Las 10 torturas sufridas por San Tirso «contadas» en la ermita de Ojo Guareña

Cuentan que en el «Vexu Camin» o Camino de la Montaña Olvidado se detallan, a través de pinturas murales en paredes y techos, las 10 torturas sufridas por San Tirso en la ermita del Complejo Kárstico Ojo Guareña en la Merindad de Sotoscueva. Tirso fue un santo asiático, originario del pueblo de Cesarea de Bitinia, martirizado durante la persecución del emperador romano Decio en el año 250. Tiempo después, mercaderes  griegos trajeron algunas de sus reliquias a Emérita Augusta —ya entonces, la Mérida visigoda— y desde esta localidad extremeña su culto se extendió hacia el norte de la península ibérica. Así, en el siglo VII, es posible que mediante el asentamiento de unos eremitas la veneración por San Tirso surgiera por primera vez en el Complejo Kárstico burgalés

Hoy en día, la ermita aprovecha las cavidades de Ojo Guareña para formar la fachada del oratorio, que en la actualidad se llama San Bernabé y San Tirso, porque, posiblemente, debido a las dificultades invernales para celebrar la festividad de San Tirso en enero. Por ello, se  decide introducir y priorizar a San Bernabé y sus milagros en el axioma y celebrar su festividad en junio. 

Volviendo a las 10 torturas de San Tirso, se descubre, según parece, que el santo asiático era un asombroso atleta a tenor de la decena de sufrimientos que hubo de soportar con serena firmeza; seguramente, por el espantoso martirio contado por los monjes medievales para un público analfabeto y deseoso de escuchar las virtudes del estoico tormento por la fe cristiana.

La primera angustia que se puede ver en Ojo Guareña se produce cuando el juez Cumbricio ordena descoyuntar los miembros al santo, pero San Tirso aguanta. Luego, en la segunda, se conmina a los soldados a arrancarle las pestañas, cortar sus párpados y deformarle la cara para que se mofen de él, pero el santo se mantiene firme en su fé cristiana. El magistrado, lleno de ira por el fracaso, decreta que le rompan los dientes y sea azotado, sin embargo San Tirso sigue soportando el martirio. El cuarto suplicio (en la foto superior) es cuando los esbirros echan plomo fundido sobre San Tirso, pero el líquido rebota y salpica a todos los espectadores que se encuentran alrededor. En el quinto tormento el juez establece situar espadas boca arriba para lanzar el cuerpo del santo contra ellas, pero tampoco funciona y San Tirso sale indemne. 

La quinta pena es decretada por otro juez, Silvano, que decide escaldar a San Tirso en una caldera, pero el mártir se encomienda a Dios y el perol se rompe. En el sexto martirio otro togado entra en escena, Baudo, que ordena que aten al santo varón con cadenas y le arrojen al mar, pero unos ángeles le desatan y le llevan a la orilla. La séptima sentencia es más dura pues trasladan al santo al circo para que le devoren las fieras, pero estas se acercaban a San Tirso y le lamían las heridas. De nuevo, la ira del gobernador exige azotarle en el templo de Apolo para que renuncie al cristianismo, sin embargo cuando se ejecuta el castigo las estatuas del templo se desploman.

Llega el último martirio, y los jueces deciden cortar al beato con una gran sierra, pero los dos verdugos no logran su cometido; cuando, de pronto, se escucha una voz indicando a San Tirso que «ha llegado tu tránsito a los cielos». Todos quedan postrados mientras los jueces responsables del martirio expiraban entre horribles padecimientos, los mismos que habían realizado a San Tirso.

La ruidosa rivalidad de la exaltación del judío de Baena

Cuentan que en el Camino Mozárabe, en la etapa cordobesa que finaliza en Baena celebran durante la Semana Santa la efeméride del prendimiento de Jesús, que se fundamenta en la representación de la entrega y traición de Judas Iscariote. Hoy en día, el Sanedrín de los judíos de Baena simboliza esta exaltación mediante una muchedumbre de unos dos mil individuos, divididos en cuadrillas de «coliblancos y colinegros», que rivalizan con sus ruidosos tambores durante todos los días de las procesiones de la Semana Santa. Esta es una tradición que se pierde en el siglo XV —sin documentación escrita— y que a lo largo de los tiempos ha sufrido alteraciones y justificaciones de todo tipo sin que en la actualidad las respuestas se apoyen en hechos concretos.

Las órdenes de los Franciscanos y Dominicos se instalaron en Baena en 1550 e instauraron la celebración de la Semana Santa, posiblemente, mediante la «comedia» del prendimiento de Jesús en el huerto del Getsemaní. Así, el origen del judío baenense, según algunos antropólogos e historiadores, se justifica en la orientación antisemita de Baena y pueblos de alrededor, que se mantiene hasta el siglo XVIII, como verdugo o arrepentido, evolucionando su penitencia hasta transformar su aspecto hacia la mitad del siglo XIV mediante el uniforme militar y el tambor; de hecho, el persistente ruido de los «coliblancos y colinegros» ha sido considerado como la expresión de la rabia e impotencia por la muerte del redentor que le perdonará y liberará para siempre.

En total son unos dos mil cofrades los que componen las agrupaciones baenenses, siendo la más numerosa la de los «colinegros», que suponen tres cuartas partes del total. Se desconoce la separación de las cuadrillas entre «coliblancos y colinegros» aunque algunos historiadores aseguran que los «coliblancos» pertenecen a una clase social superior a la de los «colinegros», pero esta afirmación no se sostiene pues en ambas cofradías hay cofrades de todas las clases sociales.