Que se vayan a tomar por donde dice Extremoduro

Lo mismo que en un capítulo de Bob Esponja celebran el Día de los tontos –ahí lo dejo como idea para sustituir al festivo made in López-, anteayer me dispuse a conmemorar, a falta de coach que me motive, el Día de la ingenua feliz. Así que me levanté de la cama y, tras el rutinario cambio de pañal del inconsciente, le solté al padre de las criaturas: «¡Qué suerte tenemos de vivir en una democracia!». Atragantado con el café, no sé muy bien si por el susto o de la risa, me señaló una foto de Juan Carlos, el rey de las camillas, en el iPad. «Vale que alguno ha sido puesto a dedo, pero… ¡Qué bien que los políticos defiendan nuestros intereses!», insistí. Sin poder recuperar el habla, con el rostro progresando gradualmente del blanco roto mañanero al bermellón, me mostró en la tableta que el PP ya tiene cien imputados por corrupción y subiendo solo en la comunidad valenciana. «Siempre nos quedarán los sindicatos», musité, en plan Humphrey Bogart, sin intención de darme tan fácilmente por vencida. Y el despiporre, teniendo en cuenta que los tabiques son de papel de fumar, fue total. Se oían hasta las carcajadas de los vecinos del primero. El padre de las criaturas, con la tez ya en tonos verdosos azulados, suplicaba que parara para recuperar el aliento, al tiempo que me enseñaba la noticia de los maletines de UGT. ¿Saben qué les digo? Que vivan el Banco de Alimentos y similares y que el resto se vayan todos a tomar por donde dice Extremoduro. Pero sin acritud, ¿eh?

So, sobre, tras

Si no fuera por los corruptos, llegaría un día en que los sobres dejarían de fabricarse. Más que nada por la falta de relevo generacional de los remitentes. Me cuenta una amiga, tras una ventanilla de la universidad, que algunos jóvenes llegan a licenciarse sin haber escrito una triste postal. Y que cuando les enseña un sobre lo miran desconcertados, como si les estuviese mostrando un pasapuré de manivela. A más de uno le ha pedido que escriba en él su dirección y le ha puesto la del correo electrónico. Para darse de cabezazos. Apuesto a que la primera carta de muchos será la de despido. Y aún llamarán al de personal para cerciorarse: «¿Seguro que es para mí? Mira que en la gala de los Goya se equivocaron…».

Ahora que ya nadie se acuerda de la pobre preposición y todos asocian sobre a dinero negro, da no sé qué ir a comprarlos. El otro día le pedí uno a la estanquera y me lo dispensó con sonrisa cómplice, como cuando de chaval vas a la farmacia a por preservativos. Con la mirada de los clientes clavada en la nuca, no me quedó otra que explicarme. «Es para escribir una carta», dije. Y ellos, descreídos: «Sí, sí, una carta. Eso dicen todos». Total, que cogí el sobre y lo escondí en el bolso rápidamente, no me fuera a ver algún vecino. Pero aún quedaba lo peor: chuparle la oreja al retrato del rey. No me parece serio. Estampan su careto en los sellos cuando todos sabemos que en su familia le sacan chispas al email. Estoy por preguntarle a Corinna si le adjunto copia a él o a su yerno.

Esperre que erre

Declaraciones incendiarias de la presidenta, una marcha de extrema derecha convocada pese a la advertencia policial… Ya puestos, mañana podrían repartir en los aledaños del Vicente Calderón el kit antiseparatista, compuesto de un buff de camuflaje, un puño americano y una porra extensible, todo ello dentro de un hatillo confeccionado con la bandera preconstitucional. Menos mal que los aficionados vascos y catalanes solo irán armados de paciencia y, a lo sumo, de un pito con el queenmudecer el himno español.

Aunque puestos a protestar, a mí me hacía más gracia lo de cantar Un elefante se balanceaba… en memoria del paquidermo de Botsuana abatido por el rey. Hay quien incluso proponía ir al partido disfrazados de Dumbo, pero las orejas no dejarían ver a los de los laterales, así que como mucho alguno irá trompa. Eso sí, con la neverita de camping a cuestas, porque la consigna es no llenar las arcas de Esperanza Aguirre. No va la menda y dice que si hay silbidos, habría que suspender el partido. Y ni siquiera fue un calentón, porque confesó que «lo llevaba pensando mucho tiempo» y ayer, de hecho, lo reiteró.

Esperre que erre ha conseguido que, entre pitos y flautas, no se hable de su déficit oculto. Y lo ha hecho Caiga Quien Caiga, como en los viejos tiempos. Si no fuera porque solo sabe bailar cha cha cha, darían ganas de mandarla a cantar con las abuelas rusas a Eurovisión. Qué pena que la Esperanza sea lo último que se pierda, porque, como diría el torero, íbamos a quedarnos tan a gustitoooo.