Libertad de expresión, según

Ya estamos otra vez con la pelmada cansina y tramposa de la libertad de expresión. Tiene uno las renovaciones de DNI suficientes como para no tomarse en serio a tanto digno que nos alecciona sobre el irrenunciable derecho a piar lo que le salga al personal de la sobaquera. No suele fallar, por otra parte, que cuanto más se levanta la voz y más se empina el mentón, se resulte menos creíble en la soflama. No es casualidad que uno de los que con mayor brío dialéctico se ha ejercitado en las parraplas inflamadas, un tipo de profesión vicepresidente segundo del gobierno español, sea el mismo que cada tres por dos hace listas negras de periodistas, pseudoperiodistas y medios a los que hay que emplumar.

La pereza de entrar en la discusión se torna infinita cuando uno tiene que empezar explicando que no es partidario de entrullar a memos bocazas que quieren ir de malotes sin asumir las consecuencias de serlo. Y luego está eso que tanto encabrona al retroprogrefacherío, lo de preguntarles si hay el mismo derecho a pedir la muerte de Patxi López o de un militante del PP —por citar alguna de las soplapolleces miserables del tal Hasél— que a alentar el apiolamiento de judíos, como hizo el otro día esa cagarruta humana del homenaje a la División Azul. “¡No es lo mismo!”, contestarán al unísono. Ya me lo sé.

El canto del presidiario

Le ha costado un buen rato, pero al final, se le han soltado la lengua y los recuerdos. Esa persona de la que usted me habla, también conocida —o no, según otras fuentes— como Luis el cabrón, ha comenzado a largar por su bocaza de ricachón presidiario. Oigan, que son ya un carro de inviernos a la sombra, sin poder esquiar en Canadá ni atizarse un Chivas de 25 años. Si hasta los más berroqueños hampones tienen sus momentos de flaqueza, cómo no le iban a entrar ganas de cantar La traviata a un delincuentillo de gayumbos de seda como el tal Bárcenas. Mucho más, después de ver cómo su señora, que también estaba en el ajo, ha acabado, igual que él, entre rejas.

¿Y qué ha dicho de fundamento el antiguo guardián de las finanzas fétidas del Partido Popular? Si atendemos a los titulares, nada que no supiéramos ya, como poco, desde que viéramos en los papeles aquellos quintales de apuntes manuscritos remarcados con rotulador amarillo fosforescente. Simplemente, que el pufo y el pillaje eran norma y no excepción en el PP. Con el conocimiento y/o la participación en el botín de la flor y nata gaviotil, empezado por Aznar, siguiendo por Eme Punto Rajoy, y pasando por casi todo el organigrama. Por toda respuesta, Pablo Casado se fotografía con un cerdito en brazos y clama que el no estaba allí. Pero no cuela.

Esperando al Supremo

La sentencia, el viernes o el lunes, nos decían. Salvo que estén equivocados todos los calendarios o nos encontremos ya viviendo en universos paralelos, queda claro que va a ser mañana. Por lo menos, la impresa en los folios oficiales, porque también es verdad que ayer y anteayer tuvieron la gentileza de hacernos un adelanto en papel prensa y en los cibermedios amigos. Uno, que pertenece al gremio plumífero, lo celebraría como gran logro del periodismo de investigación, si no supiera que la presunta primicia había sido convenientemente deslizada por los autores del fallo a sus postes repetidores de confianza para que el personal fuera preparando el alma y el cuerpo. Y aquí quizá merezca la pena detenerse un segundo a reflexionar por qué nos parece normal algo tan extremedamente grave como la filtración del fallo del que, junto con el del 23-F, es el proceso judicial de más calado que se haya llevado a cabo en España durante el último medio siglo.

Esa brutal anomalía aparte, podemos convenir que lo avanzado por El País el viernes y El Mundo ayer cuadra bastante con los últimos usos y costumbres de la Justicia española. No es muy diferente de lo que acabamos de ver con el caso Altsasu. Primero se generan las expectativas de condenas durísimas para reducirlas levemente en el dictamen final, de modo que parecería que hay que alabar la generosidad de sus señorías y hacerle la ola al Estado de Derecho. Creo que es lo que nos disponemos a ver también este caso. Habrá apariencia de rebaja, probablemente notable en el caso de algunos de los juzgados. Otra cosa es que cuele. Por pequeñas que sean las condenas, seguirán siendo injustas. Ninguno de los procesados debió pasar un solo día en la cárcel.

Los bravos insumisos

Hace treinta años y un día, 57 jóvenes se presentaron voluntariamente ante los gobiernos militares de todo el estado español para declararse insumisos al servicio militar obligatorio. Poca broma con el todavía por entonces desbravadero de mozos patrios que seguía atendiendo al castizo nombre de la mili. Incluso con un gobierno autotitulado de izquierdas, el encabezado por Mister Equis González, el de “OTAN, de entrada no y de salida, menos”, tal osadía se pagaba muy cara. No era solo el puñado de años en una cárcel infecta, sino la muerte civil. Aquellos chavales, muchos de ellos con brillantísimos expedientes académicos y prometedoras expectativas de futuro, se enfrentaban a la inhabilitación para aspirar a una plaza en la administración pública. Y tampoco se lo iban a poner nada fácil en la empresa privada.

Desde luego, les habría salido más a cuenta perder 13 o 18 meses desfilando en Ferrol, Cartagena o Melilla. O haber regalado esa cantidad de tiempo a la versión descafeinada del secuestro, la llamada Prestación Social Sustitutoria, de la que fueron cómplices tantas y tantas organizaciones que hoy seguimos teniendo por justas y benéficas. Sin embargo, esos 57 y muchos cientos que llegaron detrás —hasta 12.000— optaron por el camino más difícil, el que después de un rosario de juicios les llevaba casi con total seguridad a la trena y a la condición indefinida de apestados laborales. Ya quisiera el más gallo de los legionarios descamisados tener la mitad de valentía de estos tipos que, utilizándose a sí mismos como munición, acabaron ganando la batalla de la dignidad. Un millón de gracias por haberlo hecho.

Sánchez, el del 155

Ni uno solo de los dirigentes independentistas catalanes debió entrar en prisión. No es una cuestión de simpatía ideológica. Es puro sentido común y reconocerlo debería ser muestra de honestidad política, intelectual y, por encima de todo, personal. Estoy convencido de que incluso muchos de los defensores de la unidad de la nación española a machamartillo son conscientes en su fuero interno de la descomunal injusticia que se cometió con la persecución vengativa de unas mujeres y unos hombres que fueron las cabezas visibles —ahora de turco— de un inmenso movimiento popular.

Se puede llegar a discutir si, teniendo en cuenta que la legalidad española no se había derogado, su actuación les hizo merecedores de alguna sanción administrativa o económica. Seguiría siendo un error, puesto que los problemas políticos deben resolverse con métodos políticos, pero cabe el debate. En todo caso, insisto, la encarcelación es una demasía intolerable.

Y si lo fue en el minuto uno, qué decir de su mantenimiento con carácter preventivo durante un año y, llegando a lo más reciente, de sostener, apelando a criterios presuntamente legales que el castigo debe prolongarse durante un cuarto de siglo. Al empeñarse tozudamente en sostenella y no enmendalla, la Fiscalía del Tribunal Supremo se retrata como instrumento para la revancha. Lo de la abogacía del Estado, rebajando las peticiones de penas a la mitad, es casi peor. De saque, porque incurren en un fariseísmo de náusea, pero sobre todo, porque evidencian que, por mucha sacarina que lleve su discurso actual, Pedro Sánchez sigue siendo el copromotor del 155 con el que empezó todo.

Rato a la sombra

De entre las imágenes de los últimos días, ninguna me ha parecido tan inspiradora como la de Rodrigo Rato Figueroa, plusmarquista sideral de la soberbia, pidiendo perdón urbi et orbi a la entrada de cárcel de Soto del Real. Es verdad que la humildad sobrevenida no colaba ni para festival de teatro escolar y que olía que echaba para atrás a solicitud anticipada de mejora de grado. También es un hecho indiscutible que al fulano le han permitido lo que se le niega a la inmensa mayoría de carne de presidio, es decir, escoger trullo y, dentro de un plazo, día y hora del ingreso. Podemos unir a las certezas la cortedad de la pena y el muy presumible trato privilegiado que se le dispensará al ya probado chorizo asturiano, y aun así, seguirá pareciéndome que hay motivos para el aleluya. Piensen que no hace muchas lunas creíamos sin duda que antes pasaría una caravana de camellos por el ojo de una aguja que este y otros tiburones por el control de acceso a una prisión para quedarse una temporada dentro. Y ya son unos cuantos, casi los suficientes para que empecemos a pensar que a lo mejor deberíamos corregir algunos estereotipos y soflamas sobre la impunidad.

Ya puestos, sería genial que también se aplicaran el cuento los malhechores de cuello blanquísimo que se tenían —con razón, por otro lado— por intocables. El vídeo del otrora todopoderoso vicepresidente español y mandarín máximo del FMI agachando la cerviz y balbuceando una contrición de baratillo debería convertírseles en pesadilla recurrente. Los próximos en abrir los telediarios y alimentar los memes virales de Twitter y Whatsapp podrían ser ellos. Ojalá.