Sobreactúa, que algo queda

Reincido en mi inconsciencia. O, vaya, en mi esquinado escepticismo. Veo a todo a quisque echándose las manos a la cabeza, voceando con uve, coceando con ce, llamando a la movilización, al cordón sanitario, al no pasarán, al sí pasaremos… y soy incapaz de contagiarme del histerismo, si es que todavía es de curso legal esa palabra. Todo es una sobreactuación que provoca otra sobreactuación enfrente que, a su vez, vuelve a la contraparte corregida y aumentada. “El clima previo a la guerra de 1936”, escucho que dicen gentes muy cabales y otras que solo buscan aumentar la crispación y el canguelo.

Pero, insisto: ante todo, mucho calma. De hecho, ni siquiera estamos ante algo realmente nuevo. No me remontaré a la sangrienta Transición, con su ETA, su GAL y el ruido de sables a todo meter. Ni a aquellos días de Lizarra, o a las embestidas contra el tripartit catalán de Maragall, Carod Rovira y Saura. Basta retroceder hasta el gobierno de Zapatero, la mesa de Loiola, la AVT peperizada dando la tabarra por doquier, y el rancio foralismo, entre latrocinio y latrocinio, venga y dale con que Navarra no se vende.

Lo del domingo de la derechota una y trina en la madrileña plaza de Colón no es más que una reedición de todos aquellos excesos. Con el añadido, además, de que si entonces cabía la duda sobre si había algo de sustancia en el fondo, esta vez es directamente una broma. Triste, pero broma, al fin y al cabo, pues la espoleta de la reyerta es una difusa y confusa apelación al diálogo del gobierno español a ver si cuela y las fuerzas soberanistas catalanas le aprueban los presupuestos. Tonto el último en posturear.

Postproletariado

Lo último que podía imaginarme era que el gremio de taxistas pasaría un día por la vanguardia de la lucha obrera. Supongo que soy víctima de una percepción errónea forjada por la media de las ocasiones en que he utilizado el servicio, especialmente en Madrid y Barcelona, las ciudades en que acabamos de ver imágenes de la revolución del postproletariado.

Por caprichos de la estadística, a mi casi siempre me han tocado tipos más bien malencarados que se ciscaban en los podemitas, las sanguijuelas nacionalistas y, por descontado, cualquier colectivo en conflicto que osara interrumpir el tráfico, algo que se tomaban como cuestión personal. “¡Estos putos haraganes no tiene otra cosa que hacer que joder a los que trabajamos!”, bramó el conductor que me llevaba al aeropuerto del Prat, ante unos ciudadanos que el 2 de octubre protestaban por la actuación de la policía española el día anterior. Luego, con todo su rostro, me cobró la barbaridad que marcaba el taxímetro, pese a la normativa que establece una tarifa máxima para el trayecto entre la capital catalana y el aeródromo. “Eso no se aplica en circunstancias especiales como esta”, me espetó secamente, mientras en Mytaxi, la aplicación móvil que me encasquetó al mengano, todavía se me conminaba a dejarle una propina de entre el 10 y el 15 por ciento del servicio.

Y sí, es verdad que ni Uber ni Cabify son entes benéficos creados para aumentar el caudal de la felicidad humana, ya lo escribí cuando todavía la peña se tragaba la vaina de la economía colaborativa. Sin embargo, bastará que todos partan exactamente de las mismas condiciones y que los clientes escojan.

Un concejal agresor

Lo peor, como tantas otras veces, es que se veía venir. No era la primera, ni la segunda, ni la octava ocasión en que el concejal de Cambiando Huarte, Francisco Espinosa, montaba un cirio en el ayuntamiento de la localidad de la cuenca de Pamplona. Sus modos matoniles habían trascendido del ámbito municipal y hasta a ciento y muchos kilómetros, que es donde tecleo estas líneas, se tenía conocimiento de cómo las gastaba el electo —manda pelotas— de la marca local de Podemos. Podía tratarse solo de excentricidades, como la ególatra costumbre de transmitir sus intervenciones en el consistorio en modo selfi, pero también de otros comportamientos verdaderamente preocupantes.

Parece ser que ni uno solo de los ediles se ha librado de sus gritos, desprecios, o amenazas, aunque últimamente la tenía tomada especialmente con uno, el representante de Geroa Bai, Josean Beloqui. Y aquí merece la pena detenerse, porque cualquiera que conozca a Beloqui sabe que es un tipo cabal y contenido hasta la máxima expresión. Ni ante los embistes más fieros de la troleada tuitera pierde los papeles el que en esa red social conocemos como @General_RE_Lee. Esa templanza y esa paciencia que dejan a Job en aprendiz son la peor provocación para los marrulleros que siempre van al choque, como el energúmeno con derecho a asiento en el pleno. No le cabía otra al tal Espinosa, que encima va de progre pacifista, que pasar de los berridos a las manos. Por supuesto, como corresponde a los cobardes bravucones, por la espalda. Este es el minuto en que el agresor de un compañero de corporación no ha devuelto el acta. Y da mucho asco y mucha rabia.

El discurso de Jesús

Fíjense que este año tenía el firme propósito de dejar pasar de largo esos Oscar de regional preferente que llevan el nombre —nunca he acabado de entender por qué— de un reputado pintor español. Pero el columnero propone y el azar, disfrazado de machaque por tierra, mar, y aire desde todos y cada uno de los medios patrios, dispone. Ni arrancándose los ojos y las meninges habría sido posible escapar del bombardeo de chafardadas, donde se mezclaban, curiosa paradoja, los mensajes de género más contundentes con chismorreos heteropatriarcales del quince sobre los trapitos y los complementos que lucían las asistentes a la gala. De acuerdo, y también un poquito los asistentes, que es verdad que vi a Paco León presumir de que no sé qué chuchería que llevaba en la solapa costaba 26.000 euros del ala. Y vale, que no es suyo, que se lo prestan y bla, bla, bla, pero es un poco descuajeringante que un tipo que se atiza en la pechera ese pastizal luego nos adoctrine sobre la pobreza.

Claro que para incoherencia supina, la reacción de los catequistas de rigor ante el merecido gran protagonista de la noche, que como ya sabrán de sobra fue el actor Jesús Vidal. De su impecable y emocionante discurso, cada quien escogerá su frase. Yo me quedo con esta: “Queridos padres, a mí sí me gustaría tener un hijo como yo porque tengo unos padres como vosotros”. Han pasado ya más de 48 horas y me da que los que más han aplaudido y repicado esas palabras son los que más motivos tienen para sentirse incómodos por la tremenda acusación que contienen hacia ellas y ellos. Pero vayan a explicárselo a los campeones siderales del paternalismo.

¿Y el próximo partido?

No diremos que fue un sueño. 48.121 personas se reunieron en San Mamés una tarde invernal de miércoles para ver un partido de fútbol femenino. Me cuento entre los que —desde casa, ojo— sintieron una íntima invasión de orgullo y emoción ante las impresionantes imágenes del campo a reventar. Incluso cuando el amor a unos colores se ha ido atemperando por los años y ciertos hechos contantes y sonantes, resultaba imposible esquivar la piel de gallina, el nudo en la garganta y los ojos humedecidos. Fue algo grande, sin duda. Sin embargo, me temo que nos haremos trampas al solitario si pensamos que este hito es algo más que eso, un récord que merece celebración, pero que ni de lejos representa que se haya avanzado verdaderamente hacia la igualdad en el deporte.

Lamento el jarro de agua fría, aunque creo no ser el único que estima que en ese camino sería más valioso ver que el próximo encuentro, y el siguiente, y el que venga después cuentan, siquiera, con la mitad del respaldo en las gradas… pagando, claro. O si los ventajistas que se han atribuido el éxito, los que lo glosan con un paternalismo ruborizante o, en fin, los que se apuntan siempre a las fotos y las frasecitas chachiguays, supieran el nombre de media docena de jugadoras, sus correspondientes demarcaciones y sus características. Será magnífico también que en las barras de bar comenten algo sobre las rivales, los esquemas de juego, las alineaciones, los fichajes, las lesiones o la clasificación. Y no digamos si se compran para sí o para sus hijas o sus hijos una camiseta con nombre de mujer sobre el dorsal. Diría, y lo siento, que queda mucho para eso.