Me lo han captado

bebe balonEL gatito de peluche, la aspiradora de juguete, el camión de bomberos, el lego… Todo abandonado a su suerte desde que se convirtió al fútbol. Hará cosa de dos meses. Se inició en uno de esos partidos de patio multitudinarios y quedó enganchado. De un día para otro. Sin preparación al parto de hincha enloquecido ni anestesia general. Secuelas inmediatas: todos los pantalones rotos del tirón. Rastreator nocturno de bazares de guardia buscando parches. Amama, en calidad de abogada defensora, alegando que ahora los vaqueros se llevan rotos. El padre de la criatura haciendo que le riñe orgulloso de que por fin le pegue al balón. Secuelas de medio alcance: peleas a las mañanas porque quiere ir al cole con la equipación del Athletic, así caiga una nevada. Peleas a las noches porque quiere ponérsela encima del pijama. Rendición en días alternos por no teñir de rojiblanco la crónica de sucesos antes de la adolescencia. Tercer grado sobre los futbolistas que le salen en los cromos y que me suenan lo mismo que los jugadores de ajedrez. Peleas para que no nos dé un pelotazo en casa. Secuelas de largo alcance: ya no quiere ser bombero. Quiere ser Aduriz. Dice el padre que eso está en los genes. Que si miro bien, en la ecografía estaba haciendo una chilena. Visto su poder, los jugadores deberían aconsejar a los niños compaginar el fútbol con otros juegos, leer más y, lo que es mucho más importante, aclararles que la camiseta solo se pone cuando hay partido, leñe.

Una familia de serie B

Tengo una familia de cine. Género, por clasificar. El padre de las criaturas, desde que anunciara oficialmente en la última reunión de vecinos el cese temporal de la convivencia con su bufanda del Athletic, por motivos de sobra conocidos, está rarísimo. De hecho, se ha apuntado a un curso de patchwork para hacerse una colcha con retales, cuando él siempre había sido más de punto bobo. Que haya cambiado la cervecita y el fútbol por el café, las pastas y la aguja de coser tiene un pase, pero que haya convencido a toda su cuadrilla -tenían que verles- es de película de Almodóvar.

En el filme quizá también tendría cabida la cría. El otro día la sorprendí caracterizada con la cabeza y las patas del disfraz de pingüino. «¿Qué haces?». «Jugar a la Antártida». Hasta ahí nada que objetar. «¿Y ella quién es, una foquita?», pregunté por mi sobrina, de 5 años, que yacía en el suelo, inmóvil. «No, una niña muerta. Muerta de frío». Me quedé ídem, lo juro. Bien pensado, la cría encajaría mejor en una cinta de Alex de la Iglesia. Y el inconsciente, en una de Chuck Norris, porque desde que aprendió a andar se pasa el día dándose de cabezazos con las paredes. Para mí que eso tiene que matar más neuronas que los porros sí o sí. Vamos, que estaba convencida de que tenía en casa a unos pedazo de artistas hasta que vi en las noticias que Bárcenas se había apuntado al paro. No sé quién le escribirá el guion, pero ni la Blancanieves en blanco y negro puede competir con él en surrealismo.

Esperre que erre

Declaraciones incendiarias de la presidenta, una marcha de extrema derecha convocada pese a la advertencia policial… Ya puestos, mañana podrían repartir en los aledaños del Vicente Calderón el kit antiseparatista, compuesto de un buff de camuflaje, un puño americano y una porra extensible, todo ello dentro de un hatillo confeccionado con la bandera preconstitucional. Menos mal que los aficionados vascos y catalanes solo irán armados de paciencia y, a lo sumo, de un pito con el queenmudecer el himno español.

Aunque puestos a protestar, a mí me hacía más gracia lo de cantar Un elefante se balanceaba… en memoria del paquidermo de Botsuana abatido por el rey. Hay quien incluso proponía ir al partido disfrazados de Dumbo, pero las orejas no dejarían ver a los de los laterales, así que como mucho alguno irá trompa. Eso sí, con la neverita de camping a cuestas, porque la consigna es no llenar las arcas de Esperanza Aguirre. No va la menda y dice que si hay silbidos, habría que suspender el partido. Y ni siquiera fue un calentón, porque confesó que «lo llevaba pensando mucho tiempo» y ayer, de hecho, lo reiteró.

Esperre que erre ha conseguido que, entre pitos y flautas, no se hable de su déficit oculto. Y lo ha hecho Caiga Quien Caiga, como en los viejos tiempos. Si no fuera porque solo sabe bailar cha cha cha, darían ganas de mandarla a cantar con las abuelas rusas a Eurovisión. Qué pena que la Esperanza sea lo último que se pierda, porque, como diría el torero, íbamos a quedarnos tan a gustitoooo.

Vuelve, cari

Por el respeto que les tengo, pero he estado a un tris de no escribir esta columna. Total, ¿para qué? En pleno resacón futbolero -a los hinchas del viaje relámpago a Bucarest les deben de doler hasta las pestañas- me pregunto si hay vida después del partido. Y si es así, si en concreto hay alguien al otro lado de este post. No me mientan por compasión. Entenderé que hayan sido abducidos por las noticias rojiblancas. Tal es así que con su permiso -el suyo, querido lector incombustible, y el de mis incondicionales padres- voy a aprovechar estas líneas para hacer un llamamiento personal: Vuelve, cari. Se lo digo al padre de mis criaturas, que el miércoles se fue a ver el encuentro en las pantallas gigantes de San Mamés y está desaparecido en combate.

Teniendo en cuenta que lo más tarde que ha llegado a casa en los últimos años fue un día que se quedó a ver con los niños los fuegos artificiales, estoy empezando a preocuparme. Más que nada porque se despidió diciendo que si ganaba el Athletic, iba a hacer el Camino de Santiago en goitibehera y si perdía, con más razón, para suplicar que ganara la otra final. Y este es capaz.

En el 84 ya se tiró cuesta abajo y sin frenos desde la Basílica de Begoña y no vean qué pedazo de cicatriz. De lado a lado del cráneo. Pena que no se abra, cual cremallera, para reiniciarle el seso. En su último sms, previo al partido, decía que había alquilado un banana boat para surcar la Ría detrás de la gabarra. Vuelve, cari, y llama a tu madre, que quiere saber si vas a ir a comer el domingo.

Athletignósticos

Acerquen la oreja. Lo confieso: no me gusta el fútbol. Sé que tengo que hacérmelo mirar. Que me señalarán con el dedo por la calle y que más de uno me aplicaría un correctivo. Pero en mi familia ni siquiera les interesa este deporte a los especímenes del sexo masculino. Y eso sí que es raro, raro, raro. Tanto que estoy por proponerle a la UPV que nos someta a estudio. Lo mismo que analizan la expansión del mejillón cebra o los polímeros. Porque a singulares no nos gana ni la tribu esa que vivía aislada en Paraguay.

Al menos, estos días me siento como un perro verde. Sin poder meter baza en ninguna conversación. He intentado ponerme al día, pero las secciones de deportes de los periódicos son para iniciados. O sabes de quiénes están hablando de antemano o no te coscas de ná. Tampoco entiendo a algunos aficionados. ¿Qué culpa tengo si con la que está cayendo me parece un despilfarro viajar a Manchester para asistir a un partido? ¿Entenderían ellos que yo hiciera lo mismo para ver una ópera en París?

Mientras el personal hace cábalas, calendario en mano, para asistir a la final de Copa, cambia el turno con el compañero y piensa con quién va a encajar a los niños, yo les miro como las vacas al tren. Al tren o a las fotos de Muniain y Martínez pasándoselo piporreta con unas chicas. Dicho esto, solicito urgentemente asilo político. Y tengan piedad, que soy madre de familia. Ahora, si sacan la gabarra, me avisan. Que me compro una bandera rojiblanca en un chino y me planto allá en un periquete. Euuup!