Desaparecido en combate

Foto: KoramchadNada. Que no le encuentro. Ha pasado ya una semana y, por más que aparto embalajes, el padre de la criatura no aparece. La última vez que lo vi estaba tras una montaña de pelotillas de papel de regalo, apuntalando los tabiques de una casa de muñecas y colocando dos docenas de pegatinas en el minúsculo mobiliario. No hay derecho. Todo venía desmenuzado. Le habría salido más rentable que le hubieran mandado directamente a la cadena de montaje. Al menos, la casita habría venido construida y la niña no se habría quedado con esa cara de pavo al ver caer sobre la alfombra doscientas piezas de plástico. Es la misma que se les quedaría a ustedes si dejáramos el periódico a medio escribir y adjuntáramos un boli para que rellenaran por sí mismos los blancos.

Mientras remuevo cartones sin demasiado entusiasmo -le echo de menos, pero tampoco es para tanto- me tropiezo con el chucho interactivo, que aún lleva la etiqueta y ya ha sido abandonado. ¿Recogerán en la perrera a un bichón maltés sintético o tendré que reciclarlo? Ahora que lo pienso, lo último que masculló el desaparecido es que iba a descolgar la granja de Playmobil por el balcón, en plan adosado. Ups. Pues sí. Está ahí, encerrado. Le veo ojeroso. Y enfadado. No sé si abrirle ya o esperar un rato. Menos mal que el Papa le va a dar una alegría. Dice que el purgatorio no es un lugar del espacio, «sino un fuego interior, que purifica el alma del pecado». Ya decía yo que esos ardores de estómago tras las comilonas navideñas le tenían que redimir de algo.

Feliz falsedad

Dicen que en Navidad hay que hacer el bien, pero confieso -bajo riesgo de ser sepultada en carbón- que desde que planté el abeto miento más que hablo. Y ustedes no se hagan los angelitos. Si tienen niños, seguro que también los han engañado. ¡Es tan tentador! Que si Olentzero tiene más cámaras para verte que Gran Hermano, que si debes dejarles tu chupete a los Reyes para que te traigan regalos… Los chantajes, eso sí, sólo funcionan con los pequeños. Intentarlo con preadolescentes está contraindicado. A no ser que quieran oír un humillante: «Cómprame la Wii y no me ralles».

Aunque quisieran ser sinceros, a los padres no les queda otra que inventar. De alguna manera hay que justificar esa lista de personajes navideños más larga que la del paro. Para liar más la cosa, algunos usan varios nicks, como Papa Noel, alias Santa Claus o San Nicolás. ¿Acaso Interpol no piensa investigar por qué cambia tanto de identidad? ¿Será un explotador de elfos? ¿Dónde demontres están los sindicatos? ¿Y por qué conduce Rodolfo -el reno, no el langostino- con esa sospechosa nariz roja? ¿Nadie le va a hacer la prueba del alcohol?

Confusos, los hijos preguntan quién es ese chico negro que se pela de frío a las puertas de un centro comercial y a uno no le queda sino improvisar. De esta me hago bertsolari y eso que para los belenes aún no tengo explicación seglar. «Ese no es un payaso, es el rey Juan Carlos», discuten frente a un nacimiento de plastilina dos canarros y esperan mi dictamen. Menos mal que sonó la campana.