El lamento eterno del Papamoscas de la Catedral de Burgos es el amor imposible del rey Enrique III, el Doliente

Cuentan que en el Camino Francés a su paso por Burgos, en la Catedral de Santa Maria, se expone el Papamoscas, un afamado personaje que abre excesivamente la boca, cuando suenan las horas, lanzando, al mismo tiempo, un lamento chillón y estrepitoso que, habitualmente, provoca una sonora carcajada a los que le contemplan. Esta ingeniosa leyenda del grotesco Papamoscas narra el amor imposible del rey castellano, Enrique III, el Doliente; llamado así a causa de su precaria salud, pues, según parece, había nacido con un exiguo sistema inmunitario que le hacía «presa fácil» de enfermedades contagiosas. En joven y enfermizo monarca había venido al mundo en Burgos en el año 1379 y, puesto que era muy devoto, todos los días acudía, en secreto, a la seo burgalesa a rezar, por su salud. Este rey pertenecía a la Casa de Trastámara y fue rey de Castilla y Príncipe de Asturias durante pocos años ya que falleció en Toledo en 1406 a la edad de 27 años.

Volviendo a la leyenda del Papamoscas, una mañana de «invierno burgalés» el devoto Enrique III se encontraba rezando en la Catedral de Burgos cuando quedó paralizado por la presencia de una joven y bella muchacha, que también se hallaba orando en una capilla continua a la que él estaba. El monarca quedó enamorado de la lozana doncella y, cuando esta salió del templo, la siguió sigilosamente hasta descubrir la casa donde vivía. La escena se repitió, una y otra vez, durante algunos meses sin que mediara palabra entre los dos jóvenes, pero la muchacha decidió un día «tomar la iniciativa» y poco antes de llegar a su casa dejó caer su pañuelo, que Enrique recogió, pero que no hizo entrega, pues, prefirió guardarlo y ofrecer uno de los suyos. La muchacha y el tímido rey, sin mediar palabra y cruzando entre ellos una vergonzosa mirada, tomaron el camino de sus respectivas residencias, pero, de pronto, Enrique escuchó a su espalda un lamento comparable a un quejido que, a partir de ese momento, ya nunca olvidaría. 

Al día siguiente, la doncella no apareció por la Catedral y el rey salió a buscarla a la casa donde la había visto entrar, pero, cuando preguntó por sus residentes, recibió como respuesta: «en esa casa hace tiempo que ya no vive nadie». Enrique quedó aturdido y afligido mientras en su mente se repetía el lamento de la chica, por lo que decidió encargar a un taller de relojeros venecianos una figura acompañada de un reloj con el fin de perpetuar el gemido de su amada en cada toque de campana; aunque, la verdad, el resultado logrado por el incompetente constructor del robot se alejó demasiado del deseo del monarca, el cual se encontró una grotesca imagen que lanzaba, abriendo exageradamente la boca, más un graznido que un grato suspiro cuando sonaban las horas.

Los feligreses que entraban en la Catedral burgalesa descubrieron la talla, que bautizaron como Papamoscas, pues, cuando sonaba la campana con las correspondientes horas, no podían evitar una carcajada al verle abrir la boca.  

San Veremundo de Iratxe, el abad que alimentaba a los pobres peregrinos

Cuentan que el Camino Francés atraviesa  Tierra Estella por la localidad navarra de Villatuerta, donde nació San Veremundo (también sitúan su origen en el cercano pueblo de Arellano), monje benedictino y abad del Monasterio de Santa María la Real de Iratxe, que alimentaba a los pobres y a todos aquellos que pasaban por el convento; incluso, según cuenta la historia, en más de una ocasión los frailes de la abadía sufrieron continuos ayunos debido a la «compasión alimenticia» que ejercía su santo prior con los peregrinos y peregrinas. San Veremundo vivió entre los años 1020 y 1099 y con apenas doce años ingresó en el Monasterio de Iratxe, en el tiempo en que era rector su tío Don Munio, quien le «colocó» como portero para atender a los pobres del entorno y a los peregrinos y peregrinas, que por aquellos años caminaban hacia Santiago de Compostela. Es a partir de este generoso quehacer cuando se acrecienta la leyenda y milagros de San Veremundo, que hoy en día se mantiene en la fuente de la que brota agua y vino al pasar el Camino Francés por Bodegas Iratxe. 

Con 32 años, San Veremundo es designado abad, al fallecer su tío Don Munio, y es a partir de esos años cuando el Monasterio de Iratxe adquiere su mayor prestigio y gloria, sobre todo con los privilegios otorgados por reyes navarros como Sancho Garcés IV y Sancho Ramírez, aunque al ser nombrado prior, San Veremundo no abandona su valiente misión de atender a los mendigos y caminantes, que se presentaban en la puerta del claustro para recoger los alimentos y restos de la comida de los monjes.

La comunidad benedictina aceptaba resignada los ayunos a los que les obligaba su santo abad, pero un día San Veremundo fue descubierto por uno de los monjes con el hábito hinchado, quien le preguntó por la causa de tamaño «engorde», obteniendo como respuesta que eran «flores para la Virgen de Santa María del Puy». El fraile destapó su túnica dejando caer un montón de rosas recién cortadas.

San Veremundo es patrón de las dos localidades navarras de Villatuerta y de Arellano, las cuales custodian, alternativamente, durante cinco años las reliquias del monje benedictino. El intercambio de los restos tiene lugar en el mes de agosto mediante una romería por varias localidades de Tierra Estella, donde San Veremundo es venerado, con cánticos en su honor y  jotas navarras, al visitar la romería el Monasterio de Iratxe, Dicastillo, Arellano y Villatuerta. 

El Rollo Gótico Jurisdiccional de Boadilla del Camino, advertencia para caminantes

Cuentan que en el Camino Francés, en el pueblo palentino de Boadilla del Camino, los peregrinos y peregrinas encuentran el Rollo Gótico jurisdiccional, del siglo XV, donde, posiblemente, muchos caminantes fueron mostrados a la vergüenza, encadenados de pies y manos, por haber delinquido en el recorrido del Camino de Santiago. En aquellos tiempos, pululaban por los caminos de las rutas jacobeas, en búsqueda de peregrinos y peregrinas a los que timar o engañar, bandidos, ladrones y estafadores, los cuales, en algunos casos, eran atrapados y amarrados, como advertencia, al Rollo Gótico de Boadilla del Camino antes de ser ajusticiados por sus fechorías.


El Rollo Gótico, como se puede observar en la fotografía, conserva en su base cinco escalones con unas cavidades y ornamentos en su interior. A partir de este fuste descubrimos ocho pequeños pilares góticos, entre los cuales han sido talladas conchas de peregrino, rosetas y cabezas de clavos. En la cúspide hallamos un gran capitel, adornado con unas gárgolas de animales y cabezas de querubines, completando su vértice por un aguja gótica. El Rollo Gótico jurisdiccional de Boadilla del Camino tiene una altura de siete metros y medio y una base de doce y medio.

La historia del Rollo Gótico, símbolo de independencia, se remonta al reinado de Enrique IV, El impotente, apodado así al no lograr tener sucesión legítima; hijo de Juan II y María de Aragón y hermano paterno de Isabel, la cual se proclamó reina a su muerte. En el caso de Boadilla del Camino el privilegio se otorgó en 1467 como reconocimiento por la ayuda prestada a Enrique IV para recuperar el trono; ratificado por los Reyes Católicos en 1482. De esta forma, la localidad palentina erigió el «Rollo» para que todo el mundo conociese que Boadilla del Camino era independiente, sin estar supeditada a señor o señorío.

Muy cerca de Boadilla del Camino, en Itero de la Vega, encontramos un «rollo de justicia», que se remonta a 1529 y que también se puede encontrar en el Camino Francés. Años después, las Cortes de Cádiz abolieron las funciones de los «rollos»

La sombra del peregrino en la plaza de La Quintana

En Santiago de Compostela

Cuentan que dos son las historias que se refieren a la sombra del peregrino de la plaza de La Quintana en Santiago de Compostela. La primera alude a un sacerdote enamorado de una monja del Convento de San Paio, al lado de la Catedral, los cuales se veían todas las noches utilizando un pasadizo que atravesaba la plaza de La Quintana. Y la segunda se refiere a un joven francés que, todavía hoy, espera la llegada de una pareja de peregrinos a los que mató por despecho durante el Camino de Santiago. Las dos leyendas convergen en la sombra del peregrino que todas las noches se observa en una de las esquinas de la plaza de La Quintana.


El caso del monje enamorado es un mito clásico que se repite en muchos lugares; el amor entre un fraile y una religiosa que, finalmente, no se ve compensado y el hechizado espíritu de esa pasión vaga por siempre por el lugar de la cita a la espera de ser correspondido.
Así, en este caso, el sacerdote de la Catedral de Santiago se enamoró de una novicia del convento situado al otro lado de la plaza de La Quintana. La pareja se veía todas las noches a través de un pasadizo secreto que unía ambos claustros, pero el amor oculto no suele ser bien llevado habitualmente por mucho tiempo. De esta forma, el clérigo propone a la monja fugarse juntos en la cita de la noche próxima y vivir su amor eterno lejos del priorato que les atenazaba.
En el atardecer del día siguiente, el tonsurado se viste de peregrino para no llamar la atención y acude presto a la cita con su amada y espera pacientemente el momento de ganar la vida perpetua junto a su enloquecida pasión. Sin embargo, el tiempo transcurre y la cita de los dos amantes queda rota de forma inapelable. 
Los cuentos peregrinos atestiguan que la sombra del monje enamorado, vestido de peregrino, sigue en aquella esquina de plaza de La Quintana esperando a su idolatrada amada todas las noches.
También cuentan el caso, que se origina en la Edad Media, del joven francés cuando en un pueblo galo un hijo arrebata la vida a su padre para hacerse con la hacienda de su progenitor. Pero es descubierto y, como entonces se disponía, la autoridad le impone la pena de caminar hasta Santiago de Compostela para redimir su parricidio. 
El altivo muchacho se aviene a cumplir la sentencia y viaja por el Camino de las Estrellas, pero su vanidoso carácter le lleva a enamorarse de una joven, ya comprometida con otro mozo. El soberbio temperamento del joven francés, al ver su amor frustrado, arrebata la vida a la pareja  y huye raudo hacia Compostela para evitar la pena de muerte. Ya en Santiago, se ve obligado a dormir en la calle durante una gélida noche de invierno cuando, en sueños, su padre se le aparece y le manifiesta su perdón aunque —le asegura— no podrá liberarse de la muerte de los jóvenes hasta que sus almas lleguen a abrazar al Santo Apóstol y, así, obtener el perdón eterno. La cólera invade de nuevo al joven, que en sueños, intenta volver a matar a su progenitor, el cual, esta vez, consigue ser él quien da muerte a su criminal heredero.
Desde esa noche, el muchacho francés espera en el recoveco de la plaza de La Quintana la llegada de la pareja asesinada por su espada.