¿Vienen los fachas?

Definitivamente, soy un inconsciente. Un atisbo de racionalidad al fondo de mi pequeño ser me advierte de que no hay que tomarse a broma el tsunami ultramontano que se nos viene de encima. Sin embargo, me puede más la curiosidad que el acojone, y allá donde debería ponerme a temblar o echar a correr, me quedo embobado contemplando el fenómeno y preguntándome qué será lo siguiente. ¿Será posible, como dijo ayer en Iruña el caudillín Pablo Casado, que lo de Andalucía sea el anticipo de la inminente barrida de la santísima trinidad del extremo centro en las próximas elecciones? Me resisto a creerlo, y no solo por fe de carbonero, sino porque los datos fehacientes no parece que apunten por ahí. No, desde luego, en nuestros terruños, que son los que egoístamente más me interesan.

Mismamente en Navarra, que es donde el Nostradamus de lance soltó su profecía, ahora mismo sus flamantes y bramantes candidatas, Beltrán y Alba, están más cerca de tener que buscarse la vida a partir del 27 de mayo que que ocupar la silla a la que aspiran. Cosa distinta es que se cumplan otros pronósticos y UPN se encuentre con la posibilidad de recuperar la silla partiendo peras con formaciones como Ciudadanos o Vox, que tienen como bandera acabar con el presunto privilegio foral.

Y en la demarcación autonómica, casi hay menos cuidado. No digo que, especialmente en Araba, ese puñadito de votos huérfanos del inefable Maneiro no se convierta en asiento en Juntas o quizá en algunos ayuntamientos, incluyendo el de la capital. Fuera de eso, estaría por apostar que la competencia por ser la derecha más incivilizada restará en lugar de sum

El PSOE pierde su feudo

Por si alguien lo dudaba, las tres diestras que salieron del mismo tronco han aparcado las presuntas diferencias y, salvo milagro de última hora, van a sumar mayoría de gobierno en Andalucía. Luego vendrán, apuéstense lo que quieran, vendiendo esta o aquella moto para que no parezca un pacto, pero lo será con todas las de la ley. Uno de perdedores, por cierto, si atendemos a la terminología que hasta anteayer ha sido matraca ad nauseam de los que ahora hacen piña para echar al PSOE de la poltrona ocupada durante 36 años, casi nada.

Y de esa eternidad al mando de la Bética y la Penibética me sale otra hilacha argumental. Porque es verdad que da para mucho cagüental asistir al apaño con una formación de extrema derecha sin complejos, pero aparte de lo escasamente sorprendente del hecho, no podemos obviar que el primer culpable del bofetón en las urnas fue el propio partido que desde hace tres decenios y pico ha hecho mangas y capirotes creyéndose impune en los tribunales y ante un electorado al que ha tratado como un rebaño.

Tanto ha ido el cántaro a la fuente, que al final ha saltado por los aires, dejando a Susana Díaz con una mano delante y la otra detrás. Si no fuera porque esta hostia también lo es en su cara, Pedro Sánchez tendría motivos para despiporrarse de la risa ante la caída en desgracia de quien intentó buscarle la ruina por tierra, mar y aire, y muy cerca estuvo de conseguirlo. Al correr de los calendarios, mal que bien, Sánchez sigue durmiendo en Moncloa, mientras Díaz, que no ha currado un día de su vida por cuenta ajena, aguarda que le señalen la puerta giratoria correspondiente. Qué pena.

Apenas el pataleo

Es gracioso a la par que revelador que ahora mismo la posibilidad más real —se diría que la única— de evitar el gobierno de las tres marcas de la derecha en Andalucía sea que ellas mismas no se pongan de acuerdo. Desde luego, en los escarceos iniciales del trapicheo, por ahí apuntan. Resulta despiporrante el fulanismo que gastan PP y Ciudadanos, propugnándose para la presidencia de la cosa, cuando se supone que están inmersos en una santa misión que busca el desalojo de la malvada izquierdona (ejem) corrupta del palacio de San Telmo. Una vez más, los supuestamente nuevos, que son también los más esencialistas y menos acomplejados, demuestran ser los más listos de la tripleta. A ellos les da igual que la locomotora del tren cavernario sea azul o naranja. Apoyarán cualquiera de las opciones.

Y a los otros dos actores del psicodrama, los que han palmado y no suman ni para una barbacoa, no les queda otra que aguardar el desenlace de la parada nupcial de sus rivales comiéndose los nudillos. Por si acaso, las trituradoras de papel y los programas de borrado de discos duros funcionan a pleno pulmón en cada sede, subsede y tugurio gubernamental desde Ayamonte al Cabo de Gata. El único consuelo es darse a un pataleo infantiloide basado en el insulto al mismo pueblo al que en los ratos buenos se le llama soberano, rumboso y molón. Como acompañamiento de todo, las terminales mediáticas de la ortodoxia progresí se engolfan con mil y un reportajes especiales sobre Vox y la madre que le parió al mendrugo de Abascal. Son muy fachas, pero parece que dan audiencia a mogollón. Luego preguntarán quién alimenta al monstruo

¡Será por fascistas!

Qué oportuno y qué incómodo para los campeones galácticos de la resistencia. Justo cuando todo quisque se hace lenguas sobre los ultras presuntamente recién salidos del armario allá en la Bética y la Penibética, acá en el norte irredento ma non troppo, varios encapuchados —dicen que hasta quince— inflan a hostias a un chaval de 19 años por integrar un grupúsculo ínfimo que pregona la unidad de España. El escenario de la valiente hazaña de esta (también) manada de niñatos es el campus de la universidad pública vasca en Gasteiz, donde ya hay cierta costumbre de similares ceremoniales violentos. La novedad es que en esta ocasión se ha cruzado la pantalla de los cuantiosos y carísimos daños al mobiliario que pagamos todos y hay una víctima de carne y hueso.

Se mire por donde se mire, es una acción neta y genuinamente fascista que pretende pasar, faltaría más, por antifascista. Quisiera fingir sorpresa, pero me siento incapaz. Cómo contarles a quienes parece que acaban de descubrir a los camisas pardas que el pisaverde Abascal es solo otro de los muchos y diversos fachas que venimos sufriendo por aquí arriba desde hace un carro de quinquenios. De hecho, la diferencia con el ahora convertido en hombrecito es que el baranda de Vox todavía no ha pasado de las bocachancladas incendiarias, mientras sus gemelos del extremo opuesto llevan acreditadas toneladas de iniquidades contantes y sonantes. La brutal e inconmensurable indecencia es que son ellos y sus mayores los que en estos días de rasgado de vestiduras han tenido el cuajo de ponerse en la primera línea de la lucha contra sus paralelos del otro lado del espejo.

¿Con o contra Abascal?

Y luego se preguntan qué ha pasado, mesándose los cabellos, agriando el rictus para los selfis megacabreados, como si no lo supieran. Como si no lo provocaran. Enardecidas manifestaciones para mostrar la-más-enérgica-repulsa… ¡por un resultado electoral! Un sarao por cada capital andaluza, se lo juro. Los demócratas contra lo que ellos mismos juraban que era la democracia. ¿Antifascismo con métodos que atufan a fascismo? Uy, muchos decimales para entendederas tan escasas. Como la voluntad popular no fue la suya, una de pataleo, prometiendo ser la tumba de un muerto cada vez más vivo —gracias a sus balones de oxígeno, antipático detalle— y clamando que no pasarán los que ya han pasado… por la alfombra roja que ellos mismos les han tendido, que aquí es donde viene la desvergüenza definitiva.

Sí, porque la orgía plañidera de diseño trae consigo un millón de chapas infames sobre Abascal y sus mariachis. Y qué más quiere el jeta del Valle de Ayala, un tipo que lleva desde los 23 años pillando cacho gordo del erario público sin dar un palo al agua, que engrandezcan su leyenda. De Le Pen, Bolsonaro o Salvini no les sé decir, porque me pillan lejos. De este, con bastante conocimiento de causa, sí les puedo contar que no pasa de fachuzo vividor del cuento. Una versión barbada de Rosa Díez, quizá con alguna lectura y alguna luz más, pero empatado en afán de figurar, rostro de alabastro y falta de moral. 80.000 euros anuales cobraba el rapaz en la canonjía que le procuró su madrina Esperanza Aguirre. No está mal para quien se caga en las autonomías, el nuevo héroe encumbrado, cachis la mar, por sus presuntos enemigos.

El fiasco andaluz

Mi género literario favorito es la llantina postelectoral. Lágrimas que suelen ser, por demás, de puro cocodrilo marca Lacoste, y vienen acompañadas de patéticas soflamas a lo Escarlata O’Hara poniendo a Dios por testigo —o a Marx, Lenin, Zapata o quien mole— de la encarnizada lucha contra el fascismo que empezará… en cuanto se quiten el pijama con el que tuitean. Dejo sin decir que, para colmo, los partisanos de lance son, en muchos casos, empezando por los cercanos, como mínimo, igual de totalitarios que Abascal el chico.

Y sí, poca broma con lo de Andalucía, que puede ser menú degustación de lo que venga. Pero, ante todo, mucha calma y menos lobos, que es un cachondeo ver que los que más berrean y se rasgan las vestiduras con mayor brío son buena parte de los que han hecho un hombrecito al botarate de Amurrio. Hasta un negado de los vaticinios como el que suscribe dejó escrito aquí hace unos meses que hay bichas que es mejor no alimentar, no sea que las profecías se cumplan a sí mismas. Por lo demás, nótese que la mayoría de los que se tiran de los pelos son peña que seguirá teniendo una vidorra del carajo de la vela. Ni se imaginan lo que se cobra en la vanguardia de la ortodoxia pensante y vociferante.

Llámenme raro, pero en las mil letanías explicativas de lo que ha pasado echo en falta la alusión a la corrupción del partido que se ha pegado el batacazo. O a la endeblez de su líder. O a la prematura ranciedad y los quintales de incoherencias de la autoproclamada nueva izquierda, que también se ha hostiado. Claro, es más fácil apuntar a los fachas y decir que los que votan son una manga de ignorantes.

Altsasu, una reflexión

Supongo que a estas alturas del psicodrama tenemos claro que Albert Rivera y sus siniestros acompañantes ultramontanos abandonaron Altsasu habiendo conseguido el objetivo que se trazaron cuando convocaron la marcha parda al ya para los restos lugar santo de la carcunda. Oigo entre el consuelo y el autoengaño que no fue para tanto, pues en las previsiones iniciales del figurín figurón y sus prosélitos se contemplaba una zapatiesta del nueve largo.

Allá quien se conforme con la teoría del mal menor y no quiera ver que, para los efectos mediáticos, que son los que cuentan, da lo mismo una señora batalla campal que un puñado de empujones, pancartas y gritos de docena y media de buscadores de gresca que se salieron de la consigna general de no caer en la brutal provocación. Si de una piedrecilla los heraldos madrileños —incluyendo algunos de lo más progre— hicieron una intifada, cómo no aprovechar las imágenes de actitudes objetivamente agresivas para que la profecía riveriana se autocumpliera. Lo que el editorial de Diario de Noticias de Navarra llamó atinadamente “patético akelarre ultra” fue apertura informativa el domingo y siguió alimentando ayer columnas, tertulias y declaraciones politiqueras de alto octanaje.

Y aquí es donde llamo a una mínima reflexión. Lo hago, desde luego, con plena conciencia de lo difícil que es contenerse frente al hostigamiento sin tregua que sufre la localidad desde los hechos de octubre de 2016. Pero precisamente por esa condición de eterno pimpampum, procedía, tal y como se decidió en la asamblea popular de la semana pasada, practicar el no aprecio como mayor de los desprecios.