Pequeños ahorradores y padre cigala

Dice la cría que le meta la paga de amama en la hucha, que prefiere guardarla, en vez de comprarse chuches, “por si un día no tiene trabajo”. ¡Por Tutatis! ¿Pero qué clase de pequeña ahorradora estoy criando? ¿Tan negro se ve el panorama a los siete años? ¿Me pedirá que, en vez de una cuenta infantil, le abra un fondo de pensiones? Lo peor es que el pequeño inconsciente, que nos sigue escrutándolo todo como los coches con cámaras de los municipales, se ha quedado pensativo, dándole vueltas al chupete. Ahora temo que un día se escape al banco de la esquina, balbucee tras el mostrador y le calcen unas preferentes.

Por si vinieran mal dadas, peores quiero decir, una trata de no malgastar cerrando grifos, apagando luces y reciclando vaqueros de temporadas pasadas, ahora que está tan de moda el vintage. Todo en balde, porque el padre de las criaturas es especialista en contrarrestar el efecto hormiguita con sus cigaladas. ¿Que has usado tres cupones descuento en el supermercado? Pues él los anula comprando pastillas para el lavavajillas brillo de diamante a precio de ídem en el comercio más caro de Bilbao. ¿Que te tiñes en casa, es un decir, para espaciar tus visitas a la peluquería? Pues él se mete en Fnac “solo a mirar” y sale con un yo qué sé, qué se yo, con usb y te echa por tierra el ahorro del mes en un pispás. El otro día gastó medio bote de Pronto limpiando una mesita de medio metro cuadrado. Si cree que así le voy a apartar de sus funciones, lo lleva claro.

Necesito un personal oferter

Estoy hasta la coronilla dos por uno. Hasta la española, por el presunto yerno pufero, y hasta la mía propia, porque por más que intento ahorrar no me sale. Además, cada vez que abro la cartera, se me caen al suelo una docena de cupones descuento. Los que más me cuesta usar, por despistada, son los del tanto por ciento. Algunos no coinciden con lo que compro y para cuando me animo a probar otra marca y los muestro triunfal en la caja, en plan escalera de color, resulta que se me han caducado. Y vuelta el cupón al bolso. Tengo uno de barritas de muesli que lleva conmigo tanto tiempo como la foto de los críos y ya me da pena tirarlo. Entre esos y los rasca gana, que te dejan las uñas perdidas, me he tenido que comprar una carpeta acordeón para tenerlos clasificados, junto a las tarjetas de fidelidad, de puntos y familiares.

Y digo yo: ¿No sería más fácil rebajar los precios y dejarse de papelitos? Que algunos no tenemos tiempo de jugar a las tienditas. Pero no. Los de arriba se deben haber puesto en plan profesora de Fama: «La oferta cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar con sudor«. Y en esas estoy, tratando de descifrar el gran dilema de la humanidad: ¿Dónde salen los pañales más baratos? Porque como cada paquete tiene una cantidad diferente, no hay pitagorín capaz de calcularlo. Mientras busco a un personal oferter para que me asesore, trato de ahorrar comprando en cantidades industriales. Tengo detergente para lavar los trapos sucios de media España, que ya es decir.