El pueblo cordobés de Hinojosa del Duque, el último reducto del maquis

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Cuentan que en el Camino Mozárabe, la localidad de Hinojosa del Duque, (en la fotografía, una placa recuerda el lugar de la cárcel) fue uno de los pueblos de sierra de Córdoba, donde los republicanos «aguantaron» más allá del final de la Guerra Civil, después de la última gran batalla en el frente entre Hinojosa y Villanueva del Duque, donde participaron 92.500 soldados de la República y 72.000 por parte de los franquistas; con 8.000 muertos y 22.000 heridos por ambos lados. Aunque no finalizó todo después de este combate del 5 de enero de 1939 porque Hinojosa se transformó, tiempo después, en uno de los pueblos más destacados por el castigo sufrido y la dureza de la represión. Muchos de los jornaleros, mineros, médicos, maestros y trabajadores del campo, se convirtieron en maquis y guerrilleros que se «echaron al monte» para continuar luchando en la zona del Río Zújar. La fosa del cementerio de Hinojosa, donde en cuentan los restos de más de 150 víctimas republicanas, es testimonio fiel de la crueldad y violencia habida debido a que esta localidad resultó ser uno de los ayuntamientos, junto al de Belalcazar, donde los milicianos desafiaron al régimen franquista hasta más allá de julio de 1941. Los apuntes de entonces registran también a mujeres ejecutadas por no haber conseguido los fascistas apresar a sus maridos e hijos huidos por la sierra cordobesa. 

Hoy en día, se sabe que las mujeres republicanas cordobesas, en este caso concreto, se convirtieron también en objeto de persecución al igual que los hombres, aplicando sobre ellas el Bando de Guerra, porque actuaron como enlaces, en muchos casos, proporcionando informaciones y suministros a los grupos de guerrilleros donde estaban enrolados sus propios padres, maridos, hermanos e hijos.

Manuela, La Parrillera, es un ejemplo de guerrillera cordobesa, aunque no fue la única, que tuvo por regla básica a lo largo de su vida: «un sueño de libertad que mereció la pena», a pesar de las palizas recibidas por los fascistas para que traicionase a su pareja, su padre y su hermano y les llevase hasta ellos. Manuela era analfabeta, su mérito residía en apoyar a los suyos, defendía la ideología por la que peleaban, llevando por las noches víveres e información a los huidos en la sierra, por lo que la Guardia Civil la interrogaba y maltrataba hasta que ella también «se echó al monte»; donde dio a luz un bebé que falleció.

En realidad, los maquis y guerrilleros de la sierra cordobesa son los grandes olvidados, aguantaron una continua persecución, sufrieron torturas terribles, cárcel y, en muchos casos, la «desaparición» en el fondo de una fosa común. Durante años, esperaron con ansia la ayuda de Europa y, tiempo después, la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, que les libraría de la opresión; hasta que perdieron la esperanza y se convirtieron sólo en supervivientes de la democracia y la libertad.

Mari, la Dama de Anboto que enamoró al Señor de Bizkaia

Cuentan que Bilbao, la capital del mundo, fue fundada por el Señor de Bizkaia, Don Diego López de Haro V mediante la «Carta Puebla» fechada en Valladolid el 15 de junio del año 1300. Además, Bilbao es, habitualmente, punto de salida del Camino de Santiago de la Montaña Olvidado y final de etapa del Camino del Norte y de la Costa. Dicho esto, una fábula describe, en el origen del linaje de los Señores de Bizkaia, a Don Diego López de Haro como «un excelente montañero» que gustaba recorrer las sierras más emblemáticas del País Vasco tratando de capturar todo tipo de animales. Así, un soleado día se detuvo a descansar en una de las laderas del monte Anboto (1.331 m), una de las cumbres más importantes de Bizkaia, un lugar donde «reside» La Dama de Anboto, el personaje más notable de la mitología vasca precristiana; considerado y personificado como la madre tierra, o la reina de la naturaleza que se encarga de llevar el buen y el mal tiempo a través de las cumbres y comarcas del País Vasco. Fue entonces cuando, según se cuenta, en aquel descanso, el Señor de Bizkaia descubrió a una hermosa mujer de la que quedó enamorado.

Mari, la Dama de Anboto, suele ser representada como una bella dama, de largos cabellos rubios, que suele estar sentada en la entrada de su cueva peinando su larga melena con un peine de oro. Muchas son las leyendas que se cuentan de la Dama de Anboto, que suele tener diferentes hogares, según la montaña que se mencione, pues cada cierto tiempo surca los cielos de cumbre en cumbre, según decida quedarse en el Txindoki (1.346 m), el macizo de Itxina del Gorbea (1,483 m), Oiz (1.026 m) el Mirador de Bizkaia, el Aketegi (1.551 m) o en cualquier otra cordillera del País Vasco; Mari habita donde ella dispone porque, según la tradición, ha sido vista en muchos de los montes vascos. 

El origen de Mari se refiere a que era una preciosa niña, la cual vivía con su madre en una aldea del País Vasco. Un día la madre se enojó mucho con su hija, a la que maldijo: «Ojalá te lleve el diablo»; justo en ese momento, Satanás se presentó apoderándose de la joven mujer y dirigiéndose con ella a la cima de Anboto, desde entonces, donde tiene su principal morada.

Pero volviendo al enamoramiento de Don Diego López de Haro sucedido en el monte Anboto, cuando Mari se acicalaba encima de una peña cantando, Diego preguntó a la mujer quien era y que estuviese callada porque le espantaba la caza. «Soy una mujer de alto linaje» replicó, a lo que el Señor de Bizkaia dijo que era el dueño de aquella tierra y que se casaría con ella; a lo que ella respondió afirmativamente, aunque puso una condición: «tienes que prometerme que nunca te santiguarás en el interior de nuestra casa».

El matrimonio tuvo un hijo y una hija y vivió feliz durante un tiempo hasta que, un día, Don Diego López de Haro olvidó su promesa. Mari, «ipso facto» se alejó con su hija volando hacia el monte Anboto, donde, al lado de la morada de su cueva, existe una pequeña fuente de la que hay que beber si el deseo demandado a la Dama de Anboto quieres que se haga realidad.

El General Miguel Ricardo de Alava y Esquivel evitó el saqueo de Vitoria

Cuentan que en el Camino Vasco a Santiago de Compostela, que atraviesa el Túnel de San Adrián por el parque natural de Aizkorri-Aratz, los peregrinos y peregrinas encuentran en la etapa que finaliza en la capital alavesa, el monumento a la Batalla de Vitoria, situado en la Plaza de la Virgen Blanca, el cual contiene en su base inferior la efigie del general Miguel Ricardo de Álava y Esquivel, montado en su caballo, siendo reconocido por el pueblo de Vitoria Gasteiz por haber evitado el saqueo de la ciudad. Esta Batalla de Vitoria fue el último acontecimiento bélico de la llamada Guerra de la Independencia cuando las tropas aliadas, formadas por soldados hispanos, portugueses y británicos, al mando de Arthur Wellesley, Duque de Wellington, derrotaron a los ejércitos franceses de «Pepe Botella» en su huida a Francia. El músico alemán Ludwig van Beethoven, este mismo año de 1813, compuso su Sinfonía de la victoria de Wellington en la Batalla de Vitoria, que fue estrenada el 8 de diciembre en el Auditorium de la Universidad de Viena.

Las crónicas de la época cuentan que el General Alava al finalizar la Batalla de Vitoria, sabedor de las tropelías y abusos que realizaban las tropas de ambos lados, capitaneó la unidad británica de los húsares de Von Alten, entró en la capital alavesa, expulsó a los franceses y ordenó cerrar las puertas de la muralla. De esta forma, evitó el saqueo de Vitoria que los ejércitos de ambos lados ya habían hecho en otras ciudades. 

Las tropas franceses en su desbandada, camino de Francia, paralizaron las vías de escape, con innumerables vehículos, carruajes, animales y pertrechos, llenos de oro, joyas, objetos de arte, dinero y todo tipo de botines de anteriores batallas. El hermano mayor de Napoleón, José Bonaparte, conocido como «Pepe Botella», en su espantada abandona su carruaje y el tesoro real con sus efectos personales (sello, ropa y sables) y al galope se lanza hacia Salvatierra de Alava, donde logra llegar ya de noche; salvando su vida. Pero detrás de él quedaron más de diez mil franceses entre muertos y heridos, además, de una colosal cantidad de prisioneros. El ejercito imperial francés se encontraba en «el principio del fin».

Miguel Ricardo de Alava y Esquivel, conocido como el General Alava, tuvo una vida azarosa, inmerso en numerosos acontecimientos militares y relaciones diplomáticas al más alto nivel, que le permitieron una dilatada red de amistades y contactos internacionales, como la que gozó con el Duque de Wellington, el Rey de los Países Bajos, Guillermo de Orange o la reina de Francia, María Amelia de Nápoles y Sicilia, esposa de Luis Felipe I. Participó, por ejemplo, en la batalla de Waterloo y en la de Trafalgar, fue presidente de las Cortes, embajador y presidente del Consejo de Ministros, además de innumerables e importantes cargos militares y políticos.

La leyenda de Valverde de Lucerna se cumplió en Ribadelago

Cuentan que en el Camino Sanabrés cerca de la etapa que finaliza en Puebla de Sanabria se localiza un pueblo, llamado Valverde de Lucerna, sumergido en las profundidades del Lago de Sanabria. La verdad, se halla en una leyenda cuyo origen se encuentra en el libro escrito por Miguel de Unamuno titulado San Manuel Bueno, mártir; la historia religiosa de un párroco, lleno de bondad y fe, por encima de su indecisión, la cual no puede evitar, por las dificultades y miserias de los feligreses de su aldea, que viven inmersos en una economía de subsistencia. Unamuno viaja en 1930 a Sanabria y allí descubre la leyenda de un pueblo sumergido en el Lago de Sanabria donde en las noches de San Juan se escucha el tañido de las campanas de la Iglesia bajo las aguas del pantano. La historia, que se remonta al año 1109, termina por convertirse en una premonición, la cual cobra vida en la catástrofe ocurrida el 9 de enero de 1959 en el pueblo de Ribadelago al romperse la presa de Vega de Tera, de la Hidroeléctrica Moncabril, fundada por Javier Martín-Artajo, hermano del ministro franquista de Asuntos Exteriores. 

El origen del mito de Valverde de Lucerna comienza con la llegada de un peregrino pidiendo cobijo y limosna, en una gélida noche de ventisca, al que nadie atendió, excepción de unas mujeres panaderas que le cobijaron y dieron pan. El insólito caminante —cuentan— era Jesucristo, quien como castigo por la falta de caridad de los vecinos haría inundar el pueblo salvo la panadería de las mujeres; personalizada, hoy en día, en una pequeña isla que puede verse en el Lago de Sanabria. En realidad, esta leyenda «llega» trasladada en el siglo X desde el Bierzo  por los monjes cistercienses de Santa Maria de Carracedo, hasta el monasterio de San Martín de Castañeda del pueblo de Galende, a quienes el rey de León, Sancho I «El Gordo», concede a los frailes la propiedad del lago y sus tierras cercanas, además, del derecho exclusivo de pesca; los aldeanos de Sanabria ni siquiera podían capturar truchas para mitigar el hambre.


Miguel de Unamuno tiene así conocimiento de todos estos detalles y escribe:

Ay, Valverde de Lucerna,

hez del lago de Sanabria,

no hay leyenda que dé cabria

de sacarte a luz moderna.

Se queja en vano tu bronce

en la noche de San Juan,

tus hornos dieron su pan,

la historia se está en su gonce.

Servir de pasto a las truchas

es, aun muerto, amargo trago;

se muere Riba del Lago,

orilla de nuestras luchas.

Sin saberlo, el presagio escrito por Miguel de Unamuno se convierte en espantosa riada la noche del 9 de enero de 1959 en Ribadelago aniquilando la vida de 144 vecinos (recordados en un sencillo monumento) de los que sólo se rescataron 28 cadáveres; los restantes terminaron sumergidos en lo profundo de las aguas del lago sanabrés. El embalse de Vega de Tera se quebró por la chapuza realizada durante su construcción, por la mala calidad de los materiales utilizados, porque, en aquellos días había temperaturas de 18 grados bajo cero, y porque el director gerente ordenó llenar la presa hasta los topes a pesar de las continuas filtraciones en el muro de contención. El resultado fue que más de ocho millones de metros cúbicos de agua, junto con árboles, barro, hielo y rocas, descendieron hasta Ribadelago asolando las casas del pueblo donde dormían sus pobladores.

Nunca se juzgó a ningún responsable de la administración franquista y los directivos sentenciados por el desastre resultaron, finalmente, indultados. Las indemnizaciones ofrecidas a los vecinos supervivientes fueron míseras y, además, les intimidaron tachándoles de «avariciosos». Franco ordenó construir una nueva población en una falda de la montaña que los vecinos adjetivan «Peña meada». Por allí, desperdigados, viven unas dos docenas de personas en el pueblo viejo y unas ochenta en el nuevo, a la que se puso por nombre Ribadelago de Franco, La última burla para entronizar la tragedia.

Santa Orosia, la sanadora de los «espirituados»

Cuentan que en el Camino Aragonés, después de atravesar los Pirineos por el puerto de Somport, los peregrinos y peregrinas suelen pernoctar en Jaca, donde los «poseídos por los espíritus» acudían el 25 de junio para la participar en la procesión de Santa Orosia, venerada patrona de esta capital de la Jacetania, benefactora de las sequías, plagas y pestes y sanadora de los tullidos y los «espirituados» o endemoniados; tradición documentada desde el siglo XVI, que fue prohibida en 1947. Hoy en día, la enorme devoción de los jacetanos a Santa Orosia se traduce en una preciosa y multitudinaria procesión por toda Jaca, mientras suenan las campanas de la catedral y desde los balcones se lanzan flores al paso de las reliquias de la santa, hasta llegar a la plaza de Biscós, donde llegará el momento de la veneración de las reliquias de la patrona.

Santa Orosia —cuyo significado es «buena rosa»— fue una princesa, hija de Boriborio y Ludmila, gobernadores de la región de Bohemia, en el siglo IX, que con 15 años viajó a Aragón, acompañada por su tío el obispo Acisclo y su hermano Cornelio para casarse con un noble aragonés. Pero en los montes de Yebra de Basa el séquito se encuentra con las hordas de Mohamed Ibn Lupo que ejecuta a todos los componentes de la comitiva menos a Santa Orosia, de la se enamora, a quien requiere convertirse al Islam para tomarla como esposa; cosa que la bella princesa rechaza permaneciendo fiel al cristianismo. El caudillo cordobés, lleno de ira, ordena cortar a Santa Orosia las piernas, los brazos y la cabeza tirándolos en una cueva. 

Dos siglos más tarde, un pastor llamado Guillén de Guasillo (guiado por unos ángeles) encuentra los restos de Santa Orosia y decide llevarlos a Jaca, a excepción de la cabeza, que deja en Yebra de Basa, pero cuando el zagal entra en Jaca todas las campanas de las iglesias comienzan a repicar solas, señal que es interpretada como que la patrona entraba en la ciudad.

A partir de entonces se comienza a celebrar en Jaca la festividad de Santa Orosia, tradición documentada desde el siglo XVI, con una serie de actos litúrgicos, que arrancan el 24 de junio, cuando se agrupan los romeros en la catedral y los «espirituados» que acudían desde muchas regiones colindantes para ser curados por la santa. Primero el sacerdote les bendecía y rociaba  con agua bendita y, finalmente, eran encerrados toda la noche en la capilla de San Miguel con las manos atadas mediante ligaduras a uno de sus dedos. 

Al día siguiente, se sacaba en procesión la hornacina de plata con las reliquias de Santa Orosia  escoltada por los devotos romeros encabezados por el Pendón de la Hermandad, con las cruces parroquiales, seguidas de una gran cruz y los estandartes de las cofradías gremiales. Acompañaba el séquito una multitud de enfermos, mendigos y «espirituados» los cuales si lograban romper sus ataduras se consideraba que el demonio había sido arrojado de su cuerpo. Todo finalizaba en la plaza de Biscós, donde se abría la urna, se enseñaban los mantos y joyas de Santa Orosia y se veneraban las reliquias de la excelsa patrona de Jaca. En Yebra de Basa se celebra una romería similar con la adoración del busto-relicario del cráneo de la santa protegida con casco de plata.

Los humilladeros del Camino, pequeños lugares de devoción para rezar por las almas del purgatorio

Cuentan que a lo largo de los caminos a Santiago encontramos toda una serie de monumentos religiosos de simbolismo popular como humilladeros, «cruceiros» y cruces de término, todos ellos situados, habitualmente, a las salidas o entradas de las aldeas, pueblos, ciudades y villas. Con el paso del tiempo, el cristianismo transformó estos pequeños lugares de devoción en pequeñas capillas o ermitas para que los caminantes rezasen por las almas del Purgatorio; en realidad servían también para señalizar los caminos y como muestra de devota plegaria entre los viajeros y caminantes. Esta es una costumbre que se considera de origen pagano o romano de cara a jalonar las calzadas romanas mediante «miliarios», una columna cilíndrica que indicaba la distancia de mil pasos, la cual señalaba una milla romana equivalente a 1480 metros.

Los pueblos celtas marcaban, por ejemplo, las encrucijadas de sus sendas como veneración a la Naturaleza y para gozar de la protección de sus dioses. Incluso atrapados por la creencia del retorno de los muertos colocaban piedras para que los difuntos pudiesen descansar en su itinerario hacia la eternidad y, además, colocaban a los enfermos en los cruces confiando en que lograsen la sanción por mediación divina o con la ayuda de otros caminantes. Es curioso, pero hoy en día en los cruces de las rutas jacobeas se pueden encontrar pilas de guijarros depositadas por los peregrinos y peregrinas….

El simbolismo de los cruces siempre ha estado estigmatizado por el miedo a la muerte y la oscuridad, leyendas de comercio con demonios, brujas y almas en pena, pues existía la creencia de que los caminos estaban destinados durante el día para los vivos y durante la noche para los muertos aunque, como antes se ha indicado, el cristianismo transforma todo estos símbolos en lugares donde corresponde humillarse o inclinar la cabeza en señal de sumisión a la cruz y a la imagen sagrada del humilladero para que proteja con un Buen Camino al peregrino o peregrina.

El «cuélebre» de Santa Maria de Celón que devoraba los cuerpos y las almas de los peregrinos

Cuentan que en el Camino Primitivo, en el concejo de Allande, se encuentra la parroquia románica de Santa Maria de Celón, donde subsiste el mito del «cuélebre», un demonio convertido en serpiente alada por la mitología asturiana, que devoraba los cuerpos sepultados en el convento y se apoderaba de las almas de los peregrinos y peregrinas que  pernoctaban en aquella capilla. Ni siquiera los monjes benedictinos, que habitaban atemorizados e impotentes aquel monasterio del siglo IX, se atrevieron a combatir al reptil en aquellos años de la Edad Media, pues consideraban que un enfrentamiento directo sería una imprudencia tal que conduciría al valiente a una muerte segura. Hoy en día, los habitantes de la comarca de Allande todavía recuerdan la leyenda, la cual se vincula con el arcángel San Miguel derrotando a Satanás y conduciendo las almas de los elegidos al paraíso.


Pola de Allande es un lugar de paso del Camino Primitivo, que Alfonso II «El Casto» inició desde Oviedo por las tierras asturianas de Salas, Peñaseita, Tineo, Berducedo, Fonsagrada y Allande, atravesando una tierra montañosa y hostil, aislados valles de verdes prados y bosques espesos, camino del Puerto del Palo en dirección a  Santiago de Compostela; en estos inhóspitos lugares es donde la  leyenda de Santa Maria de Celón cobró «vida propia».

Los monjes benedictinos alojaban a los peregrinos y peregrinas en su monasterio, avisándoles de la presencia del «cuélebre» que por las noches entraba por un orificio de la pared para reclamar los exhaustos cuerpos y las atemorizadas almas de los que allí descansaban. Pero, una noche, un peregrino hizo frente a serpiente asestando con su cayado un terrible golpe en la cabeza del reptil hasta matarla.

Este mito del «cuélebre» se extiende con diferentes acepciones a lo largo y ancho de muchas culturas: Egipto, países escandinavos, celtas y germánicos, así como en China, India, Japón y el lejano Oriente. En Asturias se producen tradiciones de serpientes que asedian a los habitantes de los pueblos cercanos desde cuevas, como por ejemplo, en Ribadesella, Cudillero, Salas, Somiedo y Cangas de Onís, aunque la más conocida, probablemente, es la del Convento de Santo Domingo en Oviedo, donde existía un «cuélebre» que devoraba los frailes del monasterio hasta que el cocinero le dio a comer una hogaza de pan rellena con alfileres que le ocasionó la muerte. 

La fuente Reniega del Alto del Perdón elimina las tentaciones de abandonar el Camino

Cuentan que en el Camino Francés en el alto del Perdón los peregrinos y peregrinas encuentran la Fuente Reniega, que si bebes su cristalina agua, según dicen, desaparecen las tentaciones de abandonar el Camino de las Estrellas, aunque en los últimos veranos el manantial se encuentra seco. A los caminantes todavía les restan setecientos kilómetros hasta Santiago, sobre todo, porque después de subir hasta la cima donde se encuentran las esculturas del alto del Perdón (en la foto), no es de extrañar que algunos piensen en abandonar su viaje a Compostela. La leyenda narra la aparición de Satanás a un sediento peregrino que, agotado, busca un poco de agua para continuar su camino; esta historia se repite, con diferentes acepciones, a lo largo de los numerosos senderos jacobeos, presentando a Lucifer como un agudo «embaucador de almas» cuando los viajeros atraviesan un puente, una montaña o, simplemente, una encrucijada de caminos.

simpático anciano dispuesto a ayudar al peregrino o peregrina.

    —-Se te ve cansado ¿quieres agua peregrino?

    —-Sí, la necesito…

    —Aquí cerca hay una fuente de la que brota un agua fresca y cristalina, pero hay que pagarla.

    —-No me importa, tengo dinero

Era el momento esperado por el diablo para darse a conocer y ofrecer agua a cambio del alma del caminante, pero, en este caso, el peregrino se negó e intentó encontrar la Fuente Reniega hasta que exhausto se echó en un recodo del camino para abrigarse del abrasador sol, cerrando sus ojos y esperando a la muerte, mientras Lucifer se desvanecía en medio de una nube de azufre.

El peregrino en sus sueños advirtió la presencia de un caballero montado en un caballo blanco, el cual golpeó con su espada la peña sobre la que estaba acostado, de donde brotó un agua fresca  y cristalina, que sació la sed del peregrino.

Los agotes, una casta que ha sufrido discriminación social desde el siglo XII

Cuentan que en el Camino del Baztán al pasar por el pueblo navarro de Arizkun se encuentra el barrio de Bozate, donde se asentaban los agotes, una casta que ha sufrido discriminación social desde el siglo XII hasta bien entrado el siglo pasado al ser acusados, entre otras cosas,  de herejes y «leprosos mentales». La primera mención sobre los agotes data de 1288 al ser vinculados con descendientes de los visigodos; otra les conecta con los musulmanes, derrotados en Francia por la dinastía Carolingia, y obligados a convertirse al cristianismo para no ser «pasados por la espada»; aunque la teoría mas verosímil es que los agotes fueron los cátaros huidos de las masacres de la Cruzada Albigense, que se refugiaron en varios lugares recónditos de los Pirineos, como este caso de Arizkun, al encontrar la protección del noble navarro Señor de Ursúa (en la foto la casa torre de la familia), quien en 1673 defendió ante las cortes Castellanas y Aragonesas la consideración de los agotes como personas «normales» del Valle del Baztán.

Los agotes fueron apartados de la sociedad, en parte, porque se enfrentaron a la autoridad eclesiástica al negarse a pagar el impuesto a la Iglesia, de hecho, existen varios conflictos documentados por ser tratados de forma diferente: estaban obligados a entrar en la iglesia por una puerta mas pequeña y asistir a las celebraciones religiosas desde el fondo del templo, debajo del coro, además eran bautizados en una pila bautismal diferente al resto de la comunidad. A la hora de recibir el beso de la paz con el crucifijo, el sacerdote lo volvía del revés y lo tapaba con un paño.

Las cotas de «apartheid» que sufrían los agotes en esta época medieval eran increíbles: vivían en barrios diferentes a los núcleos de población, sólo estaban autorizados a casarse entre ellos, y su vestimenta tenía que ser reconocida de lejos, además, llevaban el bordado de una pata de gato de color rojo en la espalda; sonaban una campanilla para anunciar su presencia, al igual que los leprosos. 

Y no sólo «atesoraban» todas estas falacias sino que se les acusaba de hechiceros, lujuriosos, homosexuales y transmisores de la lepra; que no tenían lóbulo de la oreja y una era más grande que la otra, además de rodeada de largos pelos. Los embustes en contra de los agotes llegaban a tales extremos que tenían prohibido caminar descalzos, pues se aseguraba que «donde un agote ponía un pie descalzo, ya no volvía a crecer la hierva» bajo castigo de quemarles las plantas de los pies con un hierro al rojo vivo.

Lo cierto, es que los agotes fueron trabajadores excelentes, artesanos de la madera, la piedra y el hierro, hasta lograr, poco a poco, a través de los tiempos, girar todas estas marginaciones y ser considerados, reconocidos e integrados en su comunidad. Aunque esto no ocurrió de pleno derecho hasta los primeros años del siglo pasado.

El «Bispo Santo» Gonzalo de Mondoñedo hundió con sus oraciones las naves vikingas en la ría de Foz

Cuentan que hacia el año 900 una gran flota vikinga fue avistada en la costa Lucense, en concreto, en la embocadura de la ría de Foz, lugar de paso de peregrinos y peregrinas por el Camino de la Costa, lo cual causó un enorme temor y miedo entre los focenses. Por entonces, los invasores normandos cuando se presentaban en los litorales europeos eran feroces y despiadados guerreros que se dedicaban a saquear pueblos y ciudades, esclavizar a sus habitantes y rapiñar las riquezas que encontraban a su paso. Así, los habitantes de Foz, horrorizados, huyeron despavoridos hasta Mondoñedo, donde hallaron en su Catedral Basílica de San Martiño (en la foto) al «Bispo Santo» Gonzalo, un anciano clérigo muy respetado, que todavía no era santo, reunido con el Cabildo de la localidad al que conminaron a reunir un ejército y empuñar las armas contra la flota vikinga recordando, además, al prelado que su nombre significaba «dispuesto a la lucha». Pero la autoridad eclesiástica, como respuesta, requirió una pesada cruz que alzó sobre sus hombros mientras comenzaba a caminar. 

Ante este gesto del «Bispo Santo», todos se pusieron a caminar tras él en dirección a las costas lucenses. Los vikingos se encontraban a punto de entrar por la ría de Foz y se disponían a desembarcar para asaltar la localidad focense, pero en ese momento el séquito gallego llegó a la cima de una montaña denominada «A Grela» desde la que se podía ver la desembocadura de la ría de Foz. 

Gonzalo, de rodillas, alzó la cruz e inició, una plegaria a los cielos, que comenzaron a oscurecerse sobre del estuario de Foz, mientras, al mismo tiempo, una galerna rodeaba a la flota normanda con gigantescas olas, que precipitaban los drakkar contra los acantilados de la costa. En poco tiempo la «armada pirata» quedó reducida a la mitad, cuando el «Bispo Santo» preguntó: ¿Cuántos quedan? siendo la respuesta, demasiados, todavía quedan muchos. Entonces el obispo de Mondoñedo volvió a hincarse de rodillas y repitió la súplica hasta que sólo quedaron tres navíos sin hundirse: Esos pueden marcharse —-dijo— para que cuenten lo ocurrido hoy a los demás y, de esta forma, no vuelvan nunca.

Desde entonces, se recuerda el milagro el lunes de Pascua de Pentecostés mediante una romería desde San Martiño de Mondoñedo hasta la ermita del santo en el monte «A Grela» en conmemoración del milagro del «Bispo Santo» Gonzalo, al que la tradición también le atribuye haber conseguido brotar agua milagrosa en un lugar donde Gonzalo tiro una zapatilla, que se conoce como la «Fuente de A Zapata».