Todo incluido

Deberían advertirlo en los catálogos de viajes: el régimen todo incluido no es aconsejable para aprensivos. Porque eso de llegar al hotel y que te coloquen una pulserita de plástico como la que te ponen en Urgencias da un mal rollo que no veas. De hecho, el primer día, el padre de las criaturas se echó una siesta con pérdida de consciencia en la tumbona de la piscina y cuando despertó y se miró la muñeca, pensaba que estaba en una camilla y le acababan de extirpar un riñón.

Su temor de que el menú fuera una bolsa de suero o, lo que es peor, un puré sin sal, se disipó al pisar el restaurante y ver sendas colas calibre Lanbide ante las fuentes de paella y pizza. Ni en época de racionamiento, se lo juro. El pepino rebozado, sin embargo, se antojaba acomplejado. Intacto, al igual que las alubias matutinas, parecía preguntarse: ¿qué hace un pepino como yo en un bufé como este?

Calorías aparte, si algo tiene un comedor para 430 personas es que pasa uno desapercibido. Anteayer, por despiste, bajé a desayunar en camisón y ni una sola mirada, oigan. Estaban todas concentradas en el hombre de los calcetines con chanclas. Estoy por hacer la prueba con el gorro de ducha, a ver si causa más impacto. Lo que peor llevamos, sin duda, es madrugar para pillar sombrilla. Hay quien acampa a la noche, como si fuera a comprar entradas para una final del Athletic, para marcar territorio con la toalla ¡a las ocho de la mañana! Solo nos falta fichar.

Basurto resort

Será fruto del aburrimiento, pero cada vez que echo raíces como acompañante en Urgencias me da por hacer paralelismos entre ir de vacaciones e ingresar en un hospital. Para empezar, en ambos casos puede haber overbooking y la cara de pasmao que se te queda es la misma cuando te dicen que no tienes asiento en el avión o cama en planta. El equipaje de mano, al igual que en el aeropuerto, debe ser de tamaño reducido, porque los armarios de las habitaciones de Basurto, con todos mis respetos, son más bien escoberos. Como te pille la apendicitis en invierno y tengas que meter un abrigo, date por perdido: no te quedará hueco ni para el neceser. Quizás tendría éxito, ahora que hay que reinventarse con la crisis, un negocio de envasado de pijamas, camisones y batines al vacío. Todo es ponerse.

Una vez que eres admitido, te plantan la pulserita del todo incluido y ya puedes comerte unas lentejas, meterte un chute de oxígeno o hacerte una ecografía que todo te sale gratis total. En cuanto a la vestimenta, no te dan albornoces como en los cinco estrellas, pero sí unos camisones muy cucos con ventilación trasera. La pena es que no puedas colgar de la manilla el cartelito de No molestar y que con el trasiego que hay por las mañanas no hay quien pegue ojo a gusto. Es como un servicio de habitaciones fragmentado hasta el infinito. Una persona se lleva la jarra de agua, otra friega el suelo, otra te pone el termómetro, otra te trae un café, otra el azucarillo… Lo bueno es que conoces gente. Y siempre hace calor.