¿Sabía que…?

Fruto, sin duda, de la envidia por una de las secciones más exitosas de este periódico, destapo el tarro de las exclusivas que me guardaba para mi y, susurrando, las comparto confidencialmente con la concurrencia.

¿Sabía que la libertad puede ser la peor de las tiranías y que por eso hay personas que prefieren añorarla a gozarla? ¿Sabía que, aunque lo parezca, los columnistas no estamos tan seguros de lo que escribimos? ¿Sabía que muchos de los que más vociferan son los que más tienen que callar? ¿Sabía, por contra, que buena parte de los que callan, si no forman parte de la especie que otorga, son los que más deberían gritar? ¿Sabía que respecto a varios asuntos hay más de una verdad y respecto a otros, ninguna? ¿Sabía que pensar mal no es necesariamente garantía de acertar, de igual modo que tampoco lo es pensar bien? ¿Sabía, ya que nos ponemos, que pensar a secas no es gran cosa porque es algo que podemos hacer, valga el contradiós, sin pensar?

¿Sabía que hay políticos que se van a tomar una caña tan panchos después de haberse puesto mutuamente de chupa de dómine en público? ¿Sabía que otros que se tratan con maneras versallescas cuando hay focos no irían juntos ni a cobrar una herencia? ¿Sabía que en dialecto parlamentario la palabra acuerdo equivale a veces a trapicheo? ¿Sabía que en ese mismo idioma jurar que de tal agua no se beberá puede ser la forma coloquial de pedir dos garrafas? ¿Sabía que principios, medios y fines se suelen guardar en el mismo bolsillo y que acaban echándose a perder por el contacto recíproco?

¿Sabía que es estadísticamente probable que una de cada equis veces que porfiamos algo estemos profundamente equivocados? ¿Sabía que a la mayor parte de la gente esto último le importa una higa y que si le importa, lo disimula? ¿Sabía que cada vez que elige algo está dejando de elegir miles de otros algos y que tiene que apechugar con ello? Pues, ea, ya lo sabe.

Agonía de ETA

Me estoy haciendo tan cínico, que he abandonado la fila de los que hacen rogativas o exhortativas sobre, por y para la disolución de ETA. No diré que por mi como si se operan, pero viniendo de donde venimos, este barbecho prolongado y sin otra salida que la recalificación del solar se me antoja un mal menor de lo más llevadero. Incluso, dada mi cierta inclinación lírico-morbosa por los fenómenos crepusculares, le estoy encontrando su puntito a asistir desde butaca de patio a la patética y a la vez impúdica extinción de la bicha. Cualquiera con una gotita más de pundonor habría corrido la cortina del biombo para no dar tres cuartos de su agonía indecorosa al pregonero. Pero no; entre el exhibicionismo y el recato, la banda siempre ha optado por lo primero, igual cuando tenía la herramienta de matarile en perfecto estado de revista que en esta hora pre-póstuma donde las fuerzas le alcanzan justitas para autoplagiarse comunicados.

¿Que me fíe y no corra? Sí, ya sé que según se lean, algunas de las palabras de su última epístola a los filisteos —esa en la que se liaba con las agendas— pueden tomarse como un aviso a navegantes y mareantes. ETA amenazando, vaya sorpresa, ¿eh? Más bien, ninguna. En todo caso, la pereza de ver cómo vuelve la burra al trigo por enésima vez. Ya, ¿pero si no es al cereal dialéctico donde regresa, sino a las andadas que manchan el asfalto de sangre? Confieso que ni yo ni nadie nos atrevemos a descartarlo al ciento por ciento. Lo que no tengo tan claro, eso también lo digo, es a quién acojona más ahora mismo tal eventualidad. Ojalá no tengamos oportunidad de comprobarlo.

Más que ese retorno, que al fin y al cabo es hipotético, me preocupa una realidad contante y sonante que atisbo en derredor. En demasiadas conciencias y discursos las tres siglas siguen triunfando como comodín, asustaviejas o término para comparaciones odiosas. No se ha ido y ya la echan de menos.

Lo llaman ‘escrache’

Vale, ya lo pillo: el tal escrache viene a ser lo del cobrador del frac pero en versión colectiva. Se fija un objetivo humano y se le sigue a su curro o, más divertido, a su casa. ¿Y dicen que es nuevo por estos pagos? Pues, para serlo, juraría haberlo visto antes. Muchas veces, además, y con diferentes excusas y participantes. También es distinto lo que te parece en función del papel que te toque en la representación. Si eres visitador, te hace una gracia loca. No solo eso: crees también estar llevando a cabo una acción de higiene social del carajo de la vela que, de propina, podrás tuitear en vivo o contar como batallita hoy a los colegas y pasado mañana a los nietos. Por descontado, sabes que la razón está de tu lado y que cualquiera que te afee la conducta es un cortarrollos, amén de un cómplice de aquel a quien hayas ido a darle la serenata. La cosa cambia cuando te cae ser visitado. Entonces, no te hace ni puñetero chiste y tienes la sensación de que se están vulnerando tus derechos, incluso siendo tú mismo un contumaz vulnerador de derechos.

Sospecho que los protagonistas activos y pasivos de las rondallas domiciliarias que vemos estos días, sobre todo los primeros, no tienen claro que el fenómeno es reversible. Donde las toman pueden darlas… y viceversa. Estaría bien que unos y otros le dieran un par de vueltas a tal cuestión antes de lanzarse a defender o atacar esta moda recuperada —en realidad, nunca abandonada— de echarle el aliento en la nuca al de enfrente. Estoy viendo flagrantes contradicciones.

En cualquier caso, no andaría yo jugando mucho con estas cosas. No me quita mayormente el sueño que algún su-señoría pase un mal rato. Pero puede ocurrir que cuando se piensa que se está haciendo justicia poética, en realidad se esté a diez centímetros de cometer una tropelía mayor que la que se denuncia. Nunca sabe uno dónde termina el escrache y dónde empieza el linchamiento.

Zabaleta y las convicciones

Palabras que caen como un directo sobre el plexo solar: “No se pueden equiparar mercenarios, como eran los del GAL y los del Batallón Vasco Español, con otro tipo de luchadores. Ni aquí, ni en Turquía, ni en Sudáfrica ni en ningún sitio. Y eso es lo que el Estado español no es capaz de abordar”. Suponen un golpe por lo que dicen —enseguida entro en eso—, pero también por quién las dice. Probablemente, lo mismo, salido de otros labios, me hubiera provocado un rechinar de dientes menor, un “¡ya estamos con la vaina!” o una mueca entre la resignación y la confirmación de la sospecha de que la cabra tira al monte. Sin embargo, que sea Patxi Zabaleta el autor de esas frases me llena de zozobra, alarma y… No quisiera escribir desengaño, pero ahí le ronda.

Tengo hacia Zabaleta un aprecio personal parejo al grandísimo respeto político que me inspira. Más allá de acuerdos y desacuerdos en esta o aquella postura, creo que ha demostrado de largo y pagando un alto precio que sus actos han estado guiados por una base ética difícil de ver en otros protagonistas de la vida púbica. Su influencia en la deslegitimación de la violencia de ETA es innegable. Estoy seguro de que gracias a sus declaraciones firmes, serenas y, por encima de todo, sensatas, muchas personas fueron capaces de vencer la inercia y dar el paso hacia donde estábamos los que creemos que el asesinato no es una forma aceptable de lucha sino la más inaceptable de todas.

De ahí, precisamente, nace mi perplejidad y mi desazón, porque ayer el coordinador de Aralar vino a decir exactamente lo contrario. Para ponerlo peor, aludió a unas presuntas convicciones que convertían en menos deplorables a unos verdugos que a otros. Qué territorio más peligroso. ¿No mataban Pol Pot, Pinochet o el mismo Hitler por un supuesto ideal? Creí aprender de Zabaleta que se puede morir por las convicciones, pero no asesinar por ellas. Sin excepciones.

En defensa de López

Patxi López se descarga un juego en su tableta durante el pleno monográfico sobre la pacificación y la convivencia. Inoportunidad sobre inoportunidad, y me llevo una. Menudo caramelo para sacar el flagelo y liarse a fustazos hasta el punto final de esta columna. Sería, a buen seguro, una tunda muy celebrada, que en sus versiones digitales se vería corregida y aumentada por comentarios del calibre más grueso. No me cuesta trabajo imaginar las decenas de Me gusta y/o retuits que cosecharía en esos tribunales de excepción que llamamos redes sociales. Pero, ¿saben qué? No pienso hacerlo porque sería el primero en ser consciente de que se trataría de una impostura.

A ver, ¿cómo es eso? ¿El plusmarquista mundial de atizarle a López en las modalidades badana, cielo de la boca y mixta, apartando de sí un cáliz del sabroso vino extraído de las uvas de la ira? Se maliciarán que he perdido facultades, que me ha venido un motorista de Sabin Etxea a pedirme que afloje o, qué sé yo, que me ha dado un jamacuco místico y en lo sucesivo solo me dedicaré a propalar la paz y el amor por las esquinas. No va por ahí, aunque ya sé que a algunos les encantará especialmente la segunda opción. Es, sin más y sin menos, que el episodio no me parece tan grave. Por supuesto que no es lo más edificante, sobre todo, si se suman las dos circunstancias concurrentes —juego y materia del pleno—, pero sería una exageración injusta elevar la anécdota a categoría. Ni de lejos creo que la conclusión que se puede extraer de la imagen es que al anterior lehendakari le importa una higa la pacificación. ¿Y lo del tren el día del comunicado? No mezclemos. Aquello fue un error mayúsculo y saberlo supone en sí mismo la peor penitencia. Respecto a otras actuaciones discutibles, ahí están. Me temo que en el examen de la normalización nadie sacará un diez. Pero Patxi López, fíjense quién lo dice, no obtendrá las notas más bajas.

Maldita prosperidad

En los tiempos de la presunta bonanza —rasquemos y veremos que no fue tal— me dejé las cejas, las yemas de los dedos y la garganta gritando que aquello era Jabugo para hoy y chopped para mañana. Pasé por cenizo, agonías y, de propina, analfabeto funcional en materia macro y microeconómica. “Lo del ciclo alto y el ciclo bajo se ha acabado; estamos en una nueva era de crecimiento continuo sostenido, con pequeños parones en el peor de los casos”, llegó a decirme un cátedro de la cosa. Y tras él, otro, otro y otro más. Cada perito en finanzas que me echaba al micrófono me vendía la misma moto y me daba unos golpecitos metafóricos en el lomo para que me relajara y gozara de la abundancia. Lo que tenía que hacer era dar gracias al cielo o a Wall Street por haber alcanzado mi madurez en una época en la que los alquimistas del parné habían creado las habichuelas mágicas. En lo sucesivo, habría mucho y para todos. En unos años, el umbral de la pobreza lo marcarían el 4×4 y los quince días de rigor en Cancún o Punta Cana.

Lo amargamente divertido es que bastantes de esos profetas son los que ahora andan predicando el apocalipsis. La neodoctrina es el anverso exacto de la anterior: decrecimiento continuo sostenido, con pequeños parones en el mejor de los casos. Íbamos como cohetes a la estratosfera de la opulencia y de pronto nos encontramos de culo, cuesta abajo y sin frenos cayendo al abismo sin fondo de la miseria. “Nunca regresaremos a los niveles de renta y bienestar que tuvimos”, reza el mantra vigente.

La trampa está en el enunciado y, especialmente, en el uso a la ligera de la primera persona del plural. ¿Regresaremos? ¿Tuvimos? ¿Quiénes y cuándo? Los hay que ya estaban tiesos entonces y que lo estarán más en el futuro. Otros ya iban cuatro escalones por encima y en este instante sacan ocho o diez traineras a la media. ¿La media? Sí, esa es la que se ha dado con la realidad en el morro.

Encrucijada foral

Perdonen que hoy les venga a hablar de mi libro, es decir, de mi programa de radio. Esta noche abandonamos el terreno conocido de los estudios de Onda Vasca y trasladamos Gabon a la sede de Diario de Noticias de Navarra. Ya, no es ninguna heroicidad porque seguimos jugando en casa y —eso espero— con red, que una cosa es pellizcarse las neuronas para que no se adocenen y otra, a las edades que va gastando uno, jugarse la angina de pecho por exceso de entusiasmo y adrenalina.

¿Y qué le trae al Viejo reyno a un pecador confeso aunque no recalcitrante de CAVcentrismo? Pues, aparte del empuje insistencialista de nuestro factótum y navarro de pro, Daniel Sánchez, precisamente una gota de mala conciencia diluida, eso sí, en litros de propósito de enmienda y, por encima de todo, unas inmensas ganas de encontrarnos cara a cara con algunos de los protagonistas de lo que va a ser un momento histórico. O yo estoy muy equivocado —preguntaré con denuedo y reiteración al respecto a los muchos invitados que nos acompañarán—, o lo que estamos viendo durante los últimos meses en los titulares no es una suma de episodios circunstanciales ni de coyuntura. Algo se mueve y da la impresión de que esta vez no van a servir de tope los socorridos muros de contención que se siguen sacando a paseo en los discursos de los que se han investido en defensores de la fortaleza. Ya se ha visto, por cierto, que el alcázar no guarda las esencias sino intereses contantes y sonantes.

Y por ahí justamente puede caer la plaza, porque ya no son los malvados vascos del topicazo foralista los que la asedian. De hecho, lo identitario, sin dejar de estar ahí, es solo un ingrediente más de la creciente marea que reclama y acabará consiguiendo el cambio más temprano que tarde. Claro que lo que anoto puede ser la visión de uno que vive a 150 kilómetros. Esta noche pediré opiniones mejor fudamentadas. Les espero a partir de las diez.