El coño y las terroristas

Todo el mundo está en contra hasta que les pasa a ellos». Me lo dijo la trabajadora de una clínica donde se practican interrupciones voluntarias del embarazo y digo yo que algo sabrá de esto. Opinar sobre el aborto en cabeza ajena resulta tan fácil como cuestionar a una madre de cinco hijos que sobrevive con la RGI. Que ya se lo podían haber pensado antes, que si no saben que existen los anticonceptivos, que no traer criaturas al mundo o traerlas en no sé qué condiciones es una irresponsabilidad… Y así, en lo que apura uno un café juzga a estas o a aquellas sin tener el gusto de conocerlas. Y sin mentar al propietario de los espermatozoides, que, al parecer, solo pasaba por allí.

Asumida la ligereza con la que algunos dictan veredicto, cabía esperar un poco más de seriedad a la hora de defender sus posturas por parte de ciertos políticos. Pero va uno y se topa, pongamos por caso, con la concejala del Partido Popular en Calasparra que llamó a las mujeres que abortan «terroristas» y solo acierta a decir «a mí ese desfibrilador». Dejando de lado el antiproyecto de Gallardón –que según Villalobos no convence ni a los de su partido, aunque lo disimulan divinamente al votar en el hemiciclo–, también en el otro bando hay quien pierde las formas. «En mi coño y en mi moño mando yo», reivindicó una parlamentaria de Amaiur. Y eso ¿con qué argumento se rebate? ¿Con el de «Para chulo, chulo, mi pirulo»? Dialéctica política en estado puro… de descomposición.

Una talibana en el aula

Estoy que bufo. Y les aviso por si quieren abandonar la columna antes de que les contagie mi mala gaita, aunque, tal y como está el percal, seguro que ya vienen cabreados de casa. La culpa, de lo mío, digo; la tiene Gloria, la profesora que hace unas semanas soltó en una universidad de Valencia que «las mujeres maltratadas no deben separarse porque eso es amor». Si he entendido bien a la señora docente, supongo que cuanto más te rompan la cara, debe ser que estás más enamorada. Qué pena que a la pareja de Helena Dumitru se le haya ido presuntamente la mano con el hacha porque, si no, Gloria le podría felicitar por haber permanecido al lado de su amado 17 años. Y porque la muerte los ha separado, que si no… Bueno, la muerte, es un decir. Como la pobre Helena desgraciadamente ya no recibe, podría transmitir su admiración por ella a su hija de trece años, que presenció el crimen. Pero le advierto que la cría no iba a entenderlo, porque a mí, que no me han matado a nadie, me cuesta que no veas.

También podría, en sus ratos libres, ir a dar una master class a la madre de la niña de seis años muerta supuestamente a manos de su padre. Una mujer que optó por separarse de su pareja y eso, imagino que diría Gloria, «eso no es amor». Por si su opinión no hubiera sido suficientemente desafortunada, la susodicha añadió que «dentro de lo terrible de una violación sacas algo bueno, que es un hijo, un don de Dios». Puede que no lleve túnica, ni barba, pero suena a auténtica talibana.

Ab(s)orto

Así se ha quedado el personal, pasmado, al conocer que la malformación del feto ya no será un supuesto para interrumpir el embarazo. Inexplicable, más si cabe, cuando se escucha al ministro de Justicia tratando de explicarlo. «Los discapacitados deben tener exactamente los mismos derechos que el resto de los españoles», clama Gallardón. Pues van dados. Porque del «resto de los españoles», unos cinco millones y medio, para ser más exactos, por no tener, no tienen ni derecho al trabajo.

El PP, como no podía ser de otra manera, ha aplaudido la propuesta porque defiende a «los más débiles». Si quieren proteger a los débiles, servidora les puede presentar a unos cuantos. Solo tienen que decir qué prefieren, si un parado de larga duración o un desahuciado, si una familia bajo el umbral de la pobreza o un pensionista sin opción a ser rescatado, si un inmigrante con sida a punto de quedarse sin tratamiento o un indigente alcoholizado. El abanico es muy amplio. Y eso, al ladito de casa. Que si te vas al Cuerno de África, te los topas sin necesidad de buscarlos.

Vamos, que si quieren convertirse en los superhéroes de los más desfavorecidos, tienen en la Tierra suficiente trabajo. En vez de empeñarse en que se desarrollen embriones con graves anomalías, podrían dedicarse a garantizar el bienestar de quienes ya las padecen. Muchos viven sin vivir en sí, para sufrimiento propio y de sus abnegadas familias, y eso, por mucho que se empecine el ministro, no es vida.