Políticos con la mano al grill

RajoyEN las noticias no lo dicen, pero las unidades de grandes quemados de los hospitales están repletas, pasillos incluidos, de ingenuos que han puesto la mano en el fuego por algún compañero de partido. Y quien dice partido, dice sindicato, empresa o equipo de fútbol, que en todas partes cuecen corruptos. A los primeros los reconoceremos fácilmente porque acudirán a los mítines con un guante blanco y arrastrarán los pies hacia atrás, a lo Michael Jackson, para sentarse en la última fila y tratar de pasar desapercibidos. Deberían advertírselo cuando se afilian en la categoría alevín. Mira, majete, que sepas que si a uno le pillan con las manos en la masa, es más que probable que haya otro puñado con ellas untadas y que los de arriba intenten lavárselas. Vamos, que no pongas la tuya en la vitrocerámica por nadie, a no ser que quieras conocer de primera mano los nuevos avances en microinjertos de piel.

Tampoco estaría de más avisar a los familiares de los candidatos novatos de que se vayan preparando para lo que se les avecina. Si su pareja practica el dientes, dientes cada vez que mete la rebanada de pan en la tostadora no hay por qué preocuparse. Está ensayando su posado pactado metiendo el voto en la urna el día de la jornada electoral. Que saca usted una alcachofa de la nevera y se la arrebata para hacer declaraciones, más de lo mismo. Algunos hasta hacen sondeos de intención de voto en las reuniones de vecinos. Cosas del síndrome preelectoral.

Mr. President de la comunidad

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Al padre de las criaturas le han nombrado presidente de esta nuestra comunidad y, a pesar de que le anuncié la noticia a lo Marilyn Monroe, contoneándome con voz sensual en medio del pasillo, no le hizo ni pizca de gracia, oigan. Lo que viene a ser un desagradecido. La próxima vez se lo suelto a bocajarro. Ayer le citaron para tomar posesión del cargo y de la cuenta de las derramas y se fue como infanta camino del juzgado. La única que está entusiasmada es la cría, que se cree que nos va a recibir Obama y nos va a regalar una bolsa de conguitos, como a Rajoy.

Yo ya les he advertido a los vecinos que el susodicho es de reflejos diferidos. De hecho, la otra madrugada se fue la luz del edificio y me costó media hora despertarle y que tomara conciencia de que era persona, así que si hay un incendio, somos carne de salsa barbacoa. Su antecesor en el cargo ya le ha dicho que no se moleste en tratar de eludir sus funciones, que aquí no hay objeción de conciencia que valga, que él lo intentó todo y que esto es como cuando te toca ser presidente de una mesa electoral o miembro de un jurado popular. Pero yo no las tengo todas conmigo porque he visto a muchos personajes conocidos ser presidentes de honor de tal o cual fundación o partido, pero a ninguno tener el honor de presidir su escalera. Acontecimiento histórico que, supongo, merecería como mínimo una reseña en el Hola. ¿Qué alegarán para escaquearse? ¿Incompatibilidad de cargos? ¿Valdrá la de caracteres con ciertos vecinos?

Rajoy, un becario todo oídos

Rajoy

Revisión de la caldera, que no de la cadera, pese a lo que pudiera parecer por el precio. Llega un tipo –perdón, un técnico inspector reparador–, se te cuela hasta la cocina, se oye un clinkclonk, un «¡Señoraaaaa!» y, aunque miras para otro lado sin darte por aludida mientras maldices la crema antiedad, te pega un toquecito en el hombro y aprovecha que te giras para cascarte una factura de ciento y pico euros. En un ejercicio de fe, similar al que haces cuando llevas el coche al taller o el ordenador a un local informático, largas la pasta dándola por bien empleada. Todo sea por no estallar por los aires, te consuelas. Porque no fallen los frenos y te empotres contra una farola, te autoconvences. Por poder seguir jugando al Candy Crush, chateando con tu hija ingeniera exiliada en Alemania o haciendo la compra por internet. Aunque esos pagos hieren en lo más profundo del monedero, al menos les encuentra uno justificación. No como otros, pongamos por caso esa porción de los impuestos que se embolsan ciertos representantes públicos de función desconocida. Mención especial merece, en este apartado, el pedacito de sueldo que todo hijo de vecino apoquina al presidente del Gobierno español por ese «gran liderazgo» que solo Obama, sin duda obnubilado por la biografía de Vasco Núñez de Balboa, es capaz de ver. Si tanto talento cree que tiene, se lo podría quedar de becario. Nosotros se lo enviamos con todos los gastos pagados, pero sin ‘v’ de vuelta.

Canguelo

Creo que estoy obsesionada porque ayer vi pegado en una farola un anuncio de Reformas en general y visioné de la misma a Rajoy. Con un pañuelito de cuatro nudos, un lápiz mordisqueado en la oreja y la prima de riesgo asomándole por la parte trasera del pantalón. Me perseguía con un puro en la comisura de los labios y la intención de alicatarme el sueldo. Rápido y muy económico, rezaba el texto. En lo primero no le faltaba razón, porque el tío va a ñapa por semana. Pero lo segundo sonaba a recochineo.

La culpa de mis alucinaciones la tiene mi compañera, que se pasa el día metiéndome miedo. Ahora le ha dado por sacar sus ahorros del banco a poquitos para no levantar sospechas. Los almacena debajo de la cama, en tupperwares. Y no es la única que teme por su capital. El padre de mis criaturas, ante la ineficacia del hombre del saco, las asusta con que si no se portan bien, van a decretar un corralito. El de seis meses le mira y se parte de risa. Es lo bueno que tiene ser un inconsciente. Pero la de seis años corre a lavarse los dientes con cara de pánico. Debe pensar que nos van a atacar mil gallinas ponedoras, porque no me lo explico. Será que el canguelo se transmite de padres a hijos.

La situación no es para menos y se refleja hasta en los chistes: Ayer hice un trío en el trabajo. Ah, pero ¿tienes trabajo? No tiene ni pizca de gracia, pero es sintomático. Llegando a casa vi otro cartel: Se dan clases particulares. Me acordé de otro dirigente, pero a estas alturas del curso, es imposible que apruebe en junio.

¿Presidenta yo?

Calamardo

En su afán por aprendérselo todo los niños no discriminan. Lo mismo se saben los nombres de los habitantes de Fondo de Bikini -desde Bob Esponja hasta el último pecezuelo animado- que se aprenden el de José Luis Rodríguez Zapatero. Quizá porque su mirada tristona se parece cada vez más a la de Calamardo. Y lo memorizan justo ahora que está a punto de espicharla, políticamente hablando. Es un incordio, pero a los hijos, como a los antivirus, hay que actualizarlos

Y en esas estaba el pasado fin de semana, intentando explicarle a la cría que en unos meses, salvo providencia divina o meteoritazo espacial, iba a mandar en España un señor de barbas que se llama Rajoy. «¡Qué morro! Y a nosotras ¿cuándo nos toca?», me saltó la mocosa toda indignada, como si la presidencia del Estado rulase entre los vecinos como la de la comunidad. Pues solo faltaba que, además de por las humedades -en julio nos han salido en la escalera más caras de Bélmez que en todo el año pasado-, me tuviese que pelear en los pasillos del Congreso por si tapizamos de cebra los escaños o mejor nos subimos el sueldo aprovechando que los parados están mirando para otro lado. 

Ahora que, si por ella fuese, gobernaba tan ricamente con cinco años. Pero si luego tienen un ministro de Economía de color amarillo y agujereado, a mí no me vengan a pedir cuentas, que la del bajo se ha ido a Benidorm y bastante tengo con pescar los calcetines que se nos caen al patio con un cordelito y un gancho.