El peso del pasado

Lo mire por donde lo mire, soy incapaz de comprender por qué el PSOE ha sumado sus votos en el Congreso a los de PP y Ciudadanos para tumbar la propuesta de Unidos Podemos de reformar la Ley de Amnistía de 1977 de modo que deje de ser el freno para investigar y juzgar los crímenes del franquismo. O, bueno, sí, acabo comprendiéndolo, pero casi me gusta menos por lo que implica: dar carta de naturaleza al atado y bien atado y, en definitiva, reeditar cuatro decenios después el cambalache para dejar que se fueran de rositas los perpetradores de lo que Celso Emilio Ferreiro llamó “la larga noche de piedra”.

Fíjense que pocas veces la Historia da una segunda oportunidad como esta. El que a duras penas sigue siendo primer partido de la izquierda española (o así) tenía en su mano corregir la flaqueza que cometió cuando tragó con aquello. Y sí, entonces quizá fuera entendible por el ruido de sables permanente, por la inyección de pasta de la socialdemocracia alemana, por los dedos hechos huéspedes ante la eventualidad de superar al PCE como oposición real a los sucesores del viejo régimen. Incluso cabe la hipótesis de la buena fe, el hecho de que, como tantos otros, no cayeran en la cuenta de que la misma ley que sirvió para aligerar las cárceles era una inmensa añagaza para salvar el culo de los incontables criminales de la Dictadura. Pero, ahora, ¿qué excusa hay? Desde luego, nada de lo que llevan dicho los portavoces socialistas resulta ni remotamente creíble. A más de uno se le nota la incomodidad al defender una actitud que en su fuero interno saben que no tiene defensa. ¿Tanto sigue pesando el pasado?

Isaías Carrasco, 10 años

Viernes, 7 de marzo de 2008, claro que me acuerdo. Era el último día de la campaña para las elecciones generales. Llevábamos dos semanas conteniendo la respiración. Teníamos algo más que un mal pálpito. Dábamos por seguro que ETA no iba a resistir la tentación de hacerse notar. En realidad, ya lo había hecho. Pocas horas después de la pegada de carteles, reventó un repetidor en el monte Arnotegi de Bilbao. Luego llegaría el aviso serio en forma de bomba en la puerta de la Casa del Pueblo de Derio.

Lo siguiente fue descerrajar cinco tiros al antiguo concejal del PSE en Arrasate, Isaías Carrasco, cuando se disponía a ir a trabajar a su puesto de cobrador en el peaje de Bergara. Su mujer y su hija mayor escucharon los disparos desde casa y bajaron corriendo, presintiendo lo peor. Era la una y media de la tarde. Poco después de las dos, mi entonces compañera de Radio Euskadi, Arantza García, le dio en directo la noticia de la muerte de Carrasco a Miguel Buen, cabeza de la candidatura socialista en Gipuzkoa, que no pudo reprimir los sollozos. Es uno de los momentos de radio más dramáticos de los que tengo memoria.

No olvido igualmente las justificaciones de siempre ni la cobardía para evitar la condena en su propio pueblo. Tampoco a ciertos voceros del PP de la época como César Vidal difundiendo la especie de que ETA le había regalado un muerto al PSOE —literal— para que ganara aquellas elecciones. Lo demás está en la brutal entrevista de los diarios de Vocento en que la viuda y dos de las hijas de Isaías revelan que tras el asesinato, aún tuvieron que sufrir mil vejaciones. Conviene tenerlo presente.

El PSOE ha vuelto

Si la vida es eterna en cinco minutos, como cantaba Víctor Jara, en un año ni les cuento. ¿Quién se acuerda que fue ahora hace doce meses cuando el PSOE reventó por todas las costuras y se lio la mundial? El punto álgido fue aquel Comité Federal del 1 de octubre —vaya fecha— en el que prácticamente acabaron a hostias los representantes de las dos banderías que se disputaban los restos de serie del partido que fundó Pablo Iglesias Posse. Luego, Pedro Sánchez confesó sus pecados, se arrepintió de ellos con propósito de enmienda ante el padre Jordi Évole, y comenzó a reclutar aguerridos voluntarios para reconquistar Ferraz.

Qué vítores y qué albricias, cuando tras una campaña a cara de perro, hizo doblar la cerviz a la sultana del sur, su encarnizada rival, que había contado en el envite con toda la artillera pesada mediática y el concurso de los generales en la reserva. Había sido el heroico triunfo, según se dijo y escribió, del ala izquierda, la unión de jóvenes turcos, viejos rockeros e inconformistas de variado pelaje. El primer y casi único objetivo de los inesperados vencedores era limpiar la mancha de la oprobiosa abstención que permitió que Rajoy fuera reinvestido presidente del gobierno español. No se pararía hasta echarlo.

Ese era el plan… hasta anteayer, cuando Sánchez en persona contó sin cortarse que se había reunido un porrón de veces con el inquilino de Moncloa. La bronca catalana había sido la coartada para esos encuentros en los que ha quedado recompuesto el frente constitucional. Yo te apoyo con el 155, tú te avienes a estudiar una reforma y me dejas salir en las fotos. ¡Venga!

‘No’ es… abstención

Enorme estreno ante las alcachofas de la recién investida (la que lo sigue lo consigue) portavoz del ¿neo? PSOE en el Congreso de los Diputados, Margarita Robles. Para que digan del defenestrado e indultado Antonio Hernando, en la misma mañana, la jueza a tiempo parcial dijo tres cosas diferentes sobre la postura de su grupo respecto al traído y llevado CETA. Primero, que no, porque el tratado es súper-mega-maxi de derechas y, como es sabido, su partido ahora es la vanguardia obrera rediviva. Luego, que ya se vería, que tampoco había tanta prisa y no era cuestión baladí, blablablá. Y por fin, tras recibir el guasap correspondiente del re-ungido Secretario general, que bueno, que igual, a lo mejor ya si eso, se decantarían por la abstención.

¡Sí, por la abstención! Hasta el menos sutil olió la ironía. Tanto dar la brasa con el NoEsNo, para salir por esa petenera. Porque aquí, idiotas, los justos. A todos, empezando por Iglesias Turrión, nos da el cacumen para notar que, a efectos prácticos, la abstención asegura que se apruebe el convenio con Canadá. Como con la plurinacionalidad monosoberana y la alianza materialmente imposible con Podemos y Ciudadanos para echar a Rajoy, Pedro Sánchez juega triple en la quiniela. Y es verdad que, como sabemos por experiencias recientes y cercanas, la política permite ir a setas y a Rolex o frenar y acelerar al mismo tiempo, pero si te recreas en la suerte, el sopapo es inevitable. Diría uno que los que le dieron su voto en las primarias creyendo sinceramente que por fin iba a tomar las riendas con la mano izquierda tienen que andar un tanto perplejos. O quizá no.

Nuevo viejo Sánchez

Decía Einstein (o a lo mejor no, pues la mitad de las citas que le atribuyen son falsas) que la estupidez consiste en hacer las cosas siempre igual y esperar un resultado distinto. Anóteselo el artista del trapecio político anteriormente llamado Ken Sánchez que tras una serie de vicisitudes prodigiosas atiende por Pedro. Lo que habremos glosado todos su épica victoria sobre el aparato socialista, para que su primera determinación tras recobrar el mando sea, como quien dice, volver a la casilla de la salida. No son los periódicos de hace quince meses sino los de ayer los que cuentan que su fórmula infalible para sacar del gobierno a patadas al PP pasa por sumar a los escaños de su partido los de Podemos y Ciudadanos. Y en una réplica exacta de lo ocurrido aquellos días, cuando se le apunta que morados y naranjas no irían juntos ni a cobrar el bote de la Primitiva, el tipo no se da por aludido y responde que a él no le detiene una menudencia.

Si este era el rojo sin complejos que nos habían anunciado, que baje Marx (o aunque sea, Largo Caballero) y lo vea. Caray con el nuevo viejo Sánchez, que tras la brillante recuperación del mando en la plaza de Ferraz saca el recetario que ya se ha probado fallido. Si sumamos lo de la plurinacionalidad de solo la puntita y soberanía única e intocable para resolver la bronca territorial —lean Catalunya y los que vayamos después—, la cosa empieza a oler a Lampedusa que echa para atrás. Cambiemos todo para que nada cambie. Eso sí, con Margarita Robles como portavoz en el Congreso. Quién mejor que quien rompió la disciplina de voto para imponerla a sus compañeros.

Adiós a Suresnes

El 13 de octubre de 1974, en el teatro Jean Vilar de Suresnes, con Willy Brandt y François Mitterrand como testigos y padrinos, Felipe González Márquez, más conocido como Isidoro, llegó a la secretaría general del PSOE. Fue un golpe de mano en toda regla. La vieja guardia, encabezada por el histórico Rodolfo Llopis que hoy no le suena a nadie, fue desalojada no solo de los órganos de poder sino, con el tiempo, del partido. Con la bendición de las más altas instancias internacionales y el visto bueno de quienes preparaban la metamorfosis controlada de la dictadura a la democracia o así, tomaba el mando de las venerables siglas un grupo de jóvenes no se sabe si osados o desvergonzados.

Ellos pilotaron, siempre con el dóping externo, la conquista del gobierno central, de varios autonómicos y de muchos más municipales. Y ahí se han mantenido, saltando por infinidad de vicisitudes que no caben en esta humilde columna, hasta anteayer. Literalmente anteayer. No creo exagerar demasiado si escribo que la victoria de Pedro Sánchez el domingo no fue únicamente sobre Susana Díaz. Al fin y al cabo, la pinturera presidenta de Andalucía solo desempeña el papel de testaferro de los dinosaurios y sus pajes de menos edad. Tan mal vieron la cosa, que estuvieron en primer plano junto a su mujer de paja. Felipe, Guerra, Pérez Rubalcaba, Zapatero y demás barones y baroncetes de varias generaciones de la estirpe de Suresnes mordieron el polvo, qué ironía, ante quien fue criado para continuar su legado. Bien es cierto que la fuerza necesaria para derrotarlos vino de la militancia que por fin parece haberse rebelado.