Piénselo, López

No generalizaré, porque está feo y además es garantía de injusticia, pero resulta curioso comprobar que gran parte de las personas con responsabilidad de gobierno acaban pareciéndose más allá de las siglas en diez o doce tics. De todos ellos, el más acusado es un apego irracional por la poltrona. En tiempos de Adolfo Suárez, que manifestó el síndrome en su estadio más agudo, él mismo no tenía rubor en hablar de “la erótica del poder”, como si mandar fuera una irrefrenable pulsión sexual. Dios o Freud sabrán si hay algo de eso, pero el caso es que un repaso somero a cuantos han regido nuestros destinos o nuestros destinitos arroja una inusitada cantidad de individuos a los que ha habido que sacar con sacacorchos del machito. Sería sólo un apunte de psicología parda, si no fuera por los devastadores efectos que suele acarrear su sobrehumana resistencia a ingresar en la condición de “ex” y pasar a la consiguiente vida regalada de jarrones chinos.

A estas alturas de la columna, y sin necesidad de anotar siquiera sus iniciales, ya imaginan a quién está dedicada. Sé que si no le hace caso a nadie, menos me lo va a hacer a mi, con el historial de mandobles dialécticos que llevo en el zurrón, pero sería algo digno de condecoración que alguien le hiciera ver que el mayor servicio que le podría hacer al país -y quizá a él mismo- es marcharse. Hoy mejor que mañana y mañana mejor que pasado mañana. Esa desmemoria de la que hablaba hace un par de días le puede servir como aliada, que aquí se estila mucho el “tanta gloria lleves como paz dejas”. Así que pasen unos calendarios, lo recordaríamos, primero como una mal sueño y, no tardando demasiado, hasta habrá quien sostenga que tampoco fue para tanto.

Baje la luz, acomódese en la chase-longue de tomar las decisiones trascendentales, ponga en el estéreo su canción favorito de Vetusta Morla, y piénselo, señor López. Ya, que no. Me lo temía.

Desmemoria

Se nos llena la boca reclamando memoria, pero cada hoja de calendario es un baño de amnesia con la que los cínicos y —por qué no decirlo— los malvados se hacen mangas y capirotes. Las evidencias de sus tropelías se desintegran en el ácido de nuestra flaca capacidad para retener el pasado. Así quedan sin culpa ni sanción y pueden aplicarse con una sonrisa en los labios a la siguiente canallada porque la cabra no sabe hacer otra cosa que tirar al monte. Y ojalá estuviera hablando de cosas que ocurrieron hace siglos o decenios, pero no. Me refiero a acontecimientos que llenaron los titulares hace apenas quince meses.

Fue a principios de marzo de 2011 cuando, bajo el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que no es ni del PP ni de UpyD, la abogacía del Estado y el Ministerio Fiscal instaron al Tribunal Supremo a impedir la inscripción de Sortu en el registro de partidos. No fue un trámite o una actuación de boquilla para aplacar a la bestia cavernaria. Los dos brazos legalosos del Ejecutivo socialista se emplearon a fondo, con la imprescindible ayuda de los cuerpos de seguridad, en la colección (y/o elaboración) de pruebas que sirvieran para vestir la segura negativa de sus señorías. A la par, los picos más floridos del PSOE y, ¡ay!, del PSE aportaron su óbolo difundiendo la especie de que era muy pronto para dejar que los terroristas se colaran en las instituciones disfrazados de lagarterana. Para que no cupieran dudas, la jugada se repitió cuatro semanas después con Bildu, aunque esa vez hubo sorpresa en la Condomina judicial.

Yo sí me acuerdo. Y también me acuerdo de que el PSOE fue coautor de la malhadada ley de partidos y de todas las vueltas de tuerca que ha tenido desde que se promulgó hace diez años menos cinco días. Ahora, qué risa más amarga, celebran que el Constitucional haya revertido la ilegalización que ellos mismos promovieron. Nuestra desmemoria endurece su rostro.

I más D igual a…

Tremendísimo drama, mazazo a la línea de flotación del progreso, brutal acometida al bienestar de las generaciones futuras y me llevo una: según el Eustat, la inversión de la CAV en I+D (sin pecado concebida) descendió un 0,3% el año pasado. ¿Cómo? ¡Pero eso es imposible! ¡Si hace dos semanas sacaron bajo palio a Patxi López en el programa más chachi y más piruli de la tele como apóstol único e indivisible de la financiación de cerebros! Como ya chamullé en esta misma columna, miles y miles de especta-tuiteros lanzaban jubilosos “¡vivas!” de 140 caracteres al enterarse de que al norte de la tierra del “¡Que inventen ellos!” había una Arcadia donde los hombres y mujeres consagrados al saber reciben trato de estrellas del balompié y no tienen más que pedir por esa boquita para que les pongan un laboratorio complemente equipado con vistas al inspirador Cantábrico. Qué menos, por otra parte, en un paraíso gobernado por el cráneo privilegiado que descubrió que el principio de Arquímedes no era uno sino varios.

La faena es que hayan llegado los datos a pinchar el globo. Pero no me contaré entre los que la cojan llorona ante la disminución de la pasta destinada a lo que para mi no es más que una suma de letras que luce más de lo que alumbra. Me resulta muy llamativo que gente que se dice de ciencia y de razón pronuncie la ecuación (a veces añadiendo otra i al final) como si fuera un conjuro o un mantra que acarree la buena fortuna. Del mismo modo que no comparto la letanía que sostiene que un país que lee mucho es un país avanzado porque la tal lectura masiva puede ser el Marca o el Hola, tampoco comulgo con la idea de que cada euro asignado a la investigación nos será devuelto multiplicado en prosperidad. Dependerá, digo yo, de qué y cómo se investigue.

Pero no me hagan caso. Ya sé que en esto soy minoría absoluta y herética. De hecho, tras el punto final, me aguarda una merecida hoguera.

Ir a pillar

Como sabe cualquiera que haya participado en una, las ofertas públicas de empleo son una especie de yincana salvaje. Empiezan con la ingestión intensiva y acrítica de conocimientos —nueve de cada diez, inútiles— constituidos en temario, siguen con un bingo caprichoso disfrazado de examen tipo test y, si se pasa el corte, culminan rascando decimales a base de méritos tan diversos como arbitrarios. A veces, para joder un poco más, se incluye esa inconmensurable tomadura de pelo llamada psicotécnico que consiste en adivinar si a un cuadrado le sigue un triángulo, un círculo o la madre que lo parió, que suele ser la respuesta correcta. Atravesadas todas esas pantallas del videojuego, llega el momento de descubrir, como en el viejo Un, dos, tres, si te ha tocado el apartamento —el curro para toda la vida— o tienes que conformarte con la vaca, que en este caso es entrar en las listas de sustituciones.

Aunque sueñan con el premio gordo, quienes se presentan a las especialidades masivas (enfermería, auxiliares, celadores) de la OPE de Osakidetza aspiran, en realidad, al de consolación. Estar en un puesto medio o alto de la bolsa de trabajo equivale a la perspectiva más o menos razonable de encadenar contratos de dos meses, una semana o tres días y, mal que bien, ir tirando hasta la próxima convocatoria de plazas. Lo malo es que probablemente no haya otra en mucho tiempo. Y es ahí donde se torna en escabechina la decisión de los supertacañones de Bengoa de poner un examen trufado de tramposas preguntas sobre derecho para aligerar el número de candidatos que pasan a la siguiente fase.

Centenares de personas que vivían en el filo de la interinidad han sido definitivamente eliminadas del cruel juego. De un rato para otro, ya no sirven para suturar una herida o poner un termómetro, aunque lleven años haciéndolo. Y todo, porque como dicen con razón, han ido a pillarlas. Descaradamente, además.

Mediocres sin carné

Sólo hay algo peor que un incompetente con carné: un incompetente sin carné. Por algún extraño síndrome, los presuntos independientes captados para cualquier secta gobernante acaban siendo más hooligans de las siglas en que no militan que el más furibundo de los aparateros. Mi teoría es que buscan compensar una ineptitud cada vez más clamorosa —incluso para quien les regaló la cartera— exagerando la nota de su adhesión hasta convertirla en ceguera. El torpón a secas que fue reclutado se transforma en un zote adicto a la causa..

La Nueva Lakua en creciente numantinización es el ejemplo canónico de esta letal combinación de impericia innata con forofismo sobrevenido. Se libra, y únicamente porque ha permanecido en la clandestinidad desde que fue nombrado, el consejero Unda, al que hay que buscar en google para recordar que su nombre de pila es Bernabé y que el departamento en que se oculta es el de Industria. Los otros no paganos de cuotas no han sido tan hábiles en el escaqueo. A ver quién esconde el destrozo que ha hecho Bengoa en la sanidad vasca o la escabechina de Blanca Urgell en la cultura en general y en los medios de comunicación públicos en particular, con la ayuda en este caso de otro supuesto no alineado que atiende por Alberto Surio.

Cierto, me dejo uno, que en realidad es el que ha dado pie a esta columna porque es un ejemplar de incapaz entusiasta de laboratorio. Si los anteriores venían precedidos de media migaja de pedigrí, Carlos Aguirre llegó totalmente exento de hechos relevantes y como quinta o sexta opción para su puesto. Además de por pifiar escandalosamente una tras otra cada previsión, su paso por Economía se recordará por haber tomado una deuda de 492 millones de euros y elevarla (de momento) hasta los 6.798 millones. Y tiene el cuajo de afirmar que “este Gobierno gestiona mejor que cualquiera de los anteriores”. La mediocridad es una forma de fanatismo.

Un espectáculo innecesario

Sólo faltó la caravana con un tosco corazón serigrafiado que acompañaba a Isabel Gemio cuando iba de remendona televisiva de relaciones y echaba una mano a maltratadores confesos para que volvieran a tener a tiro una badana que zurrar, todo fuera por el amor y el share. Que tome nota el script de la productora del Ministerio español de Interior y se ocupe de incorporar el elemento de atrezzo en el próximo episodio de “Víctimas y victimarios”, probable título del reality show que se inauguró el viernes con el encuentro entre uno de los terroristas que puso la bomba de Hipercor y una de las personas que, aun con heridas graves, logró conservar la vida en aquella carnicería atroz que hace 25 años menos dos días se llevó por delante a 21 personas.

Qué culpa tendré yo si las veo venir, ya escribí aquí mismo que los relatos compartidos los carga el diablo o, peor todavía, un siniestro equipo de asesores incapaces de ceder a la tentación de convertir en exhibición impúdica lo que debería haber sido un acto íntimo sin otros testigos que sus protagonistas. Si, pasado un tiempo prudencial para la digestión y la construcción de perspectiva, nos lo querían contar a los demás, perfecto. Lo escucharíamos, no ya por insana ansia de cotilleo, sino por la curiosidad y hasta la fascinación que nos despiertan las historias donde se ponen en juego los sentimientos más profundos.

Hay una delgada pero fundamental línea que separa el morbo del interés humano. Saber y querer distinguirla es una de las claves básicas de mi oficio, lo que marca la diferencia entre lo zafio y lo que no lo es. Sin embargo, en este caso se ve que que no había la menor gana de andarse con finuras. Esto no iba ni de justicia, ni de reparación, ni de reconciliación. Ha sido un espectáculo puro y duro al que, para más inri, se le ha añadido un melifluo mensaje moralizador y un torpe e inútil aviso a navegantes que están a otra cosa.

¿Quién perdería más?

El peor problema de los estados —Portugal, Italia, Grecia, España— a los que los chulitos de la clase nombran con el despectivo acrónimo PIGS, o sea, cerdos, es que tienen un pufo de escándalo, seguramente imposible de pagar a estas alturas. Pero si nos ponemos a malas, que es lo que empieza a tocar, esa es también su mayor ventaja. ¿A quién se debe ese pastizal inconmensurable, inabarcable, casi literalmente incuantificable de tantos ceros a la derecha como lleva? Ahí le hemos dado. Según la versión al uso, a los bancos alemanes y a media docena de jarcas de tiburones internacionales, denominados eufemísticamente inversores. Pues esos son los que deberían estar nerviosos y reflexionando seriamente lo que les conviene. Alguien debería explicarles que ese capitalismo salvaje sobre el que tanto les excita cabalgar es como los leones de Ángel Cristo: un latigazo mal dado y se le meriendan una pierna al domador. En otras palabras, unas veces se gana y otras se pierde. Las quejas, al maestro armero o a la tumba de Milton Friedman, que fue el que convirtió el hijoputismo en teoría económica.

Que sí, que estaría de cine que los países y los paisanos se condujeran con diligencia, rectitud y probidad para cumplir sus compromisos y sus deudas. Eso valdría si esta jungla no fuera desde su mismo nacimiento una timba de tahúres —del Misisipi o del Elba— cuya única regla es que no hay reglas. Le pueden echar todo el cuajo que quieran, que no va a colar que son benéficas oenegés. Si pusieron carretadas de billetes en lugares que olían a pozo negro, fue porque las soñaban de vuelta multiplicadas por ene. No esperaban que los cortos mentales a los que iban a desplumar sin despeinarse eran más vivos que ellos y acabarían pegándoles el mayor timo de la estampita de todos los tiempos. ¿Qué van a hacer ahora? ¿Romper la baraja, es decir, el euro? Que lo hagan. Está por ver quién perdería más.