Sin riñones por la vuelta al cole

Los bulos vía mail son como el timo de la estampita. Siempre hay alguien que pica. Anteayer, un amigo con menos capacidad de discernir que un molusco bivalvo me reenvió la rocambolesca historia de Sandra, una estudiante a la que drogan, roban los riñones y violan cinco tíos, dejándola embarazada. Ahí es nada. Solo faltó que en la UVI móvil, camino del hospital, viera a la autoestopista de la curva. Según el relato, Sandra despertó desnuda en una bañera llena de hielo, en plan bonito del norte, y con dos incisiones en la espalda. El apartamento, detallan, había sido alquilado «sin ningún tipo de contrato». Uf, sin duda, este es el dato más estremecedor. Casi da más miedo que la extracción de órganos.

De todos modos, si lo que pretenden es darnos un sustaco, van apañados. Desde aquí aprovecho para avisar a la nueva mafia del crimen organizado, a la que atribuyen los hechos, de que llega tarde. Acabamos de pagar por los libros de texto un riñón y parte del otro y con el cachito que nos queda no tienen ni para un revuelto. Vamos, que ellos verán, pero venir para nada es tontería.

Por cierto, eso de que secuestran en los centros comerciales a niñas y les rapan el pelo para que parezcan chicos también es bola. ¿Quién va a querer llevárselas ahora con lo que cuesta el comedor? Mi vecina abandonó a la suya en la sección de charcutería de un supermercado y se la devolvieron antes de llegar al parking. A mí lo que de verdad me da yuyu es que el rey se crea un madelman y le dé por pilotar helicópteros. Sin L ni nada.

Amazinger Zeta: ¡Niños fuera!

La cría ha vuelto hoy al colegio nerviosita perdida. La culpa la tiene el cuento que le leí anteanoche. En el primer capítulo Milly y Molly empezaban las clases y me pareció ideal para motivarla. Lo que no sabía era que unas páginas más adelante la palmaba Jaime, un compañero de clase. Así, sin previo aviso. Total, que me hizo un carro de preguntas y yo me acordé de la autora del libro y de su santísima madre.

Para más inri ayer le probé la bata y le quedaban las mangas por el antebrazo, estilo años 60. A mí me gusta, pero el padre de las criaturas dice que se va a poner perdidos los puños de las camisetas, que el Oxi Action está por las nubes y que él está harto de frotar. Vamos, que sale más a cuenta, como diría mi madre, comprarle otra. La niña, que no ponía objeción alguna a la amantala vintage, decía, en cambio, que le daba hache ir con la mochila de los pitufos, que es de pequeños y que ella quiere una de las Monster High.

Con semejante gabinete de crisis montado en la cocina, mientras el pequeño me escupía puré a la cara, eché mucho de menos tener un campo de tiro como el que Brad Pitt le ha regalado a Angelina. Más que nada para aliviar tensiones. Seguro que también venían a disparar los aitites, que han empezado a dormir vestidos, con el smartphone bajo la almohada, por si les llamo y tienen que saltar de la cama al aula. Hoy, al dejarla en la fila, he respirado aliviada. Y, por un momento, será porque es de mi quinta, me he sentido Mazinger Z, gritando ¡niños fuera!