Sabino Arana un hombre de su tiempo, un visionario

La figura de Sabino Arana ha sido analizada desde muy diversos puntos de vista. En este reportaje, el autor realiza un paralelismo entre el fundador del nacionalismo vasco y el precursor del sionismo político, Theodor Herzl

Un reportaje de Jean Claude Larronde

Retrato de Sabino Arana y Goiri, fundador del nacionalismo vasco.
Retrato de Sabino Arana y Goiri, fundador del nacionalismo vasco.

Pierre Sudreau, un político francés del siglo XIX, dijo a propósito del matemático Blaise Pascal: “Perteneció a su tiempo por estar a la vanguardia”. Esta aseveración podría aplicarse muy bien a Sabino Arana, el fundador del nacionalismo vasco. Arana es, de manera incontestable, un hombre de su tiempo, es decir, de los diez últimos años de su predicación nacionalista, que se extienden de 1893 hasta 1903, fecha de su muerte.

Es de su tiempo porque pertenece perfectamente a un contexto histórico, político, económico y social particular, el de la inmensa frustración sentida en Bizkaia después de la pérdida de lo que restaba de los Fueros, desde el final de la segunda guerra carlista. Este contexto coincide también con los años de la expansión económica y de la inmigración española. Igualmente, Sabino Arana es de su tiempo porque vincula -en los años de su primer período, de 1893 a 1898- los prejuicios y opiniones de su época, en particular sobre el origen de las razas humanas.

Está a la vanguardia porque, como dice Elías Amezaga (Biografía sentimental de Sabino Arana, Txalaparta, 2003) es un “visionario”. Yo podría añadir que es un profeta cuando su mensaje nacionalista subraya con fuerza y por primera vez de manera coherente que Euzkadi es una nación.

El nacionalismo vasco, tal como se desarrolla sobre todo después de su muerte, constituye la corriente política más importante de los territorios históricos vascos peninsulares en el siglo XX, por lo menos en el conjunto de la actual Comunidad Autónoma de Euskadi. Esta afirmación se podrá verificar tanto en los años de la Segunda República española, así como durante la guerra civil, la larga noche franquista y después de la muerte del dictador y el retorno de la democracia.

Me parece interesante para ilustrar este artículo, establecer un paralelismo entre Sabino Arana y Theodor Herzl (1860-1904), el fundador del sionismo político, exacto contemporáneo de Sabino Arana. Ambos hombres presentan muchos rasgos en común: la visión que tienen de sus pueblos respectivos y del sentido de su acción política propia. Su misión presenta muchas similitudes. Además, sus biografías presentan coincidencias, quizás anecdóticas, pero que resultan sugerentes.

Evoluciona con su tiempo Desde el comienzo de su acción política, es decir el año 1893 (Discurso de Larrazabal el 3 de junio, publicación de Bizkaitarra el 8 de junio), Sabino Arana se implica en la vida política del País Vasco y emprende varias luchas puntuales para preservar los intereses y los valores de dicho país: Gamazada (revuelta popular en Navarra contra una ley considerada por los navarros como anti-foral en 1893-94), revisión del Concierto Económico en 1894, apoyo al euskara, participación en campañas electorales a partir de 1898, etc. Es cierto que su primer mensaje es un mensaje muy radical y bastante duro, lleno de prejuicios en boga en aquella época y de unas desviaciones de lenguaje de las cuales se han aprovechado, más tarde y hasta hoy, todos los adversarios del nacionalismo vasco.

Pero Sabino Arana sabe evolucionar: aprovecha de manera incontestable la muy grave crisis política, intelectual, cultural y moral que afecta al Estado español en el decisivo año 1898, al fin de la cual, este país se encontrará privado de sus últimas colonias de Cuba y Filipinas. Es en septiembre de ese año cuando Sabino Arana fue elegido diputado provincial de Bizkaia.

La figura del nacionalismo vasco se modifica profundamente durante los años siguientes. La integración de la sociedad recreativa de Bilbao Euskalerria en los años 1898-99 en el seno del nacionalismo supone una evolución liberal, moderada y pragmática. La evolución españolista de Sabino Arana en 1902-03 es un episodio que tiene que estudiarse en este particular contexto, caracterizado además por una intensa represión madrileña, y no como un episodio excepcional y aparte, que constituiría un tercer episodio de la actividad de Sabino Arana; es este un error en el que, en mi opinión, incurren numerosos historiadores.

Por su parte, Theodor Herzl es, en esta misma época, un extraordinario hombre de acción (Sabino Arana escribió en El Correo Vasco en 1899: …ningún bien recibe la patria con vana palabrería, mientras los hechos, la acción no acompañe a la palabra). Como Sabino Arana, Herzl sacrifica su salud y sus bienes al servicio de su causa. La suya es la creación de un Estado judío que anhela y que le parece absolutamente necesaria, frente al desarrollo masivo del antisemitismo en los países occidentales y en Rusia en este fin del siglo XIX. Su actividad es incansable como la de Sabino Arana: escribe innumerables artículos en periódicos y revistas, además de libros y obras de teatro. Como Sabino Arana, el pensador sionista está profundamente afectado por la situación catastrófica de su pueblo, y por las persecuciones que soporta durante, en particular, los terribles pogromos. En la misma época, concibe también un repliegue estratégico (sería su evolución españolista) y Herzl plantea la idea de un hogar nacional judío en Uganda, la cual defiende en un momento y sin entusiasmo frente a sus discípulos estupefactos.

El visionario La gran idea de Sabino Arana fue, sin duda ninguna, la formulación de: Euzkotarren aberria Euzkadi da. Es esta idea de la nación vasca, de la patria vasca, la que constituye su principal aportación en el área de la política.

Concibe la organización de esta nación como una confederación dentro de los límites de sus siete provincias históricas. Es el primer político que destacó que el pueblo vasco de las dos orillas del Bidasoa tenía una comunidad de destino. Más allá de los marcos políticos y administrativos distintos rigiendo el destino del pueblo vasco, tanto ayer como hoy, Sabino encarna una unidad espiritual del pueblo vasco, unidad, por ejemplo, simbolizada en la ikurriña -bandera que concibió- pasando por encima de las divergencias políticas.

Como Sabino, Theodor Herzl fue un visionario y un profeta. Sus dos principales predicciones, o sea el triunfo ineluctable del antisemitismo tanto en los países fascistas como en otros, incluyendo a Francia con el régimen de Vichy, y la creación de un Estado judío, se concretaron medio siglo después de su muerte. Por cierto, en su época la gente acogió las ideas de Herzl con reticencias y estupor. Como suele ocurrir con los profetas, al principio, predicó solo a unos conversos. Pero pronto, la adhesión entusiasta de miles y miles de judíos de Europa del Este, le confirió en vida una aura de la que Sabino no tendría la oportunidad de gozar antes de fallecer.

El escritor Stefan Zweig, presente en su funeral, escribió en aquella ocasión: No era un mero escritor o un mediocre poeta quien acababa de fallecer, sino uno de esos creadores de ideas que emergen en muy pocos momentos de la historia de los países y de los pueblos.

Se podría decir lo mismo de Sabino Arana. Después de su muerte, se le consideró como un auténtico, si no el mayor, genio político del pueblo vasco. Muchos de los que polemizaron ardientemente con él (Arturo Campión, Resurrección María de Azkue, Miguel de Unamuno, entre otros) reconocieron sus grandes méritos y le rindieron homenaje.

Y es que, ¿no había conseguido, en efecto, despertar, por lo menos en Bizkaia, el hondo sentimiento patriótico adormecido en el corazón de cada vasco?, ¿no había, también, restituido al euskera, hasta entonces despreciado, toda su dignidad? Por la herencia política y cultural que dejó, Sabino Arana, más que el último vasco del siglo XIX, es el primer vasco del siglo XX.

Sabino Arana, como Theodor Herzl, había comprendido que el imaginario guía a los pueblos. Su mensaje es una exhortación al orgullo, a erguirse y al desafío: “Basta de ser lo que no sois. Sed orgullosos de ser vascos”. Por eso, pese a sus detractores, en su mayoría españoles, hoy perdura la profunda huella de Sabino Arana.