Después de algún pronóstico pifiado, permítanme que empiece celebrando que lo que escribí ayer ha acabado pareciéndose bastante a la realidad: si había 171 escaños para echar a Rajoy, habría 176, que en realidad son 180. Ahora, los que tienen que dar alguna que otra explicación son los Rappeles de lance que andaban jurando de buena tinta que el PNV sería el báculo del próximo desahuciado de Moncloa. De miccionar y no echar gota, oigan, la teoría de no sé qué inmenso error. Eso, después de ver cómo lo del 155 autoliquidado por el soberanismo catalán se cumplía al milímietro y de escuchar con sus rudos oídos de amianto cómo Aitor Esteban anunciaba el sí a la moción de censura.
Me apresuro a confesar, en todo caso, que contengo la respiración hasta ver el certificado de defunción política del mengano. Y más que el suyo, para qué voy a negarlo, los de Zoido, Catalá o Cospedal, que han demostrado una maldad indecible. Pongo velas para que a nadie se le vaya el dedo al botón que no es o para que no volvamos a vivir una reedición del Tamayazo. Ni sé las veces que he repetido que hasta el rabo todo es toro.
Por lo demás, y a falta de un análisis más sosegado, mi primera reflexión es sobre los lisérgicos vericuetos de la política. Manda bemoles que fueran los soberanistas catalanes los que, haciendo lo que tenían que hacer para desactivar el 155, pusieron en las manos de Rajoy el arma con el que se ha volado la sesera. Eso, por no mencionar que han acabado haciendo presidente al tipo que, además de llamar de todo al president Quim Torra, pedía leyes más duras contra los que quieren romper la unidad de España. ¡Y lo que habremos de ver!