¿Vacunación obligatoria?

Es mejor que llamemos a las cosas por su nombre. En Alemana y en otros países del centro de Europa ya lo hacen. La ola en la que ya están inmersos de hoz y coz no es la sexta sino la de los “no vacunados”. Si los contagios vuelven a multiplicarse y de nuevo los hospitales están a reventar, no es por azar o por el incontrolable comportamiento del virus. Esta vez ya no. Los estudios certifican lo que la intuición más pedestre nos hacía pensar a los profanos. El 90 por ciento de los positivos actuales tiene su origen en las personas no inmunizadas.

Preguntaba ayer Andrés Krakenberger en los diarios del Grupo Noticias si, dada esta situación, cabría establecer la obligatoriedad de la vacuna. Lo planteaba con una disyuntiva que, con todo el cariño, creo que es más que discutible en su propio enunciado. ¿Prevalece el derecho a la salud sobre el derecho individual a no vacunarse?, nos cuestionaba Andrés. Incluso en esos términos, yo respondo contundentemente que por supuesto. Y me voy al principio requeteclásico: mi libertad termina donde empieza la de cualquiera de mis congéneres. Si no darme el pinchacito solo acarrease consecuencias negativas para mí, allá películas, con mi pan me las comería. Pero es que en este caso, el perjuicio de mi decisión presuntamente soberana es para los demás. Nos pongamos como nos pongamos, no tenemos ningún derecho a difundir un virus que causa estragos tan brutales como los que están tasados y medidos. Por lo tanto, creo que hace mucho tiempo que deberíamos habernos dejado de zarandajas y haber establecido la obligatoriedad de la vacunación, especialmente para el desempeño de ciertas profesiones.

Otro Día de la Memoria

Este Día de la Memoria es el de la marmota. Desde que se instauró en 2010 bajo el gobierno de Patxi López sostenido por el PP y con el Parlamento incompleto, la palabra división ha aparecido invariablemente en los titulares. En algún caso se llegó a conseguir una foto más amplia, pero, en general, los actos de recuerdo se han celebrado siempre a falta de siglas y sensibilidades. Supongo que lo tenemos lo suficientemente asumido como para ni siquiera perder un segundo en el lamento.

Es lo que hay. Allá quien quiera engañarse a estas alturas. Como acabamos de comprobar bien recientemente, a todo lo más que se llega es a la obviedad de “El sufrimiento de las víctimas nunca debió haberse producido”. Evitando expresamente la mención de los responsables concretos de la inmensa mayoría de ese sufrimiento. Y para lo que debería ser pasmo general, con aplausos de despistados e interesados amnésicos que se tragan la representación teatral. Perdón, quería decir la patada en el hormiguero para ponerse otra vez en el centro, como no tuvo reparos en reconocer con el desparpajo habitual el productor, guionista y protagonista de la función.

Con todo, y añadiendo aún que se trata de una fecha ensartada con calzador en el calendario, sigue mereciendo la pena dedicar un tiempo de esta jornada a mirar hacia nuestro pasado imperfecto. Solo para, valga la paradoja, tenerlo presente. Quizá proceda también esforzarse para que no se trate de un trámite para la galería que se resuelve con unas palabras, unas flores, un minuto de silencio y unos aplausos de cierre. Pero eso es ya una cuestión estrictamente personal.

Los dignos callan sobre Nicaragua

Nos caía el lagrimón cantando “Ay, Nicaragua, Nicaragüita, la flor más linda de mi querer”. Qué nudo en la garganta al llegar al verso que dice “Pero ahora que ya sos libre, yo te quiero mucho más”. Cuarenta años después, Carlos Mejía Godoy, autor de ese y de otros tantos himnos sandinistas, vive exiliado en Costa Rica porque su hermano de revolución, Daniel Ortega, quería darle matarile, como ha hecho con prácticamente todos los que lo acompañaron en aquella guerra terrible que llevó al fin de la despiadada dictadura somocista. Con ellos, y con otros miles de personas a las que el tirano enloquecido ha colgado el baldón de enemigos del pueblo. Los que no pusieron tierra de por medio están en la cárcel o… muertos. El tipejo tiene acreditado que no se para en barras.

En estas condiciones inadmisibles se han celebrado unas elecciones de pega en las que, oh sorpresa, Ortega ha ganado por goleada a una oposición de atrezzo y con una raquítica participación. Todo, con una comunidad internacional no diré que mirando hacia otro lado, pero como poco, sí de refilón, como si este tremendo escándalo no fuera con los dirigentes que en otras circunstancias dan lecciones de dignidad. Claro que todavía es más grave el silencio de los campeones planetarios de denunciar vulneraciones de los Derechos Humanos. Con honrosas excepciones, la que se reclama como izquierda transformadora se encoge de hombros ante las tropelías del sátrapa o ante el aplauso desvergonzado del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Lo triste una vez más es que ni siquiera podemos decir que nos sorprende.

El TAV de nunca acabar

No sé si es un triunfo o una derrota de la política, pero desde hace mucho tiempo, al ciudadano corriente y moliente de los tres territorios de la CAV la mayoría de las informaciones sobre el tren de Alta Velocidad le entran por un oído y le salen por el otro. Y creo que es algo humanamente comprensible. Ni con la mejor de las disposiciones es posible hacerse una idea cabal del auténtico minuto de juego y resultado de una matraca que comenzó hace varios lustros. Haciendo precio de amigo, podemos borrar los cansinos prolegómenos de la década de los 90 del siglo pasado, y establecer el arranque del embrollo en 2006 que fue, como recordó el lehendakari el otro día, cuando el gobierno español de Rodríguez Zapatero aceptó el inicio de las obras de la Y vasca a cambio (cómo no) del apoyo del PNV a los Presupuestos Generales del Estado.

Desde entonces se han sucedido mil y un anuncios sobre la fecha final de la llegada del ansiado (u odiado) tren y las formas en que iba a resolverse la entrada en las tres capitales. Da igual con ejecutivos del PP o del PSOE, los plazos se han ido ampliando casi pornográficamente y las soluciones técnicas han sufrido variaciones sin cuento. Lo último, que seguramente será lo penúltimo o quizá lo antepenúltimo, es que, de cara a la entrada en Bilbao, se construirá un apeadero provisional en Basauri. Lo anunció, sin que los alcaldes implicados supieran nada, el consejero socialista Iñaki Arriola tras un encuentro con la ministra española de Transportes Raquel Sánchez. Fue una deslealtad de aquí a Lima, pero el lehendakari, con buen criterio, le quitó hierro. Como París, el TAV bien vale una misa.

Apechugar con Sánchez

Lo de ayer en el Congreso de los Diputados fue (volvió a ser) enternecedor. Como ya venía radiotelegrafiado, decayeron las enmiendas a la totalidad del proyecto de presupuestos de Sánchez para 2022. Fue gracias a la llamada “mayoría de la investidura” que a estas alturas ya deberíamos llamar sin más y sin menos “mayoría que sostiene al gobierno de coalición”. Y que seguirá sosteniéndolo porque cuando hay que elegir entre susto o muerte, lo juicioso es decantarse por lo primero. A casi nadie se le escapa que si se cae el chiringo de coalición, hay algo más que serias posibilidades de que sea sustituido por otro liderado por el PP con el apoyo de Vox, da igual desde dentro que desde fuera. Por muy encabronado que esté Abascal con el palentino de los másteres de pega, tiene dicho cien veces que si se presenta la ocasión de expulsar a los socialcomunistas, como a él le gusta llamarlos, se pondría al lado de España. Ya imaginan lo que eso significa, ¿verdad?

Ese es el terreno de juego de la política hispanistaní actual. Por ello, da igual lo serios que aparenten ponerse PNV, EH Bildu y ERC. Las advertencias de no sabe usted con quién está pactando son seguramente comprensibles en la lógica actual, es decir, en la necesidad de escenificar, pero difícilmente trasladables a la práctica. Las amenazas de romper la baraja no son creíbles, incluso aunque vayan acompañadas de aspavientos. Lo tremendo es que el beneficiario de tal situación, el durmiente en Moncloa, no es un dechado de lealtad ni de cumplimiento de promesas. Hasta que se demuestre lo contrario, solo es el mal menor. Y hay que apechugar con él.

Una cuestión muy resbaladiza

La Ertzaintza tiene la convicción de que la mujer que denunció haber sido víctima de una agresión a manos de cuatro jóvenes en Gasteiz el pasado 24 de octubre se lo ha inventado todo. De hecho, el Departamento de Interior ha interpuesto una denuncia contra ella por haber incurrido en una simulación de delito, algo que está gravemente penado. Antes de que se sulfuren, antes de que se rasguen las vestiduras por la enésima tropelía del heteropatriarcado institucional respirando a pleno pulmón, les aportaré un par de detalles. Uno, la denunciante, de nombre Begoña, fue militante de Vox. Dos, los señalados como agresores son “cuatro magrebíes”. ¿A que cambia el cuento? Y tanto. Sin necesidad de conocer más datos, ya sabemos (yo, por lo menos, albergo pocas dudas) que se trata de un montaje intolerable motivado por el odio y con fines rastreramente politiqueros.

Lo tremendo, si lo piensan, es que se tengan que dar esas circunstancias tan concretas para que lo veamos así de claro. Y que nos atrevamos a señalarlo sin temor a pasar por cómplices o desalmados justificadores de la violencia contra las mujeres. ¿En qué lugar quedan las consignas facilonas en este caso puntual? Decir que llueve no es manifestarse partidario de la lluvia. Solamente es constatar un hecho. Por eso me quedo con lo que ha dicho la consejera Beatriz Artolazabal. Si todos los escalofriantes y contundentes indicios de falsedad se confirman, las mayores perjudicadas serán las auténticas víctimas. Ojalá fuéramos capaces de ver la aplastante obviedad de la declaración más allá de las siglas, las filias, las fobias y los intereses.

Por un Museo de la Ciencia público

Cuando la demagogia entra por la puerta, la menor posibilidad de un debate sereno y sosegado salta por la ventana. El principio vale para lo que quieran, pero en este caso me refiero al inminente cierre del Museo de la Ciencia de Donostia. Una pérdida que no es solo para Gipuzkoa, sino para los tres territorios de la demarcación autonómica; a ver cuándo nos dejamos de provincialismos y empezamos a tener visión de país, aunque sea en su versión administrativamente liofilizada. De paso, a ver si abandonamos la hipocresía y el hacernos de nuevas con fastidio. Está ampliamente constatado que cuando la decisión se sometió a votación en el Patronato de la Fundación Kutxa, todos los partidos, sindicatos e instituciones representadas dieron su visto bueno.

O sea, que menos sulfuros impostados y menos lágrimas de cocodrilo. Esa unanimidad solo quiere decir algo bien sencillo que nos negamos a aceptar: no quedaba otra. Por mucho que pretendamos engañarnos a nosotros mismos, las normas vigentes y, peor que eso, el propio despiadado mercado bancario actual han hecho que nuestras queridas cajas tengan que competir por seguir vivas y arraigadas en sus respectivas sedes. Ya escribí una vez y vuelvo a hacerlo que la gran obra social que espero de un banco es que pague muchos impuestos a las arcas locales. A partir de ahí, son las instituciones y no la beneficencia mal entendida las responsables de dotarnos de los servicios que demanda la sociedad que consume y vota. Y eso incluye la creación y el mantenimiento (si las empresas privadas echan un cable, genial) de un Museo de la Ciencia como el de Miramon. O ese mismo.