Cuentan que a lo largo de los caminos a Santiago encontramos toda una serie de monumentos religiosos de simbolismo popular como humilladeros, «cruceiros» y cruces de término, todos ellos situados, habitualmente, a las salidas o entradas de las aldeas, pueblos, ciudades y villas. Con el paso del tiempo, el cristianismo transformó estos pequeños lugares de devoción en pequeñas capillas o ermitas para que los caminantes rezasen por las almas del Purgatorio; en realidad servían también para señalizar los caminos y como muestra de devota plegaria entre los viajeros y caminantes. Esta es una costumbre que se considera de origen pagano o romano de cara a jalonar las calzadas romanas mediante «miliarios», una columna cilíndrica que indicaba la distancia de mil pasos, la cual señalaba una milla romana equivalente a 1480 metros.
Los pueblos celtas marcaban, por ejemplo, las encrucijadas de sus sendas como veneración a la Naturaleza y para gozar de la protección de sus dioses. Incluso atrapados por la creencia del retorno de los muertos colocaban piedras para que los difuntos pudiesen descansar en su itinerario hacia la eternidad y, además, colocaban a los enfermos en los cruces confiando en que lograsen la sanción por mediación divina o con la ayuda de otros caminantes. Es curioso, pero hoy en día en los cruces de las rutas jacobeas se pueden encontrar pilas de guijarros depositadas por los peregrinos y peregrinas….
El simbolismo de los cruces siempre ha estado estigmatizado por el miedo a la muerte y la oscuridad, leyendas de comercio con demonios, brujas y almas en pena, pues existía la creencia de que los caminos estaban destinados durante el día para los vivos y durante la noche para los muertos aunque, como antes se ha indicado, el cristianismo transforma todo estos símbolos en lugares donde corresponde humillarse o inclinar la cabeza en señal de sumisión a la cruz y a la imagen sagrada del humilladero para que proteja con un Buen Camino al peregrino o peregrina.