La leyenda del Puente de Valentré de Cahors que «atrapa» las garras del diablo

Cuentan que el Puente de Valentré de Cahors en la Vía Podense o Camino de Le-Puy-en-Velay (Francia) tiene «atrapadas» las garras del Diablo. Se trata de la repetición de la leyenda de la construcción de un puente y el trato con Lucifer para que ayude con la edificación, aunque, en este caso, resulte un poco diferente. La historia de la construcción de este viaducto se remonta al siglo XIV y ha llegado hasta nuestros días a través de las coplas de los juglares y trovadores. En 1306 los cónsules de Cahors decidieron  dotar a la villa de una entrada defensiva sobre el río Lot como protección en las guerras franco-inglesas. El Puente de Valentré tiene un largo «vuelo» sobre el lecho del río y consta de ocho arcos y tres torres de 40 metros de altura, además, de una capilla en la torre occidental dedicada a la Virgen.

Lo cierto fue que el asentamiento de la construcción de los pilares sobre el cauce del río Lot resultó ardua y complicada, de forma que las tareas se eternizaban, asunto que irritaba al maestro de obras ya que no lograría finalizar los trabajos en el plazo convenido. Así que, la leyenda narra, que el arquitecto invocó a Lucifer y pactó, a cambio de su alma, que le ayudase a terminar la edificación en el período acordado. Pero el constructor era un buen cristiano e ideó una artimaña para engañar al diablo, poco tiempo antes de que las obras estuvieran terminadas; de modo que, llegado el momento, el maestro de la obra desafía a Satanás a transportar agua en un cedazo para saciar la sed de los picapedreros, objetivo que, lógicamente, no pudo cumplir. 

El diablo monta en cólera por haber perdido la apuesta y toma venganza lanzando un encantamiento sobre una piedra de la torre central de forma que todas las noches se caería al río y el Puente de Valentré nunca estaría finalizado.Sin embargo, en 1879 los gobernadores de Cahors deciden acometer los trabajos de restauración del viaducto al arquitecto Paul Gout, el cual constata que siempre falta una piedra en el mismo lugar y decide encargar a un cantero que cincele un diablillo agarrando el pedrusco como si quisiera arrancarla de su hueco. 

Hoy en día, todavía puede verse en lo alto de la torre central, a Satanás «atrapado» por toda la eternidad a la piedra que trata de llevarse. 

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Los 126 milagros de la Virgen Negra de Rocamadour

Cuentan que los monjes Benedictinos escribieron en el año 1172 los 126 milagros realizados por la Virgen Negra de Rocamadour, en la Vía Podense o Camino de Le-Puy-en-Velay, en Francia. En realidad, Rocamadour no es un lugar de obligado paso de caminos de Santiago, aunque muchos peregrinos y peregrinas se acercan desde el Camino de Le Puy  para rezar sus plegarias a la Virgen Negra y visitar el mágico conjunto, formado por siete santuarios, un castillo y una monumental escalera de 260 peldaños, por la cual abundantes pecadores suben de rodillas como penitencia para conseguir que su petición se haga realidad. Desde la ruta de Le Puy se camina a Rocamadour desde Figeac por el GR-6 (https://es.wikiloc.com/rutas-outdoor/figeac-rocamadour-gr6-3080821) después de 47 kilómetros, dividiendo el recorrido en dos etapas; hasta la localidad de Thémines (24 kilómetros) donde hay dos albergues y la siguiente hasta Rocamadour. Luego, para retornar al camino Le Puy se toma el GR-46 hasta Labastide-Murat y Cahors. 


Según cuentan, los benedictinos fueron los que comenzaron a divulgar que Zaqueo de Jericó, después de la muerte de Cristo, se estableció en la ladera del río Alzou fundando una capilla que se llamó Roca de Amadour, la cual, pasados varios siglos, cayó en el olvido quedando sólo el Santuario de la Virgen, hasta que en el siglo X se descubrió el cuerpo integro del anacoreta San Amadour, motivo por el que se activó la fama del lugar, convirtiéndose en un lugar de peregrinación. Los benedictinos en 1172 redactaron los 126 milagros realizados por la Virgen Negra y convirtieron a Rocamadour en un lugar de paso obligado para los peregrinos y peregrinas que cruzaban Europa siguiendo los caminos de Santiago.

Entre los 126 milagros que se atribuyen a la Virgen Negra de Rocamadour, se puede destacar el número 36 «La mujer que no pudo ser ahogada» correspondiente a Sancha Garcés, hija de García Ramírez y hermana de Sancho el Sabio, reyes de Navarra. Cuenta la leyenda que la infanta navarra enviudó de Gastón de Bearne, señor de la histórica región francesa de Bearn, estando encinta, situación que alegró a los bearneses, pero a los 40 días la infanta abortó y fue acusada de haber dado muerte a la criatura y condenada a sufrir «la prueba del agua». Así, Sancha de Navarra fue atada de pies y manos a un escudo de acero y arrojada al río Grave. Sin embargo, la infanta invocó el auxilio de la Virgen, a la cual puso por testigo de su inocencia, cuando ante el asombro de los bearneses, el escudo flotó sobre el agua deslizándose hasta la orilla donde quedó posada sana y salva. Los bearneses la llevaron a su palacio y Sancha, en agradecimiento a la Virgen, confeccionó un precioso tapiz que entrego a Geraud, el abad de Rocamadour, que regresaba de Compostela.

Rocamadour es un pueblo enclavado sobre una peña de 150 metros de altura, con las casas y los santuarios construidos en la misma piedra a lo largo de esa pared sobre el río Alzou, que durante siglos ha sido un lugar de peregrinación de santos como, Santo Domingo Guzmán y San Bernardo, además, de personajes famosos como Enrique II de Inglaterra, Luis XI de Francia, Alfonso III de Portugal, Blanca de Castilla y Henri Plantagenêt, padre de Ricardo Corazón de León, que viajó hasta allí en 1159 para agradecer a la Virgen Negra su curación. La Virgen Negra es una talla de madera del siglo XII, ennegrecida por el humo de las velas y cubierta de exvotos.

Sobre la tumba de San Amadour se encuentra, clavada en la roca, la espada Durandal de Roland, el cual, herido de muerte en la batalla de Orreaga Roncesvalles, hizo sonar el olifante para pedir ayuda a su tío Carlomagno, que nada pudo hacer por su sobrino. Pero Roland, antes de morir, encomendó al arcángel San Miguel su sagrada espada, lanzándola con todas sus fuerzas a los cielos del Pirineo, hasta que llegó a clavarse en Rocamadour.