Fabio, 25 años

Se me humedecieron los ojos, cómo evitarlo, leyendo el pasado domingo el reportaje de Kike Santarén sobre el asesinato del niño Fabio Moreno hace ahora 25 años. Durísima, la expresión “el hijo de un txakurra”, pero es que exactamente así justificaron y menospreciaron el crimen muchos de los que ahora tildan a los demás de enemigos de la paz. Tanto ir con la memoria en la boca arriba y abajo, y qué poco les gusta que les recuerden que sus héroes, esos a los que aún hoy festejan, no tuvieron el menor empacho en manchar el asfalto con sangre infantil. Daños colaterales, decían, y esa era la versión amable frente a la otra, la que helaba el alma: socialización del sufrimiento.

Tengo grabados a fuego aquellos días de noviembre del 91. Ya llevaba varios atentados cubiertos, pero este fue el primero que me tocó en mi pueblo, y desde luego, el primero que tenía como víctima a una criatura. De dos años, concretamente. Inenarrable la imagen, en la primera de Deia, de la chamarra ensangrentada del pequeño a unos metros del coche de su padre, reventado por la bomba-lapa. Guardo también, imposible de borrar, el brutal dolor de su madre, Arantza, entrevisto en la puerta de su casa cuando un periodista malnacido le hizo abrir gritando “¡Soy de Correos, tengo un telegrama del rey!”. Y cómo no, el féretro blanco saliendo de la iglesia de San Agustín, donde aguardaba una multitud que desbordó Erandio.

Álex, el mellizo de Fabio, que salvó la vida de milagro, dice hoy que se tomaría un café con los asesinos —los para algunos mitos Javi de Usansolo y Gadafi— para que le contaran por qué lo hicieron. ¿Qué le dirían?

¿Y si gana Trump?

Como no soy de adorar santos por la peana —más bien, lo contrario—, llevo un par de días descacharrándome de la risa a cuenta del palmo de narices con que ha dejado a sus sumisos fieles el filósofo dizque marxista Slavoj Zizek al pontificar sobre las presidenciales en Estados Unidos. No se preocupen medio grano si no les suena el gachó. Es, sin mucho más, el típico producto premium para pseudointelectuales snobs, de esos que disfrutarán llamándome cuñado por haber escrito esto. Lo encajo con mi entrenada capacidad de fajador del navajeo dialéctico, y sigo adelante con los faroles, o sea, con las palabras del barbudo esloveno.

Después de afirmar que, repugnándole Trump, entiende que el verdadero peligro sería la victoria de Hillary Clinton, redondeó así el razonamiento: “Él no va a traer el fascismo, pero puede provocar un gran despertar”. Como decían en los tebeos de mi mocedad, que me aspen si no es un “cuanto peor, mejor” de libro.

La cosa es que sin ser un pensador de moda sino un opinatero de pueblo, yo mismo me he descubierto llegando a parecida conclusión. Tal vez el revulsivo que necesitemos para salir de tanta tontería chachiguay es tener como comandante en jefe del primer país del mundo libre [ironía] a alguien que encarna como nadie el simplismo ideológico que campea por casi todo el planeta. En ese sentido, y ya me escuece esta nueva coincidencia, comparto el titular de portada de El País de anteayer: “El populismo mundial libra su batalla en Estados Unidos”. He ahí la lacerante cuestión: Trump no solo es Trump, ya quisiéramos, sino otro puñado de mesías salvadores que nos acechan.

Cebrián, errejonista

Del folletón de Espinar Junior, la parte que más me divierte es la insinuación de que Juan Luis Cebrián es errejonista. ¿Que nadie lo ha dicho así? Nos ha jodido, pero a ver cómo se interpreta la insistencia pabluna en señalar que si la Ser y El País han salido con todo en este asuntejo es porque el joven aprendiz de especulador es su hombre de paja —el de Iglesias, se entiende— en la carrera por hacerse con el esencial aparato de Podemos en la Comunidad de Madrid. Dado que la candidatura rival con más posibilidades es la avalada por Iñigo Errejón, no hace falta ser Einstein para concluir que lo que se deja caer es que el mentado resultaría beneficiado por el escándalo de andar por casa que se ha montado.

Yendo un poco más lejos pero no mucho, la sugerencia final que planea en el éter es que los pormenores de la trama y la documentación correspondiente han salido del bando adversario. Y una vez más, a Iñigo no le queda otra que callar y tragar quina ante la envolvente perfecta. Por feo que le parezca el comportamiento del siempre turbio Espinar Hijo en este y en otros mil asuntos, está obligado no solo a morderse la lengua sino a salir en su defensa. Eso, mientras ve cómo el efecto piña tan fácil de instilar en la masa acrítica morada hace subir las posibilidades de victoria de la plancha pablista.

Tampoco es que me vaya gran cosa en ello, pero me pregunto cuántos pescozones más va a aguantar Errejón, versión vallecana del santo Job, antes de revolverse y cantarle La Traviata a su perenne abusador. Jordi Évole, gran confesor de políticos con las pelotas hinchadas, tiene ahí un estimulante reto.

Cambio de guardia

Ya enseña la patita el recién reinvestido presidente del Gobierno español. Quédense de saque con las formas, nada inocentes en un individuo que no da pespunte sin hilo. Después de diez meses esperando, el narcisista rencoroso se ha cobrado su pequeña venganza. Ha dejado pasar un largo puente más día y medio de propina antes de evacuar su gabinete de recambio. A las siete de la tarde —jódete, Ciudadanos, con el pacto sobre la conciliación de la vida laboral y familiar— y a través de un comunicado mondo y lirondo, tras haber tenido al retén de plumillas con la lengua fuera de Moncloa a Zarzuela ida y vuelta. Tomemos nota de lo subidito que va la estatua de Pontevedra, con el PSOE hecho unos zorros y la carta de oro de la convocatoria electoral cuando le salga de la sobaquera. No parece que, de momento, se haya aplicado a la enmienda que le pedía, juraría que con escepticismo infinito, Iñigo Urkullu.

Y en cuanto a los nombres, poco entre dos platos. Unas risas con lágrimas lo de Cospedal de ministra de la guerra. Casi tantas como la ausencia, seguro que doliente, de la supernova Javier Maroto, que estoy por jurar ya se había mandado bordar la condición ministerial en la mantelería y algún gayumbo; otra vez será. Ni un ministro vasco, por cierto. Se celebra la patada (apuesto que hacia la embajada del Vaticano o cosa así) de Fernández-Díaz, aunque sin dejar de tener presente la ley que sostiene que lo malo es susceptible de ser empeorado. Este Zoido tiene acreditadas no pocas tropelías. ¿Y Montoro? Bien gracias, ahí seguirá para los chistes y, si se tercia, para negociar el Cupo y renovar el Convenio.

El foco sobre Espinar

Está bien variar de vez en cuando la monodieta del Falcon Crest en Ferraz y franquicias asociadas. En esta ocasión, lo que el diputado Iglesias Turrión ha dado en motejar “Máquina del fango” colocaba el foco en el pablista de primera hora Ramón Espinar Merino, también conocido como Ramón Espinar hijo para diferenciarlo de su célebre padre, feliz titular en su día de una Tarjeta Black de Caja Madrid. Contaba la cadena SER a todo trapo que el aspirante a la secretaría general de Podemos en la comunidad de Madrid había acreditado sus pinitos en el proceloso mar de la especulación inmobiliaria. Le acusaba, como probablemente habrán leído u oído, de haberse embolsado 30.000 euros en la venta de un piso de protección oficial en Alcobendas que no había llegado a ocupar.

Siendo justos, es verdad que no fueron 30.000 sino 20.000, que la vivienda no era exactamente de protección oficial sino algo por el estilo, y que no pudo ocuparla porque cuando la pagó, estaba aún sin acabar. El marronazo queda, pues, en marroncito. Es más, no parece que haya absolutamente nada técnicamente punible.

Otra cosa es que llame la atención que un crío de 21 años de requeteizquierdas sin ingresos regulares se meta en una casa con dos garajes. Y qué decir del hecho de que la cooperativa promotora se la conceda y financie, o de que ese padre con el que hasta ahora aseguraba no tener trato le prestase un pastizal para la entrada. Venga, va: nada ilegal. ¿Feo? Allá cada cual. Pensemos, sin embargo, en Espinar como posible gestor de recursos públicos. Ha dejado claro que no tiene empacho en comprar lo que sabe que no podrá pagar.

El precio de la conciencia

Socialistas díscolos. Lo veo una y otra vez en los titulares y sigue sonándome a grupo de música indie, como Love of Lesbian o Supersubmarina.

Perdonen que me lo tome a guasa. Ya sé que debería ser algo serio, incluso grave. ¡Joder, que estamos hablando de la conciencia, la sagrada facultad del ser humano de permanecer fiel a sí mismo! Buen intento, y quizá hasta colaría si no fuera porque el precio de la cosa no alcanza ni al de un Iphone 7. Cotiza —y eso, por la banda alta— a 600 euros, que es la cantidad máxima que el Grupo Parlamentario Socialista, supongo que a falta de autoridad mayor en el desvencijado partido, podría imponer a los quince jabatos que el otro día gritaron ‘No’ donde la partitura decía Abstención. Si lo comparan con los emolumentos de sus revoltosuelas señorías, estamos hablando de una ganga. Eso, sin mencionar los baños de ego que se han pegado a cuenta de su gesta. El o la que menos, tres docenas de entrevistas y su careto a todo trapo en esas composiciones fotográficas para señalar, según cada medio, a los héroes o los felones del día. Ofende que algunos vayan mentón en alto diciendo que volverían hacerlo. Si fueran dependientas de una tienda de Amancio y cobrasen al mes la cuantía de la multa, ya veríamos.

Todo es muy poco creíble. Por el lado de los castigadores, porque si de verdad la actitud es tan inadmisible, lo menos que cabe es la patada sin más contemplaciones al Grupo Mixto del Congreso. Y por la parte de los castigados, porque si tan zaheridos se sienten, ellos mismos y ellas mismas deberían haber tomado la puerta. Pero claro, fuera hace mucho frío y 600 pavos son un chollo.

Tantas veces Pedro

Elijamos. Más vale tarde que nunca o a buenas horas mangas verdes. Pedro el intrépido o Pedro el despechado. La verdad ante todo o la verdad a medias y como autojustificación. Heroísmo o de perdidos al río. Un altruista sacrificándose por los demás o un yonki desesperado por pillar de esa farlopa tan rica que le dejaron probar.

Caben, por qué no, las respuestas a medio camino de lo uno y de lo otro. Y las de cuarto y mitad, igual que las de ni tanto ni tan calvo, por supuesto. Hablamos de política, donde lo potencial, como señaló el profesor Iglesias Turrión en las Cortes, va de la actividad delictiva a la emocionante entrega a los demás sin condiciones. Por eso mismo, porque no soy capaz de discernir si el del hoyuelo mimosón es aquel canalla del manual que alguna vez he mentado aquí o el personaje de James Stewart en ¡Qué bello es vivir!, me abstendré de juzgar… hasta tener más datos.

Miren, me chivan uno por el pinganillo. Joan Tardá está que trina con el mengano; asegura que jamás estuvo ni a un milímetro de la negociación con ERC y que le dejó bien claro que no se podía reconocer a Catalunya como nación. Ahora que caigo, también le oí mil y una vez al audaz Sánchez culpar en público a Podemos de la imposibilidad de formar un gobierno alternativo y, según soltó en su rajada ante el confesor Évole, lo que ocurría era que los bancos, Alierta y Cebrián le tenían cogido por ya saben ustedes dónde. Con qué ímpetu negaba las presiones, por cierto, cuando se le preguntaba por tal eventualidad. ¿Por qué no largó entonces? Ah, ya, porque por esos días todavía era lo que quiere volver a ser. Vaya, vaya.