Les confesaré un secreto: a mí tampoco me gustan el verbo condenar ni el sustantivo condena como sinónimos de rechazar o rechazo. Aunque me consta que la tercera acepción de la RAE lo asimila a reprobar, el vocablo siempre me ha sonado excesivo y, si me pongo tiquismiquis, incluso un tanto vacuo y artificioso. Supongo que eso ha sido a fuerza de escucharlo durante decenios en labios de personas que parecían estar compitiendo por aparentar la mayor indignación en lugar de limitarse a lamentar y censurar sinceramente unos hechos. Los formulismos manoseados acaban perdiendo su sentido o, un paso más allá, convirtiéndose en caricaturas. Eso pasó, por ejemplo, con la letanía «mi/nuestra más enérgica repulsa», a la que puso banda sonora La Polla Récords.
Por todo esto, propongo que dejemos de enguarrarnos en las batallitas de los comunicados conjuntos. Más allá de la utilización de este o aquel término, busquemos la miga del asunto. Y si se trata, como en el caso reciente de la agresión de una descerebrada fanática a un joven del PP, la cuestión es tan simple como la expresión contundente y sin matices ni tics justificatorios de la denuncia de tal hecho. Es muy adecuado decir, como hizo Arnaldo Otegi, que es «reprobable, rechazable e inaceptable» y que «va en la dirección contraria a la construcción de la convivencia democrática». A partir de ahí, puesto que no nos hemos caído de un guindo, cabría pasar de las palabras a los hechos. ¿Cómo? Imponiendo la autoridad y el influjo que se tiene sobre los agresores y, sobre todo, no promoviendo actos contra la mentada convivencia democrática. Ya nos entendemos.