Vuelve, cari

Por el respeto que les tengo, pero he estado a un tris de no escribir esta columna. Total, ¿para qué? En pleno resacón futbolero -a los hinchas del viaje relámpago a Bucarest les deben de doler hasta las pestañas- me pregunto si hay vida después del partido. Y si es así, si en concreto hay alguien al otro lado de este post. No me mientan por compasión. Entenderé que hayan sido abducidos por las noticias rojiblancas. Tal es así que con su permiso -el suyo, querido lector incombustible, y el de mis incondicionales padres- voy a aprovechar estas líneas para hacer un llamamiento personal: Vuelve, cari. Se lo digo al padre de mis criaturas, que el miércoles se fue a ver el encuentro en las pantallas gigantes de San Mamés y está desaparecido en combate.

Teniendo en cuenta que lo más tarde que ha llegado a casa en los últimos años fue un día que se quedó a ver con los niños los fuegos artificiales, estoy empezando a preocuparme. Más que nada porque se despidió diciendo que si ganaba el Athletic, iba a hacer el Camino de Santiago en goitibehera y si perdía, con más razón, para suplicar que ganara la otra final. Y este es capaz.

En el 84 ya se tiró cuesta abajo y sin frenos desde la Basílica de Begoña y no vean qué pedazo de cicatriz. De lado a lado del cráneo. Pena que no se abra, cual cremallera, para reiniciarle el seso. En su último sms, previo al partido, decía que había alquilado un banana boat para surcar la Ría detrás de la gabarra. Vuelve, cari, y llama a tu madre, que quiere saber si vas a ir a comer el domingo.

Athletignósticos

Acerquen la oreja. Lo confieso: no me gusta el fútbol. Sé que tengo que hacérmelo mirar. Que me señalarán con el dedo por la calle y que más de uno me aplicaría un correctivo. Pero en mi familia ni siquiera les interesa este deporte a los especímenes del sexo masculino. Y eso sí que es raro, raro, raro. Tanto que estoy por proponerle a la UPV que nos someta a estudio. Lo mismo que analizan la expansión del mejillón cebra o los polímeros. Porque a singulares no nos gana ni la tribu esa que vivía aislada en Paraguay.

Al menos, estos días me siento como un perro verde. Sin poder meter baza en ninguna conversación. He intentado ponerme al día, pero las secciones de deportes de los periódicos son para iniciados. O sabes de quiénes están hablando de antemano o no te coscas de ná. Tampoco entiendo a algunos aficionados. ¿Qué culpa tengo si con la que está cayendo me parece un despilfarro viajar a Manchester para asistir a un partido? ¿Entenderían ellos que yo hiciera lo mismo para ver una ópera en París?

Mientras el personal hace cábalas, calendario en mano, para asistir a la final de Copa, cambia el turno con el compañero y piensa con quién va a encajar a los niños, yo les miro como las vacas al tren. Al tren o a las fotos de Muniain y Martínez pasándoselo piporreta con unas chicas. Dicho esto, solicito urgentemente asilo político. Y tengan piedad, que soy madre de familia. Ahora, si sacan la gabarra, me avisan. Que me compro una bandera rojiblanca en un chino y me planto allá en un periquete. Euuup!

¿Y la misa de 12 qué?

Este trajín de horarios en los partidos del Athletic está trayendo de cabeza a más de uno. Y no solo a los aficionados, que ya no saben si llevarse para el descanso un hamaiketako, un tupperware con alubias, el bocata de toda la vida o un huevo frito. También sus parejas están sufriendo las consecuencias. Acostumbradas al cese temporal de la convivencia las tardes de los sábados o domingos, que el cónyuge se les persone en casa cualquier fin de semana antes de lo previsto puede acarrear más de un disgusto. O, cuando menos, resultar un incordio. Igual está una tan tranquila en plena reunión de tupper-sex, llega el marido con la bufanda rojiblanca anudada en plan turbante a la cabeza y, quieras que no, te corta el rollo.

También algunos hosteleros están que trinan porque el derbi del próximo 2 de octubre en Anoeta se jugará a la hora de los pintxos. Y, claro, las ganas de potear, una vez que uno ha perdido, bajan en picado, como la libido. Aunque todavía no se han pronunciado, intuyo que habrá curas a los que tampoco les hará ninguna gracia que el encuentro se dispute justo a mediodía. ¿Y la misa de 12, qué? Porque si hay que oficiar, se oficia; pero oficiar para nada, con los banquillos semivacíos… Alguno ya está pensando en cambiar el karaoke instalado en el altar para cantar los grandes hits eclesiásticos por un televisor LED 4×4 para seguir el partido. El Señor sabrá entenderlo y, si no, que hable con los dueños de las teles, de todopoderoso a todopoderoso.