esta fecha en las obras de reconstrucción de esta ciudad, así como en las de renovación y mantenimiento del ferrocarril de Amorebieta a Sukarrieta.

destierro En 1943, obtuvo la libertad condicional con destierro, por lo que, ante la imposibilidad de regresar a su tierra natal, debió optar por continuar trabajando por cuenta de las diversas empresas contratistas de las obras de reconstrucción de Gernika y del ferrocarril en su nueva condición de liberto, fijando su primera residencia en la calle de los Tilos de Gernika, precisamente en el centro de reclusión del antiguo colegio de los Agustinos. El día 25 de mayo de 1950, obtuvo su licenciamiento definitivo. Sin embargo, “él contaba que no sabía cuándo había dejado de ser preso y pasado a ser legal”, lamenta Olaizola.