Diario del covid-19 (40)

¿Apoyar o no apoyar la prórroga del Estado de alarma? He ahí el dilema. O sea, la tremenda trampa para elefantes en que han caído las formaciones que auparon a Napoléon Sánchez a Moncloa y que lo han venido respaldando con lealtad. Si lo hacen, como podría indicar cierta lógica y quizá (esto ya es más discutible) la necesidad del momento, estarán regalando de nuevo al prócer máximo la facultad de seguir haciendo de su capa un sayo dictatorial. Si no lo hacen y, en consecuencia, decae la prórroga, la nueva caverna, que es un calco inverso de la otra, se lanzará con los ojos inyectados en sangre a acusar a estos partidos de cómplices criminales de Vox, el PP y los restos de serie de Ciudadanos. De rebote, la tri(ultra)derecha recién citada se pondrá cachonda y llamará al alzamiento nacional.

En resumen, la opción es entre lo malo y lo peor. O lo sería, si no fuera porque es muy probable que en este minuto del partido la lucha contra el bicho y sus consecuencias se pueda afrontar con la legalidad ordinaria. No lo digo yo, que en esto soy igual que cualquier cuñado de grupo de guasap. Lo anotan catedráticos de Derecho Constitucional de diversos credos, en cuyos análisis deslizan algo que debería parecernos terrorífico: Sánchez ha banalizado groseramente una herramienta excepcional de la democracia.

Diario del covid-19 (39)

Por primera vez en no recuerdo cuánto tiempo, el reloj que mide mi actividad física me dice que he alcanzado el objetivo diario. Me ha sentado bien el permiso para estirar las piernas y ensanchar los pulmones, esto último, con bastante prevención, no vayamos a joderla. Además, por lo menos en mi zona y en la franja matinal, el tiempo ha acompañado y de tanto en tanto, salvo por las mascarillas y los guantes de látex, las imágenes se correspondían con las de cualquier sábado de primavera anterior a la llegada del maldito bicho a nuestras vidas.

¿Y qué tal nos hemos portado? Confieso que a la hora en que tecleo, me he cuidado mucho de mirar lo que se contaba por ahí. Empieza uno a estar harto del extremismo pendular que divide el mundo entre incumplidores contumaces y seres angelicales que ejercen legítimamente su derecho a contagiar a los prójimos. Qué decir de los denunciadores compulsivos de los primeros y de los defensores a machamartillo de los segundos. Todo, como si esto no fuera bastante más simple: va de actitudes individuales mondas y lirondas, censurables unas, loables otras, pero siempre de una en una. Por eso me limito a dar testimonio de lo que vi con mis propios ojos, que fue un comportamiento modélico de casi todas las personas con las que compartí el pequeño bocado de libertad.

Diario del covid-19 (37)

Trato de imaginarme mi primer vermú extradomiciliario en las circunstancias descritas por el birlibirloquero Sánchez anteayer y se me pone el cuerpo raro. Sé de entrada que deberá ser en el treinta por ciento de la terraza de un local hostelero. Puesto que seguirá imperando la distancia social de dos metros, si quedo con otra persona para la libación, deberemos ocupar, como poco, dos mesas, y sentarnos en diagonal. Ahí se me descoyuntan las matemáticas. Con dos o tres parejas quedaría completado el aforo que se le permitiría a la mayor parte de los bares que conozco. ¿Cómo deberían hacer cola los clientes que aspirasen a su consumición? ¿Cuánto espacio urbano podrían ocupar, teniendo en cuenta que en muchas calles las tabernas se suceden sin solución de continuidad? Todo eso, claro, sin plantear si a los propietarios les resultará rentable abrir, con todos los gastos que ello implica, para dar servicio a tan limitada clientela.

También es verdad, lo confieso, que mi reparo mayor es psicológico. Si coger una lata de atún en el súper me provoca taquicardia al barruntar lo que pueda llevarme a casa, me declaro incapaz de imaginarme posando mis labios en un vaso que ha sido utilizado vaya usted a saber por quién y por cuántos. Incluso sabiendo que lo han lavado a 80 grados. Maldita nueva normalidad.

Diario del covid-19 (36)

Hay anécdotas que huelen a categoría. Al gobierno que dice perseguir bulos por tierra, mar y aire le han pillado con el carrito del helado. Ni corto ni perezoso, infló los datos de test realizados para salir guapo en el ránking que elabora la OCDE. Y así fue que durante todo el lunes el sanchismo mediático y el mediatizado anduvo sacando pecho aquí y allá porque había conquistado el octavo puesto de la clasificación. Ayer, sin embargo, fueron los de la acera de enfrente los que estuvieron de despiporre porque el organismo transnacional tuvo que darle una patada a España hasta el decimoséptimo lugar de la lista, una vez comprobado —supongo que con manifiesto sonrojo— que desde Moncloa se la habían intentado meter doblada.

Cazado en renuncio, el licenciado en Filosofía y ministro de Sanidad, Salvador Illa, que el día anterior presumía con el mentón arriba del gran logro, remedaba a la zorra de la fábula. Las uvas estaban en verdes. O, en sus palabras: “El lavado de manos, la higiene y las medidas de distancia social son más efectivos que hacer test a personas que no presentan síntomas”. Este humilde tecleador, que carece de los conocimientos sanitarios adecuados, no duda que lo que dice Illa sea verdad. Lo que no entiendo es que por qué entonces se llegó a mentir a la OCDE y a la ciudadanía.

Diario del covid-19 (35)

Aquí andamos, cuarenta y pico días después del casi toque de queda, no está muy claro si camino de la luz al final del túnel o de vuelta a la casilla de salida. No sé a ustedes, pero a mi me acongoja una hueva que en el mismo informe para la desescalada del comité de sabios del autócrata vocacional Sánchez se exija a las comunidades autónomas que garanticen la capacidad para duplicar las camas de UCI. Suena bastante al refranero español que tanto gustaba citar a uno de los milicos ahora excluidos de las ruedas de prensa oficiales: A Dios rogando y con el mazo dando. También puede ser la sentencia bíblica que sostiene que la mano derecha no debe conocer lo que hace la izquierda. O tal vez sea el latinajo de rigor, a saber, excusatio non petita…

Se diría que seguimos jugando a cara a cruz o, como poco, a frenar y acelerar a la vez. Los mensajes oficiales oscilan de un segundo a otro entre la idea de que ya está todo chupado y la de que como nos confiemos, nos vamos a dar una piña de campeonato y que más fuerte será la recaída. “Un paso atrás sería más grave que lo vivido hasta ahora”, proclamó ayer el infalible hechicero monclovita Simón, pasando por alto que, por mucho que los demás podamos aportar quintales de responsabilidad individual, es él quien tiene que recomendar las medidas adecuadas.

Diario del covid-19 (34)

Hubo un tiempo nada lejano en que yo también solo veía virtudes infinitas en Fernando Simón. Mil veces lo puse como ejemplo de comunicación en la gestión de crisis peliagudas. Me parecía sinceramente un tipo que sabía transmitir confianza y calma en situaciones de zozobra, cuando el común de los mortales, o sea, servidor, empezaba a acongojarse ante lo que ya se iba dibujando como un episodio de alta gravedad. Y por ahí empezaré el desmontaje del mito. Hoy es el día en que está documentado que, en el caso más favorable para él, no sabía tanto como aparentaba. En los archivos está su declaración categórica, el 23 de febrero pasado, de que el virus no había entrado en el Estado español, cuando para esas fechas, según el informe del Instituto Carlos III, ya campaba a sus anchas en, por lo menos, una quincena de focos.

Nadie venga con la soplagaitez del Capitán A Posteriori, que ya en esos días había voces —y no únicamente de tertulieros fachuzos— alertando de la posibilidad que Simón negó no solo con contundencia sino con displicencia. Y así, en un sinfin de ocasiones en estas semanas tremendas en las que hemos podido comprobar que en numerosas ocasiones no son los datos técnicos y científicos los que basan las decisiones políticas, sino al revés. La ciencia sirve de coartada a la política.

Diario del covid-19 (29)

Otro Cabo de Hornos que acabamos de doblar: el de los 1.000 muertos en los tres territorios de la CAV. Si mis apuntes no fallan, fue el 4 de marzo cuando dimos cuenta del primer fallecido, un hombre de 82 años que estaba ingresado en el hospital de Galdakao. En ese caso y en unos cuantos de los que vinieron después pudimos todavía aportar algún dato personal. Pero pronto el goteo se volvió torrente y los seres humanos se convirtieron en apunte para el macabro sumatorio. O para los malabarismos estadísticos, que es poco más o menos donde estamos ahora, intuyendo que pronto veremos el descenso, si bien la serie diaria sigue haciendo caprichosos dientes de sierra. Fíjense en la secuencia de los últimos siete días: 36, 39, 27, 28, 43, 54, 36.

Todo esto, mientras ya sabemos que habrá una nueva prórroga del confinamiento más allá del 26 de abril. Como poco, hasta el 9 de mayo. Una vez más, no es ninguna sorpresa para una ciudadanía que, en conjunto, está demostrando su mayoría de edad y comprende perfectamente las razones del sacrificio. Sería una gran noticia que, al margen de las fechas, se permitiera cuanto antes que los niños y los adolescentes puedan salir a la calle del modo más ordenado y menos arriesgado que sea posible. Parece una demanda no solo justa sino cada vez más necesaria. Se ha anunciado que se hará. Está por ver cómo se lleva a cabo.