EN el mundo moderno occidental el peinado y el tocado femenino constituyen un complemento más del vestido y, como tal, sometido al dictado y vaivén de las modas aunque, en última instancia, es el gusto personal de la mujer lo que determina la adopción o no de los estilos en boga. Esto, sin embargo, no ha sido siempre así. Desde la antigüedad, la manera de peinarse y cubrirse la cabeza era, al margen de las modas, un símbolo, un distintivo de la condición social de las mujeres, de su estado civil y, más aún, del papel y la consideración que tuvieron dentro de una sociedad fuertemente jerarquizada.
Las fuentes de que disponemos para hacer un repaso de la historia del tocado femenino vasco son variadas. A las noticias en todo tiempo proporcionadas por historiadores, literatos y viajeros y a las reflexiones, de carácter moral, de teólogos y filósofos, se unen desde comienzos de la Edad Media representaciones iconográficas cada vez más abundantes generadas por los sucesivos estilos artísticos, las artes gráficas y desde mediados del siglo XIX, las imágenes fotográficas. Con algunas reservas, derivadas de los distintos grados de exactitud y verosimilitud que merecen, serán ellas quienes nos guíen en el recorrido por este interesante capítulo de la historia de la moda vasca.
Las primeras referencias sobre el tocado femenino en la península nos las proporciona Estrabón en su Geographia siguiendo un pasaje de Artemidoro de Éfeso (siglo I a. C.) en el que se recoge, sin precisar los lugares de procedencia, cuatro distintas formas de tocado a base de armazones forrados y velos e incluso la costumbre de raparse la cabeza. Costumbres que, al parecer, en esta época no se estilaban en Euskalerria ya que el cronista, en la única referencia que hace del vestido femenino de los pueblos del norte, sólo menciona que llevan adornos florales. Ya en la Edad Media la mujer, según el modelo de conducta cristiano, vestirá de largo, con varias túnicas superpuestas y amplios mantos, abiertos o cerrados, dispuestos desde la cabeza a los pies ocultando las formas del cuerpo, acorde con la modestia y el decoro que debía mostrar la mujer virtuosa. Bajo estos mantos, las doncellas llevarán su larga mata de pelo recogido con una cinta o tira pero, una vez casadas, todas ellas, sin distinción de clase, lo mismo en casa que fuera de ella, traerán la cabeza siempre cubierta. Una imposición de los Padres de la Iglesia a la mujer como signo de sumisión a la autoridad del hombre y, «porque el pecado entró al mundo a través de ellas» (Ambrosiastro, siglo IV d.C.). Esta interpretación patriarcal y jerárquica de la historia bíblica de la creación contribuyó a que en la sociedad estamental, y posteriormente en el mundo tradicional hasta finales del siglo XIX, el tocado fuera utilizado para reconocer la condición civil de las mujeres, distinguiendo entre doncellas, casadas, y viudas, dando lugar en la historia de la indumentaria a una gran variedad de peinados o cubrimientos de cabeza. Será el arte románico quien nos muestre a las mujeres cubiertas con mantos pero también con tocas de lienzo, de origen bizantino –ibiquia– que, enmarcando la cara, tapan la cabeza, cuello y escote y que han sobrevivido en las utilizadas por las monjas bajo el hábito. Otra variedad son las tocas de bandas rizadas que, enrolladas sobre la cabeza, forman un casquete que se ata bajo la barbilla, y que podemos admirar en Andra Mari de Elexalde, en Galdakao o Santa Columba, en Argandoña. Con el paso del tiempo estas tocas y otras, como las moriscas enrolladas a la cabeza a modo de turbantes, o los altos tocados en forma de cono truncado y apéndice, característicos del vestido castellano del siglo XIII, darán paso en la siguiente centuria, en los pueblos situados en torno al Golfo de Bizkaia, a la utilización de una gran variedad de tocados de lienzo en cuanto a sus formas y hechuras, sin parangón en la época y, por esa razón, percibidos como una rareza por vecinos y foráneos y, con el tiempo, censurados e incluso condenados por las altas instancias civiles y eclesiales.
Las Tocas Vizcainas Las tocas a la vizcaina por las que serán reconocidas nuestras mujeres fuera del territorio y nombradas por propios y extraños como tocada, tontorra, curbitzeta, juichia o jucichia, moco o sapa, serán reproducidas una y otra vez y con toda clase de detalles, tanto en los Libros de Trajes (Weiditz, Enea Vico, Vecellio, Desserps…) como en los Atlas, publicaciones magníficamente ilustradas que en el siglo XVI se consideraban los best-seller del momento. La variedad de las formas y hechuras serán, así mismo, descritas por los cronistas y viajeros contemporáneos, como Schaschek en 1466-67: «A veces hechos de forma de cantarelo, a veces en la frente y a veces como platos llenos y las mozas con las cabezas rapadas»; o el de Navagero, cincuenta años más tarde: «De lienzo a la morisca, pero no en forma de turbante, sino de capirote, con la punta doblada, haciendo una figura que semeja el pecho, el cuello y el pico de una grulla; solo que cada mujer hace que el capirote semeje una cosa diversa».
Para apreciar globalmente esta riqueza de formas contamos con los tres óleos pintados, en torno a 1600, por Francisco Vázquez de Mendieta que, no por conocidos dejan de ser muy ilustrativos para su conocimiento. Las doncellas que, al menos desde el siglo XV, se habían distinguido por llevar el cabello rapado o cortado a cepillo con unos mechones largos enmarcando la cara, aparecen peinadas a la moda castellana, con el pelo rizado y levantado sobre la frente denominado copete. El resto de las mujeres, a las que el pintor en una de las pinturas relaciona Sigue leyendo Las tocas vizcainas