De penitencia, vacaciones ultracongeladas

El difunto pulpo Paul adivinaba los resultados del Mundial de fútbol, la marmota Phil pronostica el tiempo… Las mascotas como oráculo están de moda, así que el padre de las criaturas y yo decidimos rentabilizar el dineral invertido en leche en polvo y pañales delegando en el niño la elección del destino de las vacaciones de Semana Santa. En mala hora. Le dimos un fuet y le colocamos frente al televisor mientras emitían el tiempo en ETB, confiando en que apuntara con el embutido a algún punto de Euskal Herria. Mira que en el recién estrenado mapa está clarito, pues ¡zasca!, salchichonazo en Burgos. «Esta ha sido de prueba», dijimos al unísono. Pero ya saben cómo son los críos, entran en bucle y no hay tutía.

Al sexto porrazo en la pantalla, asumimos que era mejor ir a Villarcayo que quedarnos sin tele, así que me lancé a la piscina, como los famosetes sin liquidez de los programas, y encargué a padre e hija que prepararan el equipaje. No sé en qué estarían pensando porque los infelices metieron hasta los manguitos. Ahora estamos ateridos, con el albornoz encima del forro polar, contando las horas para volver a casa.

La próxima vez le pediré consejo a la reina, que está como una ídem en Mallorca, mientras su ex de facto se gasta todo el presupuesto de la Casa Real en quirófanos. Me consuela que, al menos, estoy mejor que la infanta. Me la imagino haciendo las maletas. «Cari, meto un par de trajes de rayas y un par de chandalcitos para cuando nos saquen al patio».

No caigan en la trampa

No sé para qué les aviso porque seguro que a estas alturas más de uno ya ha caído en la trampa. La cosa habrá empezado de forma aparentemente inofensiva, tal que así: «Cari, encárgate tú del viaje para Semana Santa». Y no es por amargarles la fiesta, pero tienen todos los boletos para que termine con un: «Menuda mierda de vacaciones, para esto nos habíamos quedado en casa». La mayoría de sus parejas, todo hay que decirlo, se quejarán de puro vicio. Por el gustillo que da criticar cuando uno no ha pegado ni golpe. Que si en el bufé del hotel no tienen barritas de muesli ni chistorras, que si los masais podían haber escondido sus smartphones para posar en la foto

Pero también habrá quien protestará con razón. Pensar que a su marido le encantaría dormir en la habitación de Mickey Mouse en Disneyland París es bastante osado. No solo porque odia los ratones, sino porque ya ha cumplido 65 años. Tampoco contratar un paquete multiaventura cuando su novia está embarazada de ocho meses parece, a priori, muy acertado. A no ser que quiera que dé a luz en plan naturista, bajo el agua, mientras descienden por unos rápidos. Decantarse por la casita de los aitites en Burgos tampoco parece buena idea, teniendo en cuenta que irán sus cuñados con las gemelas diabólicas, el adolescente mosqueado por defecto y el San Bernardo. En mi casa, para evitar sobresaltos, firmamos antes de viajar un pacto de no agresión. Y luego ya vuelan los platos.