El ímpetu memorialista de Pedro Sánchez tiene un non plus ultra. Porque mola una hueva hacerse selfis junto al mural de las trece rosas. O sacar a la momia de Franco del Valle de los Caídos para trasladarla en helicóptero a un cementerio vulgar y corriente metida un féretro con forma de pastelito Bony de Bimbo. Todo eso está chupado. Es casi de parvulitos de propaganda, sobre todo, cuando tienes una legión de postureros antifranquistas retrospectivos dispuestos a bailarte el agua en las redes sociales, en el programa de Ferreras o en las pálidas copias diurnas y nocturnas de la televisión pública española. No deja de ser maíz a granel para gallos, pollos y gallinas de paladar nada exquisito.
Ahí torea de salón cualquiera y siempre sale a hombros por la puerta grande progresí. Es mucho más jodido agarrar por los cuernos el pasado reciente. Qué vergonzante tembleque ayer en la voz del presidente español al recitar lo que vaya usted a saber quién le había escrito para negar la reapertura del caso de Mikel Zabalza, una vez que se han reunido pruebas clamorosas sobre su asesinato a manos de uniformados. Añádase, por cierto, la servil forma de contar la noticia de todos esos medios amiguetes que también gustan de ir de la releche de la memoria histórica. Según ellos, el presidente se abre a tal apertura… siempre que se lo pida un juez. Y ahí está la trampa o, en realidad, la mentira. Porque, como recordó el portavoz del PNV, Aitor Esteban, no hace falta el comodín judicial. Si quisiera, escribió el jeltzale en Twitter, Sánchez podría “levantar el velo sin que nadie se lo solicitara”. Lo que pasa es que no quiere.