El sonido de las campanas, compañero fiel en el Camino de las Estrellas

Cuentan que los peregrinos y peregrinas en todos los caminos escuchan un sonido, compañero fiel a lo largo de los siglos, que les acompaña y recuerda la ruta a seguir; es el tañido de las campanas, soniquete persistente de una métrica musical que, según cada caso, tiene un significado diferente. El lenguaje de las campanas se utiliza para anunciar a la comunidad cualquier  circunstancia: accidente, convocatoria, acontecimiento religioso, festivo o luctuoso, o, simplemente, para orientar a las personas perdidas. De hecho son conocidas en los Caminos a Santiago (en la foto, la capilla de Santiago (1328) en la región francesa de Allier) de los repiques de las campanas de la Colegiata de Orreaga Roncesvalles guiando a los caminantes a través de la niebla al atravesar el collado de Lepoeder o el puerto de Ibañeta en el Pirineo. El eco de las campanas cabalga a lomos del viento para llevar a los solitarios peregrinos y peregrinas hasta la meta final, Santiago de Compostela.


Las campanas se producen en bronce (78% de cobre y 22% de estaño) y, habitualmente, cuando se bendicen se les da un nombre, que suele estar tallado en su borde; como por ejemplo la de la Catedral de Iruña Pamplona apellidada «María» o la de la Catedral de Oviedo, considerada la más antigua, que se llama «Wamba» o la más grande  (17 toneladas) de la Catedral de Toledo, nombrada como «Campana Gorda». Pero no todas las campanas tienen carácter religioso, como la llamada «Libertad», situada en Filadelfia (Estados Unidos). 

La verdad es que las campanas nunca anuncian un mismo mensaje: cuando su sonido es violento y desbocado proclaman una emergencia o la llegada de un temporal; cuando tañen lenta y pausadamente «tocan a difuntos» y cuando repican de forma enérgica y vital avisan las bodas. Y si nos ceñimos a los toques religiosos, las campanas convocan a la celebración de la Santa Misa (primero media hora antes, luego, a los quince minutos y, finalmente, un minuto antes de que comience el oficio religioso). Los toques más conocidos suelen ser los que se escuchan en los conventos: «Maitines» suena al alba; «Ángelus» es a mediodía y «Vísperas» es el repique a la puesta de sol para rezar por las almas del purgatorio.

Muchos son los pueblos que emplean diferentes tipos de campanas en sus ceremonias religiosas, como en oriente (sintoístas y budistas), o las consideradas primigenias en el antiguo Egipto, Babilonia o en el imperio de Roma. El sonido de las campanas vuela por el Camino de las Estrellas, entre el cielo y la tierra desde hace siglos, difundiendo sentimientos distintos a cada caminante.

El tímpano de la Abadía de Conques, el cómic del Juicio Final

Cuentan que la abadía de Conques en la Vía Podense, que parte de Le-Puy-en-Velay, es un lugar de peregrinación especial para los franceses, pues son numerosos los que acuden cada año a visitar el que es considerado como uno de los pueblos más bonitos de Francia; en especial la abadía románica de la Santa Foy que cuenta con el tímpano del pórtico donde se representa el Juicio Final a modo de un cómic moderno. El pueblo de Conques  —en occitano Concas—   fue fundado en el año 819 cuando el eremita llamado Dadon instituyó una comunidad de monjes, origen de la actual abadía, bajo la protección de Carlomagno. Conques «hunde» sus raíces en la época romana (aunque este concepto no se encuentra  suficientemente documentado) pues existe un puente romano, así llamado, por el que los peregrinos atravesaban el río Dourdou. La realidad es que Conques se convirtió en un lugar de paso de peregrinos y peregrinas hacia Santiago, sobre todo, cuando un monje de Conques «robó» en Agen las reliquias de la virgen Santa Foy, famosa por curar ciegos y liberar cautivos, martirizada en el 303 por el emperador Diocleciano.


De esta forma, el número de peregrinos y peregrinas aumentó con las reliquias de la Santa Foy y la abadía prosperó hasta convertirse en una de las iglesias abaciales más grandes del sur de Francia, siendo muy afamado su tímpano y su tesoro de piezas artísticas de la época carolingia. Inicialmente, fueron los monjes benedictinos los que se hicieron cargo del monasterio y, posteriormente en el siglo XVI, los agustinos entraron a residir en él.

El tímpano del Juicio Final presenta en su centro la imagen de un Cristo, de mirada severa y rodeado de cuatro ángeles protectores, que indica mediante sus manos la dos direcciones para las almas que van a ser juzgadas. Encima del Cristo, dos ángeles sujetan la cruz de la crucifixión y en sus manos uno de los clavos y la punta de la lanza. Y a la izquierda cuatro ángeles serafines protegen al Hijo de Dios de los pecadores, representados a través de varias esculturas los siete pecados capitales, además de otras vilezas como el suicidio, la usura, la herejía o el engaño. Todo ello con una leyenda en lo alto que dice: «Pecadores, si no cambiáis vuestras costumbres, sabed que sufriréis un juicio terrible».   

Bajo los pies de Cristo, el arcángel San Miguel pondera las virtudes y pecados de las almas, mientras un Satanás guasón intenta empujar la balanza en su favor. Los malditos, en el apartado de abajo, son enviados a las fauces del monstruo marino Leviatán, el cual abre las puertas del infierno.

En el lado contrario a la figura del Cristo —a la izquierda del espectador— encontramos «El Paraíso» y en la parte baja unas viñetas, que simboliza el Antiguo Testamento: Abraham con sus dos hijos Jacob e Isaac; Aaron y Moises; profetas, apóstoles y Santas mujeres que llevan frascos con ungüentos. Y en el nivel de la figura central del Hijo de Dios se representa el Nuevo Testamento: La Virgen María, seguida de San Pedro, el monje Dadon, el abad de Conques junto al monje Arosnide, (que «robó» las reliquias de Santa Foy) y Carlomagno; todos ellos acompañados de un séquito de almas piadosas.

A grandes rasgos estas serían las viñetas del tímpano del «Juicio Final» de la abadía de la Santa Foy de Conques, que, según se cree, fueron realizadas por un escultor que había trabajado en la construcción de la Catedral de Santiago de Compostela.

En Youtube se encuentra un video con una representación nocturna del tímpano:

Los 126 milagros de la Virgen Negra de Rocamadour

Cuentan que los monjes Benedictinos escribieron en el año 1172 los 126 milagros realizados por la Virgen Negra de Rocamadour, en la Vía Podense o Camino de Le-Puy-en-Velay, en Francia. En realidad, Rocamadour no es un lugar de obligado paso de caminos de Santiago, aunque muchos peregrinos y peregrinas se acercan desde el Camino de Le Puy  para rezar sus plegarias a la Virgen Negra y visitar el mágico conjunto, formado por siete santuarios, un castillo y una monumental escalera de 260 peldaños, por la cual abundantes pecadores suben de rodillas como penitencia para conseguir que su petición se haga realidad. Desde la ruta de Le Puy se camina a Rocamadour desde Figeac por el GR-6 (https://es.wikiloc.com/rutas-outdoor/figeac-rocamadour-gr6-3080821) después de 47 kilómetros, dividiendo el recorrido en dos etapas; hasta la localidad de Thémines (24 kilómetros) donde hay dos albergues y la siguiente hasta Rocamadour. Luego, para retornar al camino Le Puy se toma el GR-46 hasta Labastide-Murat y Cahors. 


Según cuentan, los benedictinos fueron los que comenzaron a divulgar que Zaqueo de Jericó, después de la muerte de Cristo, se estableció en la ladera del río Alzou fundando una capilla que se llamó Roca de Amadour, la cual, pasados varios siglos, cayó en el olvido quedando sólo el Santuario de la Virgen, hasta que en el siglo X se descubrió el cuerpo integro del anacoreta San Amadour, motivo por el que se activó la fama del lugar, convirtiéndose en un lugar de peregrinación. Los benedictinos en 1172 redactaron los 126 milagros realizados por la Virgen Negra y convirtieron a Rocamadour en un lugar de paso obligado para los peregrinos y peregrinas que cruzaban Europa siguiendo los caminos de Santiago.

Entre los 126 milagros que se atribuyen a la Virgen Negra de Rocamadour, se puede destacar el número 36 «La mujer que no pudo ser ahogada» correspondiente a Sancha Garcés, hija de García Ramírez y hermana de Sancho el Sabio, reyes de Navarra. Cuenta la leyenda que la infanta navarra enviudó de Gastón de Bearne, señor de la histórica región francesa de Bearn, estando encinta, situación que alegró a los bearneses, pero a los 40 días la infanta abortó y fue acusada de haber dado muerte a la criatura y condenada a sufrir «la prueba del agua». Así, Sancha de Navarra fue atada de pies y manos a un escudo de acero y arrojada al río Grave. Sin embargo, la infanta invocó el auxilio de la Virgen, a la cual puso por testigo de su inocencia, cuando ante el asombro de los bearneses, el escudo flotó sobre el agua deslizándose hasta la orilla donde quedó posada sana y salva. Los bearneses la llevaron a su palacio y Sancha, en agradecimiento a la Virgen, confeccionó un precioso tapiz que entrego a Geraud, el abad de Rocamadour, que regresaba de Compostela.

Rocamadour es un pueblo enclavado sobre una peña de 150 metros de altura, con las casas y los santuarios construidos en la misma piedra a lo largo de esa pared sobre el río Alzou, que durante siglos ha sido un lugar de peregrinación de santos como, Santo Domingo Guzmán y San Bernardo, además, de personajes famosos como Enrique II de Inglaterra, Luis XI de Francia, Alfonso III de Portugal, Blanca de Castilla y Henri Plantagenêt, padre de Ricardo Corazón de León, que viajó hasta allí en 1159 para agradecer a la Virgen Negra su curación. La Virgen Negra es una talla de madera del siglo XII, ennegrecida por el humo de las velas y cubierta de exvotos.

Sobre la tumba de San Amadour se encuentra, clavada en la roca, la espada Durandal de Roland, el cual, herido de muerte en la batalla de Orreaga Roncesvalles, hizo sonar el olifante para pedir ayuda a su tío Carlomagno, que nada pudo hacer por su sobrino. Pero Roland, antes de morir, encomendó al arcángel San Miguel su sagrada espada, lanzándola con todas sus fuerzas a los cielos del Pirineo, hasta que llegó a clavarse en Rocamadour.