Karmele y Txomin

Por culpa de una crítica radiofónica de alguien que seguramente no se la había leído, tuve durante un tiempo en la cabeza que la última novela de Kirmen Uribe era eso que los cantamañanas de la promoción de fajillas, contraportadas o solapas llaman thriller frenético. Tal y como contaba la trama el creativo autor de la reseña, parecía que se trataba de una de John Le Carré con protagonistas de nombre euskaldun. Llegó a insinuar no sé qué de una Mata Hari y un Smiley del Cantábrico, se lo juro.

El prejuicio inducido por esas consideraciones tan a la ligera hizo que descartara la lectura inmediata de “La hora de despertarnos juntos”. Es verdad que me gusta el género de espías, que me apasiona todo lo que tiene que ver con la peripecia de los vascos que perdieron la guerra de 1936, y por descontado, que hasta la fecha había disfrutado enormemente de cualquier texto que llevara la firma del ondarrutarra. Todo junto, sin embargo, se me antojaba sencillamente inconcebible.

Afortunadamente, apareció Xabier Lapitz para poner las cosas en su sitio. En estas mismas páginas tituló “Una novela, una historia, una verdad”. Con solo tres palabras, desbarataba la pseudocrítica y —también es cierto que las afinidades pesan— me empujaba a la librería.

Ahora que ya puedo hablar con conocimiento de causa después de haber disfrutado inmensamente de las casi 450 páginas del emocionante trabajo de Uribe, no encuentro mejor forma de resumir la obra que el encabezado de Xabier. Están ahí la novela, la historia y la verdad de Karmele y Txomin, y de tantas y tantas personas a las que no acabaremos de pagar su sacrificio.

3 de marzo, no tocar

Para una juez de Gasteiz, la matanza del 3 de marzo de 1976 es una cuita del pasado que no hay que remover. A instancias, cómo no, de la peculiar fiscalía de Araba, su señoría ha desestimado la querella de las Juntas Generales del territorio bajo una de esas argumentaciones entre la perogrullada y el encaje de bolillos que tan queridas le son al gremio de las togas y las puñetas.

En la versión corta, y aunque cupiera tipificarlos como asesinatos u homicidios, la cosa se resume en que los hechos está prescritos. Nos ha jorobado, diríamos los legos. Ya imaginábamos que era así, y es de cajón que por eso mismo, lo que se pide en la denuncia es que se califiquen los sucesos como delitos de lesa humanidad, que son los no sujetos a caducidad. Pero ahí es donde viene el jeribeque judicioso. Como quiera que la ley que introduce la figura de delito de lesa humanidad en el derecho penal español es de 2003, se concluye que no cabe aplicársela a acontecimientos anteriores a su promulgación.

Seguramente, es un razonamiento técnicamente irrefutable. Tanto como moralmente injusto y hasta mezquino. Mucho más, si tenemos en cuenta que lo que buscan esta y otras querellas no es llevar a la cárcel a los culpables de la masacre que siguen con vida, sino determinar su responsabilidad criminal en lo que el tristemente célebre policía de la grabación denominó “la paliza más grande de la Historia”. No tiene ni medio pase que 41 años después de aquella actuación policial a sangre y fuego, la versión oficial, amén de dejar marchar de rositas a quienes la ordenaron y ejecutaron, siga convirtiendo a las víctimas en verdugos.

Mariano desencadenado

Una de Rajoy. Despúes de haber sacado a patadas a Rita Barberá del PP, asiste a un acto en recuerdo de la doña difunta. Por si no fuera bastante con la desvergonzada hipocresía, tuitea: “El homenaje que hoy rendimos a Rita Barberá es también para todos los concejales y para tantos a los que el terrorismo arrebató la vida”. ¡El terrorismo!

Otra. El mismo día en que los ciudadanos recibimos la factura del sablazo eléctrico de enero, con hostias medidas en euros que no las arrea ni Mike Tyson, el gachó se queda más ancho que largo piando que hace dos años la luz costaba más. Lo suelta en el Congreso, y todavía tiene el desahogo de hacerse el ofendido. “Es increíble que tenga que explicar que la lluvia influye en el precio”, rezonga.

Una más. El día anterior, y en el ya mentado clima de cabreo cósmico por la saña de los señores de la energía, nos enteramos de que el exdirector de la Guardia Civil, amén de amigo íntimo y paisano de Tancredo, Arsenio Fernández de Mesa, engrosará el Consejo de Administración de Red Eléctrica Española. Hasta el líder del felpudo naranja en que se refocila Rajoy califica como dedazo el nombramiento del antiguo baranda verdeoliva.

¿Que por qué las gasta así y peores el presidente del gobierno del reino de España? Simplemente, porque puede permitírselo. Va sin cadena por la pista política. Recién reelegido tras aplastar a sus rivales por desgaste, mire a donde mire, no encuentra nada parecido a una oposición. Todo lo que hay son dos partidos, PSOE y Podemos, entregados en cuerpo y alma a sus feroces reyertas internas. Dentro de un tiempo se dirá: “Así se las ponían a Mariano”.

Fotocopia movida

Cría cuervos, o sea, versos sueltos. Odón Elorza llama a Patxi López “fotocopia movida y desdibujada de Pedro Sánchez”. Miren que habré dicho y, sobre todo, escrito lindezas del antiguo inquilino de Ajuria Enea. No creo, sin embargo, haberle faltado tanto al respeto como acaba de hacer su cada vez más deslenguado y —metafóricamente, se entiende— desmelenado conmilitón. Lo de fotocopia, mal. Movida y desdibujada, peor. Pero que tenga que ser justamente de Sánchez rebasa los límites de la desconsideración para situarse en el terreno del insulto.

Claro que la cosa no se queda solamente en exabrupto o, si quieren, en pago atrasado y nada elegante de cierta deuda que va a cumplir 15 años. También habla de la peculiar capacidad de análisis político del exalcalde de Donostia. Es cierto que tendrá más datos y lo vive desde dentro, pero cuesta trabajo ver las presuntas similitudes entre los, de momento, dos candidatos a las primarias del PSOE. Ni tienen la misma trayectoria, ni las mismas ideas, ni parecidos proyectos.

Por lo demás, está la situación como para hacer acopio de palomitas. Si los previos de la carrera por la secretaría general están siendo una notable mezcla de culebrón, astracán y psicodrama con su toque de auto sacramental, lo que viene por delante promete gran diversión para el respetable, siempre y cuando no se pertenezca al partido fundado por el Pablo Iglesias primigenio, claro. Y la trama se pondrá aún más sabrosa en cuanto Susana Díaz termine de batir el récord sideral de no decir absolutamente nada en sus actos dominicales de contraprogramación y anuncie oficialmente su candidatura.

Cambiar nombres

Me alivia que alguien con todos los certificados de progresismo al día como Gregorio Morán haya escrito lo que sigue: “Mala cosa que la izquierda, cuanto más radical, más se preocupe por los nombres de las calles y no de los que viven en ellas”. Lo hace en una filípica, creo que muy bien argumentada, contra esa suerte de toreo de salón que consiste en la reclamación sistemática de retirar del nomenclátor de barrios, pueblos, villas y ciudades a cualquiera que no reúna determinadas condiciones de pureza democrática.

Ojo, que no hablamos de denominaciones abiertamente ofensivas. Morán y este servidor coincidimos en que hoy mejor que mañana hay que cepillarse todas las avenidas del Generalísimo, plazas de la Cruzada, travesías de José Antonio Primo Rivera o tantas y tantas que no es necesario anotar aquí. Para esos casos, basta el cumplimento de la Ley de Memoria Histórica en combinación con el sentido común y una mínima honestidad intelectual.

A partir de ahí entraríamos en un revisionismo que atiende más a la impostura y a la búsqueda de titulares que al servicio público. Revisionismo, por demás, al que sería muy difícil poner límite. Tengo escrito aquí mismo que los callejeros y los pedestales están hasta las cartolas de rufianes de la peor calaña. Como nos apliquemos a la limpia, no acabaremos jamás. Eso, sin contar con que los héroes de estos son los villanos de aquellos y viceversa. En todo caso, para evitar imposiciones, y dado que los cambios de nombre suelen ser una faena de índole práctico, la última palabra deberían tenerla las vecinas y los vecinos de cada una de las calles en cuestión.

Memoria y convivencia

Estoy por apostar que la mayoría de esa sociedad que tanto se nombra en vano desconoce que en el Parlamento vasco se ha vuelto constituir una ponencia sobre la eterna asignatura pendiente. De Memoria y Convivencia, se ha bautizado en esta ocasión, no sabe uno si para conjurar el maleficio de la vieja denominación o, simplemente, porque se ha querido afinar con el lenguaje para que transmita de un modo más fiel el meollo de lo que se va a tratar en su seno. También ha podido ser un intento de dar con un enunciado asumible por las cinco fuerzas presentes en la cámara de Gasteiz. Si ese era el objetivo, la primera en la frente, puesto que de saque se ha borrado el Partido Popular.

Ya, ahora vendría la crítica afilada a la formación liderada en la demarcación autonómica por Alfonso Alonso. Es muy fácil sacar la garrota y acusar a los populares de inmovilismo o cualquiera de las diatribas —ojo, fundamentadas— del argumentario habitual. Me limitaré, sin embargo, a señalar que creo que en su cerrazón o en su finura excesiva de cutis, el PP pierde la oportunidad de formar parte de un grupo de trabajo del que cabe aguardar frutos muy interesantes.

Comprendo que les sorprenda lo que acabo de anotar, viniendo de un gran escéptico. Mi esperanza reside —y esto también les asombrará, dados mis precedentes— en la presencia de Elkarrekin Podemos. Sucede que los morados han demostrado un discurso ético sobre la violencia absolutamente impecable. Su aportación, sumada a la de los otros partidos que lo tienen claro será crucial. Y dejará en evidencia a quienes avanzan retrocediendo, que han quedado en franca minoría.

López o López

Con la bibliografía que tengo presentada les va a costar creer que hablo en serio, pero puedo asegurarles que de las tres opciones que parece que van a estar en liza, no veo ninguna mejor para el PSOE que la que representa Patxi López. De hecho, si permiten que me ponga la pequeña medalla, desde aquel Comité Federal que casi acaba literalmente a hostias, vengo sosteniendo que la única posibilidad medio viable de contener la brutal hemorragia socialista pasa por poner al frente a López. Y cuando, tras la pinturera dimisión de Pedro Sánchez y la posterior entrevista martiriológica con Évole, no pocos nombres de relieve del PSE se tiraron en plancha a hacer proselitismo pedrista, a varios les advertí que quizá no tardando mucho tendrían un aspirante más cercano. Hoy todos, con la excepción del outsider vocacional Odón Elorza, están en el bando de su antiguo secretario general.

¿Qué me lleva a porfiar —insisto, en flagrante contradicción con lo que he dicho y escrito durante años sobre el de Portugalete— que su victoria en las primarias supondría la mejor solución para detener la cuesta abajo en la rodada de su partido? Cambien el enunciado. No la mejor, sino la menos mala. O siendo más realistas, la más viable.

Quizá sea un tremendo retrato del PSOE, pero ahora mismo Patxi López es el líder más sólido de aquella casa. Sánchez no ha demostrado ser sino un títere que se dejó llevar hasta que ya era muy tarde para la rebelión. Y Susana Díaz no pasa de una gris aparatera que tras reptar en la sombra durante lustros llegó de rebote a la primera línea para suplir a Griñán, su padrino gravemente enmarronado.