Chikilicuatre for president

camaronMÁS de uno se despertó ayer con el silbido del WhatsApp: “Trump lehendakari (seguido del emoticono de El grito de Munch por cuadruplicado)”. Y pensó: “Ya está la cuadrilla vacilando”. Pero fue toparse en la cocina con el primer ser racional -si es que alguien lo es antes de inyectarse el primer café- y confirmarlo: “Ha ganado Trump”. “¡No jodas!”. Pues sí. Ese tipo con aires de Benny Hill que dijo que cuando eres famoso, las mujeres te dejan “agarrarlas por el coño”, que “la tortura funciona” o que los refugiados sirios deberían haberse quedado defendiendo su país. Ese que presumió de no pagar impuestos, que vetaría a los musulmanes y levantaría un muro en la frontera con México. Vale que su primer discurso ha sido conciliador, como el de un padre de familia en una peli de serie B el Día de Acción de Gracias, pero una también tiene prejuicios y desconfía por defecto de machistas y xenófobos. Habrá que asumir que Trump es el presidente de Estados Unidos igual que aceptamos pulpo como animal de compañía. A la mayoría, a veces, el sufragio la confunde. Recuerden si no que Belén Esteban ganó un concurso de baile y Chikilicuatre representó a España en Eurovisión. No sé si a Trump le han votado por inconscientes o por cachondos, pero los ultras europeos aplauden con las orejas y eso da que pensar. Si por un casual fuera una cámara oculta, que lo digan ya, que sufrirlo ocho años, maldita la gracia.

¿Presidenta yo?

Calamardo

En su afán por aprendérselo todo los niños no discriminan. Lo mismo se saben los nombres de los habitantes de Fondo de Bikini -desde Bob Esponja hasta el último pecezuelo animado- que se aprenden el de José Luis Rodríguez Zapatero. Quizá porque su mirada tristona se parece cada vez más a la de Calamardo. Y lo memorizan justo ahora que está a punto de espicharla, políticamente hablando. Es un incordio, pero a los hijos, como a los antivirus, hay que actualizarlos

Y en esas estaba el pasado fin de semana, intentando explicarle a la cría que en unos meses, salvo providencia divina o meteoritazo espacial, iba a mandar en España un señor de barbas que se llama Rajoy. «¡Qué morro! Y a nosotras ¿cuándo nos toca?», me saltó la mocosa toda indignada, como si la presidencia del Estado rulase entre los vecinos como la de la comunidad. Pues solo faltaba que, además de por las humedades -en julio nos han salido en la escalera más caras de Bélmez que en todo el año pasado-, me tuviese que pelear en los pasillos del Congreso por si tapizamos de cebra los escaños o mejor nos subimos el sueldo aprovechando que los parados están mirando para otro lado. 

Ahora que, si por ella fuese, gobernaba tan ricamente con cinco años. Pero si luego tienen un ministro de Economía de color amarillo y agujereado, a mí no me vengan a pedir cuentas, que la del bajo se ha ido a Benidorm y bastante tengo con pescar los calcetines que se nos caen al patio con un cordelito y un gancho.