Rajoy, un becario todo oídos

Rajoy

Revisión de la caldera, que no de la cadera, pese a lo que pudiera parecer por el precio. Llega un tipo –perdón, un técnico inspector reparador–, se te cuela hasta la cocina, se oye un clinkclonk, un «¡Señoraaaaa!» y, aunque miras para otro lado sin darte por aludida mientras maldices la crema antiedad, te pega un toquecito en el hombro y aprovecha que te giras para cascarte una factura de ciento y pico euros. En un ejercicio de fe, similar al que haces cuando llevas el coche al taller o el ordenador a un local informático, largas la pasta dándola por bien empleada. Todo sea por no estallar por los aires, te consuelas. Porque no fallen los frenos y te empotres contra una farola, te autoconvences. Por poder seguir jugando al Candy Crush, chateando con tu hija ingeniera exiliada en Alemania o haciendo la compra por internet. Aunque esos pagos hieren en lo más profundo del monedero, al menos les encuentra uno justificación. No como otros, pongamos por caso esa porción de los impuestos que se embolsan ciertos representantes públicos de función desconocida. Mención especial merece, en este apartado, el pedacito de sueldo que todo hijo de vecino apoquina al presidente del Gobierno español por ese «gran liderazgo» que solo Obama, sin duda obnubilado por la biografía de Vasco Núñez de Balboa, es capaz de ver. Si tanto talento cree que tiene, se lo podría quedar de becario. Nosotros se lo enviamos con todos los gastos pagados, pero sin ‘v’ de vuelta.