Lástima para Borja Sémper que a estas alturas del requetenuevo tiempo, el respetable esté a otras cosas. En circunstancias diferentes, la penúltima ocurrencia del (a veces) incisivo portavoz parlamentario del PP vasco quizá hubiera hecho fortuna y andaría de boca en boca, como motivo de encabronamiento para unos y de jolgorio para otros. Reconozcamos que lo de bautizar la propuesta del PNV en la Ponencia de autogobierno como “Estatuto de Kanbo” tiene su puntito. A los que hemos renovado unas cuantas veces el carné, nos trae los ecos de aquella martingala de la “Tregua-trampa de Lizarra” que parió Mayor Oreja y tan celebrada fue en el ultramonte español. Pero ya digo que los calendarios no pasan en balde. Esta vez el dardo dialéctico se ha quedado para consumo de los más cafeteros y para alimentar el politiqueo de réplicas y contrarréplicas con el que nos engolfamos sin remedio.
Ahí iba yo, porque pasarán de media docena de veces las que en las (casi siempre) sabrosas entrevistas que le he hecho a Sémper, ambos hemos coincidido en abogar por una política más sincera, de menos pico de oro y más hechos contantes y sonantes. Algo perfectamente compatible, ojo, con la defensa firme y honesta de cualquier posicionamiento ideológico. Ahora, a caballo entre la sorpresa y la resignación, señalo en estas líneas la contradicción entre lo teorizado y lo practicado por mi interlocutor. Como inútil nota al margen, añado mi sentimiento de cierta decepción y dejo en el aire mi duda sobre si sus florituras verbales mirando al tendido se corresponden de verdad con su pensamiento. En realidad, ni sé si quiero saberlo.